Blog de Carlos J. García

Sexualidad, reproducción y lucha de clases

En el plano genético la sexualidad es un modo de reproducción que garantiza la diversidad genética de los individuos de la especie. De la combinación de los genes de dos individuos se forma uno nuevo que posee en parte características de sus respectivos antecedentes.

Gracias a la sexualidad se produce una multiplicidad de individuos, parcialmente diferenciados, que es suficiente para que cada uno de ellos posea su propio código genético.

Con dicho organismo, cada individuo iniciará una larga travesía medioambiental que culminará en una identificación psico-biológica completa al acceder a la edad adulta.

Tras eso, dos individuos de géneros diferentes, surgidos de esos diversos avatares, se elegirán mutuamente atraídos en buena medida por su complementariedad y efectuarán las actividades sexuales que culminen en la reproducción, dando lugar a nuevos individuos.

Es obvio que la naturaleza de la sexualidad es reproductiva aunque no siempre lo sea, y, además, diversifica a los individuos que componemos la especie.

El proceso natural descrito tiene, por lo tanto, dos partes: Una es la microscópica que ocurre entre óvulos, espermatozoides y la gestación de los embriones resultantes y otra es la sexualidad en tanto actividad interpersonal que cierra el ciclo entero de la reproducción natural.

Empeñada como está nuestra civilización en sustraer todo control de cualquier tipo a la naturaleza, ocupando sus anteriores dominios, la consigna en este ámbito consiste en independizar la parte interpersonal de la sexualidad de su parte celular.

Se trata de que la actividad sexual de las personas no sea reproductiva, desnaturalizando su función original y arrebatándole su esencia.

Este tipo de mentalidad es el que se encuentra detrás de la eugenesia, destinada a efectuar una selección artificial de los tipos de individuos que han de reproducirse y desechar a los que no.

El dogma de fondo es que debemos independizarnos plenamente de la naturaleza hasta que en nuestra especie no quede nada de ella.

De momento, creo que no se ha conseguido aun la producción de úteros artificiales y solo por esa razón hace falta que la gestación de los embriones la efectúen mujeres. Tampoco ha conseguido la ciencia la producción artificial de óvulos y de esperma, lo cual, aunque parece más complicado, no es descartable en un futuro a medio plazo.

Ahora bien, cuando el esperma de un varón anónimo se pone en un vientre de alquiler, y el neonato resultante es educado por una institución gubernamental o, por delegación, por algún adoptante, nos encontramos con una secuencia genealógica radicalmente impersonal que hará imposible que aquel individuo llegue a disponer de creencias ciertas acerca de sus orígenes.

En este hipotético caso, la sexualidad interpersonal no habrá tenido nada que ver en su venida al mundo, ni sus “creadores” nada que ver entre ellos.

Una vez alcance un desarrollo ontogenético suficiente, será como si su identidad fuera atribuible al azar, ignorándolo todo acerca de los actores y, sobre todo, de los fines que hubieran movido a cada uno de ellos para producirle.

Ahora bien, ¿en qué queda la sexualidad interpersonal cuando se aísla radicalmente de su inicial función reproductiva?

En mi opinión, cuanto más se elimine el papel de dicha sexualidad en su función reproductiva, tanto más perderá la gracia que tenía.

El placer se encuentra naturalmente vinculado a la existencia y a la trascendencia de cada persona. Es placentero todo lo que hace existir al propio ser y la sexualidad reproductiva no está exenta de él. De hecho, es la que hace trascender a alguien que, al menos en parte, “existirá” en sus descendientes.

Gran parte de las emociones y sentimientos presentes en la sexualidad reproductiva tenían su correspondiente sentido por ser potencialmente reproductiva. Eso no significa que toda actividad sexual se orientara a la reproducción, sino que ésta podía ser un efecto, intencionalmente producido o accidental, de su práctica.

Perdida su relación causal con la reproducción, la sexualidad se convierte en algo intrascendente, aunque sea movida por deseos y preferencias sexuales.

Antes, el nacimiento de bebés estaba inserto en una estructura de relaciones «causa — efecto». Una mujer y un hombre se enamoraban, tenían actividad sexual, y se producía o no el efecto de tener hijos.

Ahora, el nacimiento de bebés, depende de estructuras de relaciones «medios — fines». Una mujer o un hombre quieren tener un hijo y emplean los medios artificiales para tenerlo.

Ahora bien, cuando una actividad humana está sujeta a fines ya no hablamos de actos, sino de conductas que persiguen algún fin, lo cual nos llevará a preguntarnos: ¿«para qué quiere tal persona tener un hijo»?

Esta nueva estructura finalista en la que imperan motivos en vez de causas antecedentes, posee implicaciones decisivas en el sentido que adopte la existencia del niño.

Su existencia quedará vinculada de por vida a dicha finalidad del progenitor y a futuro, no será extraña la pregunta que los nacidos harán al mismo, al respecto de la explicación de su existencia. ¿Cuáles serán sus respuestas en el caso de que le contesten la verdad de sus propósitos?: «Te tuve para que me hicieras compañía; para que me sustituyeras en la dirección de mi empresa; para que el Estado me diera una subvención; para realizarme como persona…»

Esos «me» son destinos de una vida humana que atan y atarán la sustantividad del nacido a quien lo tuvo. Por lo tanto, la cuestión no es irrelevante: ¿Le dejarán el margen de libertad necesaria para que sea él mismo quien opte por el sentido que quiera dar a su propia existencia?, ¿será libre para llevar a efecto su propia vida?

La causalidad de la naturaleza; su accidentabilidad; versatilidad y su espontaneidad, quedarán excluidas de la vida humana y, a cambio de eso, se implantarán formas de vida programadas que, excluyendo toda sorpresa, eliminarán la vida misma de cada cual.

Ahora bien, estas novedades históricas en materia de reproducción, se unen a la dependencia de factores económicos a sopesar en la decisión de querer o no querer tener hijos, reduciendo las tasas naturales de reproducción.

Y, al margen de todo esto, ¿dónde quedará el amor como un posible origen de los nacimientos y como el factor fundamental que garantiza los entornos formativos con mayores posibilidades de producir una buena la salud mental?

No sé bien en qué proporción habrá estado ligado el amor a la anterior sexualidad, pero, seguramente, lo habrá estado en mayor medida de lo que puede estarlo cuando dicha sexualidad resulta intrascendente en términos reproductivos, y, también, cuando no interviene sexualidad interpersonal de ningún tipo en la reproducción.

Ese amor interpersonal, cuando está presente en la sexualidad y en la reproducción, es previsible que también esté en la educación, lo cual genera una atmósfera formativa que aporta, entre otras cosas, modelos de coexistencia que el niño aprende sin ni siquiera darse cuenta de ello.

Y sobre todo este conjunto de factores tecnológicos, económicos y educativos, destacan las políticas que gravitan sobre la proporción y la intensidad de la atracción sexual entre personas de diferente género biológico

La heterosexualidad todavía muy mayoritaria pervivirá a duras penas, cada vez más, bajo el establecimiento de las nuevas relaciones que ahora se quieren implantar entre los géneros biológicos.

El llamado “empoderamiento” de la mujer orientado a igualar, o tal vez sobrepasar el “poder” social de los varones, intensifica cada vez más el predominio de las relaciones interpersonales de poder.

Se trata de que las mujeres adquieran más poder, influencia y ascendencia, sobre los varones, con el efecto inevitable de que las relaciones interpersonales entre hombres y mujeres sean cada vez más conflictivas.

El poder que, cada vez más, preside las relaciones entre personas o entre grupos o poblaciones, es un artefacto que no se funda en la razón, sino en la injusticia fundada en que predomine la fuerza, la violencia y el dominio de los más fuertes sobre los más débiles, de los menos inocentes sobre los más inocentes.

Es igual de malo el poder de un varón que el poder de una mujer, y es igual de bueno el amor de un varón que el amor de una mujer.

El fundamento de una sociedad que se pueda considerar como tal, reside, precisamente, en que no impere la ley de la selva, con el agravante de que las selvas humanas son infinitamente peores que las selvas naturales.

Los millones de conflictos, que en la actualidad aumentan sin parar, residen siempre en el mismo factor que es la violencia entre personas, la cual no se reduce en absoluto a la violencia física, sino que incluye el engaño, la manipulación, el fraude, la estafa, la negligencia, la violación de contratos, el saqueo con abuso de confianza, etc., etc.

Ahora que las ideologías de izquierda y derecha o de capitalismo y comunismo, se van disipando, las luchas de clase por razones laborales y económicas, ya no dan mucho más de sí para los enfrentamientos de clases sociales.

Para mantener la conflictividad dentro de las nuevas sociedades parece que hacía falta una nueva lucha de clases que sustituyera a aquella: la nueva lucha de clases por razón del género biológico. Cuatro mil millones de mujeres y otros cuatro mil millones de hombres enfrentados entre sí, a ver cuál de esas dos clases es capaz de ganar la guerra por el poder social y económico.

Ahora bien, las guerras incrementan el odio entre los contendientes, aunque ocurra de forma muy variada entre los individuos participantes, lo cual no ayudará mucho a que mejore el atractivo heterosexual mutuo que tanto se necesita para la reproducción natural de nuestra especie.

4 Comments
  • Ignacio Benito Martínez on 17/02/2018

    Tremendo el tema, que por otro lado se puede observar a diario.

    • Carlos J. García on 17/02/2018

      Sí. Ocupa la mayor parte de la energía de los grandes medios de comunicación aunque la nueva lucha de clases no ha hecho más que empezar.

  • Nacho on 17/02/2018

    Hola Carlos. Sí es tremendo.
    Para buena parte de la sociedad «progresista» la naturaleza es en esencia antidemocratica, cruel e injusta. La tecnología ayudará a corregir estos errores.
    El amor heterosexual es la claudicación del ser humano ante esa injusta naturaleza. Los instintos sexuales deben ser reprimidos, arrancarles su origen natural y ponerlos al servicio de las leyes sociales.
    Un niño no necesita en absoluto un padre y una madre y un entorno de cariño. Es una propiedad social que debe ser educado en el sistema social. Si los padres se niegan cometen un delito. La familia y amor son conceptos reaccionarios a superar.

    Tampoco hacen faltan las relaciones sexuales para su concepción
    Los motivos para engendrar un hijo han de ser utilitaristas
    Podemos elegir el sexo de un descendiente incluso después de que la naturaleza lo haya «impuesto.» Basta «cortar y pegar»
    Un niño tiene derecho a elegir su sexo.
    Somos imperfectos pero afortunadamente ya podemos corregir esas imperfecciones manipulando los genes. Es la Victoria sobre el peor enemigo del «demócrata»: la naturaleza y la razón
    La mujer ha sido objeto del machismo. Ahora le toca a la mujer dominar las relaciones pues no hay duda de que es intrínsecamente más fuerte e inteligente. Hay que someter al hombre al precio que sea

    Todas estas creencias serán ciertas en la medida en que logremos inculcarlas a la mayoría: porque somos demócratas y la cruel naturaleza no lo es. (Si no te sometes eres un inadaptado,es decir, oficialmente un enfermo mental con problemas de hardware que debe ser anestesiado o apartado para evitar contagios)
    Una idea verdadera es aquella que es útil al poder. Entonces se propaga indefinidamente hasta lograr su aceptación castigando a quienes no se adhieran. Pero si deja de ser útil pasa a ser falsa.(esta es en esencia la lucha ideológica por el poder. La victoria de un bando reside en ganar la batalla de la propagación de sus ideas y en este sentido el dominio de educación y sistemas de comunicación es esencial)

    Por otra parte el varón heterosexual está totalmente perdido en sus relaciones con la mujer. En general hace tiempo que interiorizo que la mujer es «superior » (la inmensa mayoría lo admite) pero aún así no sabe nunca cómo actuar con ella: he de ser Sensible? Seguro de mi mismo? Adoptar un papel dominante? Protector? servicial? Romántico?. La mujer anda igual de perdida en lo que realmente quiere pero ahora tiene el poder de exigir que el hombre cambie a su antojo. (En general el sistema da ciegamente la custodia de los hijos a la madre. El varon está sometido a esa presión y a otras como el acoso sexual y hace ya tiempo que se sometió)

    Tras tantos años atacando la misma esencia del ser humano nos hemos convertido en autómatas sin capacidad alguna de reflexión. Hoy en día el ser humano no es más que un pelele al servicio de los intereses del poder porque le han extirpado su contacto con la realidad al haber decretado su inexistencia.
    A la mujer le han dado las ideologías un poder que en muchos casos no sabe cómo manejar. En su esencia de ser humano quiere y necesita relaciones igualitarias y complementarias pero se encuentran con hombres -chicle -objeto sin sustantividad alguna. Otras lo utilizan sin miramientos para su beneficio.

    La locura ha llegado para quedarse. El sistema de poder ha reducido al ser humano a un mero robot que utiliza su miedo a la exclusión para someterle a su función. No nos queda mucho pues no se puede vivir de espaldas a la realidad. Será «ella» la que acabe con el ser humano.

    Un abrazo Carlos y muchas gracias por tu blog.

    • Carlos J. García on 17/02/2018

      Hola Ignacio.

      Has efectuado un repaso prácticamente completo de la ideología de género que ahora maneja el poder para extinguir, abolir o despreciar todo aquello con lo que la humanidad ha sobrevivido durante muchos miles de años, al tiempo que se diviniza la nueva humanidad que lleva poco más de doscientos años con su revolución modernista.

      Este modelo ideológico tiene la osadía de denominarse a sí mismo Humanista, cuando, lo cierto es que está empeñado en abolir la naturaleza humana; dejar a las personas sin nada a lo que puedan estar arraigadas; desmontar la educación de los hijos por los padres; generar todos los conflictos posibles dentro de la sociedad formando subgrupos y enfrentándolos siguiendo la táctica de divide y vencerás, y, en definitiva, producir un hombre artificial extremadamente débil, obediente y discapacitado que no llegue a disfrutar de autonomía de ningún tipo.

      Dentro de todo esto, y con una conflictividad social más o menos reprimida, se da una vuelta de tuerca intensificando la presión con la ideología de género que no deja absolutamente nada en pie de cuanto había en nuestra cultura hasta hace solo unos cuantos años.

      La alta capacidad de adaptación humana, que se suele considerar uno de los puntos fuertes de nuestra especie tiene, como casi todo, su reverso en la debilidad del ser humano que deviene cuando se adapta a atmósferas ideológicas que atentan contra su propia naturaleza.

      Muchas gracias por tu comentario y otro abrazo para ti.

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