Blog de Carlos J. García

La razón torcida o la inversión de la razón

Si nos fijamos bien, el fenómeno se puede observar en múltiples ocasiones: escuchamos cadenas de ideas que, a modo de argumentos, parecen lógicos, y que conducen a una determinada conclusión, lo cual nos puede convencer de la veracidad de la misma.

También se puede constatar que, a la mayor parte de la gente, le repugna que se le transmita esa misma conclusión, a modo de mensaje unitario, sin venir acompañada de una cadena argumental, lo cual, nunca convence a nadie.

Ahora bien, ¿tenemos más garantías de que la conclusión argumentada que damos por cierta, lo sea de verdad, que la idea unitaria que se nos transmite sin acompañarla de argumentos o razones?

La relación entre argumentos y conclusión puede hacerse de dos maneras. La primera, consiste en sacar una determinada conclusión a partir del examen de toda la información disponible acerca de un tema.

En este modo, primero se examina la información, sin prejuicio alguno acerca de la posible conclusión, es decir, estando abiertos a admitir la pertinente conclusión, sea la que sea, y, una vez contemplada y examinada, se produce la extracción de la conclusión, a modo de un descubrimiento.

La segunda forma de argumentar una conclusión se efectúa al revés. Primero se fija la conclusión o la tesis que se quiere creer o hacer creer a otro, y luego se buscan los argumentos que mejor puedan servir para apoyarla.

Hay ejemplos de ambos tipos en muchos juicios. El abogado defensor trata de convencer al juez o al jurado de la tesis de que su defendido es inocente. La acusación, hará lo contrario, tratando de argumentar que aquel a quien se juzga es culpable. El juez imparcial tratará de sacar una conclusión verdadera a la vista de toda la información aportada.

En este caso, el juez se atiene a la recta razón, mientras que quienes fabrican la argumentación ad hoc para sostener sus respectivas tesis, no aplican el mismo modo de razonar, sino el inverso.

En el primer caso, la conclusión se apoya en los argumentos, mientras que, en el segundo, los argumentos se apoyan en la conclusión.

Por otro lado, la relación del discurso argumental con los datos disponibles parece igualmente posible en ambos casos.

Con los datos, los indicios, las pruebas o los testimonios disponibles, el abogado defensor construirá una historia o un relato de lo ocurrido, que, siendo congruente con dichos datos, argumente que su defendido es inocente. La acusación hará lo propio, pero al contrario.

Ninguna de las partes osará negar los datos inequívocos, pero los incluirá dentro de un sistema argumental del que se pueda derivar la interpretación deseada, ya sea a favor o en contra del acusado.

Con los mismos datos, se pueden elaborar muchas historias diferentes, se pueden construir muchas ficciones con la finalidad de concluir, y hacer creer, la conclusión pretendida.

Tenemos ante nosotros, cada vez más gente que razonan como defensores y acusadores, en todos los ámbitos de la vida. En la política, en el comercio, en los medios de comunicación, en la literatura, en el deporte, en las relaciones interpersonales…

Al mismo tiempo, cada vez disponemos de menos personas que hagan uso de la recta razón, al estilo de los jueces que hacen bien su trabajo.

En este estado de cosas, corremos el riesgo de que lleguen a nosotros muchas tesis, falazmente argumentadas, que lleguemos a convertir en creencias, lo cual es peligroso.

Lo que procede es que, nosotros mismos, hagamos un buen uso de la razón con toda aquella información de la que puedan derivarse creencias importantes.

No basta escuchar a uno solo, ni tampoco al uno y al otro. Tampoco basta disponer de ciertos datos al respecto de lo que se trate. Hay que distanciarse de aquello lo suficiente para contemplarlo con toda su amplitud, investigarlo en la medida de nuestras posibilidades, reflexionar cuanto se pueda, y algo más que, tal vez sea lo más importante: conocer a aquellos que nos quieren convencer de cualquier cosa.

Al final, lo que más puede influir en que creamos o no creamos algo, es el crédito que demos a las personas que nos lo transmiten. Primero creemos en alguien y, luego, creemos en lo que dice, pero ¿qué razones tenemos para otorgar crédito a alguien?

Por razón de tiempo, economía y eficacia, es mucho mejor poner más esfuerzo en conocer a una persona, que dedicarnos a investigar si lo que nos dice es verdad o no lo es.

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