Blog de Carlos J. García

Mi verdad, tu verdad…

Para los principios universales no corren buenos tiempos. Hay indicadores suficientes de que, en general, están en decadencia, y, además, de que se encuentran bajo operaciones de acoso y derribo en algunos contextos ilustrados, cuyos efectos se detectan mediante su difusión a la población general.

Hoy en día no es raro oír decir a alguien frases como, por ejemplo, «mi verdad es que…», o «esa es tu verdad, pero la mía es que…», que implican directamente varios significados importantes, entre los que, de manera ilustrativa, podemos destacar:

1)      La verdad es, o no es, propiedad de alguien, y cada cual tiene la suya.

2)      Hay personas que resuelven sus diferencias en torno a los desacuerdos respecto a los juicios de verdad, propios o ajenos, aceptando la subjetividad de los mismos, y, por tanto, la indefinida fragmentación del principio de verdad, en tantas verdades como individuos discrepen.

3)      También, se da por supuesto que, o todo cuanto existe es verdadero, o todo es igualmente falso.

4)      Se confunden los juicios acerca de la verdad de los enunciados con las creencias que cada cual sostiene acerca del asunto de que se trate.

Por otro lado, entre los círculos ilustrados tenemos una variedad de posturas que ocupan todo el espectro posible. De entre aquellas a las que no les parece bien aceptar que la verdad es un principio real, hay que destacar dos:

1)      Quienes afirman que la verdad, como principio, no es real, y que hay que aceptar que la verdad es una simple construcción social, o un concepto mental sin referente real.

2)      Quienes, más o menos, admiten la verdad como un principio, pero lo juzgan como algo malo o negativo para la humanidad.

Del primer grupo, los que apuestan porque la verdad es una construcción social ―cuya presencia en las actuales universidades es notoria― podrían fundarse en algunos presupuestos utilitaristas, o, más aún, pragmatistas.

De ese mismo grupo, quienes consideran a la verdad como un mero concepto, más o menos útil para hacer operaciones dentro de la propia mente, pero sin referente real, se encuentra todo el pensamiento nominalista, inaugurado por Guillermo de Ockam (¿1288?-1349) que cuenta con numerosos seguidores hasta nuestros días.

Por poner un ejemplo de un autor del segundo grupo, aunque parcialmente coincidente con el primero, que se encuentra en pleno apogeo, tenemos a Gianni Vattimo que, en uno de sus libros titulado ¡Adiós a la verdad!, plantea una disyunción radical entre verdad y libertad, haciendo hincapié en la libertad política. Vattimo afirma:

“La verdad es mala, sobre todo, por ser tiránica.”[i] (p. 22)

En su opinión, el régimen de la democracia liberal viene a ser sinónimo de relativismo, que sería un pilar de la libertad humana.

No sé si, quienes niegan el carácter real del principio de la verdad, han caído en la cuenta de que, sin tal principio, la idea misma de conocer algo o a alguien, se torna absurda; que cualquier posibilidad de comunicación entre un ser humano y aquello o aquellos que le  rodean, sería radicalmente imposible; que la propia ciencia sería incapaz de descubrimiento alguno; que entre los enunciados verdaderos y los falsos no habría diferencia alguna…, en fin, que la realidad y la vida se tornarían puras ficciones, y que cualquiera de nosotros viviría en la agónica duda acerca de su cordura y de la de los demás.

La verdad no es más que el conjunto de propiedades que tiene algo, y conocer la verdad acerca de algo no es más que conocer lo que le es propio, sin añadirle nada de la propia cosecha, ni quitarle nada que le corresponda.

Cuando alguien se apropia de la verdad de algo, afirmando «esa es mi verdad», está diciendo, implícitamente, que lo que dice es radicalmente falso, lo cual no sería precisamente para presumir.

[i]VATTIMO, GIANNI ; Adiós a la verdad; trad. de María Teresa D´Meza; Editorial Gedisa, S.A., Barcelona, 2010

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