Blog de Carlos J. García

¿Qué ocurre con el tiempo cronológico?

Además de nuestra experiencia directa, la información que se nos suministra cotidianamente acerca del tiempo atmosférico y múltiples asuntos climáticos es abrumadora.

No obstante, el tiempo cronológico, no suele ser tomado como objeto informativo, ni de ningún otro tipo. Esto ofrece la falsa apariencia de que, acerca de él, no hay nada que decir o que ya lo sabemos todo.

Mediante el presente artículo trataré de contribuir, aunque solo sea mínimamente, a corregir dicho supuesto y a subsanar el déficit informativo.

Para hacerlo, me referiré a unos pocos asuntos que pudieran tener un cierto interés directo en nuestras vidas.

  • Acerca de la expresión «en tiempo real»

Hoy mismo, día de elecciones generales en nuestro país, escucho reiteradamente en los informativos matutinos, que se nos va a ofrecer información de lo que acontezca a lo largo del día «en tiempo real». Me pregunto qué quieren decir los periodistas que utilizan dicha expresión, cuando parecen hacer referencia a dar información de los hechos que ocurran en tiempo presente.

El contexto en el que utilizan dicha expresión es el de que van a ofrecer información en directo, o instantáneamente, de los hechos que vayan ocurriendo, al tiempo que  informan de ellos.

Se me ocurren una gran cantidad de expresiones que se refieran a informar de algo presente en el presente.

Sin duda, podrían decir que van a ofrecer información de los hechos de forma simultánea a la ocurrencia de los mismos; que ofrecerán información en la actualidad de lo que vaya pasando en la actualidad; que ofrecerán información en directo, y no de forma diferida o grabada con antelación,…

Por otro lado, para referirse a tal actividad informativa, no veo expresión más desafortunada que denominarla «en tiempo real».

Por una parte, da a entender que solo es real lo que ocurre en la actualidad, o que el pasado no es real, es decir, que solo es real lo que existe ahora. Además, también da la impresión de que todo cuanto ocurre ahora es real, por lo que se deduce que el pasado es irreal, y, por tanto, que todo lo real que ocurre ahora dejará de ser real en cuanto haya pasado.

¿Puede ser algo real “ahora” y perder dicha cualidad por el mero hecho de que haya pasado, aunque solo sea por unos cuantos segundos de diferencia? El lío metafísico y vital al que nos conduciría dicha tesis, si fuera verdad, sería monumental.

 

  • Acerca de nuestro calendario.

Dado que las presentes elecciones ocurren en el mes de diciembre, coincidiendo con el mes en el que convencionalmente se considera el último mes del año, y que la mayor parte de la gente lo celebrará el día 31, junto a la llegada del nuevo año, comentaré una historia que, no por ser generalmente ignorada, carece de importancia.

El hecho de que el año cronológico convencional en Occidente dé comienzo el uno de enero, es una adversidad que acarreamos durante todos los ciclos estacionales de nuestras vidas.

No cabe duda de que, el comienzo natural del ciclo anual en el hemisferio norte, ocurre en el mes de marzo. Es cuando la primavera empieza a despuntar y la vida natural recomienza su andadura.

En la naturaleza, la primavera es la primera estación y el invierno la última.

Si preguntamos cuál es la razón de que llevemos ese desfase entre la vida natural  y la convención social, resulta que casi nadie la sabe, lo cual, posiblemente sea más asombroso todavía.

¿Es que a nadie le importa que todos y cada uno de los años de su vida comiencen en la fecha equivocada? ¿A nadie le importa empezar el año con los hielos, la nieve y el frío de enero y de febrero, en vez de empezarlo sincronizados con el despunte de la vida en primavera?

Es una larga historia y aunque solo por aclarar este aspecto quizá valga la pena contarla. El Imperio Romano, tras diecinueve años de intentar derrotar a los celtíberos de Numancia sin conseguirlo, decidió nombrar cónsul a Escipión para dirigir el deseado último ataque contra la ciudad, mediante una reunión extraordinaria del Senado.

Ahora bien, los senadores tenían un problema legal que consistía en que estaban en el décimo mes del año, y, según sus leyes, no era posible cambiar a los cónsules antes de que cumpliera un año desde su designación, así que, obcecados como estaban en nombrar cónsul a Escipión de manera inmediata, decidieron nombrarlo en el mes de diciembre, para lo cual adelantaron dos meses el final del año.

Diciembre, como su propio nombre indica, es el décimo mes del año y no el duodécimo.

Antes de este cambio, el primer mes del año era marzo, tras haberse dado por finalizado el invierno en febrero, momento en el que llegaba la primavera y todo renacía. Luego venía abril que era el segundo; mayo, el tercero; junio el cuarto; julio el quinto; agosto el sexto; septiembre el séptimo; octubre, el octavo; noviembre el noveno; diciembre el décimo; enero el undécimo, y febrero el duodécimo.

De hecho cuando hay que cambiar el número de días para ajustar los calendarios en los años bisiestos, tal como ocurrirá en 2016, se agrega un día en febrero que es el último mes del año, pasando de tener 28 días a tener 29.

Si se hace una visita a Garray, el pueblo que hay junto al yacimiento arqueológico de Numancia en la provincia de Soria, allí encontramos un museo en el que explican, con todo lujo de detalles, este hito del modo romano de ejercer el poder para conquistar el mundo.

Otro cambio de calendario, históricamente más reciente, fue el que se impuso en la Revolución Francesa.  Los revolucionarios designaron los meses con nuevos nombres: enero, nivoso; febrero, pluvioso; marzo ventoso; abril, germinal; mayo, floreal; junio, pradial; julio, mesidor; agosto, termidor; septiembre, fructidor; octubre, vendimiario; noviembre, brumario y diciembre, frimario. Este calendario solo duró el mismo tiempo que la propia revolución.

De haber fructificado aquel cambio, lo mismo que fructificó la alteración romana, hubiera dado origen a un nuevo modo de denominar las fechas en toda la órbita de nuestra civilización.

Es obvio que todo poder aspira a convertirse en el origen de todo cuanto exista. Se trata de un modo anómalo de intentar trascender, que ha funcionado como una plaga en nuestra especie, desde que tenemos memoria.

Ahora bien, el modo que tiene el poder de relacionarse con el tiempo, no se restringe a intentar diseñar el presente y el futuro primando sobre cualquier otra causa. Cuando mira hacia el pasado le molesta intensamente que no sea producto suyo y entonces se esfuerza en inventar relatos que oculten lo que haya ocurrido verdaderamente, de tal modo, que bajo el invento, aquello sea como si no hubiera ocurrido.

 

  • Acerca de nuestro horario convencional

A este respecto solo mencionaré dos pequeños detalles que empiezan a resultar bastante molestos.

No sé si verdaderamente valdrá para alguna forma de ahorro energético, pero, por un lado,  el hecho de que se modifique el horario convencional dos veces a lo largo del año, y, por otro, que tengamos que escuchar miles de veces a lo largo esos doce meses en los medios de comunicación la frase estándar «Son las X, una hora menos en Canarias», implica un gasto energético pendiente de valorar, y, sobre todo, llega a poner a prueba nuestra paciencia como recipiendarios de dicha información.

Tal vez alguien debería arreglar estos asuntos convencionales y hacer coincidir la hora convencional con la natural, dejándola establecida indefinidamente así.

 

  • La relatividad temporal

La teoría de Einstein con respecto al tiempo es totalmente cierta. Una de sus tesis es que si unos cuantos seres humanos viajan en una nave espacial a muchísima velocidad, la progresión de su envejecimiento es muchísimo menor que la de los habitantes que se encuentre en la Tierra.

Al parecer, la razón de que esto sea así es que, lo que les ocurre a dichos viajeros, acaece en el sistema de referencia físico en que consiste la propia nave, mientras que el sistema de referencia físico de los habitantes que permanecen en la Tierra, no es el interior de dicha nave, sino el conformado por la Tierra con respecto a dicha nave desde una perspectiva exterior a la misma.

En mi opinión, el tiempo remite a los cambios de estado que ocurren en un sistema entre dos momentos dados, considerados, respectivamente, como un estado inicial y un estado final.

Cuando algo cambia muchísimo entre un estado, considerado inicial, y, otro, considerado final, decimos que ha pasado mucho tiempo entre esos dos puntos. Por el contrario, si, entre dos puntos dados, algo no cambia nada, diremos que por allí no ha pasado el tiempo. La duración del tiempo está directamente relacionada con el movimiento y con los cambios que ocurran en un sistema dado, si pocos o muchos.

Una posible interpretación de esto es que no pasa el tiempo, sino que lo que pasan son los cambios en los seres y en los sistemas existenciales.

Nuestra experiencia parece estar a favor de dicho planteamiento. Si, por ejemplo, en un fin de semana hacemos muchísimas cosas distintas, el lunes siguiente sentiremos que ha transcurrido mucho tiempo desde el viernes anterior. Sin embargo, si no hacemos casi nada, sentiremos que ese periodo de tiempo habrá transcurrido muy rápido.

Ahora bien, las impresiones subjetivas serán las contrarias dentro del propio intervalo temporal del fin de semana. Si no hacemos casi nada, sentiremos, con cierto aburrimiento, que el tiempo está transcurriendo muy despacio, mientras que si nos estamos moviendo mucho, tendremos la impresión de que el tiempo pasa muy deprisa.

Ahora bien, cuando observamos a nuestro alrededor que los cambios suceden a una velocidad vertiginosa, en vez de hacerlo de alguna forma cuya integración en nuestro propio sistema de referencia informativo no nos genere estrés, hay que tratar de analizar qué está sucediendo.

Por regla general, cuando se derrumba un edificio, el tiempo que tarda en hacerlo es mucho menor que el que tardó en construirse. La naturaleza trabaja a un ritmo que podemos considerar lento, si bien, en general, sus producciones son magníficas.

Una civilización que va demasiado rápido con respecto al curso natural de los hechos y a nuestra capacidad de asumir sus cambios, es sospechosa de haber tomado un rumbo peligroso.

1 Comment
  • Rosalía on 21/12/2015

    Muy interesante y lógico este artículo.

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