Blog de Carlos J. García

Ideología y delirio

Decimos que una creencia es pragmática, cuando posee valor de utilidad para algún fin y no por su carácter real.

El pragmatismo es uno de los modos más extendidos de formación de creencias, si bien, hay dos campos en los que opera intensamente, a los que me referiré en el presente artículo. Se trata de las creencias de tipo ideológico y de las creencias delirantes.

En el caso de los delirios de origen psicológico, he mencionado anteriormente en sendos artículos titulados Ser o no ser y ¿Sociedad o realidad?, algunos aspectos que los caracterizan.

Al respecto de los mismos hice referencia a que  cuando el propio ser se encuentra en un callejón sin salida, en riesgo de perderse, desintegrarse, o forzado a no poder existir, debido a su propia estructura, pone en marcha mecanismos para tratar de conseguir su propia continuidad, lo cual, en muchos casos, efectúa mediante cambios extremos de su propio sistema de creencias, a lo que, a menudo, se denominan delirios.

Así, un «yo» que incorpore una contradicción o un conflicto radical e insoluble en su propia sustantividad, tiende a romperse y a desaparecer. Así, en determinadas condiciones, cuando se encuentra en estados de extrema debilidad, se pone en marcha un proceso informativo que revoluciona el propio sistema de creencias de la persona, en una dirección que permite su continuidad ontológica, aun cuando se sacrifique una considerable proporción de la verdad acumulada en su sistema de creencias precedente.

De tal modo, la persona “salva” su propio «yo» por medio de una nueva estructura de creencias a la que se suele denominar delirio, o, por mi parte, un sistema de referencia informativo alternativo.

Es obvio que dicho sistema de creencias, que modifica de manera importante el sistema precedente, es elaborado con la finalidad de dar continuidad al propio ser de la persona y permitir la viabilidad de su existencia, por lo que la propia persona viene a fundar su «yo»  y su existencia en el sistema delirante de creencias.

Por lo tanto, se produce un cambio en la fundamentación de las nuevas creencias, que pasan de ser verdaderas a ser útiles, y, en ese sentido, es en el que tales delirios son pragmáticos.

Consecuencia de esto es que, la persona defienda su propio delirio con toda su energía, frente a cualquier agente exterior que pretenda quitárselo o sustituirlo por otros componentes de creencias que son, o se consideran, más verdaderos, que el propio delirio.

De ahí que desde su definición por Jaspers[i], lo que se considera más característico del delirio es: 1) Total certeza subjetiva (incorregibilidad), y 2) No son influenciables por la experiencia (irreversibilidad).

Lo que me pregunto en este artículo es si dichas características no son, también, propias de las ideologías políticas.

La certeza real que atribuyen sus defensores a su propia ideología, y, la manifiesta imposibilidad de que las creencias que la componen puedan ser modificadas mediantes discusiones racionales o cualquier experiencia exterior, merecen una cierta indagación al respecto de su carácter funcional, su posible formación pragmática y su papel de utilidad para algún fin subjetivamente valioso.

Ahora bien, hay un aspecto de las ideologías que no cuadra con la especificación del delirio, tal como lo definió Jaspers, y ha seguido siendo especificado por la mayor parte de la psiquiatría hasta nuestros días. Se trata del número de personas que creen algo.

Tal como expuse en el artículo publicado en este mismo blog titulado ¿Sociedad o realidad?, antes citado, Karl Jaspers afirmó que una persona delira cuando se aparta de lo que una sociedad cree, no cuando sus creencias se apartan de la realidad, mientras que denomina extravío de los sanos al extravío en grupo: «El extravío de los sanos es extravío común. La convicción tiene sus raíces en eso, en lo que todos creen. La corrección no se produce por razones, sino por transformación de la época. El extravío delirante de individuos es el apartamiento de lo que todos creen (de lo que “se” cree);» (p. 121)

En este sentido, dado que las ideologías son sistemas de creencias portadas y sostenidas por amplios grupos de población, no se podrían considerar propiamente delirios, aun cuando conservaran las otras dos propiedades citadas en la definición de delirio.

No obstante, de ser aplicables las características de la incorregibilidad y la irreversibilidad, que acaecen en el delirio, y teniendo, también, al pragmatismo como fundamento de las creencias que la componen, una ideología carecería de todo rigor real, por lo que podría inducir a una población a extravíos peligrosos.

El término ideología fue acuñado y estrenado en la modernidad, siendo un invento en el que participaron muchos autores relevantes de los siglos XVIII y XIX entre los que cabe citar a Marx, Condillac, Saint-Lambert, Condorcet, Cabanis, y otros muchos. La creación del término “ideología” se atribuye a Destutt de Tracy en 1796 para sustituir al término “metafísica”.

Inicialmente, parece que el ideologicismo trató de suplir la negación de la explicación real de los hechos, sustituyendo las nociones de “razón de ser”, y “ser”, (ubicadas en la metafísica), y, a la metafísica misma, por lo que al principio de la última gran crisis  se denominó ideología.

En tal sentido, y en origen,  los ideólogos se interesaban por el estudio de las facultades y de las ideas (o conocimientos) producidas por las facultades.

Las actitudes políticas de algunos ideólogos, que primero fueron partidarios de Napoleón y luego se opusieron a él (cambio muy interesante por lo que pudiera llevar de tránsito conceptual del antiguo régimen al nuevo, con su correspondiente reacción negativa a las consecuencias cognoscitivas del nuevo) suscitaron en éste comentarios peyorativos sobre los ideólogos, que contribuyeron a que el término “ideología” se cargara de un sentido peyorativo y doctrinario.

El estado actual de la cuestión, es recogido en una compilación[ii] de  Slavoj Zizek de una variedad de autores, muy representativos de las diversas corrientes de pensamiento existentes.

No obstante hay que tener muy presente al psicólogo social Newcomb[iii] que, en su manual de psicología social, afirma lo siguiente: « Una ideología consiste en parte, en normas de grupo para juzgar las conductas vinculadas con esa institución. […] Las ideologías siempre están vinculadas, de modo directo o indirecto, con prácticas institucionales y sirven, por lo común, como apoyo o justificación de ellas. Los miembros de un grupo suelen defender la «verdad» de su ideología, aun cuando a veces las ideas defendidas son cosas cuya verdad o falsedad no puede probarse. […] Las ideologías son, entonces, codificaciones de ciertos tipos de normas de grupo.»

Ahora bien, las ideologías definen grupos segregados entre sí que sostienen relaciones hostiles. En este sentido, los grupos sociales más favorecidos tienden a conservar su poder y privilegios y se apoyarán en ideologías que racionalizan o justifican las acciones, por lo que la ideología prescribe hostilidad, y creencias sobre la propia superioridad respecto al otro grupo. Por su parte los menos favorecidos generarán su propia ideología, en oposición al grupo de los más favorecidos.

Al respecto, afirma Newcomb que: «Una de estas condiciones surge porque los grupos segregados difieren casi invariablemente con respecto al poder, el prestigio y los privilegios. Cuanto más completa sea la segregación, con mayor certeza ocurre así.»

Por lo tanto, no es difícil concluir que las ideologías son conjuntos de ideas para justificar la actividad política, y constituyen el sustrato doctrinal que es utilizado en apoyo de la lucha por el poder, y a su vez, constituyen directrices esquemáticas que ofrecen el curso y la dirección de la propia actividad política, de dicha lucha.

En todo caso, es el interés de un grupo el que le conduce a hacer actividades y estas se justifican mediante creencias ideológicas que conserva, en la medida en que le sirven para mantener sus necesidades satisfechas, incluso prescribiendo hostilidad hacia otros grupos, especificados como competidores.

Si, en el caso del delirio psicológico, decíamos que está íntimamente relacionado con el propio ser, y, de hecho, sirve a la continuidad del propio ser, aunque dañe la verdad de una parte considerable de las creencias, en el caso de las ideologías, nos encontramos con que su pragmatismo sirve a la satisfacción de los intereses de poder de un grupo político.

¿Qué tienen en común ambos tipos de pragmatismo?

Ambos sistemas están cerrados a la verdad; determinan disposiciones de acción; no están construidos de forma refutable-verificable; no son discutibles en el plano racional; se juzgan útiles pero no verdaderos; se apartan de la realidad; persiguen datos confirmatorios; sus portadores les asignan verosimilitud total; determinan actitudes; manipulan la información; manipulan la biografía o, en su caso, la historia; cuanto más se discuten más se refuerzan; generan disposiciones operantes; están en lucha contra algo, configuran y son configurados por los fines de quien o quienes los sostienen, etc.

Se podría decir que, tanto a quien sostiene una ideología, como a la persona que padece un delirio, le va la vida en conservar a toda costa aquel sistema de pensamiento con total independencia de su carácter de verdad, o de los efectos colaterales que se deriven de él.

Por otro lado, no es raro que las ideologías se originen, justo al final de la era moderna y al principio de la era contemporánea.

En la modernidad, se intenta cambiar el mundo previo a las revoluciones que marcan los hitos más relevantes de la misma, desde un formato de pensamiento que se pretende implantar en las sociedades sobre las que actúa y ese sistema de pensamiento que se pretende implantar es precisamente ideológico.

El cambio de manos del poder, el cambio de las instituciones y la normativa asociada a las mismas, producido por las revoluciones modernistas parece ir en paralelo a la ideología, aunque las revoluciones mismas no se justifican por la ideología que se pretende implantar, sino por las acusaciones que se le hacen a las viejas instituciones.

Karl Marx expresó muy bien este carácter ideológico de la modernidad con su famosa frase de “ya basta de contemplar el mundo, ahora hay que cambiarlo”. Antes el pensamiento era, sobre todo, conocimiento, ahora el pensamiento pasa a ser sobre todo un preludio de la acción, la justificación de lo que se pretende hacer.

Con todo lo dicho, la principal característica de la ideología es que forma parte de una disposición para la guerra contra algo. Sus funciones, en tanto parte de ella, son también funciones de guerra. Guerra en casi todos los sentidos corrientes en que se utiliza dicho término, tales como la desavenencia entre dos bandos, la rotura de la paz entre ellos, luchas armadas, pugnas y disidencias entre ellos, combates morales, enemistad y hostilidad, etc.

Las funciones principales de la ideología, vista dentro de una situación de guerra, se refieren a la gestación de pretextos para la guerra en sí, la agitación y el aglutinamiento de adeptos para el bando que la empieza, el engaño al enemigo, la delimitación precisa, de lo que es de un bando, y de lo que es del otro, el sostenimiento de la obstinación irreducible de la enemistad total hacia el enemigo que ha declarado tener el grupo agresor hasta su eliminación, la producción de argumentaciones de todo tipo para estar en posesión de la razón y quitársela al enemigo, la manipulación de la información de todo tipo, especialmente referida a la marcha de la propia guerra, en la que genera un sistemático triunfalismo y una manipulación, a menudo profundamente inversora, de la historia.

La ideología es, por tanto, una fábrica de pretextos, de justificaciones, de falacias, de discursos retóricos, de ataques conceptuales, de difamaciones, de manipulaciones, de engaños y mentiras, etc. Además, es el conjunto de todos esos productos y de sus intenciones que se van acumulando en un cuerpo de proposiciones que ofrecen la impresión superficial de un sistema de ideas con cierta coherencia.

Ahora bien, la apariencia superficial y falsa que pretende ofrecer la ideología es la de que constituye un sistema teórico referido a algo real, es decir, un sistema de creencias verdadero, del que se desprenden acciones totalmente justas y lógicas cuyo fin es la defensa de algo real con respecto a un supuesto enemigo que lo ataca.

Se postula, por tanto, a sí misma como un sistema verdadero que se orienta a un fin bueno como es la defensa de algo real frente a algo malo. Si se mira con cierto detalle, ni es un sistema verdadero, ni respeta el principio de no contradicción, ni tiene razón real para su existencia, ni pretende nada bueno, ni defiende nada bueno de algo supuestamente malo.

La propia composición de sus elementos que se refieren, tanto a la historia, como a personajes de un bando o del contrario, a sus mitos, a sus justificaciones, a sus proyectos, etc., denota una privación radical de verdad en sus producciones y una ausencia evidente de fines reales.

La historia moderna, nos ha terminado por acostumbrar al espectáculo de las diferentes manifestaciones de la ideología en el ámbito público, y, hasta llega a parecer que no se puede vivir sin ella, o que los sistemas políticos, son como son, por ella pero lo que de verdad se observa es un espectáculo teatral de aparentes discusiones teóricas que no lo son.

En síntesis:

  • Una ideología es un sistema artificial de ideas al servicio del poder, de la lucha por él, de su consecución, y conservación.
  • Por lo tanto, una ideología es, sustancialmente, una modalidad de pensamiento fundada en la hostilidad hacia grupos de seres humanos.
  • La razón de las creencias que configuran una ideología es pragmática. La razón de sus determinantes es de índole utilitarista.
  • Las ideologías políticas tienen como finalidad el poder sobre grandes poblaciones.
  • Hay dos tipos de enemigos de cualquier forma de poder: a) La realidad, y b) Los poderes contrapuestos.
  • Por lo tanto cualquier sistema de creencias y determinantes ideológicos es: 1) anti-real y 2) adversario de otros sistemas ideológicos que pugnan por el control de una misma población.
  • Los papeles que cumple una ideología como herramienta al servicio del poder son:
  • La justificación aparente de sus acciones y operaciones.
  • La guerra contra el adversario.
  • El proselitismo político y la demagogia.
  • El control social.
  • La crítica destructiva de sistemas teóricos de creencias reales.
  • La privación social de realidad y la reproducción de la irrealidad social.
  • El desarrollo y control de la tecnología.
  • La apropiación indebida de recursos económicos.
  • La demolición de culturas desarrolladas con fundamento real.
  • Su propia trascendencia y conservación intergeneracional.

Ahora bien, en un mundo caracterizado, cada vez más, por las relaciones de poder, en detrimento de las relaciones de ser a ser, y, siendo el propio poder, el factor que mayor violencia ejerce sobre un ser, no parece demasiado extraño que abunde el pragmatismo en su modalidad de servir a la subsistencia de las personas que padecen su violencia, al tiempo que ese mismo pragmatismo sea la fórmula más común de elaboración de las creencias desde las que los poderes operan.

[i] JASPERS, KARL; Psicopatología general; trad. De Roberto O. Saubidet y Diego A. Santillán; Rev. Técnica Héctor Pérez-Rincón; Fondo de Cultura Económica, S.A., México, 1993

[ii] Zizek, Slavoj (comp.); Ideología. Un mapa de la cuestión; trad. de: Cecilia Beltrame, Mariana Podetti, Pablo Preve, Mirta Rosenberg, José Sazbón, Tomás Segovia e Isabel Vericat Núñez; FONDO DE CULTURA ECONÓMICA DE ARGENTINA, S.A., Buenos Aires, 2004

[iii] Newcomb, Theodore M.; Manual de psicología social (2 tomos); trad. Ricardo Enrique José Malfé del original de 1950; Editorial Universitaria de Buenos Aires; quinta edición; Buenos Aires, 1973

2 Comments
  • Ignacio Benito Martínez on 27/06/2016

    Precioso artículo. Vamos, que la ideología se trata de un lavado de cerebro en el cual el que es manipulado, no pone nada de su parte, y el que manipula, maneja al otro a su antojo, sin que el manipulado piense el contenido de tal ideología.
    Desde luego, si el ser humano se debe caracterizar por pensar por sí mismo, con las ideologías no parece que se esté consiguiendo. Las ideologías las escuchamos desde por la mañana con los tertulianos de la televisión, la seguimos escuchando en el trabajo, donde la ideología dominante en el curro manda sobre lo demás a base de imponerse violentamente en muchas ocasiones, quizás la podamos escuchar en el grupo de «amigos», donde hay alguien que «sabe más que los demás» y es muy listo, o simplemente grita y se repite más. No sé si esto puede considerarse «lavado de cerebro»… o ideología impuesta artificialmente… igual no…
    Ante este panorama no queda nada más que ser y pensar por uno mismo, poniendo por encima de todo la verdad y el bien.
    El tema es digno de un profundo análisis, que no sé porqué no se realiza actualmente…

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