Blog de Carlos J. García

La asfixia ideológica

En el artículo inmediatamente anterior de este mismo blog, titulado Ideología y delirio, expuse que la ideología es un novedoso sistema de creencias, fundado en la era moderna, que sustituye a la metafísica.

Teniendo en cuenta que el objeto de la metafísica es el ser, podrán darse dos posibilidades: 1) que la ideología emergiera para ocupar el terreno de aquello que se ocupaba del ser para ocuparse de él de un modo diferente, o, 2) que, previa supresión de la noción metafísica de ser, la ideología cobrara relevancia cultural al ocuparse del objeto que sustituyera al ser.

Ahora bien, como expuse en el citado artículo, la ideología, aunque originalmente, y de modo muy fugaz, se ocupara de facultades humanas como la del conocimiento, su papel definitivo pasó a convertirse en una herramienta al servicio del poder.

Entre tanto, ¿qué otra disciplina pasaría a ocuparse del ser? Ninguna. Dicha función quedó vacante, de tal modo que la ideología emergió en auxilio disciplinar del poder que fue, exactamente, lo que sustituyó al ser.

La historia puesta en orden es, por tanto, que, una vez destruido el ser, en tanto esencia primordial de la realidad, como resultado de la revolución cultural ocurrida en la era moderna, y, habiendo emergido el poder como lo fundamental de cualquier existencia, surgió la ideología como formato de creencias ad hoc para la práctica del poder.

Por lo tanto, no es casual el estrecho vínculo que hay entre la ideología y la anti-metafísica. Es más, seguramente podemos afirmar que la raíz de la ideología es la propia anti-metafísica, al igual que el poder es lo inverso del ser.

Desde entonces hasta la actualidad, la ideología, entendida como una clase particular de sistema de creencias, opera en el mundo pretiriendo al ser y a los trascendentales reales, para lo cual conserva una enérgica actitud por la que trata de someter a extinción cualquier rescoldo metafísico que pudiera tener visos de prosperar.

La metafísica y la ideología, son, por tanto, términos disyuntivos y prácticamente antónimos. O hay ser, o hay poder; o hay metafísica, o hay ideología.

Mientras la metafísica es una disciplina del conocimiento, y, la ideología, un sistema de pensamiento que genera ideas cuya utilidad es facilitar las actividades del poder, tal vez, habrá quien piense que ambas disciplinas no tendrían por qué entrar en conflicto.

Ahora bien, la ideología se encuentra en perfecta congruencia con la ciencia moderna, y su surgimiento, y posterior desarrollo, fueron simultáneos, hasta alcanzar el punto crítico de su maduración en la misma época moderna.

En lo que respecta a la ciencia moderna propiamente dicha, es un tipo de ciencia muy peculiar que dio en llamarse positivismo lógico por Augusto Comte[i] en 1830, cuyos presupuestos “epistemológicos” ya eran puramente ideológicos y, prácticamente idénticos a los que gravitan hoy en día sobre la psicología y el resto de ciencias humanas.

El objetivo político y militar de la corriente revolucionaria de pensamiento occidental, de la que Augusto Comte es una de sus personalidades más notables, es llevar a cabo un cambio radical de régimen mediante la destrucción de las instituciones del cristianismo y la monarquía.[ii]

Tanto es así, que la nueva ciencia se diseña bajo presupuestos ideológicos con fines políticos, quedando ella misma fuera de todo control filosófico, y, por tanto, dando fin a los necesarios debates dentro de las teorías del conocimiento.

En Comte, encontramos literalmente expresados: el monismo materialista personal y social; la abolición de la psicología por considerarla egoísta, que queda reducida a fisiología; la abolición radical de la metafísica y, por tanto, del estudio del ser; la sustitución de la realidad por la sociedad, fundando la sociología como física social; el rechazo del estudio de las relaciones causa → efecto, sustituyéndolo por las leyes de determinación de las relaciones constantes que existen entre los fenómenos observados; limitación del objeto de estudio a los “hechos”; investigación de la naturaleza para ponerla al exclusivo provecho de la humanidad; desprecio de la realidad y aprecio de la artificialidad; una clasificación institucional de las ciencias reduciéndolas a 6: matemática, astronomía, física, química, biología y sociología; abolición del hombre: «Para el espíritu positivo el hombre propiamente dicho no existe, sólo puede existir la Humanidad…»

Ahora bien, aplicado dicho programa ideológico-político hasta la saciedad, durante casi doscientos años desde su establecimiento y de sus sucesivos perfeccionamientos, efectivamente se han desarrollado las seis ciencias citadas, pero, también se han abolido, o están en grave riesgo de extinción, las disciplinas que no se encuentran en la lista de supervivientes.

A todo esto, hay que preguntarse ¿qué tendrá que ver la supuesta finalidad revolucionaria de destruir la religión y la monarquía, con la abolición del hombre, postulada literalmente en dicha declaración ideológica?

En dicha revolución, puede entenderse la sustitución de la religión de Dios, por la «religión positivista», tal como el propio Comte la implantó, pero, por si fuera poco, una parte de los próceres contemporáneos, sucesores de Comte, van tan lejos como para acusar abiertamente a las religiones tradicionales y a las creencias religiosas de los grandes males de la historia de la Humanidad, cuando los auténticos genocidios de la historia han ocurrido desde la modernidad hasta la actualidad.

No se debe pasar por alto el alegato que hace John Stuart Mill[iii] contra ellas y su apuesta por la fundación de una Religión de la Humanidad. Las religiones modernas que divinizan al hombre no son pocas.

Todo esto no son más que signos de la misma tesis que quedó formulada desde el Renacimiento por Gianfrancesco Pico della Mirandola: el hombre a un lado, la realidad al otro. Este es el gran problema: el hombre sin realidad.

Ahora bien, si consideramos al hombre, con Zubiri, como un «animal de realidades», la demolición de la realidad es la demolición del hombre. Veamos.

Xavier Zubiri, además de investigar la realidad, ha dedicado un extenso trabajo al estudio del hombre[iv]. Ofreceré tres breves afirmaciones zubirianas al respecto de la constitución del hombre por la realidad:

  • “En definitiva, a la acción diferencialmente humana subyace una habitud propia: el enfrentamiento con las cosas como realidad. […] Es lo que expresamos diciendo que el hombre es animal de realidades.” ( cit., p. 40)
  • “En definitiva, la sustantividad humana es un constructo estructuralmente abierto a su propio carácter de realidad. Es una realidad que trascendentalmente ha de realizarse.” ( cit., p. 95)
  • Ser persona, afirma Zubiri consiste en: “Ser una realidad sustantiva que es propiedad de sí misma.” ( cit., p. 111)

Es obvio que, la mera animalidad identificada con fisiologismo, exenta de ser, de propiedades de especie, y, por tanto, de la estructural necesidad de ser real que tiene cada miembro de nuestra especie, no conduce sino a la negación del propio hombre.

Tras haber considerado la enorme carga de violencia contra el ser humano, contenida en los grandes presupuestos político-científicos que dominan las actuales ciencias humanas, es obvio que, cualquier persona, sea la que sea, si se ve obligada a vivir sin realidad y bajo los imperativos ideológicos que se la arrebatan, se encuentra expuesta a sufrir todo tipo de problemas debidos a la extorsión que incide sobre su naturaleza real.

A cambio de esto, la psicología que se le ofrece, tal como se enseña en la mayoría de las universidades, es la de Comte, pulcramente antimetafísica y esculpida por la ideología que postula un hombre sin realidad.

En un reciente y riguroso trabajo de revisión de las corrientes antimetafísicas[v] producidas dentro del ámbito de la filosofía en el siglo XX, Rom Harré y José Miguel Sagüillo[vi], exponen críticamente la argumentación de los autores más relevantes del neopositivismo lógico, el idealismo alemán, el idealismo inglés,  el materialismo, la teoría de los objetos, etc., en orden a la demolición del realismo, y, en definitiva, a negar el carácter real de los objetos de la metafísica tradicional.

Harré y Sagüillo  sintetizan el contenido de su obra del siguiente modo: «En los siguientes capítulos exploraremos cómo el movimiento antimetafísico contemporáneo dirigido desde los cuarteles lógico-empiristas no refleja más que la constante tensión esencial entre lo que sus principios empiristas y formalistas mantienen y lo que la práctica ordinaria científica realmente nos enseña. Para ello analizaremos el tratamiento que de la causalidad, del esencialismo y de la identidad, y finalmente de la existencia, se ha propugnado siguiendo los cánones lógico-formales del análisis filosófico. Indicaremos también, de modo crítico, el punto donde la filosofía formal se hace inapropiada y en particular señalaremos los límites que estos constructos imponen sobre metafísicas realistas, más ricas y más cercanas a dichas prácticas materiales del discurso, tanto científico como ordinario.» (ibíd., p. 54)

Dentro del excelente nivel de la exposición, merece especial atención la revisión del capítulo VI dedicado a El vericacionismo y el uso de las condiciones de verdad para luchar contra la metafísica en general, en el que su conclusión más relevante es que: «…del análisis correcto de la gramática extraemos la metafísica enterrada bajo la superficie de los discursos filosóficos y cotidianos. Si existe una gramática hay también una metafísica.» (op. cit., p. 48)

Tal descubrimiento, que parece implicar que siempre hay una estructura metafísica configurando las estructuras gramaticales de las lenguas, tal vez, abriría un campo de gran interés, que Wittgenstein pareció ignorar, en “beneficio” de las ciencias objetivistas.

El análisis que Harré y Sagüillo efectúan, con respecto a la Ciencia y la metafísica (capítulo VII), pone en evidencia el continuismo del empirismo de David Hume como parte de la epistemología que influye en la producción científica contemporánea, a pesar de que: «El enfoque empirista de Hume tiene una dimensión epistemológica basada en las impresiones de los sentidos, en adición a una ontología atómica de eventos independientes. Su concepción de la causalidad rechaza la existencia de conexiones necesarias entre asuntos de hecho.» (ibíd., p. 51)

Este enfoque concluyente acerca de la filosofía de Hume, obviamente implica una dogmática de principio que impregna, a las ciencias que asuman sus planteamientos, de una mixtificación bastante turbia en sus fundamentos teóricos: «La ciencia, y en particular el lenguaje ordinario —a veces semi-técnico— que emplean los científicos en sus prácticas materiales ordinarias, no está exenta de presuposiciones ontológicas. Lo que resulta sorprendente es que el tipo de ontología implícita en este discurso no es la que la tradición empirista tradicional y contemporánea han querido poner de manifiesto y explicitar mediante las gramáticas formales al uso. Más bien al contrario, los puntos de vista empiristas que nacen en Hume y que retoman los positivistas del siglo XX suponen una especie de callejón sin salida para cualquier intento razonable  de justificar el procedimiento científico contra el escepticismo, y una especie de reducción idealista, donde no hay un papel para “lo que de hecho hacen los científicos». (ibíd., p. 51)

De hecho, Harré y Sagüillo, desentierran la metafísica que subyace a toda investigación científica que se pueda considerar auténtica Ciencia: «Un realismo cualificado debe mantener que las teorías científicas tienen un contenido característico que va más allá de lo observable. […]La ontología realista cualificada sustituye a la ontología humeana de eventos independientes y propiedades co-existentes, en favor de una ontología de cosas permanentes. Ello permite un tratamiento diferente de los enunciados sobre hechos empíricos, cuya característica ya no es la de ser deducidos desde las leyes, sino la de ser realmente explicados por medio de investigación interna y profunda en la búsqueda de la naturaleza última de las entidades que las producen y que origina tales fenómenos observables. Estos aspectos son fundamentales en el quehacer científico y nada tienen que ver con el modelo nomológico-deductivo de la posición lógico-empirista. […]…para el realista existen entidades perdurables en la realidad que no son reducibles ni a fenómenos ni a constructos humanos impuestos sobre los fenómenos. Se trata de estructuras reales, permanentes, que están “ahí fuera”, que operan independientemente de nuestro conocimiento, de nuestra experiencia, y de nuestro acceso epistémico a los mismos, ya sea directo o mediado por aparatos que hayamos tenido, tengamos o lleguemos a tener.»  (ibíd., pp. 52-53)

Por otra parte, es posible que lo que afirman dichos autores sea una especie de secreto a voces, dentro de amplios sectores científicos y “filosóficos”, y, tal vez, si el grueso de la población estuviera mejor informada acerca del asunto, conociendo lo suficiente, también se sumara al sostenimiento de tal secreto colectivo. La pregunta es quiénes (y por qué) controlan las instituciones que ejercen la presión necesaria para que no se rompa tal círculo de silencio, que convierte en arcano institucional algo que parecen saber muchas personas.

Lo cierto es que, sin metafísica, no es posible ver la realidad, ni, tampoco, la irrealidad, y dado que lo más característico de la especie humana, y aquello que la define esencialmente en cuanto humana, es el conjunto de las diversas relaciones que establece cada uno de los integrantes de la especie con respecto a ella, junto a las correspondientes constituciones entitativas, en cuanto a su simple posibilidad de verificación de las propiedades reales, sin metafísica tampoco es posible ver al hombre, su carácter real, ni sus posibles irrealidades esenciales.

Por su parte, el profesional de a pie, que se ve forzado al ejercicio de una psicología o de una psiquiatría que conserve o promueva algo de realidad, encontrándose, también, bajo esa misma coerción política, padecerá en su propia piel la asfixia ideológica, derivada de la obligación que recae sobre su rectitud en el cumplimiento de los protocolos “científico-ideológicos” que se le imponen.

Supongamos que alguien acude a un profesional de la escuela de Hume-Comte que ejerza una neuropsiquiatra de dicho enfoque y le dice: “Yo soy un simple cuerpo físico, mis sensaciones son meras producciones de mi sistema nervioso, no hay mundo exterior a mí, etc.”, y hubiera posibles respuestas del neuropsiquiatra como las siguientes:

  • No encuentra anomalía alguna en dicha información y cree que eso que le dice el consultante es perfectamente normal por lo que no le receta tratamiento alguno.
  • Detecta algo anómalo en el estado nervioso del consultante y le receta un tranquilizante.
  • Detecta algo anómalo en la actividad del consultante y le remite a un modificador de conducta para que el consultante no diga esas cosas, sino otras…

Ahora bien, si el propio neuropsiquiatra cree en Hume, Comte, Quine, etc., en un caso en el que el consultante le informara de, por ejemplo, “Estoy muy mal porque cada vez creo con más intensidad que soy un mero cuerpo físico, aislado del exterior, que sólo existe mi cuerpo y todo lo demás son imaginaciones mías, que a Vd., no le percibo de verdad sino que se trata de una alucinación, etc.”. ¿Qué posibilidades de respuesta tendría dicho neuropsiquiatra? Tal vez, algunas como las siguientes:

  • No, Vd., ahora no está mal, simplemente se va dando cuenta de la verdad y va dejando de creer en invenciones metafísicas. Así que no se preocupe.
  • Su preocupación no es más que una alteración del sistema nervioso en que consiste, así que le recetaré algo para calmar los nervios de ese cuerpo en que consiste…

El asunto es tan grave que muy pocas personas llegan a percatarse de dónde nos encontramos. Los riesgos no son pocos: el lavado de cerebro en las facultades de psicología, el control ideológico de los colegios profesionales y la preterición de todo pensamiento “científico” alternativo, o están ocurriendo, o están en proceso, o presentan un grave riesgo de que lleguen a ocurrir.

El engarce entre poder, ideología, ciencia, enseñanza y profesión, unido a las cada vez más intensas presiones ideológicas sobre objetivos sociológicos, que gravitan sobre el ser humano, cada vez van dejando menos espacios en los que se pueda respirar, pensar y vivir en libertad, conforme a nuestra propia naturaleza real.

[i] COMTE, AUGUSTO; La Filosofía Positiva; proemio, estudio introductorio, selección y análisis de los textos por Francisco Larroyo; Editorial Porrúa; México, 2000

[ii] El propio Comte es el mejor exponente de la revolución que se estaba llevando a cabo en el siglo XIX: «Las cuatro grandes clases que componen el fondo de la sociedad moderna, debieron sufrir sucesivamente la radical oscilación y bamboleo que exigía primeramente su regeneración final. Comenzó en el último siglo por el elemento intelectual, promoviendo por fin una insurrección decisiva contra el conjunto del régimen teológico y militar. La explosión temporal que seguir debía, surgió bien pronto de una burguesía, que desde hacía largo tiempo aspiraba a reemplazar a la nobleza. Pero la resistencia europea de ésta no pudo dominarse sino llamando a los proletarios franceses en auxilio de sus nuevos jefes temporales. Introducido así en la gran lucha política, el proletariado occidental elevó irresistibles pretensiones sobre su justa incorporación al orden moderno, cuando la paz le permite una manifestación suficiente de su voluntad propia. De todos modos, este encadenamiento revolucionario no abraza aún el elemento más fundamental del verdadero régimen humano.» (op. cit., p. 133) […] Así completada y purificada, la revolución occidental tenderá firme y sistemáticamente hacia su pacífica terminación, bajo la dirección general de los verdaderos servidores de la Humanidad. La impulsión orgánica y progresiva, descartará doquiera a los retrógrados y a los anarquistas, tratando toda prolongación del estado teológico o del estado metafísico como una enfermedad cerebral que incapacita para gobernar.» (op. cit., p. 134)

[iii] Mill, John Stuart; La utilidad de la religión; prólogo, traducción y notas de Carlos Mellizo; Alianza Editorial, S.A., Madrid, 2009

[iv] Zubiri, Xavier; Sobre el hombre; Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1986

[v] Al respecto del uso del término antimetafísica, también puede encontrarse, por ejemplo, en: VALVERDE MUCIENTES, CARLOS; PRELECCIONES DE METAFÍSICA FUNDAMENTAL; Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2009 (p. 258)

[vi] HARRÉ, ROM Y SAGÜILLO, JOSÉ MIGUEL; El movimiento anti-metafísico del siglo veinte; Ediciones Akal, S.A., Madrid, 2000

4 Comments
  • jfcalderero on 28/06/2016

    Estoy 100% de acuerdo en que es algo muy grave. Para ayudar a que más personas se percaten lo acabo de tuitear; y como tengo TW sincronizado con Facebook también se podrá leer allí.
    Saludos muy cordiales.

  • alvaro herranz on 03/07/2016

    De nuevo, un gran artículo, pero tengo una pregunta, duda o reflexión…cómo justifica o explica el positivismo científico la solidaridad, el beneficio para los seres humanos de trabajar o vivir por un bien común, la cooperación, etc… cuando tiene efectos positivos para el ser humano. Es obvio que en la propia naturaleza se dan mil formas diferentes de cooperación aunque ya sabemos que estas corrientes se encargaron de situar al hombre por encima de la naturaleza en la búsqueda de su poder absoluto. Muchas gracias por ayudar a pensar Carlos.

    • Carlos J. García on 09/07/2016

      Me temo que el positivismo lógico, con el desarrollo del nuevo nominalismo a la cabeza, considera todos los términos que comentas (solidaridad, bien común y cooperación) carentes de cualquier sentido o significado, es decir, absurdos, por ser de carácter metafísico. Según dicha corriente, el lenguaje debe restringirse a enunciar hechos observables y, por lo tanto, el ser, el bien, la verdad y la belleza carecen de existencia científica, y, de cualquier otra que no se juzgue despreciable.
      Te agradezco tu aportación. Un saludo Álvaro.

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