Blog de Carlos J. García

¿Qué es un hecho?

El análisis procede mediante la descomposición de algo de mayor tamaño que las partes resultantes de la misma. La síntesis, procede a la inversa. Dadas las partes de algo, su composición daría lugar a algo mayor que las partes.

En ambos casos, tales procesos se encuentran relacionados con algo considerado como un todo y cuya complejidad es mayor que cada una de las partes.

Al analizar una cosa, descomponiéndola en sus partes componentes, se puede proceder de dos modos diferentes: 1) Sin conservar la imagen sistémica de la cosa de la que proceden, y 2) Conservando dicha imagen, de forma que el análisis no pierda de vista el objeto analizado.

Ahora bien, las partes componentes de una cosa a las que podemos aludir conjuntamente en términos de su composición, no es lo mismo que la organización estructural de tales partes dentro del sistema complejo al que pertenezcan, a lo cual podemos denominar constitución.

De ahí que, si se procede a la descomposición de una cosa para su análisis, sin tomar en consideración la constitución de la misma, simplemente perderemos de vista la cosa en sí, y, si tratáramos de componerla, ignorando su constitución primigenia, suponiendo que la cosa no es más que la simple agregación de las partes que la componen, encontraríamos imposible tal tarea.

No obstante, el mayor error consiste en identificar la composición de algo complejo con su constitución, de tal manera que estemos ciegos ante la estructura y el orden del sistema complejo al que pertenecen los componentes.

Es posible que tal enfoque proceda del atomismo de la escuela griega de Leucipo y Demócrito, cuyas ideas presentan una elevada similitud con algunos planteamientos de la física, moderna y contemporánea, en su cometido de proceder a sucesivos pasos de análisis para ir accediendo a la menor entidad posible.

Cuando de tal proceder se extraen conclusiones del tipo de que la materia está compuesta de partículas elementales, subatómicas, etc., no deja de ser verdad, si bien, toda esa investigación no informa de la complejidad de la constitución de las cosas compuestas de tales partículas.

La tendencia general que ha habido en la filosofía de línea empirista, escéptica, positivista, o analítica, consiste en proceder a la descomposición de las cosas que estudia, obviando que el proceso inverso de la síntesis requiere conocer la cosa en sí, la cual no es la mera suma de sus partes.

Por ejemplo, toda la filosofía de Hume está hecha dando por cierto que lo complejo no es más que la adición de elementos simples, y, por tanto, negando la cualidad constitutiva de los seres, las cosas y el propio universo, con sus correspondientes organizaciones complejas.

Ocurre algo muy parecido con el planteamiento de Wittgenstein, para el que lo único que hay son simples hechos independientes, por lo que el lenguaje humano ha de reducirse a expresar tales hechos y nada más que eso.

Ahora bien, tales enfoques, aun cuando se puedan denominar analíticos, no lo son, por cuando niegan los sistemas complejos que se supone que son los analizados, y, en última instancia, proceden a particiones de la realidad hasta su total descomposición en partículas residuales que es lo que, tras sus análisis queda de ella.

Cuando tales doctrinas proceden afirmando la realidad de los hechos, atómicamente considerados, ocultan que lo que se toma por objeto no es la realidad, sino algunos de los hechos atómicos que la componen.

Ahora bien, si tras hacer tal la descomposición, emiten juicios del tipo que sea acerca de la realidad, y de lo que es verdadero, verosímil, representable, existente, etc., cometen una falacia al tomar el todo por la parte, y, con ello, distorsionar de forma extrema la realidad en cuanto a tal.

La noción científica positivista o, la que subyace a tales sistemas de pensamiento filosófico, referida a los hechos, parece conllevar el supuesto de que un hecho es una realidad de existencia irrefutable que ofrece datos acerca de sí misma y que podemos aprehender mediante la simple intuición, y, que más allá de eso, no hay nada real.

Es decir, el neopositivismo y la filosofía analítica han especificado que los únicos objetos posibles de conocimiento son los hechos, los sucesos o los fenómenos y, el propio Wittgenstein, cuya filosofía ha sido abordada en un artículo anterior de este mismo blog, reduce el lenguaje significativo a los hechos.

En el presente artículo, expondré algunas razones por las que, adoptar a los hechos como las entidades objetivamente dadas que sirvan de exclusivo objeto del conocimiento riguroso, constituye un error.

He de disculparme por la extraordinaria extensión del presente artículo, comparado con el tamaño medio de los artículos precedentes de este mismo blog, lo cual confío en que no sirva de precedente.

Ser y suceder son cosas diferentes. Suceder remite a una sucesión de estados de cosas, remite a un movimiento formal del orden de los entes y remite a cambios de posiciones de entes dentro de un sistema existencial. Los sucesos son cambios en un sistema existencial (sistema como ente y sistema como existencia del ente) espaciotemporal y, por lo tanto, son parte de la existencia coordinada de un conjunto de entes o cosas.

Los sucesos son cambios de posiciones en un sistema existencial de los entes que se encuentran en él o, también, cambios en los estados de agregación propios de un ente. Es obvio, que también dentro de los entes hay sucesos, pero en éste caso, el sistema real en el que nos fijamos, es un ser y entendemos como sucesos los cambios formales o energéticos entre dos estados internos dados de tal ente. Tales sucesos internos son cambios de estado.

Hablar de suceso es hablar de una sucesión de estados formales o cambios energéticos, dentro de un sistema ontológico o existencial. Pero al referirnos a sucesos, los especificamos muy bien identificando el significado de suceso con  términos como “lo que pasa” o “lo que ha pasado” o “lo que pasará” cuyo significado habitual remite a un movimiento en un sistema espaciotemporal, no a una estructura formal y material.

Por lo tanto, los sucesos son cambios de estados o situaciones; lo que suceden son situaciones o estados, y, por lo tanto, son cambios de ordenaciones que remiten a sucesión de posiciones relativas de unas cosas o partes respecto de otras.

A continuación pasemos a tratar de entender qué es un hecho.

Lo primero que hay que considerar es la cuestión numérica del hecho singular. Un hecho que exista sólo él, sin que haya algo más como, por ejemplo, otro hecho con el que tal primer hecho tenga algún tipo de relación, se convierte en absoluto, y, por lo tanto, su existencia es imposible, al menos, en la naturaleza. Ni en la naturaleza, ni en el mundo, puede existir algo aislado. Existencia y aislamiento son términos contradictorios.

Por lo tanto, para que exista un hecho, han de existir, al menos dos, y, además, en una relación espaciotemporal, sea la que sea, pero en alguna. La unidad existencial mínima con respecto a los hechos necesariamente está constituida por, al menos, dos hechos y una relación entre ellos en un contexto espaciotemporal, ya fuera éste producto de los propios hechos ya fuera mero contexto de ellos.

Lógicamente, si para que exista un hecho ha de haber al menos dos en relación, eso significa que los hechos implicados en la existencia de uno de ellos, que es en la que nos fijamos, no pueden tener una relación de independencia entre sí. Es decir, esos dos hechos que constituyen la unidad existencial mínima para que exista uno de ellos, han de tener una relación y, por lo tanto, no pueden estar recíprocamente aislados, el uno del otro. Si estuvieran aislados el uno del otro, ninguno de ellos podría jugar el papel de contraparte en la existencia del otro y, por lo tanto, volverían a no existir ninguno de ellos, por simple aislamiento.

Si la expresión independencia utilizada, por ejemplo, por la mentalidad analítica de  Hume o de Wittgenstein, en el empirismo/positivismo, hiciera referencia a aislamiento de cada uno de los hechos, tal expresión estaría mal utilizada, pues ese supuesto aislamiento de los hechos entre sí, no definiría una relación de independencia sino una relación de dependencia, por la que si cada uno de los dos hechos estuviera aislado del otro y no hubiera nada más en el contexto, cada uno de ellos no podría existir, a causa directa del aislamiento recíproco.

Si dos cosas están aisladas la una de la otra y no hay nada más, ese aislamiento determinaría la inexistencia de ambas y, por lo tanto, habría una relación de dependencia en lo que a existencia se refiere.

Para que dos hechos o su existencia  fueran independientes entre sí, habrían de tener una relación pues, incluso, una relación de independencia existencial es una relación.

Considerar un hecho es, por lo tanto, caer en un absoluto, en su imposibilidad existencial y, por lo tanto, en la nada. Un hecho es nada.

Por lo tanto, ver un hecho es imposible, pero se dirá que uno se puede fijar en un hecho y que puede llegar a percibirlo y es cierto, pero la percepción implica, necesariamente, la existencia de un campo perceptivo que, al menos, se encuentre en el sistema de referencia interno del perceptor y, sólo al poner el hecho en relación con dicho sistema de referencia, es cuando puede ser percibido.

Ahora bien, eso no significa que el resto de hechos almacenados en el modelo teórico del perceptor, no existan fuera de tal modelo, en el mundo. Se dirige la atención sobre un hecho, de entre todos los que haya en el campo perceptivo, haciendo abstracción del resto. Estos son procesos perceptivos que hacen posible que, el hecho en cuestión, sea separado del resto y se considere como algo único, pero aislarlo perceptivamente no significa que el hecho sea algo aislado fuera del perceptor, en el mundo. La operación de la abstracción, que participa del conocimiento, no debe ser proyectada al mundo para acabar creyendo que el mundo es una colección inconexa de abstracciones.

También se alude, en plural, a los hechos. Por ejemplo, Hans Selye[i] escribe lo siguiente:

«Como dice Karl Popper, una ley de la Naturaleza no prescribe, sino que describe. Una ley de la sociedad ordena lo que podemos hacer o lo que no podemos hacer. Puede ser desobedecida, lo que es la única justificación para que se formule. Una ley de la Naturaleza, por otra parte, nos dice, simplemente, lo que sucede bajo unas condiciones determinadas (por ejemplo, el agua hierve a los 100 grados centígrados). En una determinada etapa de nuestros conocimientos puede ser falsamente formulada, pero no puede ser desobedecida. Los hechos científicos han sido denominados leyes porque en un principio fueron considerados como dictados por mandamientos divinos.» (p. 15)

Pasemos a analizar dicha cita.

En esta expresión, «lo que sucede bajo unas condiciones determinadas» es equivalente a los hechos científicos «denominados leyes», aunque denominados así ―parece que de modo incorrecto según Selye― por su consideración como dictados por mandamientos divinos.

Por otra parte, es curiosa la distinción aludida entre describir y prescribir. Se describe lo que sucede bajo unas condiciones determinadas pero, eso que se describe, es una determinación de hechos bajo unas ciertas condiciones y, por lo tanto, no es fácil distinguir entre esa determinación que es ley de naturaleza y la prescripción que ordena y determina una cosa.

Quizá se trate de descripciones de prescripciones naturales pues si tales hechos se produjeran de modo aleatorio, en vez de producirse unívocamente bajo determinadas condiciones, habría una nítida diferencia entre que estén prescritos (pre-escritos) o que no lo estén.

Es decir se podrían describir hechos no vinculados a diversas condiciones y hechos vinculados a ellas. En el primer caso se describen prescripciones y en el segundo meras contingencias. Es la diferencia entre necesidad y contingencia y la ciencia sólo parece avanzar en el descubrimiento de las leyes naturales estudiando relaciones necesarias.

¿Cómo se pueden definir los hechos y, por lo tanto, qué es lo que se deja fuera de tal definición? ¿Qué hay que no sean hechos?

Quizá la expresión de Selye que utiliza el verbo suceder para referirse a los hechos, “lo que sucede”, pueda aclarar algo el asunto.

El verbo suceder, en este ámbito, puede referirse a dos significados: como sinónimo de descender, proceder, provenir y, también, a efectuarse un hecho, acontecer, ocurrir.

Con el verbo acontecer, volvemos al mismo significado: suceder, efectuarse un hecho. El verbo ocurrir, se refiere a acaecer, acontecer, suceder una cosa. Efectuar, a su vez, consiste en “poner por obra, ejecutar una cosa” o “cumplirse, hacerse efectiva una cosa”.  En esta línea, cumplirse algo es verificarse, realizarse. Verificarse es realizarse o efectuarse.

Parece, por lo tanto, que, en todos los casos, los verbos suceder, ocurrir, efectuar, cumplir, verificar o realizar, etc. se refieren a hechos y, más genéricamente a cosas, aunque, en este caso, entendiendo cosas en el sentido de hechos. Una línea de significado parece derivar directamente de la existencia de algo y, la otra, como en el caso de efectuar, realizar, verificar, etc., remite a que los hechos son causados o producidos, es decir, a su naturaleza de consistir en efectos de causas que los producen.

Vistos los hechos como productos existentes de causas, o efectuados por ellas, la expresión de Selye, “lo que sucede bajo unas condiciones determinadas”, parece que en el fondo está tapando que eso que sucede bajo ciertas condiciones no es más que un efecto de tales condiciones, de causas que hay en ellas o que ellas transmiten.

No se puede obviar, por lo tanto, que además de hechos, hay causas o condiciones de los que son efecto, salvo que queramos creer que los hechos son entidades auto-creadas.

Además, los hechos, al menos una parte de ellos y, en general, tal como son los que la ciencia considera, se observan en un ámbito material, pero, no por ello, hay que concluir necesariamente que sus causas son materiales. Parecen efectos observados en la materia aunque no necesariamente, o totalmente, producidos por la materia.

Su cualidad de ser productos de causas, es decir, su carácter de ser efectos, podría abrir el interrogante de si solamente son efectos o si, también, pueden ser o intervenir como causas de otros hechos y si, en este caso, las relaciones causales hay que restringirlas al estricto plano de relaciones entre hechos. ¿Sólo los hechos causan hechos? ¿Son los hechos siempre efectos de otros hechos o pueden ser efectos de otras causas diferentes?

Ahora bien, antes de entrar en estas consideraciones, habría que intentar definir qué se entiende por hechos y qué no. Sabemos que tienen carácter de existentes y que tienen algo que ver con causas o efectos, pero, ¿qué es?

Parece que un hecho, tal como se desprende de su participación en algún modo de producción, también implica la referencia a un cambio. Parece que si nada cambia en un ámbito espacial, no cabría hablar de que ha ocurrido algún hecho. Si hay algún hecho es que hay algún cambio.

Cambiar, remite necesariamente a un proceso temporal, es decir, a que hay un antes y un después del cambio. Un hecho, por lo tanto, debe estar necesariamente en el espacio, como lugar material y en el tiempo o, al menos, referido a un antes y a un después.

Antes del hecho hay un cierto estado y, después del hecho, hay otro. Pero ¿qué es un estado?, ¿qué tipos de estados o estados de qué, hay?

Un estado es una  situación en que está una persona o cosa, y en especial cada uno de los sucesivos modos de ser de una persona o cosa sujeta a cambios que influyen en su condición.

Una situación, puede referirse a: Acción y efecto de situar o situarse. Disposición de una cosa respecto del lugar que ocupa. Estado o constitución de las cosas y personas, y, también, al conjunto de las realidades cósmicas, sociales e históricas en cuyo seno ha de ejecutar un hombre los actos de su existencia personal.

Por lo tanto, situación, alude, inequívocamente a una cuestión de orden, posición y lugar. Situar es “poner a una persona o cosa en determinado sitio o situación”.

De ahí que el cambio, como componente inherente del hecho, remite a un cambio de orden o de posición en el espacio. Si añadimos su componente causal, habría que decir que el hecho es producido o que es productor, o ambas cosas, del cambio en el orden o la posición en el espacio que había antes de que se produjera. Esto, por lo tanto, remite directamente a la noción de movimiento. Los hechos son movimientos.

Mover, por su parte, es hacer que un cuerpo deje el lugar o espacio que ocupa y pase a ocupar otro”, y el movimiento, que es la acción y efecto de mover o de moverse, es el “estado de los cuerpos mientras cambian de lugar o de posición.

Aunque deliberadamente he tratado de no mencionar a los objetos de cambios, hechos, movimientos, etc., tales objetos aparecen por todas partes. Cuerpos, lugares, personas, situaciones, estados, sitios, cosas, tiempo, etc., a las que, del modo más genérico posible se puede aludir como “cosas”, tienen algún papel fundamental con respecto a los hechos. Los hechos son movimientos de cosas que pueden tener o no relaciones de causalidad con otros hechos, aunque también pueden tener su origen en algo otro que no caiga bajo la denominación de hechos.

Parece lógico pensar que si las cosas no se movieran no habría hechos que estudiar ni agente que las pudiera estudiar, pero también parece lógico pensar que, los cambios de orden que son los movimientos, implican necesariamente que las cosas se mueven unas con respecto a otras y, por lo tanto, que una cosa aislada no puede tener movimiento alguno, es decir, no puede existir.

Un hecho, por lo tanto, implica dos o más cosas, cuyo orden espacial se modifica con respecto a un antes y un después.

Ahora bien, si un hecho se aísla de otros hechos, significa que antes de ese hecho todo estaba quieto y que después de ese hecho todo vuelve a estar quieto. Sería, sin duda, un hecho singular y único, es decir, solo, sin otro de su especie.  Extraordinario, raro o excelente. Sería algo particular en el sentido de propio y privativo de una cosa o que le pertenece con singularidad. Singular o individual, como contrapuesto a universal o general.

Tal hecho singular, solo podría darse si antes de él no hubiera nada en movimiento y después de él tampoco, lo cual lo convierte en absurdo.  Ni siquiera remite a un creacionismo, pues en ese caso antes del hecho no habría movimiento, pero después sí, por lo que el hecho no estaría aislado de otros hechos. Tampoco podría remitir a un hecho de destrucción absoluta pues, en ese caso, antes del hecho habría habido movimiento aunque después no lo hubiera, debido a la destrucción de todo, pero el hecho estaría en algún modo de relación con otros hechos anteriores.

El movimiento, que es algo inherente a la existencia de las cosas, no sólo es inherente, sino que es algo esencial de tal existencia. Sin movimiento no hay existencia. La existencia remite, por tanto, al continuo movimiento de todo cuanto hay. Todo se mueve continuamente y si dejara de moverse, dejaría de existir.

Un hecho no dejaría de ser, por tanto, una percepción fragmentada de algún movimiento de cosas o de algún segmento de su existencia pero jamás se puede introducir el prejuicio de que es algo aislado de otros hechos pues, en ese caso, no habría tal hecho. Los hechos tienen tanto en común entre ellos como es el movimiento inherente a todo cuanto existe. Además, lo que se mueve es algo, son cosas, unas con respecto a otras, y eso ocurre en secuencia temporal y con carácter espacial.

Ahora bien, ¿se puede estudiar el movimiento sin estudiar aquello que se mueve? Parece que eso no se puede hacer, ni siquiera en la física más elemental. Las cosas se mueven habiendo algo en ellas o en las cosas relacionadas con ellas, que condicionan o causan su movimiento y además, sólo cabe hablar de movimiento si unas cambian de posición con respecto a otras. Las cosas son cosas no entelequias y, además, ocupan lugares respectivos. No sólo eso, las partes de que constan las cosas también están en movimiento dentro del lugar en que, en ese caso, consiste la propia cosa. Sus estados internos son tan dignos de estudio como las situaciones exteriores que ocupen con respecto a otras cosas. Es decir, hay hechos dentro de las cosas y hay hechos entre las cosas.

Los movimientos de las cosas, además, no son “meros movimientos” de las cosas, es decir, los cambios de las relaciones de orden espacial entre ellas en que se concreta el movimiento, no son las únicas relaciones entre las cosas. El movimiento no cabe reducirlo a los meros cambios de posición en el orden de las cosas. La física ha demostrado la necesidad de la aplicación de fuerzas para que algo cambie de posición o modifique su movimiento uniforme. Detrás de los hechos hay fuerzas que causan esos hechos.

Además, no sólo se mueven o son movidas las cosas, sino que esto ocurre bajo lo que se podrían denominar criterios de orden o criterios de determinación.

La noción de orden carece de sentido aplicada a una cosa singular aislada, lo cual no tiene importancia, pues eso no puede existir. Adquiere sentido cuando hay una pluralidad de cosas o elementos en un sistema de relaciones que posee más o menos orden. También lo adquiere en el ámbito de la información cuando la hay en contraposición a cuando no la hay y, obviamente en las condiciones intermedias en que haya más o menos información.

Ahora bien, la información, considerada abstraída de algo otro, carece de sentido. Carece de significado cuando no está íntimamente relacionada con algo. No se puede separar de aquello de lo que informa o de aquello (a lo) que informa. Es, inherentemente, algo de naturaleza relacional y remite a la cuestión del orden.

En cuanto a la anterior cita de Selye, hay que hacer notar que la información tiene dos funciones básicas: describir y prescribir. La información no solamente sirve para describir cosas sino, también, para prescribirlas o determinarlas. Es decir no sólo sirve para representar orden, sino, también, para dotar de orden a algo. Informar, no se debe olvidar, es dar forma.

Se puede dar forma a algo o a alguien, como cuando se educa a un niño y, además, también se informa cuando se le comunica a alguien alguna noticia. En el primer caso hay que señalar la función prescriptiva, mientras, en el otro, la función descriptiva. En la educación se da forma al niño, en el de la simple comunicación se muestra una forma a un agente acerca de algo. En el primer caso actúa como determinante funcional mientras, en el otro, es una ampliación del conocimiento de quien la recibe.

Los hechos, en tanto movimientos y, consecuentemente, como cambios de orden de las cosas, elementos, etc., no son ajenos, en absoluto a la información. Todo lo contrario, sólo pueden ser entendidos en tanto vinculados a ésta y no sólo entendida como algo de lo que el hombre dispone para describir o prescribir, sino entendida de un modo que ni siquiera requiere de una mirada antropológica.

La materia y la información están tan estrechamente vinculadas, y ambas son tan reales, que ningún hecho podría ocurrir ni podría ser concebido sin la conjunción de ambos factores. La información no es algo exclusivo del hombre, sino que forma parte integrante de la naturaleza y de la realidad. Las cosas se componen de masa e información. Los hechos, en tanto movimientos de cosas, también. Luego volveré sobre este punto.

Los hechos, en tanto movimientos respectivos de cosas, podrían implicar, o no, a las mismas cosas a lo largo de todo el tiempo que dure el hecho contemplado, o podrían consistir en movimientos de orden a lo largo del tiempo, de forma que en unas fases haya unas cosas implicadas y en otras, otras distintas o algunas más o menos de las que había en el inicio considerado. Depende de qué hecho se considere.

Por ejemplo, si se ve la Revolución Francesa como un hecho histórico, es evidente que las personas vivas en 1789 en Francia con las que empezó esa revolución no eran las mismas, que las personas vivas que había al término de la misma, en 1804 (la fecha exacta de su terminación, también depende de quién especifique tal hecho). La guillotina era un invento que no existía, al menos institucionalmente, antes de la revolución y que se introdujo a lo largo de ella, etc. En ese hecho de la revolución hay cambios notables de las cosas y de los entes presentes a lo largo de él.

Sin embargo, si se considera el hecho de que el agua hierve al poner su temperatura por encima de 100 grados centígrados, en tal hecho no hay cambios de cosas salvo la aplicación de calor exterior al recipiente de agua y, al mismo agua, pero no se le añade a ese agua, nada que no sea energía. Son las mismas moléculas en distintos niveles de energía.

En principio, si en la consideración de un hecho hay un conjunto constante de las cosas implicadas o si cabe, bajo esa misma denominación, el cambio de las cosas, o de una parte de ellas, sin que haya que cambiar de hecho, es algo a discutir.

Y tan discutible parece ser que la extracción de un hecho para su observación parece depender más del agente que lo extrae, que de la natural exposición de ese hecho como manifestación acotada por aquello de donde salgan los datos.

Por ejemplo, en mi opinión, sería algo más comprensible considerar la Revolución Francesa desde, aproximadamente, 1756 hasta, por lo menos, 1850, si bien, de entre los diferentes historiadores que la tratan, sin duda, hay mayoría que prefieren considerarla desde 1789 hasta 1804, fecha en la que se coronó Napoleón como emperador.

Ahora bien, dado que la constitución de EEUU se promulgó en 1787 y parece haber conexiones dignas de estudio entre lo ocurrido en esa parte de América desde 1756 y lo ocurrido, después, en Francia hasta 1804 y, quizá, hasta mucho después, parece que, en este caso, la mayoría prefiere considerar hechos distintos, lo ocurrido en América y lo ocurrido en Francia, por un cambio de escenario geográfico o político, aunque hubiera una lógica de continuidad, por ejemplo, de tipo causal, en los sucesivos movimientos ocurridos.

La acotación de hechos por razones espaciotemporales, o por los agentes o cosas implicados, o por otras determinaciones, parece que, en general, tiene más que ver con la teoría del observador que con lo observado. Lo cual no es que esté mal, pero, en ese caso, no se podrá decir que los hechos vienen dados por lo estudiado pues, los datos que ofrece el objeto estudiado no vienen organizados, necesariamente, en forma de hechos, tal como los parecen dar a entender, por ejemplo, Popper o Selye.

Con respecto a lo que sucede bajo unas condiciones determinadas, hay que preguntarse de qué se tratan estos tres términos: a) Bajo, b) Condiciones, y c) Determinadas.

Desechando la remotísima posibilidad de que, en este caso, bajo se refiera a un lugar en el espacio en el que suceda algo, bajo indica, invariablemente sometimiento a algo, ya sea a algo de donde procede lo que sucede o a algo que sencillamente lo determina.

Condiciones pueden referirse a situaciones o circunstancias indispensables para la existencia de otras, o a las circunstancias que afectan a un proceso o a un estado de cosas o personas, aunque, también podría indicar “Índole, naturaleza o propiedad de las cosas” o referirse a aptitudes o disposiciones.

Como el término determinadas se aplica a las condiciones bajo las que se producen los hechos, el significado de tal término tiene que referirse necesariamente a fijar los términos de esas condiciones o a discernirlos. A su especificación o delimitación, es decir a fijarlos o determinarlos de modo preciso.

Así, el hecho es lo que sucede en tanto está sometido a condiciones precisas.  Hay, por lo tanto, una conexión causal, aunque se mantenga más o menos encubierta, entre las circunstancias y el hecho que, intuitivamente, se considera efecto de ellas.

Precisar las condiciones, parecería, a primera vista, un cierto rigorismo en su enunciación o una producción artificial de las mismas, si se trata de un planteamiento experimental.

¿De qué condiciones hablamos? Por ejemplo, cuando Selye dice que “el agua hierve a los 100 grados centígrados”, parece que no completa la especificación de las condiciones a las que hierve el agua. Dado que la presión atmosférica influye, muy significativamente en la temperatura, quizá tendría que haber dicho que “el agua hierve a los 100 grados centígrados a nivel del mar, o bajo una presión atmosférica concreta, pues varía, si varía la presión. Pero, ¿el agua, pura, es decir H2O, o el agua más otros diversos aditivos que frecuentemente se encuentran disueltos en ella?

Habrá que decir si es agua pura o no, y en el segundo caso, hacer una larga serie de especificaciones con las sustancias incluidas y las excluidas, pues el hervor del agua con o sin componentes disueltos, también depende de eso. Además de la presión, es determinante la condición del volumen, debido a la conocida ley de Boyle-Mariotte, en la que se especifica que PxV/T= cte. Pero, también habrá que especificar, a su vez, de qué otras condiciones anteriores dependen todas esas condiciones inmediatas que afectan a la temperatura a la que el agua pasa del estado líquido a vapor. Tiene que haber agua, energía, que la tierra y el sol se sigan encontrando a una determinada distancia para que pueda hacerse la verificación,…, en fin, parece que habría muchas condiciones universales necesarias para que tal expresión cobre sentido, aunque las mismas puedan darse por supuesto y no se incluyen entre las condiciones habitualmente especificadas.

Quizá en un hecho tan simple como el expuesto, no se note tanto la gran cantidad de condiciones bajo las que se produce, y, ni siquiera, habría que llegar hasta la complejidad de los hechos relacionados con el hombre, para encontrar condiciones bastante más complejas de lo que parece, y hechos mucho más diversos a considerar.

La elección del hecho a estudiar es algo que no tiene una explicación sencilla. Por ejemplo, una razón puede ser que un hecho se puede estudiar debido a su relativa sencillez, como, por ejemplo, una respuesta de un grupo ante algo, pero, otro, como pueda ser la respuesta individual, se considera que no, debido a su mayor complejidad. También puede ser que algo se quiera averiguar y otras explicaciones de otros hechos, no.

Es obvio, que si luego se confunde el hecho con el establecimiento de una ley descriptiva, y no se especifica que el hecho estudiado es grupal y no individual, quien no sea un experto en el asunto podrá creer que esa ley es universal y que incluiría, por tanto, no sólo la media de un hecho sino a los hechos individuales, lo cual no tendría por qué ser cierto.

Si comparamos esto con el hecho del hervor del agua, en ese caso, no habría que hacer distinciones entre diferentes porciones individuales de agua, con respecto al agua, en general, ya que la molécula del agua es independiente de la cantidad de ellas que contenga el volumen estudiado. Se podría decir, resumiendo mucho, lo que dice Selye de que el agua hierve a 100º centígrados, pero no se podría decir, por ejemplo,  que la rata responda con una tasa determinada de respuesta ante determinado estímulo, pues ocurre que unas ratas sí y otras, no.

Parece que, a medida que se complica el sujeto de estudio, es decir, cuanto más complejos son los objetos o las cosas a cuyo movimiento se especifica como “el hecho”, tanto más se complica el estudio del hecho en cuestión y, la cantidad de condiciones a considerar aumenta en progresión geométrica. Parece, por tanto, que no habría que fijarse sólo en el movimiento de las cosas, sino, también, en las propias cosas que participan o efectúan el movimiento.

Si las cosas son tan complejas como los propios humanos, las condiciones a considerar para explicar los hechos en los que participan, adquieren un rango al que quizá el nombre de condiciones, en tanto sinónimo de circunstancias, parece quedarle muy corto, y eso podría llevar a tratar de encajar los hechos humanos en un modelo tan reducido como el que se tiene en cuenta, no ya para la rata, sino incluso para el agua. Obviamente, no hay que olvidar que se trata de condiciones descritas y, también, prescritas, si es que se experimenta intencionalmente con él.

Así, habría muy poco del hombre, de su historia, de sus grandes agrupaciones poblacionales, de sus instituciones, etc.,  que cupiese en ese modo de hacer ciencia. La simplificación es algo extremadamente peligroso.

No olvidemos que el término estado también se refiere a Conjunto de las realidades cósmicas, sociales e históricas en cuyo seno ha de ejecutar un hombre los actos de su existencia personal.

Este enfoque parecería algo más adecuado, si se quiere entender a los seres humanos, que el que se adopta acerca de las condiciones especificadas para el hervor del agua.

Una perspectiva de este tipo pone de relieve la posibilidad de considerar otro asunto de gran relevancia. Se trata de los planos de los hechos y sus posibles relaciones de inclusión o solapamiento.

Anteriormente decía que el segmento temporal o la demarcación espacial podían ser asuntos decisivos que intervinieran en la definición de los hechos. Incluso existe la posibilidad de que una secuencia de hechos pudiera considerarse como hechos distintos o como fragmentos más simples de un mismo hecho.

Ahora, además, lo que hay que plantearse es la posible composición de un “gran” hecho no ya por hechos o fragmentos sucesivos de él, es decir, temporalmente sucesivos, sino simultáneos. ¿Puede venir dada la delimitación de un hecho por la inclusión en él de otros hechos, ya sean estos simultáneos o sucesivos?, ¿se pueden incluir unos hechos en otros?

En el ejemplo de la Revolución Francesa, considerada como un hecho o acontecimiento histórico (formas sinónimas, derivadas de acontecer, suceder, etc.), se pueden identificar una multitud de hechos que vienen a completar el hecho total único de la revolución.

Si consideramos algunos hechos secuenciados, tenemos, por ejemplo:

  • Reunión de Luis XVI de los Estados Generales para pedir ayuda ante las dificultades financieras del reino y su constitución en asamblea.
  • Declaración de derechos del hombre y del ciudadano por la que el rey ya no es soberano, recayendo la soberanía en la nación.
  • Proclamación de la Constitución de 1791 que incorpora la declaración de los derechos del hombre con la distribución de poder entre la Corona y la Asamblea.
  • La Asamblea depone al rey Luis XVI.
  • La Asamblea pasa a ser la Convención Se promulga la Constitución republicana.
  • Toma del poder por Robespierre, etc.

Por otro lado, ¿qué otros hechos ocurren simultáneamente dentro de todos y cada uno de esos hechos, que, a su vez, están incluidos dentro del hecho de la Revolución?

Por ejemplo, los jacobinos pasan a dominar la Convención que condena a muerte al rey Luis XVI, Robespierre ordena la ejecución pública mediante la guillotina a unas 35.000 personas en dos años, Joseph Fouché impone una brutal tiranía en la ciudad de Lyon, etc.

A su vez, cada uno de los hechos de este plano anterior, está compuesto de muchos más hechos, como, por ejemplo que Fouché hace un discurso radicalmente comunista, que celebra misas negras, que asesina a ciudadanos atándolos de cincuenta en cincuenta y disparando cañonazos contra ellos, que cada uno de esos ciudadanos son detenidos y encarcelados previamente, etc.

Por debajo de ese plano, tenemos los modos particulares en que cada ciudadano es detenido, como se interrumpe su vida, si les da tiempo, o no a despedirse de sus familias, etc. Todavía más abajo, tenemos acciones insertas en las vidas cotidianas de los individuos, etc.

Bajo eso, aún tenemos, por ejemplo, que la esposa de Fouché pusiera a hervir agua, y, obviamente, que el agua de aquella olla hirvió a unos 100º centígrados.

¿Hay algo más bajo este plano de hechos? Sin duda, la elevación del movimiento vibratorio de las moléculas de agua, el calentamiento de las paredes de la propia olla, etc.

Dicho esto, cualquiera puede darse cuenta de que mientras se calienta la pared de aquella olla, pasa todo lo demás correlativo, en los sucesivos planos de hechos considerados, incluyendo, por ejemplo, el regicidio de  Luis XVI o una reunión de la Convención en la que se condena a muerte a un conjunto de ciudadanos, o cualquier otro evento de los muchos que se puedan considerar.

Esto ocurre si descendemos desde un gran hecho como es la Revolución Francesa, hacia hechos de menor amplitud contenidos en ella, pero, ¿acaso no se puede hacer lo mismo, partiendo de ese hecho, en una progresión ascendente?

Parece obvio que se puede afirmar que la Revolución Francesa es un hecho que se puede incluir dentro del movimiento general del liberalismo, parejo a otros hechos similares, por lo cual, se suele denominar desde la perspectiva comunista como una revolución “burguesa”. Quizá las “revoluciones burguesas” se puedan incluir dentro de un movimiento mucho más general, como puede ser el anti-tradicionalismo, etc.

No pretendo afirmar que estas inclusiones de unos hechos dentro de otros hayan de ser necesariamente como digo en este ejemplo, lo que afirmo es que sean éstos o sean otros los modos en que unos hechos están incluidos en otros, lo cierto es que hay relaciones de inclusión entre diferentes hechos.

Los hechos, no sólo no están aislados, porque haya hechos anteriores y posteriores a cualquiera de ellos sino que, también, hay hechos por encima y por debajo de cualquiera de ellos.

Ahora bien, ¿qué significan las expresiones “por encima” y “por debajo”? Aunque pudieran tener más significados, ahora sólo me refiero a aquel por el que unos están dentro de, o formando parte de, otros.

Por otro lado, no parece evidente ningún criterio por el que se sepa con seguridad si un hecho debe considerarse incluido, o no, dentro de otro hecho especificado. Por ejemplo, parece claro que el regicidio de Luis XVI y de su esposa María Antonieta, forman parte del hecho de la Revolución Francesa. Pero, ¿forma parte de la Revolución Francesa el hecho de que la esposa de Fouché pusiera agua a hervir mientras su marido asesinaba a los resistentes?

A esta pregunta parece lógico responder negativamente. Se dirá que ese hecho de poner agua a hervir no tiene nada que ver con el cambio de régimen político en Francia. Pero, ¿sabemos con certeza qué significa “tener que ver” y podemos saber con exactitud qué tiene y qué no tiene que ver un fragmento de un hecho con el hecho considerado? Todavía más, ¿cómo saber si un hecho tiene, o no tiene, algo que ver con otro hecho?

“Tener que ver” es equivalente a “tener relación”. Por lo tanto, habría que averiguar si un hecho tiene relación con otro o no la tiene y, además, en caso afirmativo, qué tipo de relación hay, pues podrán tener una mera relación de simultaneidad, o de tipo causal o de necesidad de uno para la ocurrencia del otro, etc.

¿Está relacionado el hecho de que la esposa de Fouché hirviera agua, con la Revolución Francesa? Parece evidente que, en ese caso no. Pero, ¿y si la que hirviera el agua fuera una mujer de las masas agitadas por los revolucionarios para que alguien pudiera lanzar ese agua hirviendo sobre algún enemigo de la revolución o, por ejemplo, que pretendiéndolo, no la pudiera poner a hervir por falta de combustible, debido a la escasez de recursos materiales y energéticos que había en Francia en esa época? ¿Tendría ese pequeño hecho algo que ver con la Revolución? En ese caso podría ser que sí.

No parece, por tanto, que sea el “tamaño” del hecho considerado, lo que determine si tiene o no tiene relación con otro hecho “mayor”, sino su participación en la constitución de ese hecho mayor, es decir, que se pueda considerar en tanto, formando parte de un hecho mayor.

No obstante, el modo de formar parte del hecho “mayor”, también podría considerarse en diferentes modos en los que forme parte. Un hecho menor puede ser necesario, pero no suficiente, para que ocurra un hecho mayor, puede ser necesario y suficiente, puede ser innecesario pero ser, a su vez, producto, del hecho mayor, producto necesario, producto en que el hecho mayor sea indispensable, o no, etc.

Las relaciones entre el gran hecho considerado y los hechos menores que formen parte de él, pueden ser de muchos tipos, pero el criterio por el que se afirma o se niega que formen parte de él, aun no queda nada claro, precisamente debido a que el todo y las partes pueden tener muchos modos de relación e incluso, habría que descartar que el hecho menor formara parte de otro hecho mayor diferente, al de, por ejemplo, la Revolución, o quizá no.

¿Puede, un hecho menor, formar parte simultánea de diversos hechos mayores, o sólo puede formar parte de un solo hecho mayor?

Por ejemplo, la coronación de Napoleón como emperador de Francia, ¿tiene relación con la Revolución Francesa? Parece obvio que sí, aunque sólo fuera por el hecho de que sin la Revolución precedente, es extremadamente improbable (es decir, imposible, con un pequeño margen de error potencial en tal afirmación) que tal coronación se hubiera producido. Pero, a su vez, ¿la coronación napoleónica, tiene algo que ver con la guerra de la independencia española para expulsar a los invasores napoleónicos de la península ibérica?

Resulta evidente que también tiene relación, pues si no hubiera sido coronado emperador, tal invasión es extremadamente improbable (es decir, imposible…) que se hubiera producido. En consecuencia, ese hecho menor de la coronación se puede considerar, con bastante acierto, que forma parte de otros hechos mayores que él y, por supuesto, no sólo de los dos apuntados.

Entonces, ¿dónde poner el límite de la participación de un hecho en otros mayores que él? ¿Acaso podría afirmar que la coronación de Napoleón como emperador francés, forma parte de la historia universal? Por supuesto, esta afirmación es cierta.

Se hace muy difícil, a simple vista, que ver hechos como entidades perfectamente definidas en su amplitud y en su participación no sólo puede resultar imposible sino, además, tremendamente erróneo. Esto último, ¿por qué? Si me obstino en percibir la coronación de Napoleón como un hecho aislado, no puedo entender otros muchos hechos.

Si me obstino en verlo sólo como la parte final de la Revolución, no entenderé lo que hizo contra España y otros muchos países europeos y las enormes consecuencias que devinieron de eso. Habré de admitir que ese hecho forma parte de otros muchos y que, otros muchos, forman parte de él.

Ahora bien, sabiendo esto, ¿puedo dedicarme a estudiar una parte de esos hechos, o, incluso, uno sólo de ellos, de los que forma parte? Sin duda, puedo fijarme en lo que más oportuno me parezca estudiar, pero no podré afirmar que eso es todo, pues dañaría radicalmente el estudio de un conjunto enorme de otras posibles participaciones del hecho.

Ahora bien, ¿hay que estudiar ese hecho o fijarse en él, de igual modo, puesto en relación con uno de los hechos mayores a los que pertenezca, que si se estudia puesto en relación con otro? No parece que esto se pueda sostener de forma universal.

Para estudiar la participación de un hecho menor en uno mayor, el observador ha de tener o producir un modelo teórico del hecho mayor, del hecho menor, de otros hechos menores relacionados, etc., y la perspectiva resultante parece inevitablemente diferente, dependiendo, al menos del hecho mayor en el que se inserte.

Ver la coronación de Napoleón como parte final de la revolución Francesa a diferencia de verlo como el inicio de las guerras napoleónicas en Europa, necesariamente puede hacerse, al menos,  bajo dos perspectivas distintas.

La primera, es la de la Revolución, la segunda es la de las Guerras Napoleónicas, las posteriores revoluciones europeas, la independencia de las colonias españolas en América, etc. Sin duda, también podré verlo como parte de ambos enfoques y disponer de un modelo teórico que incluya el antes y el después de dicha coronación y, si se me fuerza, del amplio conjunto de la historia de nuestra era. Ahora bien, el modo de verlo, dependiendo del modelo que se adopte, aportará unos significados u otros a la comprensión del hecho. Un hecho, tomado de forma aislada, no significa nada. Lo que signifique vendrá dado por aquello otro con lo que se ponga en relación.

Por otro lado, hay otras dos facetas a considerar en el ámbito de los hechos. Se refiere a la perspectiva interior y a la perspectiva exterior que se adopte con respecto al hecho, y, también, si lo que se considera en el estudio del hecho es sólo lo directamente observable o si se consideran, también, factores inobservables.

Por ejemplo, cuando Fouché ejerció de maestro mientras fue fraile en la época monárquica, dijera lo que dijera a sus alumnos, quizá no fuera un buen material para saber sus inclinaciones, como las que mostró en su cometido de Lyon. Pero, ¿la gente tiene inclinaciones o solamente hay hechos “objetivos”?

El término voluntad, por ejemplo, como cuando se usa en la expresión “la voluntad del pueblo”, ¿es un hecho o no es un hecho? O, en el ejemplo de Fouché, la pasión con que ejerció su cometido en Lyon, ¿es o no es un hecho? O este tipo de afirmaciones acerca de voluntades, tendencias, etc., ¿sólo forman parte de hechos, sin llegar a constituirlos?, o ¿son meras invenciones, dado que no pueden surgir de datos directos de su existencia?

Pudiera ser que, en la reiterada cita de Selye, este tipo de asuntos, como la energía, la fuerza, la tendencia, la voluntad, etc., todos ellos, no directamente observables, formaran parte de las condiciones bajo las que se producen los hechos, o no, o ser mera invención, o resulten innecesarios y los hechos se expliquen de otra manera.

La cuestión es si hay elementos interiores a los hechos observados que son inobservables directamente, y, a lo más que se pueda llegar, sea a saber que son necesarios para explicar lo hechos, o sea que no hay tales elementos o, sí los hay pero resultan inobservables, o por último, si el estudio de los hechos puede hacerse suprimiendo tales elementos, sin que la explicación del hecho se vea menoscabada.

Por ejemplo, la voluntad del individuo supuestamente implicada en un hecho, ¿existe o no existe?, en tanto no puede ser directamente observada, ¿se puede llegar a conocer por la razón o no?, ¿se puede suprimir en la explicación del hecho y dar otra explicación que no la incluya, sin que la explicación del hecho quede distorsionada?

Estas preguntas, no hay que restringirlas a aspectos como la voluntad, etc., que serían interiores al individuo, sino que serían de aplicación, como decía, a otros elementos, también inobservables directamente, como fuerzas, energía, campo físico electromagnético, etc.

El estudio de los hechos, en tanto tales hechos, excluye todo cuanto no sea directamente observable. De ahí que si hubiera factores inobservables que, por ejemplo, a modo de partícipes de las condiciones bajo las que se producen los hechos, fueran necesarios para describir, entender o explicar los hechos observables y los negáramos, ¿qué consecuencias tendría esta postura sobre nuestro conocimiento de los hechos?

Por otro lado, ¿qué consecuencias tendría, afirmar que existen y, por lo tanto afirmarlos como participantes en la producción de hechos, en el caso de que no fuera cierta su existencia?

¿Qué pasaría si, sabiendo y admitiendo que existen, nos negáramos a considerarlos como partícipes en la producción de los hechos, por afirmar que son inobservables, y nos viéramos forzados a explicar los hechos sin tomarlos en consideración?

Por ejemplo, si se trata de una fuerza física, se puede:

  1. Negar que exista: “las fuerzas físicas no existen y, por lo tanto no quedan incluidas en la explicación de hechos”.
  2. Saber que existe pero negar su papel en la explicación de los hechos, debido a su naturaleza inobservable: “las fuerzas físicas existen, pero no están incluidas en la explicación de hechos por resultar directamente inobservables”.
  3. Saber que existe e incluirla en las explicaciones de los hechos aunque sea directamente inobservable: “las fuerzas físicas existen y, aunque sean directamente inobservables, es necesario incluirlas en las explicaciones de hechos”.

Habría una cuarta postura al respecto que, no por parecer más absurda que alguna de las anteriores, debe pasar inadvertida:

  1. “Las fuerzas físicas no existen pero quedan incluidas en la explicación de hechos”.

La cuestión de la observabilidad, o no, de hechos o condiciones parece haber sido determinante en la formulación de diversas posturas acerca de si un saber es, o no es, científico, lo cual no deja de ser algo, en cierto modo, sorprendente, en especial en lo que se refiere a la arbitrariedad con que tal criterio ha podido ser aplicado.

Puede ser considerado inobservable por un agente exterior al hecho:

  • Todo lo que no ofrece datos directos de su existencia.
  • Todo lo que un humano haga en privado.
  • Todo lo que no ocurre en el presente estricto de la observación.
  • Todo lo que el agente exterior no pueda percibir, a causa de sus propias limitaciones, en especial, de las limitaciones de su modelo teórico de referencia.
  • Todo lo que se oculte eficaz y deliberadamente al potencial observador.
  • Un hecho demasiado grande o demasiado pequeño para su capacidad perceptiva, o que dure más tiempo que su propia vida o menos de lo que sería necesario para notarlo.
  • Todo a lo que no sean sensibles los órganos sensoriales humanos o sus aparatos de observación…

Lo no observado, cuya existencia se sabe o se supone, necesariamente es inferido a partir de datos que no informan directamente de su existencia. Hay que aclarar que “directamente” se refiere a lo que es notado en sí, sin intermediación, en especial a que no sea inferido desde sus supuestos efectos o consecuencias.

Parece que el rigor de este criterio aplicado en la ciencia, siendo muy desigual, persigue el objetivo de garantizar que no se afirme la existencia de algo que no existe, aunque no parece equilibrar la reducción de ese tipo de error, mediante la equivalente reducción de su contrario, que consiste en afirmar que algo no existe cuando sí existe.

En tal sentido, es bastante obvia la proclividad a que se evite la afirmación de la existencia de algo, cuando no existe, sin que se ponga el mismo esmero en evitar que se niegue la existencia de algo cuando, efectivamente, existe. Sin embargo, ambos tipos de errores pueden conducir a similares distorsiones que afecten negativamente al conocimiento, e, incluso, quizá pudieran ser más graves los implicados en la negación de la existencia de verdaderos existentes.

En este orden de cosas y, recordando el análisis efectuado unas líneas más arriba, acerca de la magnitud de los hechos y la inclusión de unos hechos en otros, parecería inevitable llegar a la conclusión de que, por mera observación y sin especificar quien sea el observador, no se podría llegar a saber ni siquiera que la Revolución Francesa fuera una revolución.

No es un hecho que se pueda observar directamente, ni por quienes vivieran durante su ocurrencia, ni, por supuesto, por quienes vivimos después. Entonces observarían gentes matando a otras gentes, cabezas separadas de los troncos, movimientos de masas de población, hambre, individuos emitiendo discursos, etc., pero, obviamente, la revolución, en sí, ni fue ni es observable. No obstante, no creo que nadie dude cabalmente de que la Revolución Francesa es un hecho histórico que ocurrió y que alteró significativamente el curso esperable de la historia.

Pensemos que este criterio observacional es de aplicación tanto a los hechos como a las condiciones bajo las que se producen. Como decía antes, bajo indica, invariablemente sometimiento a algo, ya sea a algo de donde procede lo que sucede, o a algo que, sencillamente, lo determina. Por lo tanto, la observabilidad también es requisito en lo que respecta a la procedencia, al sujeto al que se someten, o a los determinantes implicados en la producción de los hechos.

La purga terminológica efectuada por el neo-positivismo, al acotar el campo de los signos lingüísticos válidos a aquellos que, en su opinión, significaban hechos, en detrimento de los que, en su misma opinión, no significaban nada, contribuyó fuertemente, con Wittgenstein y Carnap a la cabeza, a causar descrédito no sólo sobre los signos “no científicos” sino, también, sobre quienes usaran el lenguaje natural y no se restringieran al uso de una jerga.

Así, la palabra hecho parece añadir un significado algo diferente a todo cuanto no sea un “hecho”, que se sumaría al significado al que se refiera la descripción del mismo hecho.

Un hecho, no sólo indica, por ejemplo, que alguien ha muerto en una guerra, sino, además, que eso lleva el certificado de que es así y que, otras cosas, no llevan tal certificado. Es como si se dijera que sólo los hechos son algo indudable y que, todo lo demás, está bañado por la sombra de la duda. Esto se incluye en el lenguaje, cuando se dice, por ejemplo “Es un hecho que Fulano murió en las Ardenas”. Parece que si sólo se dijera “Fulano murió en las Ardenas”, se dijera menos o con menos certeza, que si se añade que aquello ha alcanzado la categoría de “un hecho”.

La expresión “dar algo por hecho” significa, inequívocamente, que alguien da por cierta la existencia de algo, ya sea, pasada, actual o futura. En tal sentido parece que la palabra hecho se ha convertido en un sinónimo de verdad.

Los hechos, parecen haberse elevado a las alturas del Olimpo mientras, todo cuanto no sea un hecho, parece haberse pasado a enterrar en las oscuras ciénagas de la inexistencia.

Poner todo el conocimiento humano a su exclusivo servicio y poner todo el empeño de la acción en su ocurrencia o en la evitación de la misma, parece aportar una posición al hombre que previamente no había tenido.

Reducir al hombre a estar al servicio de los hechos, en toda su actividad funcional, e incluso reducir al hombre mismo a meros hechos, les aporta una primacía que, como poco, distorsiona la percepción de la realidad.

El conocimiento de las cosas y del hombre, la conciencia subsiguiente a tal conocimiento, servir a principios que, colateralmente, puedan producir, o no, hechos, etc., es una perspectiva muy distinta.

Por ejemplo, un hombre y una mujer pueden amarse y mantener relaciones sexuales de las que se produzca, colateralmente y sin pretenderlo, el nacimiento de un bebé.

En este caso, ¿lo importante son los hechos o lo importante es el amor, el niño, los amantes, la trascendencia, la contribución a la vida, etc.? No es que los hechos no sean importantes, pero lo son, a menudo, en mucha mayor medida, los agentes de los hechos, los principios que los gobiernan, las cosas que se mueven, los motivos de quienes los efectúan, el origen de los mismos, las relaciones entre diferentes entes, etc.

 

[i] SELYE, HANS; Tensión sin angustia; trad. Guillermo Solana Alonso del original Stress without Distress; Ediciones GUADARRAMA, S.A., Madrid, 1975

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