Blog de Carlos J. García

La realización personal

En general, se usa el verbo progresar con el significado de avanzar, mejorar, hacer adelantos o perfeccionamientos en alguna materia.

Ahora bien, dichos significados no se refieren exclusivamente a lo que muchas personas presuponemos, que se ciñe a progresos buenos, o de existencia de principios reales.

En ella, caben avances tan variopintos como puedan ser la tecnología armamentística; las estrategias de seducción o de manipulación; el desarrollo de nuevas drogas de diseño, etc.

De hecho, hay autores que consideran que hay, al menos, dos ramas de progreso en la humanidad, relativamente independientes, que se desenvuelven, una en torno al bien, y, la otra, en torno al mal, discurriendo de forma paralela.

No es el caso de García Morente [i], que define el progreso del siguiente modo: «El progreso es la realización del reino de los valores por el esfuerzo humano» (p. 8).

En este caso, dada la forma en que dicho autor entiende los valores, y aplica la noción de realización, solo concibe el progreso cuando las mejoras se ciñen al bien, y son debidas, al esfuerzo del ser humano.

Ahora bien, el concepto de realización que aparece en tal definición, se utiliza como sinónimo de materialización de creencias o valores, lo que, a mi entender, es un uso erróneo del concepto realidad.

Si la realización fuera el hecho de materializar algo y solo lo material fuera real, entonces los contenidos de nociones como valores, principios, creencias verdaderas, etc., en ningún caso serían reales, salvo en el momento de hacerlas existir dando forma algo material.

No obstante, Morente reconoce que «nuestro mundo no consta sólo, ni principalmente, de las cosas, sino de esas atracciones y repulsiones que los ámbitos de nuestro  derredor ejercen sobre nuestra alma» (op. cit., p. 13), lo cual, remite a un orden inmanente, de naturaleza similar o equivalente al mundo platónico de las ideas, defendido por muchos otros autores, sobre todo matemáticos, que confiere a esos valores o ideas un rango real de sustancia, no material, sino puramente formal.

Hecha esta digresión, y con permiso de Morente, me atrevería a afirmar que una definición algo más exacta del progreso real, consistiría en algo tan simple como decir que es la realización humana.

Dicha definición no está restringida al terreno de los conceptos, ni mucho menos al genérico de la especie, o de la humanidad, sino que remite directamente a cada ser humano. Tanto las personas, como los grupos o la propia población pueden considerarse como sistemas que disponen de la posibilidad de irse realizando y realizarse.

Por otra parte, la realización consiste en el descubrimiento de los principios reales, la progresiva mejora en la implantación de dichos principios en la propia persona, y en llevar dicha formalización al terreno de la existencia, mediada por el incremento de las propias facultades o competencias.

Si nos referimos al progreso del ser humano, en general, bastaría con cambiar el término persona, por el de sociedad.

Ahora bien, tal proceso, no parte de cero, ni puede llegar al infinito. Su punto de partida se encuentra en una concreta condición orgánica que podemos especificar en términos de que el ser humano dispone, al nacer, de una pre-formalización real.

¿Qué quiere decir esto? Fundamentalmente, que nuestro cerebro se encuentra habilitado de manera natural por un diseño que, por un lado, le dota de la capacidad de descubrir las leyes o reglas que explican el funcionamiento de muchos componentes del universo, y, por otro, de los principios que, inscritos en él, hacen posible su existencia.

Además, no solo dispone de la capacidad de descubrir y conocer, leyes, reglas y principios, sino de sumarse él mismo a constituirse y funcionar de formas que sean congruentes con ellos.

Más aun, a diferencia del resto de especies conocidas, cuyas actividades se encuentran mayoritariamente determinadas por instintos, la nuestra solo las tiene determinadas de tal modo en una proporción ínfima, por lo que se ve abocada a descubrir todo lo dicho antes: leyes, reglas y principios.

No se trata, por tanto, de valores, ni arbitrarios, ni inventados, sino de principios, que no solo son reales, sino que son imprescindibles para nuestra propia realización, nuestra viabilidad y la de todo aquello que nos rodea.  Hemos de coexistir entre nosotros y con el propio universo, lo cual nos obliga a realizarnos.

Por otro lado, nuestra realización no presenta el grado de determinación con el que operan los instintos. Todo animal regido por instintos, no puede sustraerse a ellos optando por producir sus actividades bajo otros determinantes. En tal sentido, la actividad animal es, necesariamente, instintiva.

Al contrario de esto, los principios que nosotros hemos de descubrir, e implantar como determinantes de nuestra propia constitución y de nuestras actividades de relación, no verifican un carácter necesario, sino que, siendo opcionales, resultan obligatorios.

Esto quiere decir que, una vez descubiertos, disponemos de la potestad de conformarnos a ellos, o de no hacerlo, si bien, en éste último caso, sufriremos las consecuencias y se las haremos sufrir al resto de las especies con las que estamos en relación.

Por lo tanto, un ser humano puede seguir su desarrollo a lo largo de un proceso de realización, otro, hacerlo con determinadas privaciones de realidad, y otro más, incumpliendo, consciente y sistemáticamente, aquellos principios que hacen posible la coexistencia.

Uno de los componentes vinculados a nuestra preformalización real es la avidez por conocer la verdad, por lo que puede considerarse instintivo, al menos en su origen. Además, puede conservarse a lo largo de la vida, salvo que se vea sometido a diferentes avatares que lo mermen o lo anulen.

Ahora bien, el principio de la verdad y las actividades de conocimiento dependientes de él, no bastan para una efectiva realización de la persona.

En un artículo anterior de este mismo blog, titulado En última instancia, ¿qué es la verdad?, dije que la noción de verdad remite a la noción de propiedad, en un sentido, si se quiere, científico. Todo cuanto hay, incluyendo seres, cosas y sistemas, posee unas propiedades que debemos conocer. Sin embargo, ¿qué hacer tras conocer dichas propiedades?

Es obvio que hemos de fijarnos en aquellas características del universo que hacen posible la existencia de todo cuanto hay en él, e, incluso, nuestra propia existencia, las cuales no se refieren precisamente a determinantes de destrucción recíproca entre existentes, sino todo lo contrario.

Así, o incorporamos el principio del bien y desarrollamos la ética que se derive de él, o nuestras actividades de relación incurrirán en una infinidad de transgresiones que dañarán, tanto al propio ser humano, como al resto de seres vivos con los que nos relacionemos.

De todo esto se desprende que, el progreso real de cualquier ser humano o de cualquier sociedad, no dependen solamente del progreso de la ciencia o del conocimiento en general, sino que, vinculado a él, ha de producirse el progreso ético o el desarrollo moral.

Por lo tanto, habida cuenta de que el conocimiento parece tener una raíz prácticamente instintiva, donde más esfuerzo habría que hacer para nuestra propia realización, sería en el terreno moral, que es, por cierto, en el que más cojeamos, en el que más falsas apariencias damos, y el que menos tenemos integrado en nuestra propia sustantividad.

[i] GARCÍA MORENTE, MANUEL; Ensayos sobre el progreso; prólogo de Juan Miguel Palacios; Ediciones Encuentro, S. A., Madrid, 2011

 

Deja un comentario