Blog de Carlos J. García

¿Sabes venderte?

El triunfo absoluto e incuestionable del mercantilismo, que viene en el pack del liberalismo más inhumano, nos va dejando el poso identitario de que, también nosotros, somos meras mercancías, es decir cosas útiles para la venta.

Si a alguien que le vaya mal su oficio, su tienda, o cualquier otro modo que tenga de ganarse la vida, acude a consultar a algún experto acerca de sus métodos, una de las primeras frases que corre el riesgo de escuchar es: “¡Es que no sabes venderte!”

Sin dudar lo más mínimo de que, la diferencia entre la venta de los productos y la de la propia persona, es nula, por cuanto son la misma e indivisible mercancía, el que aconseja, no pregunta primero si la persona quiere venderse a sí misma, sino que da por hecho que, queriéndolo, el problema es que no sabe hacerlo.

Parece ser que, debe haber muy poca gente, que no dé por hecho que su finalidad en la vida es venderse o que la vendan.

Ahora bien, el asunto merece ser bien definido. No se trata de que un profesional del arte dramático, asista a un casting, y se le evalúe en términos de sus habilidades para interpretar algún papel del guión de que se trate.

En este último caso, el profesional tratará de emular al personaje que interprete durante el rato que dure cada actuación. Después podrá vivir sin necesidad de hacerse pasar por quien no es.

El alquiler de sus habilidades interpretativas, para hacer un determinado trabajo, no es igual que la venta de sí mismo.

Erich Fromm ofreció una descripción del asunto que viene al caso, referida concretamente a la ocurrencia de “intercambios” de «modos de ser» por «beneficios». Dice Fromm (citado por Millon [i]):

«El éxito depende de lo bien que una persona se vende en el mercado, del efecto que tiene su personalidad y del «buen partido» que es; si es «alegre», «impactante», «agresiva», «fiable», ambiciosa…/ Debido a que el éxito depende de cómo vende uno su propia personalidad, llega a considerarse una mercancía…La persona no está interesada por su vida y su felicidad, sino por ser vendible. /En la orientación comercial el hombre observa que sus propias capacidades son mercancías alienadas de él. No forman parte de él, ya que le enmascaran al no poder autorrealizarse…, […] así, su sentimiento de identidad se vuelve tan inestable como su autoestima; la identidad queda constituida por la suma total de los papeles que uno desempeña: «Soy lo que deseas que sea». /La premisa de la orientación comercial es el vacío, la falta de cualquier cualidad específica que no pueda someterse a cambio… La personalidad comercial debe ser libre, libre de toda individualidad.» (pp. 376-377)

Cada vez se hacen más y más películas de robots, o que incluyen robots, antropomórficos, del tipo de 3PO en la saga Star Wars. Tales máquinas son programadas al gusto de quien se haga con su propiedad, y si cambian de propietario, no hay problema alguno en reprogramarlas para que se adecuen a sus nuevas preferencias.

Tales máquinas, también podrían programarse de manera polivalente, de tal modo que dispongan de un gran número de programas preinstalados para una variedad de usuarios con gustos diferentes. De hecho, es posible que ya existan.

Como respuesta a las demandas de cada usuario, el robot en cuestión, también podría responder en términos de identidad, como diría Fromm, por la suma total de los papeles que desempeña: «Soy lo que deseas que sea».

Una pregunta que emerge, ante estas condiciones existenciales en las que se va introduciendo el ser humano, se refiere a los niveles de tolerancia de nuestra naturaleza de especie.

¿Tolerancia a qué? A la propia despersonalización, o, lo que aún es peor, a la privación de la posibilidad de llegar a alcanzar la realización suficiente que conlleva un concreto modo de ser, un ser en sí, que pueda existir por sí.

De hecho, una auténtica despersonalización es una experiencia terrible. Dejar de ser persona para convertirse en cosa o en robot, es uno de los miedos que más angustia ontológica pueden generar, en personas que padecen una condición de inseguridad ontológica primaria.

Ronald Laing[ii] lo describe del siguiente modo: «Miedo a la “petrificación y despersonalización”. Se trata de un miedo a ser puro objeto desprovisto de sustantividad, mera cosa ante el otro. “… el temor a la posibilidad de convertirse, o de ser convertido, de persona viva en una cosa muerta, en piedra, en robot, en autómata, sin autonomía personal de acción, en un ello (it) sin subjetividad.» (p. 42)

Hay que tener en cuenta que, ni siquiera se puede vender la propia personalidad una vez constituida, por lo que hacer seres humanos aptos para el comercio, requiere la invención artificial de modos de no-ser, que puedan adecuarse con facilidad a la implantación de rutinas artificiales, según sea la deseabilidad social que impere en cada momento.

Sería deseable hacer algunas reflexiones, más o menos generalizadas, acerca de las implicaciones que, las nuevas condiciones de vida que se van implantando, pueden tener, no solo sobre la economía, la ecología, la naturaleza, etc., sino, también, las referidas a los aspectos constitutivos, psicológicos, ontológicos y existenciales del propio ser humano.

Además, no se deben obviar sus consecuencias sobre las nuevas sociedades que, bajo tales condiciones, puedan llegar a formarse.

 

[i] MILLON, THEODORE con DAVIS, ROGER D.; Trastornos de la Personalidad. Más allá del DSM-IV; trad. del original de Laura Díaz Digón, María Jesús Herrero Gascón, Bárbara Sureda Caldentey y Xavier Torres Mata con revisión científica de Manuel Valdés Miyar; Masson S.A., Barcelona, 2000

[ii] LAING, R. D.; El yo dividido. Un estudio sobre la salud y la enfermedad; versión española de Francisco González Aramburo del original de 1960; FONDO DE CULTURA ECONÓMICA; México, 1978

Deja un comentario