Blog de Carlos J. García

El TOC y la imposibilidad de demostrar la inocencia

No es del todo cierto, o, al menos, no es un axioma universal, que una persona sea prejuzgada inocente de haber cometido una mala acción, mientras no se demuestre lo contrario. A menudo, basta una simple acusación, cierta o falsa de un supuesto testigo, para que la persona acusada se vea obligada a demostrar su inocencia.

En la esfera de las acciones concretas, la única solución lógica, radica en que la persona, falsamente imputada, demuestre que fue materialmente imposible que cometiera dicha acción. De ahí que todo su esfuerzo se destine a buscar alguna coartada que demuestre que fue imposible que ella cometiera el delito que, falsamente, se le imputa.

Este problema, también, obliga a orientar la mirada hacia la producción de los falsos testimonios, vertidos por aquellos que están dispuestos a testificar en falso, por una diversidad de motivos: resentimientos, rencores, intereses económicos, odios ideológicos o de otros tipos, sadismo, o cualquier otra disposición anti-real.

No obstante, mientras las acusaciones falsas de hechos puntuales, pueden contestarse, en cierta proporción, mediante alguna forma que haga posible su esclarecimiento, aunque este pueda resultar difícil, hay otras formas de imputaciones falsas que resultan insolubles.

Tal es el caso que se da, cuando a una buena persona, se la acusa de ser mala persona, o de actuar procurando el daño, ya sea de quien la acusa, ya sea de terceras personas.

En este caso, la demostración de su inocencia, pasaría por el requisito imprescindible de contar con una coartada universal que demostrara la plena imposibilidad de que la persona imputada, haya cometido, cometa o cometerá, una mala acción o la producción de daños a terceras personas.

¿Cómo probar que una persona ha actuado, regida por el principio del bien, en todas y cada una de las acciones que haya efectuado a lo largo de su vida, e, incluso, que será el bien lo que determinará todo cuando vaya a hacer en el futuro?

El problema lógico es equivalente a demostrar, caso por caso, que una teoría universal se verifica en todos los casos particulares, lo cual, según Popper, resulta imposible.

Pues bien, este es el mismo problema que se encuentra en el origen de la producción del TOC. Examinémoslo.

Definamos un escenario formativo, compuesto de un par «madre-hijo», en el que el hijo se encuentre en un entorno de edad entre los cuatro y los ocho años.

Por su parte, la madre, por cualquier razón que se considere, juzga que su hijo le produce a ella algún tipo de perjuicio, que es una carga insoportable, o, por algún tipo de suspicacia paranoide, que su hijo es malo, o al menos, le envía ese tipo de mensajes a su hijo de manera persistente.

En esta circunstancia, nos encontramos en un escenario en el que se produce el hecho, anteriormente mencionado, de que a una buena persona, se la acusa de ser mala persona, o de actuar procurando el daño, ya sea de quien la acusa, ya sea de terceras personas.

Además, contamos con el agravante de que, dicha relación familiar y la corta edad del niño, implica que éste se encuentra todavía vinculado a su madre, y que, de romper dicho vínculo, pondría su propia vida en riesgo de padecer una condición muy precaria.

Es decir, el niño, a esas edades, cree en su madre, aunque pueda detectar la falsedad de algunos mensajes que reciba de ella.

En estas circunstancias, el niño generará la creencia «Mi madre cree que soy malo, pero sé que no lo soy y se lo demostraré, no haciendo nunca nada malo». De ahí que el niño reaccione, siendo especialmente bueno, y evitando a toda costa producir cualquier tipo de daño.

No obstante, la madre continúa enviándole sistemáticamente el mensaje de que es malo —o de que es dañino— sin admitir en ningún momento que no lo sea.

Dicha persistencia, acaba por inyectar en el niño la creencia de que es malo y que hace daño a su madre o a otras personas, si bien, el niño no quiere ser malo en modo alguno. Es más, es radicalmente contrario a efectuar conducta alguna que resulte dañina para el entorno.

Al término de esta primera etapa, encontramos que un paquete de creencias que puede reflejar aproximadamente la condición del niño es el siguiente:

«Yo creo en mi madre»

«Mi madre cree que soy malo».

«No debo causar daño al entorno»

«Yo creo que hago cosas buenas y que no hago cosas malas».

«Yo creo que tengo buena voluntad, pero mi madre cree que no la tengo»

«Yo creo que sé las cosas que hago, pero mi madre cree que no lo sé»

«Sin embargo, no puedo hacer prevalecer mis creencias acerca de mí, sobre las de mi madre»

«Por lo tanto, debo creer lo que mi madre me dice y admitir que soy malo»

De ahí que la siguiente etapa consistirá en tratar de verificar su bondad/maldad en todos y cada uno de los componentes cognoscitivos y volitivos, siempre y en todo momento.

Es decir, tratará de constatar la plena imposibilidad de que haya cometido, cometa o cometerá, una mala acción o la producción de daños a terceras personas.

Es obvio, que estamos ante una situación en la que se da la imposibilidad de demostrar la virtud personal de la inocencia. Dicha imposibilidad, va a generar una auténtica catástrofe en el apartado de la confianza del propio niño en sus  competencias intelectuales:

«Yo creo que hago cosas buenas y que no hago cosas malas, pero mi madre me dice que hago cosas malas, por lo tanto, creo mal: he de admitir que no me doy cuenta de lo que hago, que tengo tendencia a hacer cosas malas sin darme cuenta, que he hecho cosas malas y no me acuerdo…»

Genéricamente esta modalidad de agresión a la identidad del niño, puede cobrar la forma de:  «eres una persona que no sabe lo que hace», por lo que «puedes hacer cualquier tipo de acción, buena o mala, sin darte cuenta», descrita en otro artículo de este mismo blog titulado Cuando creerte a ti implica no creerme a mí, en el que se analiza la táctica utilizada en la película Luz de Gas.

Tal revolución se concretará en una nueva etapa, caracterizada por la adición de nuevas creencias, que, aunque las expongamos en un lenguaje impropio para reflejar el de la infancia, pueden contener significados como los siguientes:

«No creo en mí mismo»

«No creo en la eficacia de mis acciones»

«No creo en la eficacia de mis funciones mentales»

«No creo en mi propia voluntad»

«No creo que mi sustantividad sea real»

«Creo que puedo causar daño al entorno»

«Creo que puedo causar daño al entorno sin darme cuenta»

«Creo que he podido causar daño al entorno sin haberme dado cuenta»

«Hago mal mis creencias, por lo que, no me fío de las mismas»

«Creo que hay algo malo dentro de mí, aunque no sé lo que es»

«Hago daño a mi madre por lo malo que soy»

Esta etapa, se caracterizará por el triunfo de la falsa acusación que quedará concretada en la inyección de un conflicto, dentro del «yo» del niño, entre su sustantividad y su identidad personal, es decir, al máximo nivel de la esencia personal: El niño bueno, sujeto por el principio del bien, tiene insertada, en su identidad personal, la creencia de que es malo.

No obstante, el mayor problema es el que genera su desconfianza radical en la eficacia de sus propias facultades. Es decir, en dicha identidad personal, también se han asentado las creencias relativas a su propia incompetencia facultativa, derivadas de la falsa acusación efectuada sobre él: su madre sabe que es malo, pero él es incapaz de constatar y de controlar exhaustivamente su supuesta maldad, para evitar causar daños.

A partir de dicho momento emergerán, con alta frecuencia, proposiciones condicionales referidas a sus acciones potenciales, ya sean pasadas o futuras:

«Y si he causado una catástrofe y no recuerdo haberla causado»

«Y si se me ocurre matar a alguien y lo llevo a efecto»

«Y si he matado a alguien y he borrado todas las pruebas»

«Y si creo que he cerrado la llave del gas, pero la he dejado abierta»

«Y si me da por suicidarme para vengarme de todos»

«Pero, si pienso que puedo matar a alguien, es que soy malo y puedo llegar a matarlo»

«Pero, si no soy malo, es que estoy loco por pensarlo, y, entonces, igualmente puedo matar a alguien»…

Las reacciones de autocontrol y autovigilancia, derivadas de tales miedos, son inmediatas y de alta frecuencia. Dirigirá prácticamente toda su atención hacia sí mismo, hacia su propio funcionamiento mental y hacia sus propias acciones, desatendiendo en buena medida, lo que ocurre a su alrededor, incluyendo los posibles efectos de esas mismas acciones.

Además, al empeñarse plenamente en efectuar tareas masivas de autocontrol y autovigilancia, que garanticen su buena conducta, pronto se percatará de que tal pretensión resulta imposible de cumplir, y, de hecho, nunca podrá obtener satisfacción alguna a su propósito.

Al no confiar en la eficacia de sus propias funciones, sobre todo de conciencia, memoria, atención y volición, debido a haber asumido que la creencia que le ha transmitido su madre es cierta, en contra de lo que él creía de sí mismo, actúa como su propio carcelero, si bien, se trata de un carcelero que no confía en sí mismo, ni, por tanto, en hacer correcta y exhaustivamente sus propias tareas de autocontrol.

La impresión subjetiva que tiene de la insuficiente eficacia de su autocontrol se refleja en nuevas creencias como las siguientes:

«No me puedo permitir ni un solo momento de distracción»

«Debo verificar, las veces que hagan falta, todo lo que hago hasta asegurarme de que está bien hecho»…

No obstante, la misma inseguridad radical que ha inyectado en su propio «yo», debida al conflicto entre sustantividad e identidad personal, acompañará a todas sus acciones, sean las que sean.

De ahí que acceda a un nivel muy alto de impotencia e indefensión ante sí mismo.

A partir de la emergencia de tales sentimientos de impotencia, vinculados a la constatación de su imposibilidad de disponer de un autocontrol eficaz, se empieza a resquebrajar la lógica causal «medios → fines», dando inicio a la progresiva instalación de medidas adicionales de tipo supersticioso.

Ahora bien, tales medidas, que no pueden tener otra esencia más que su elaboración arbitraria, conllevan, a su vez, la imposible constatación, tanto de su supuesta eficacia como de su lógica ineficacia.

Por ejemplo, en un momento determinado, tras creer que ha podido hacer mal alguna cosa, se le puede ocurrir la idea de borrar lo que haya hecho recitando alguna especie de mantra; puede creer que no pisar las rayas de los suelos de baldosas le servirá para evitar hacer daño a alguien; o, al adoptar un determinado orden de revisión para verificar determinados estados de cosas, si cree que no ha seguido estrictamente el orden que él mismo había establecido, lo repetirá el número de veces que se le ocurra, hasta juzgar que lo ha seguido a la perfección.

Lo cierto es que, la persona que padece este problema ni hace, ni hará nunca nada malo, pero, cuando ya ha instalado un conjunto de tareas supersticiosas de autocontrol, emerge un nuevo problema.

Dicho problema consiste en que tiene miedo a que si deja de efectuar alguna de las rutinas supersticiosas que tiene establecidas, incrementará el riesgo de cometer alguna mala acción.

La lógica es sencilla: si haciendo todos sus rituales, lo cierto es que no ha llegado a causar una catástrofe, ¿cómo demostrar que sus rutinas no son eficaces para evitarlas?

A menudo, se les dice a estas personas, que basta con que no efectúen tales rutinas para que se percaten de que no van a hacer nada malo por haberlas suprimido.

No obstante, la persona creerá que si llevara a cabo tal supresión, incrementaría el riesgo de hacer algo malo, y, como aquello que está determinando su actividad, y su propia vida, consiste, precisamente, en evitar a toda costa llegar a hacer algo malo en todos y cada uno de los momentos de su vida, el hecho de suprimir temporalmente sus rutinas sin que, por hacerlo, haya llegado a hacer algo malo, no le garantiza, en absoluto, que tal estado de cosas continúe a su favor por tiempo indefinido.

Es decir, durante la supresión temporal de las mismas, puede achacar a la buena suerte el hecho de no haber causado alguna catástrofe, pero eso no le garantiza que no exista una conexión causal entre la ejecución de las mismas y la evitación de cometer alguna mala acción.

Como podemos ver, toda la lógica de funcionamiento que tiene una persona en condiciones normales, deja de regir en el TOC, lo cual es debido a que una acusación genérica de maldad a una buena persona, sin especificaciones, ni concreciones de tipo alguno, de ser creída, resulta devastadora.

Es obvio que este tipo de trastornos solo tiene una solución. Consiste en retirar el crédito al sujeto que le inyectó la creencia en su propia maldad, para que la persona empiece a recuperar de forma sincrónica, la confianza en sí misma que perdió por habérselo dado. Mientras la persona siga creyendo que es mala, siendo buena, seguirá dependiendo del crédito que dio a quien sostuvo la falsa imputación.

De ahí que, más que investigar a la persona que padece el TOC, habría que investigar en profundidad a quien se lo produjo, o a quienes se lo produjeron. Se trata de  encontrar la información necesaria que sirva para que, quien lo padece, disponga de las herramientas necesarias para desacreditar el fundamento de sus creencias.

Por último, hay que decir que, no solo la malignación estructural de la identidad personal está fuera de lugar a lo largo de toda la infancia, sino que de aplicarse a un niño una benignación, también, estructural, se pueden producir otros efectos nada deseables.

7 Comments
  • Amalia LL on 25/05/2016

    Agradecería hablaras de la benignación estructural.
    Gracias por este blog del que obtenemos tanta información.
    Saludos Amalia

    • Carlos J. García on 25/05/2016

      De modo general, y salvando otros condicionantes diversos, cuando se produce un modelo educativo que hace prevalecer la atribución al niño de una identidad falseada en la dirección de su benignación, facultativa, moral, física, etc., generalmente introduce criterios comparativos con otros niños, lo cual puede inyectar la creencia en su propia superioridad relativa a cualquier otra persona. Esto, puede suscitar una identidad narcicista, ególatra o algo similar, lo cual suscitará muchas dificultades en su coexistencia con terceras personas. Gracias por tu comentario. Un saludo

  • Ignacio Benito Martínez on 26/05/2016

    Gracias Carlos, se entiende muy bien el artículo. Resulta curioso que en mi trabajo, observo que se culpabilizan más a ellos mismos aquellos quienes no han hecho nada malo que quienes han cometido alguna fechoría. La especialidad de quienes cometen malos actos, es tirar la piedra, esconder la mano y acusar al prójimo.
    Sin embargo, la propaganda afirma que todos somos iguales (con nuestro lado bueno y malo). La pregunta es ¿qué finalidad persigue tal propaganda?

  • Nacho on 13/06/2016

    Hola Carlos. Tengo una pregunta. Habida cuenta que dices que la única salida de ese sujeto maltratado es hacer objeto de su sustantividad a su propia madre y analizar las creencias que sobre el ha vertido para llegar a la conclusión de que él no es malo y, en todo caso, si alguien estaba equivocada era su madre; habida cuenta de que quizás su mermada sustantividad y su distorsionada identidad personal no le permita hacerlo; y habida cuenta del posible papel del subconsciente como colector de emociones y creencias que el sujeto no puede aceptar, me gustaría saber tu opinión sobre la posibilidad de acceder al subconsciente (vía emociones pues conscientemente y racionalmente no parece posible) de la manera que sea para pasar a la consciencia esos recuerdos y creencias que operan sobre él y hacerlos manejables y cambiables. No sueles hablar de ello en tus libros, al menos en el que yo tengo ( el ser humano y la realidad tomo 1) y pese a que no puedo explicar ningún modelo racional que lo explique parece que hay muchos casos en los que esas técnicas han funcionado. Gracias y un saludo

    • Carlos J. García on 15/06/2016

      La obra Realidad y psicología humana está destinada a exponer un amplio modelo teórico acerca de la realidad y de la diversidad de relaciones de las personas con ella. Dentro de dicho objeto, incluye los tipos de relaciones anómalas que dan lugar a los problemas psicológicos más importantes, que son formas constitutivas de las personas derivadas del padecimiento de diversas clases de violencia formativa tal como se especifican en el tercer libro de dicha obra. Solo con dicho objeto, la obra referida tiene una extensión de más de tres mil páginas de tamaño A-4, aunque creo que, el modelo teórico que se expone en ella, era necesario para una psicología que, cada vez más, se aleja de todo cuanto no sea utilitarismo, pragmatismo, o meras técnicas de intervención.
      En la actualidad estoy trabajando en el campo de las creencias, tanto como teoría general, que parece brillar por su ausencia, como en aquellas que subyacen a los diferentes problemas psicológicos, en sus modos de detección más eficaces, en sus posibilidades de cambio y en las vías que mejor pudieran servir para que las personas las superaran, lo cual va en la línea de una mayor realización. No obstante, dada la magnitud de dicho trabajo, no puedo prever fecha alguna para que pueda estar disponible, si es que llego a publicarla, para los posibles lectores interesados.
      En cuanto a tu pregunta al respecto de la identificación de las características de la figura formativa, que pudo haber dado lugar a un trastorno como el del TOC, creo que el camino por el que te interesas está dentro del conjunto de los procedimientos psicodinámicos o psicoanalíticos, y, por lo tanto, fuera del terreno en el que yo mismo he trabajado, y en el que, en la actualidad, estoy investigando.
      Dentro de tales técnicas de intervención se encuentran las del tipo de la hipnosis, que fueron abandonadas por el propio Freud a lo largo de su práctica profesional, pero que, recientemente, parecen haber resurgido, siendo incluidas, de algún modo, en los repertorios de la modificación de conducta.
      No obstante ceo que es un error caer en el eclecticismo que va cogiendo ingredientes de diferentes enfoques teóricos completamente ajenos entre sí, con finalidades prácticas, pues, al final, la utilidad pretendida, no suele ser la que se esperaba, y puede generar mucha confusión conceptual.

  • Nacho on 17/06/2016

    Hola Carlos. Entendido. El modelo teórico lo considero esencial. Y era consciente de su enorme extensión. Y por supuesto quiero leerlo en su conjunto. Solo quizás después de hacerlo sería lícito hacer este tipo de preguntas. Mi intención solo era la de que me dieras referencias a contenidos que aún no he leído de tu obra u otras obras.
    Pero si me permites, deja que te aclare un poco más por qué me interesa especialmente esto y por qué no considero descabellada la suma ordenada en la aplicación de ambos modelos.
    Hasta donde yo sé y hasta donde puedo reflexionar, quizás ambos métodos no sean excluyentes sino complementarios. Lo siguiente son hipótesis basadas en la intuición (y en la extrapolación de otras funciones de autoprotección del ser humano) porque la base de experiencias que yo conozco es sumamente limitada.
    Si admitimos la posibilidad de que exista un mecanismo autónomo de protección mental que tienda a hacer olvidar al sujeto hechos muy traumáticos con el fin de proteger a la propia mente en formación (niñez y adolescencia) de sus devastadores efectos (emociones muy intensas), si admitimos que las creencias derivadas del hecho traumático también pasan a no estar en un plano de consciencia pero operan sobre el individuo (parece lógico que si se olvida el hecho traumático también las creencias a las que dio lugar y también parece lógico que la creencia pueda operar con el fin de proteger al individuo ante casos futuros similares) y si admitimos, por fin, la imposibilidad de acceder a ese plano de forma consciente utilizando las funciones desarrolladas en el ámbito consciente, quizás exista una posibilidad , en edades adultas, de trasvasar a la consciencia tales hechos y creencias que ya, y solo ya, podrían ser objeto del modelo teórico de realidad.
    Creo que el hecho de que el terapeuta vea nítidamente la unívoca estructura de creencias que explica la personalidad de un sujeto, no implica que el sujeto pueda verla tan facilmente, objetivo que creo esencial para conseguir su restablecimiento.
    En tu obra creo que justificas la dificultad en que algunas personas ingresen como creencias (según tu definición, y por tanto que pasen a ser ideas gubernativas) ideas cuya verdad para ellas es incuestionable, por su incompatibilidad con la estructura de creencias preexistente o bien porque no encuentren un motivo para creer en ellas. Quizás en el primer caso, y conectando esto con mi argumento anterior, el sujeto no es consciente de algunas de tales creencias previas y por tanto son una barrera para la instalación de nuevas y verdaderas creencias basadas en la realidad y no en la anti realidad de la persona o personas que infringieron ese daño al sujeto.
    Insisto en que no son más que hipótesis que considero no descabelladas y justificarían en estos casos una primera etapa de emergencia de las creencias inconscientes para luego ser sometidas al análisis racional sobre la base del modelo teórico general que has creado y que comparto. A mi modo de ver y si no me equivoco en las premisas, ambos enfoques, siendo distintos como dices, serian complementarios. Quizás en la mayoría de los casos solo sea necesario el análisis y refutación de creencias, por contra el método psicoanalítico por sí solo no serviría, y en el resto de casos la combinación de ambos quizás fuera posible y necesaria.
    Muchísimas gracias y perdona que sea tan pesado.
    Un saludo

    • Carlos J. García on 18/06/2016

      Cuando los hechos muy traumáticos a los que te refieres, no pueden recuperarse de la memoria a largo plazo, y no hay otra evidencia de ellos, ni siquiera podemos suponer que hayan existido, por lo que investigar su posible existencia por vías como las que citas, no parece estar justificado.
      Por el contrario, cuando hay algún recuerdo o indicio de su ocurrencia, a partir de él se puede hacer una exploración consciente que amplíe la información inicial, sobre todo reconstruyendo el contexto en el que ocurrió con las personas participantes, sus relaciones, acciones, etc.
      Muchas creencias son el resultado de los diferentes tipos de trato que el niño recibe, y estos suelen ser datos bastante accesibles que la persona guarda en su memoria sin demasiadas deformaciones, por lo que las creencias implicadas no suelen ser tan difíciles de detectar.
      Además, hay que tener en cuenta que, si disponemos de un buen modelo teórico, podemos acceder a una correcta definición del problema que padece una persona y, desde ella, acceder a la indagación de las causas concretas que lo generaron, sin tener que buscar una aguja en un pajar, sino yendo directamente al modelo causal de producción de dicho tipo de problema.
      Un saludo

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