Blog de Carlos J. García

¿Por qué nos gritan en los mítines?

En contra de toda evidencia científica, del sentido común, del rigor lógico y de la seriedad epistemológica más elemental, las puntas de lanza ideológicas de mayor prestigio cognoscitivo, coreadas por el poder mediático, persisten en sostener la peregrina idea de que somos mera materia orgánica, de diseño genético, y gobierno neuronal de la conducta, ya sea normal o anormal.

No obstante, la gente que acude a los mítines que montan las puntas de lanza políticas ―esas mismas que darán miles y miles de millones de dinero público para que vivan quienes postulan la absurda idea anterior― se ve sometida a un bombardeo de emisiones verbales que oscilan entre los gritos enardecidos, los susurros poéticos y los razonamientos de academia, con la pretensión de que, oído tal discurso, crean en el orador y acudan dócilmente a la urna que les corresponda a darle su respaldo en forma de papeleta.

Tales acontecimientos, se tornan acuciantes para ellos, cuando han de convencer a los que se encuentran en el penoso trance de la indecisión en la fase final de las campañas.

Es así que, el indeciso acude a escuchar a una o más de las partes interesadas de la liza política, sumiéndose en un escenario en el que todo está preparado por alguna de las partes para llevarle al huerto o a la urna, para dar un voto, o, tal vez, metafóricamente hablando, un cheque en blanco.

Dados estos dos ámbitos, tan manifiestamente opuestos, el primero de la defensa a ultranza de que nos rige la fisiología de un ganglio cerebral, y, el segundo, empeñado en actuar creyendo firmemente que la conducta humana se determina por las creencias que se encuentren albergadas en esa misma materia cerebral, lo esperable sería que la indecisión radical de cualquier persona, consistiera en inclinarse por creer que es un simple entramado de materia neural, o, por el contrario creer que es simple materia prima, a la que se dota de forma para que actúe bajo instrucciones programadas.

Tal vez, el problema mayor radique en que la población esté tan acostumbrada a la exposición fenoménica de tesis contradictorias, que conviva con ellas sin darse cuenta, o que descarte alguno de los polos de las mismas, también, de manera inconsciente.

Si uno va al psiquiatra, lo más probable es que se le considere materia neural, y, si uno va a un mitin político, lo esperable es que se le considere materia prima. No obstante, esta última opción, es más prometedora que la primera, pues, al menos, toma en consideración la posibilidad de que nos rijan creencias, en vez de procesos fisicoquímicos.

Otro asunto es que, aquellos que organizan los mítines, parecen saber bastante de las técnicas que hay que emplear para tratar de generar las creencias, que a ellos les convienen, en los auditorios.

Una primera cuestión consiste en decir en alto lo que hay que hacer creer, y no decir nada que oscurezca el mensaje. Es decir, no vale hacer análisis complejos, para gente que estuviera dotada de inteligencia, para seguir exposiciones complejas de asuntos que son complejos. La simplicidad y, por tanto, el eslogan, es clave del mensaje.

En segundo lugar hay que repetirlo muchas veces, siguiendo la tesis del nacionalsocialismo de que cualquier cosa que se diga, repetida mil veces, se convierte en verdad, pero, además, si se dice a voz en grito, la existencia del mensaje tiene una amplificación, también, física, por lo que si aquello que se dice existe mucho más es que es verdad. Esta técnica, hace uso de la errónea tesis, de práctico dominio universal, de que todo lo que existe es real, y, por lo tanto verdadero, por lo que si algo existe mucho, se supone que será muy real.

En tercer lugar se encuentra el uso masivo de la razón torcida o la inversión de la razón, asunto que ya expuse en un artículo de este mismo blog con ese mismo nombre.

En síntesis, decía que la recta razón parte de toda la información disponible acerca de algo y que, a partir de ahí, accederá a alguna conclusión con más garantías de que sea verdadera que si no se hace de ese modo. Al revés de esto, la razón torcida, primero establece la conclusión a la que pretende llegar, que es exactamente aquel mensaje que quiere transmitir, y después busca y expone los argumentos para aparentar la demostración de la misma.

No sé si cabe esperar que en los mítines haya alguien que no empiece por fijar los mensajes que quiere propagar, a modo de conclusiones, y, después, exponga los argumentos pertinentes para hacer creer al auditorio que tales mensajes son de tipo racional.

Es más, estoy seguro de que no hay nadie que haga eso en un mitin, pues si alguien hiciera eso, entonces ya no sería un mitin sino un lugar de discusión socrática, científica, filosófica, o cualquier otra dedicación que pretenda esclarecer algún objeto complejo.

En cuarto lugar, y no por ello menos importante, hay que destacar la presencia del público en los mítines. Si hubiera algún encuestador en la entrada de un mitin que preguntara a los asistentes, si son correligionarios de quien organiza el acto, o si, por el contrario, son indecisos, es posible que ambas cifras fueran parecidas, o, incluso, estarían a favor de los correligionarios.

El público fiel al orador, los asistentes pagados o con intereses de todo tipo a favor de la fuerza política de que se trate, aplaudirá a rabiar al ponente en perfecta sintonía con la melodía del discurso. Ahora bien, dado que, muchos de los correligionarios al igual que los indecisos, no van cada uno de ellos con algún distintivo con el que se les pudiera identificar en cuanto a tales, podrían parecer, igualmente, público neutral, lo cual arrastrará a los indecisos a contar con juicio tan favorable hacia el orador, a la hora de emitir su propio voto.

Es decir, una de las razones por las que la gente accede a creer algo o en algo, es, precisamente, que haya mucha más gente que crea eso o en eso, y, en este terreno, no hay excepción alguna. En esta época se vende y, tal vez, solo se vende, lo que sale en los medios de comunicación de masas.

De entre los otros muchos factores que se manejan para generar las creencias convenientes en los asistentes, también podría citar, por ejemplo, el uso malicioso que se hace de los términos «nosotros»  y «ellos», entendidos como «los que creemos esto» y «quienes no creen lo que nosotros». Sin duda las ideologías se hacen a favor, de algo o de alguien, en contra de algo y contra alguien. Por lo tanto su mejor definición radica en definir un adversario y tomarla contra él.

Ahora bien, en un mitin en el que un indeciso se encuentre rodeado de cientos o miles de personas, reunidas dentro de un «nosotros», y él se vea fuera del mismo, como poco tendrá un cierto sentido de marginación o de aislamiento y, en consecuencia, apetecerá sumarse al jolgorio de la mayoría presente.

Por lo tanto, aquellos que acudan a mítines como público neutral o como indecisos para que se les aclaren las ideas, en vez de leerse en su casa la historia de todos aquellos partidos que se presentan a las elecciones y las biografías detalladas de sus candidatos, e, incluso, sus correspondientes programas políticos, en general, se exponen a aclararse mal, o, dicho de otros modo, a que les aclaren otros que, por definición, son partes interesadas.

Lo curioso es que, el día inmediatamente anterior a la votación, denominado «jornada de reflexión», se suspende la campaña de propaganda, supuestamente para que el votante reflexione acerca de lo que va a hacer con su voto. Es decir, en todo este asunto, se ha considerado que la reflexión es una actividad intelectual buena y necesaria para tomar decisiones, pero solo se deja un día frente a las muchísimas jornadas de irreflexión, cuando, a lo mejor, con la asistencia a un simple mitin o a un debate, ya daría para reflexionar varios meses o, tal vez, años.

Ahora bien, si admitiéramos la tesis del monismo materialista que afirma nuestra exclusiva constitución fisicoquímica, a las que tendríamos que poner a reflexionar sería a nuestras neuronas, sin saber muy bien, si son ellas las que acuden a los mítines en su función de ser especímenes reflexivos, o, quienes acudimos somos nosotros mismos sin reflexionar demasiado.

2 Comments
    • Carlos J. García on 23/06/2016

      Muchas gracias a ti por el confortable sentimiento que produce ese “como siempre”. Esperemos poder mantenerlo. Un cordial saludo

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