Blog de Carlos J. García

Creer y conocer: diferencias y relaciones

El término creencia es polisémico y, además, susceptible de generar confusiones semánticas que, como veremos, son importantes.

Resulta asombroso que el término creencia no se defina como «acción y efecto de creer».

Fijémonos en las dos acepciones tan diferentes que ofrece el DRAEL[i] para las entradas creencia y creer.

«Creencia.- 1. Firme asentimiento y conformidad con alguna cosa., 2. Completo crédito que se presta a un hecho o noticia como seguros o ciertos.»

«Creer.- 1. Tener por cierta una cosa que el entendimiento no alcanza o que no está comprobada o demostrada. […] 3. Pensar, juzgar, sospechar una cosa o estar persuadido de ella. 4. Tener una cosa por verosímil o probable.»

¿En qué quedamos?

Por un lado, las dos acepciones ofrecidas del término creencia significan un pleno asenso con aquello que se cree. En este sentido es en el que yo mismo lo utilizo y lo empleo en los modelos teóricos y en los artículos de este mismo blog.

Por otro lado, el verbo creer, parece significar lo contrario: tener por cierto algo inaccesible a la razón o que no alcanza a poder ser juzgado como verdadero; pensamiento, sospecha, verosimilitud, probabilidad… En definitiva, incertidumbre.

Así que, no es solo que haya una polisemia relacionada con estos términos, sino que, prácticamente, tales significados son opuestos.

Además, parece que el verbo creer, tal como vemos en tales acepciones, excluye la posibilidad de que una persona crea en algo, una vez conocido, lo cual resulta un tanto inconcebible. Es como si se dijera, por ejemplo, “como sé que el agua hierve a 100º, no puedo creerlo”.

Las teorías del conocimiento no suelen dar lugar a tan tremendas confusiones, pero las de creencias, mucho menos elaboradas que aquellas, parece que las permiten.

Todo esto no solo es importante, referido a cualquier terreno semántico, sino que, precisamente, la arquitectura informativa de cualquier ser humano está constituida y compuesta por creencias. Imaginemos que las creencias que nos constituyen, no pasaran de ser meras opiniones sobre asuntos inciertos, o significaran meras probabilidades o sospechas, etc. ¿En qué quedaría nuestra identidad personal, nuestros asentimientos, nuestros juicios de realidad…?

Por su parte, el conocimiento[ii] es definido como «acción y efecto de conocer» —a diferencia de la creencia, que no se define como «acción y efecto de creer».

Además, la primera acepción de conocer es:

«Averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas.»

Por lo tanto, el conocimiento es la acción y el efecto de hacer tales operaciones.

A continuación examinemos las dos tareas tan diferentes que efectúan ambas funciones.

El objeto con el que trabajan las operaciones del conocimiento se refiere, en general, a cosas.

El resultado de las averiguaciones acerca de algo consiste en formarnos una representación de aquello. Tal representación, necesariamente es formal, es decir, se trata de una idea, una teoría, una proposición, un enunciado…

Bien, a continuación, ¿qué podemos hacer con esa representación, idea, enunciado, teoría, etc.? ¿La utilizaremos directamente para producir nuestras acciones, establecer relaciones, fundar nuestras emociones y sentimientos, etc.? La respuesta es, no.

Antes de que aquella idea pase a formar parte de nosotros mismos y de nuestra actividad, es imprescindible hacer un examen de la misma.

Bajo la pregunta “¿esa idea es verdadera o no lo es?”, se inicia un proceso de operaciones distintas, que incluyen el examen del fundamento o las razones de la respuesta que se le llegue a dar.

En el caso, en que se concluya que es verdadera por las razones importantes que la sustenten, y, además, sea compatible con el sistema de ideas previo, que tenemos por verdadero, tal idea deja de ser una mera idea y pasa a formar parte de dicho sistema, con lo cual se ha convertido en creencia.

A partir de ahí, cuando proceda, dicha creencia intervendrá en la producción de nuestras actividades de relación y, en la medida en que tenga sentido que lo haga, formará parte de nuestra propia constitución psicológica.

Ahora bien, el conocimiento que uno mismo hace, no es la única fuente de la que salen las ideas que llegan a nosotros. Casi se podría decir que, generalmente, es una fuente escasamente utilizada.

Una parte considerable de las ideas a las que tenemos acceso nos vienen dadas, ya hechas, desde fuentes exteriores. Es decir, no es tan frecuente que nos hagamos ideas de las cosas. Lo es más, que nos las den hechas.

¿De qué forma llegan a nosotros? Mediante mensajes. De hecho, un mensaje, no es más que una idea que se comunica entre un emisor y un receptor. En este ámbito, sobre todo, somos receptores de mensajes.

Bien, una vez que hemos recibido una idea a través de un mensaje, tenemos que hacer lo mismo que hacemos con nuestras propias ideas elaboradas mediante conocimiento.

Nos volvemos a hacer la pregunta “¿esa idea es verdadera o no lo es?”, y a partir de ella dedicamos una parte de nuestras operaciones intelectuales, a veces de forma consciente, y, en otras, en un segundo plano de procesamiento, a responderla y a fundar tal respuesta en las razones que consideremos que sirven al efecto.

Por lo tanto, la función de conocimiento se destina a elaborar ideas acerca de las cosas, mientras la de creencia, operando sobre esas ideas ya hechas, se dedica a juzgar y fundar su veracidad o su falsedad.

Además, las ideas que son susceptibles de juicio para convertirlas, o no, en creencias, no tienen que ser, necesariamente, generadas por uno mismo, sino que nos pueden llegar mediante la comunicación, en formas de mensajes.

Ahora bien, dentro de las relaciones entre el conocimiento y las creencias, hay que considerar otra que, en cierto modo, cambia el orden de la secuencia de operaciones.

No hacemos conocimiento partiendo de la nada, sino que todo el sistema de creencias que tenemos almacenado, al que denomino sistema de referencia interno, constituye una plataforma desde la que iniciamos cualquier investigación acerca de algo, pues aporta los presupuestos que dirigirán nuestras operaciones de aprehensión, percepción y búsqueda, e, incluso, participará en las formas en que elaboremos nuestras ideas o representaciones de las cosas.

A veces, las creencias que nos constituyen, sirven de enorme ayuda para conocer e investigar. En otras, nos dificultan enormemente poderlo hacer, aunque esto depende en buena  medida de las cosas o asuntos que se consideren, en cada caso.

Por otro lado, a menudo damos crédito por anticipado a determinadas fuentes de ideas. Se trata de personas en las que confiamos ciegamente, de instituciones en las que, nos parece, cree todo el mundo, etc.

Tales creencias acerca de personas o fuentes de información, nos llevan a juzgar sistemáticamente que las ideas que nos transmiten son verdaderas, y, la razón para hacerlo, es el crédito que les damos por anticipado.

No obstante, si el crédito que les tenemos asignado no está sólidamente fundado, ya sea porque se les ha dado desde la infancia, ya sea que no lo hemos sometido a revisión, etc., el riesgo de caer en creencias falsas o erróneas se mantendrá alto.

 

[i]Entrada de las palabras “creencia” y “creer”; Diccionario de la Lengua Española; Real Academia Española, Madrid, vigésima primera edición, 1992

[ii]Entrada de las palabras “conocimiento” y “conocer”; Diccionario de la Lengua Española; Real Academia Española, Madrid, vigésima primera edición, 1992

2 Comments
  • Elena Rodriguez Bravo on 13/10/2015

    Tenía un poco de lio entre «si creo no conoczco y si conozco no creo»
    Me ha quedado todo superclaro, genial

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