Blog de Carlos J. García

Objetividad y subjetividad de los juicios de valor

Los juicios de realidad vinculados al principio de la verdad como, por ejemplo, «la nieve es blanca» han sido sometidos a profundos debates a lo largo de la historia dentro de las teorías del conocimiento, la lógica, las matemáticas, la metafísica y otras disciplinas. El eje principal de su estudio ha sido y en buena medida sigue siendo el de su posible «subjetividad — objetividad», dentro del que recae el problema de su carácter real o irreal, es decir, de su validez.

En ese terreno parece que la realidad se toma como la referencia inequívoca de contraste al que tales juicios deben acercarse en todo lo posible, y se considerarán verdaderos los juicios que sean conformes con ella. Por ejemplo, «el enunciado “la nieve es blanca” es verdadero puesto que (en realidad) la nieve es blanca».

En torno a ese tipo de enunciados referidos a la realidad se ha discutido y se discutirá todo lo imaginable, lo cual contribuye al menos a delimitar el problema o los problemas del conocimiento. Ese es el terreno de la gnoseología.

Otra cosa aparentemente muy distinta es el ámbito de los juicios de valor cuya investigación parece corresponder, no a la epistemología sino a la axiología.

Los juicios que afirman o niegan la importancia, el valor, la positividad, la negatividad, el bien, el mal, la belleza, la fealdad o cualesquiera otros asuntos similares, no entran en el campo del conocimiento, ni, por lo tanto, se consideran verdaderos o falsos.

Remiten a la esfera de la estimación, actividad psicológica a la que prefiero denominar de manera más amplia como función de valoración, a diferencia de la función de conocimiento.

En este ámbito, aunque hay estudios filosóficos que se lo han tomado muy en serio, ni de lejos se ha llegado al volumen de trabajo efectuado al que ha dado lugar el problema del conocimiento.

Da la impresión de que esa deseada conformidad de nuestros juicios de realidad con la realidad misma parece algo más asequible, objetivo e incluso tangible, que nuestros juicios de valor con el valor de lo efectivamente juzgado.

Así, la realidad en cuanto a tal parece algo que no solo está dentro de nosotros, de nuestra subjetividad, y en consecuencia la podemos buscar fuera de nuestras ideas e incluso dar con ella si es que tenemos el acierto y la paciencia suficientes. La realidad, en tanto queremos conocerla, de un modo u otro la consideramos algo sólido capaz de llegar a conformar nuestra subjetividad, nuestro conocimiento, el pensamiento, la percepción y las diversas funciones que se ocupen de ella.

Así, podemos decir que lo que hacemos en ese ámbito tiene un par objetivo con el que podemos contrastar nuestros juicios.

En definitiva parece que nuestros juicios de realidad pueden ser subjetivos o pueden ser objetivos, correspondiéndose groso modo con el hecho de que sean falsos o verdaderos, aunque esto pueda ser discutible.

Al contrario de esto, los juicios de valor que efectuamos aparentan estar condenados a un carácter estructuralmente subjetivo y, por lo tanto, “irreal”.

¿A qué se puede deber este dogma, prejuicio o costumbre tan extendido? No es fácil contestar a esta pregunta, pero al menos merece un cierto análisis.

Para empezar, el principio trascendental de la verdad que hace posible el conocimiento, no parece que se haya puesto en el mismo plano que los otros dos principios trascendentales que son el bien y la belleza, sino que está ubicado jerárquicamente por encima de estos. Se tiende a considerar como algo más real u objetivo que estos.

La verdad objetivamente considerada remite a algo que está en las cosas o en los hechos que enunciamos por lo que, al conocerla, podemos efectuarlos en correspondencia con ella.

¿Acaso consideramos que el bien y la belleza están en las cosas o en los hechos que enunciamos por medio de nuestros juicios de valor, o, por el contrario, los consideramos como algo que solo está en nuestra mente?

Llama mucho la atención cuando alguien se apropia la verdad al estilo de la sofística y pronuncia frases del tipo “mi verdad es que…X”, negando de forma implícita o explícita que haya una única verdad al respecto de aquello a lo que se refiera. La fragmentación de la verdad en tantos individuos como enuncien algo es la demolición de la realidad.

Por el contrario, llaman menos la atención los juicios marcadamente subjetivos que conciernen al bien y a la belleza. “A mí me gusta”, “en gustos no hay nada escrito”, “mi bien consiste en X”, “tu bien es otro muy diferente” etc. Su fragmentación es prácticamente total.

Más allá de estos trascendentales, el valor objetivo en cuanto a tal no parece reconocerse en absoluto.

Sostener que algo es absolutamente importante o que es lo más importante de todo, chocaría con todas o casi todas las subjetividades de quienes revisen dicho juicio y, seguramente, propondrían múltiples alternativas.

Ahora bien, debemos preguntarnos si el valor juega un papel estructural en el universo, al igual que el que tienen las cosas que componen la realidad.

¿Podemos imaginar un universo en el que el valor no figure como un componente fundamental de la realidad?

¿Podemos imaginar a un ser humano cuya función de valoración se encuentre suprimida o bloqueada por completo?

Las fuerzas físicas (gravitatoria, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil) son vectoriales y se encargan de ordenar los sucesivos estados de cosas materiales que discurren en un proceso de cambios que no se puede detener.

Pero esas cuatro fuerzas no pueden explicar por ellas solas los estados de cosas que dependen de los seres vivos y, muy particularmente, del hombre.

Todo el dinamismo universal responde a juegos de vectores de fuerzas y con ellos es donde posiblemente debamos incluir eso que llamamos valor.

La realidad material está compuesta de cosas y de fuerzas, pero a esto hay que añadir los seres vivos y la valoración para que la realidad esté completa.

De la valoración que efectuemos (acerca) de algo dependen nuestros motivos, fines, decisiones, voluntad, movimiento, conductas, acciones, reacciones, emociones, etc., por lo que dicha valoración influye decisivamente en los estados de cosas del universo en mayor o menor grado, sobre todo, en los que están más próximos a la conducta del sujeto, e incluso, a las observaciones que efectúe (al menos en el terreno cuántico).

Por otra parte, el valor puede considerarse un vector desde la existencia a la inexistencia, y viceversa. Tal vector presupone el tiempo.

El carácter contingente de un ser real, y especialmente en los seres vivos, se refiere a que puede existir y puede no existir (presenta ambas «capacidades») pero no puede existir y no existir en modo simultáneo. El vector entre existencia e inexistencia es un vector fundado en la temporalidad de la realidad.

De ahí que el valor, que resulta de «existir-pudiendo-dejar-de existir» o de «no-existir-pudiendo-existir»,  presuponga una secuencia temporal de los acontecimientos. El valor se infraestructura en existencias e inexistencias efímeras dentro de la propiedad de lo real que es su afinidad por la existencia en contra de la inexistencia.

El autor que creo más se aproxima a esta relación entre realidad y valor es Wilbur M. Urban en su ensayo Valor y existencia[i], que sostiene que, sin relacionar el deber ser con el ser y el no ser, el deber ser no se puede entender. Según Urban, el juicio de valor no da conocimiento del ser o del no ser sino de que un objeto debe ser o no debe ser. Da conocimiento de algo, de un objetivo. No presupone un objetivo sino que es un objetivo. El valor es una forma de objetividad situada entre el ser y el no ser.

Urban finaliza dicho ensayo con las siguientes palabras: «Parece mejor reconocer francamente el valor como un singular objetivo no reductible al ser de ninguna manera. Cómo esté relacionado con el ser y la realidad es un problema que aún tenemos que tratar de resolver.»

Ahora bien, en mi opinión tal deber ser o no deber ser, no parece estar en el tronco central del juicio de valor, sino depender de él, como en el caso en que juzguemos mala la ocurrencia de algo a lo que sigue una concreta actitud orientada a tratar de que eso no ocurra regida por la creencia de que aquello no debe ocurrir.

Más concretamente valoramos existencias de seres, cosas, acciones, hechos, estados de cosas, etc., incluyendo nuestras propias existencias y nuestras vidas de las que aquellas dependen como condición necesaria pero no suficiente. Para existir en el mundo hay que vivir pero este requisito no garantiza la existencia plena del propio ser en el mundo.

Ahora bien, cuando, por ejemplo, juzgamos la existencia de algo como importante, irrelevante, positivo o negativo, para nuestra propia existencia, ¿se trata de un juicio carente de referente en la realidad?

¿Es objetivamente bueno para nuestra propia continuidad existencial dentro de la realidad del universo que superemos una enfermedad potencialmente mortal como, por ejemplo, un cáncer? ¿Será objetivamente bueno que el tratamiento de quimioterapia sea eficaz para la curación? En caso de que no fuera así, los términos bueno-malo perderían gran parte de su significado.

Pero ¿será importante sobrevivir o no al cáncer con respecto a nuestra continuidad existencial en el mundo? Parece obvio que sí. Incluso parece que su importancia es tan “verdadera” como el hecho mismo de padecer la enfermedad en caso de que de hecho se padezca.

No obstante, los juicios de valor no se limitan a las relaciones entre eventos, estados de cosas, etc., que sean interdependientes, es decir relativos entre sí. Sin duda afectan a todas las relaciones que la existencia de una cosa tenga con otras de las que aquella dependa, pero ¿acaso esas relaciones son un tropo al infinito y permanecen en un puro relativismo?

Unas líneas más arriba he sostenido que el valor es prácticamente sinónimo de existencia de algo en el mundo, por ejemplo, de uno mismo, lo cual está presente en todas y cada una de nuestras funciones psicológicas.

De ahí se desprende que también serán importantes o tendrán valor todas aquellas cosas de las que dicha existencia dependa y como tales serán juzgadas por el sujeto, con mayor o menor acierto, pero juzgadas.

¿Y de qué cosas depende nuestra existencia en el mundo? La lista es muy larga pero no es interminable.

El propio ser, su estado, el sistema de relaciones que tenga con el exterior, y del propio exterior. Dicho en otros términos, del propio ser y de la existencia misma del universo.

Sin la existencia del universo nada existe y es impensable incluso hablar de valor. La propia existencia de uno mismo en el universo es parte de ese mismo valor y por tanto del valor que posee de suyo la existencia del universo. En última instancia lo que vale es que algo exista en vez de nada.

Es el universo el que posee valor por su mera existencia y de ahí la reciben todos sus componentes.

El valor forma parte de la realidad universal (o llana y simplemente de la realidad), igual que las cosas mismas, pero las meras cosas privadas de existencia o de la simple capacidad de existir y de dejar de existir no valdrían nada. Lo que importa en último término es que la realidad exista.

Ahora bien, la enorme trama existencial del universo es muy compleja y depende, no solo de las leyes naturales de necesario cumplimiento, sino también de leyes de obligado, pero no necesario, cumplimiento.

Desde el momento en que un ser humano puede elegir entre lanzar una bomba nuclear sobre cientos de miles o millones de personas destruyendo, no solo sus vidas y la de otras tantas vidas de millones de seres vivos, sino certificando el negro porvenir del lugar bombardeado, o puede elegir no hacerlo, decisión que no está sometida a las leyes naturales, entramos en el terreno de la moral, del bien y del mal en términos tan reales como los referidos a la verdad o la falsedad de los juicios de realidad.

Aquel que decide lanzar una bomba nuclear sobre una ciudad, puede no hacerlo y por tanto es una decisión en la que opta entre el bien y el mal y ambos son objetivos, no subjetivos

Si no supiera distinguir entre ambas cualidades tampoco tendría capacidad, ni para poder dar la orden al respecto, ni para saber qué es una bomba nuclear y cuáles sus consecuencias.

El ejemplo es brutal, y solo expuesto a efectos de comprensión de la noción de qué es la moral, pero la moral está gravitando sobre todas las acciones de seres con capacidad de decisión que tengan repercusiones en la existencia de la realidad.

Volviendo a traer el ejemplo del cáncer, el médico que trabaja para acertar con el tratamiento adecuado para el enfermo y lo aplica, podría no hacerlo, lo cual convierte su decisión en algo más que una elección ceñida a la eficacia.

Aun así, podemos bajar el grado de la noción moral hasta decisiones diminutas de las que todos adoptamos miles en pocas semanas o meses y prácticamente ninguna de ellas estará exenta de una opción buena y una mala, en la que es posible seguir la lógica que engarza con el principio antes enunciado de que lo que importa en última instancia es que la realidad exista.

Obviamente, no está de más agregar que cuánto mayor conocimiento y sabiduría se tenga para elegir correctamente, tanto más fundada en la realidad estará la decisión.

Frente a este enfoque realista caben todos los que se quieran y hay muchas alternativas.

Antes dije que los juicios de valor que conciernen al bien y a la belleza son considerados generalmente como más subjetivos que objetivos, al contrario que los juicios de verdad y falsedad.

No obstante, en caso de que impere un subjetivismo irreal o anti-real suele estar muy vinculado al tamaño del ámbito valorado.

Por ejemplo, el egoísmo pernicioso, que está en uno de sus apogeos históricos viene a plantear el bien, en términos disyuntivos de «mi bien=tu mal», o en términos de «mi mal=tu bien» y los juicios correspondientes evidencian su origen en mentalidades que presuponen una guerra entre el individuo (o su grupo de pertenencia) y los demás o hasta con el propio universo.

Normalmente en estos casos, el bien se utiliza de forma sinónima al del propio interés y lo más frecuente es que el propio interés colisione con el “interés” del resto del universo, por lo cual se podría hablar de interés subjetivo, fundado en un “bien” subjetivo.

Sin embargo, esto es una deformación producto del exiguo campo considerado en el juicio moral. También muy vinculada a las éticas hedonistas (no exactamente epicúreas), más propias de especies sin inteligencia que con ella. No toman en cuenta la interdependencia estructural de sus propias personas del entorno en el que viven, ni mucho menos del propio universo, al igual que no la toma filosóficamente el neodarwinismo social.

Pero esa deformación concreta del juicio de valor real, igual que otras muchas, no es argumento válido para sostener que todo juicio de valor es puramente subjetivo, pues el valor en sí es algo objetivo. El universo es esencialmente cooperativo no competitivo.

En lo que respecta a la belleza, su mayor dificultad reside en lo que se signifique al hacer referencia a ella.

La belleza se puede definir como “resplandor de la verdad”, es decir, que la existencia de algo exprese su propia esencia, y bajo esa definición se trata de un principio trascendental de especial importancia en el ser humano. Incluye no mentir, no dar imágenes falsas, no portar disfraces, no hacer creer lo que uno mismo no cree… Autenticidad, comunicación verdadera…

No hacer que los demás crean ideas que les taparán la conciencia de realidad debido a su falsedad. El sentimiento de la belleza emerge de contemplar la realidad expuesta sin deformaciones y la obligación moral en el orden estético de todo ser humano consiste en mostrarse como es y lo que cree sin más fin que facilitar a los demás la tarea de conocerle.

El anti-realismo que impera en la época que vivimos tritura el bien, la verdad y la belleza empezando por afirmar que estos tres principios son irreales.

La realidad es el sujeto al que se refieren los juicios que involucran al bien y la belleza, lo mismo que los referidos al ser. Lo que los diferencia de estos últimos, es que aquellos juzgan áreas existenciales mientras los denominados juicios de realidad se efectúan sobre aquello que es.

En ambos casos son juicios referidos a la realidad y, por lo tanto, pueden hacerse de forma correcta o incorrecta.

[i] URBAN, WILBUR M.; Valor y Existencia; Excerpta philosophica, Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense

 

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5 Comments
  • Jesus on 12/01/2020

    Hola Carlos
    Solo quería aportar un breve comentario en referencia a los juicios de valor y es que me parecen de una enorme importancia porque lo que está en juego no es ni más ni menos que la aceptación o el rechazo de la Realidad y nuestra posición ante ella. Si queremos ser seres reales tenemos que aceptar la realidad para que podamos Existir y estar en ella.
    ¿Para ello los juicios de valor tienen que ser siempre subjetivos?, ¿dependen totalmente del sujeto?
    ¿En la Realidad hay cosas «buenas» o «malas» o solo juicios de valor que me posicionen en ella?
    Por último, decir Carlos que me ha encantado la definición de Belleza que das en tu artículo como «resplandor de la verdad» en el sentido de que Belleza ilumina la esencia del Ser, lo que realmente es. Nos hacen creer que la belleza es otra cosa cuando realmente es lo que muy bien describes,
    Enhorabuena por tu artículo.
    Un abrazo
    Jesús

    • Carlos J. García on 14/01/2020

      Hola Jesús.
      En mi opinión, no se debe confundir la realidad con lo que existe. Realidad y existencia se suelen identificar, en mi opinión, erróneamente. No todo lo que hay fuera de la mente humana es real.
      Sin duda, la naturaleza al completo es real, tanto lo natural que ha existido, lo natural que existe como lo natural que existirá.
      Pero no creo que podamos decir lo mismo de todo lo que existe que es producido por el ser humano. Por ejemplo, un ser humano puede tener ideas reales, irreales o anti-reales, y no pasa nada si no producen estados de cosas en el mundo.
      Pero hay que distinguir los estados de cosas materializados, o producidos por ideas reales, de los producidos por ideas irreales o anti-reales.
      Por ejemplo, si una persona te informa de verdad acerca de algo que ocurre, contribuyendo a que te formes una idea verdadera acerca de algo, para hacerlo ha tenido que concebir una idea real y tener una finalidad real y, efectivamente contribuye en cierto grado a realizarte y a que las acciones que tú produzcas sean reales.
      Por el contrario, si por ejemplo alguien te miente con la finalidad de que creas una idea irreal y lo consigue, una vez formada la creencia producirás acciones con un fundamento irreal.
      Las mentiras existen, verbalmente, por escrito, o en cualquier soporte material y en mi opinión no se realizan por el simple hecho de existir, sino que se trata de existentes no reales.
      Esto es solo un ejemplo de “cosas” que existen en el mundo y que no por ello son reales.
      En mi opinión, no todo lo que existe es real, y debemos diferenciar lo que sí lo es, de lo que no lo es.
      Por otro lado, si juzgáramos todo cuanto existe como bueno por el hecho de existir, no tendría sentido que hiciéramos juicios de valor.
      Yo creo que debemos valorar lo que es bueno, como bueno y lo que no lo es, como no-bueno.
      Otra cosa distinta son las actitudes que adoptemos a partir de efectuar tales juicios. Al respecto te recomiendo la lectura de un artículo de este mismo blog que lleva por título LAS ACTITUDES POSITIVAS Y NEGATIVAS.
      Muchas gracias por tu comentario.
      Un abrazo. Carlos

  • Ignacio Benito Martínez on 18/01/2020

    Dentro de los juicios de valor se me viene a la cabeza aspectos de la «Psicología del Desarrollo», que en base a lo que observe en mi profesión, me resulta muy esclarecedor, real y poco comentado.
    Los niños hasta 3º de primaria (8 años) se dedican o basan su actividad en hacer las cosas bien o lo mejor que saben o pueden (que por otro lado es a lo que debiéramos de dedicarnos todos, sobre todo cuando tenemos mayor edad y más capacidades y conocimientos).
    Cuando pasan de tener 8 años a 9 (aproximadamente, puede haber seis u 8 meses de desfase), su personalidad se consolida. Pasan de enfocar su mirada en sí mismos a mirar al otro (no todos los niños, los anti-reales sí).
    El anti-realismo, cuando llega a la frontera psicológica de los 8 o 9 años, en breve espacio de tiempo es capaz de captar todos las variables y parámetros que tiene a su alrededor, para que, percibiendo a las personas reales y honradas de este mundo, se haga imposible la existencia de la realidad.
    El hecho es que al hacer los juicios de valor, cambian con esa edad la mirada de sí mismos a los demás. Ellos empiezan a existir por sí mismos, y su personalidad en caso de ser malvada, va a quedar definida y no tendrán ninguna duda de nada. En caso de ser bondadosa, siempre quedarán muchos «atisbos» de comprender a los demás, aunque se tengan dudas.
    De todas maneras en la infancia (hasta los 8 años), tampoco tienen en la cabeza la belleza, y el bien y la verdad, con lo cual no es una etapa de la vida en la cual reacaiga el mayor conocimiento del ser humano, ni mucho menos.
    Las culturas tradicionales valoraban el saber del anciano del pueblo, mientras que las actuales, tienden a valorar el saber de la gente sin formar del todo.
    Pero esa parte de la población anti-real ya formada, lo primero que aprenden de forma seria es a fijar la mirada en el otro criticándole, haciendo sentir culpable de todo, interrumpiéndole, destruyéndole si es posible, y sobre todo yendo a quedar por encima de la realidad con todo tipo de argucias, tretas y engaños, en las cuales no se puede destacar ningún tipo de juego limpio.
    La comedura de cabeza de si los juicios de valor son objetivos, subjetivos, y demás, hay algunos que no la tienen. Ellos ven la realidad y se posicionan desde los 8 años en contra, adquiriendo conocimientos exponencialmente; jugando con la ventaja de que el el equipo contrario no los va a adquirir de forma tan rápida.

  • Nacho on 24/01/2020

    Hola Carlos.
    En mi opinión y como primera aproximación la diferencia entre ambas funciones radica en la libertad. Cuando hablamos de conocimiento no hay libertad: la realidad es la que es y hemos de intelegirla tal como es. Cuando hablamos de valoración tenemos la libertad de posicionarnos según queramos y según sea la circunstancia. En el primer caso el objeto determina el proceso (contando con la participación activa del sujeto). En el segundo es el sujeto.
    Sin embargo y dado que la función de valoración es necesaria para tomar una acción de una persona que coexiste entre objetos, se encuentra también determinada por el conocimiento más o menos profundo de nosotros mismos y del que de ellos tengamos. Yo en este aspecto soy bastante radical: creo que un profundo conocimiento de la realidad determina, en unas circunstancias determinadas, ‘la mejor respuesta’. Porque valorar no es más que entender nuestra relación con el objeto basada en el conocimiento de objeto y sujeto. Entendida esa relación a mí me parece que la valoración es unívoca y la respuesta (eliminando aquí las instintivas) se deriva de ese entendimiento.
    Por tanto yo considero que la función de valoración no existe de forma independiente a la de conocimiento (siempre y cuando se valore por encima de todo el conocimiento). Forzado a valorar (que no es sino tomar consciencia de una situación que exige acción) cada cual lo hace según el conocimiento que tenga de sí mismo y de la configuración que exista con otros seres que interaccionan en ese momento, y de su conocimiento.
    En este contexto los trascendentales de bien, verdad y belleza, se coligen necesariamente de un adecuado conocimiento de la realidad. No se escogen, sino que surgen del propio conocimiento al juzgarlos como la actitud más adecuada para la propia conservación y desarrollo (que además curiosamente maximizan la conservación del conjunto). En este sentido el ‘hombre sabio’ es bueno necesariamente.
    El problema en mi opinión radica en que esto es creo poco discutible si el ser humano valora el conocimiento en esta medida. Pero es que el propio uso de la función de conocimiento también es objeto de valoración. De ahí que surjan estos problemas. Pero si una persona valora su función de conocimiento por encima de todo la función de valoración se subroga funcionalmente a la primera. Porque hemos de admitir que ante unas circunstancias determinadas existe una valoración óptima (y acción subsecuente) que maximice las oportunidades de conservación y desarrollo.
    Un abrazo

    • Carlos J. García on 28/01/2020

      El problema filosófico de fondo que planteo es, en última instancia, si el bien está al mismo nivel de la verdad en cuanto a su carácter real. La verdad es el conjunto de las cosas tal como son, sus propiedades, lo que es de ellas…
      En tu posición te acercas tanto a considerar que el bien también es una propiedad de las cosas y no un juicio que se vincula a ellas por mera atribución subjetiva, que pareces reconocer el carácter prácticamente objetivo de los juicios de valor. Coincido con esa aproximación.
      La sabiduría, cuando de verdad se tiene y se aplica por un conjunto de personas, podría conducir a un juicio del bien inter-subjetivo, al igual que los juicios de realidad de una comunidad de científicos honrados, aunque tanto la verdad como el bien sean un norte al estilo de un límite matemático.
      Por otro lado, la verdad no tiene solamente un campo de aplicación estricto a las individualidades de seres y de cosas, sino que pueden averiguarse verdades sobre objetos amplios y complejos como hacen las leyes físicas o la filosofía rigurosa. Lo mismo, en mi opinión, puede hacerse con el bien.
      Muchas gracias por tus aportaciones, siempre tan sugerentes.
      Un abrazo.

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