Blog de Carlos J. García

Mi bien, tu bien…

Un ser humano no puede vivir en aislamiento, ni físico, ni informativo. Necesita un mundo en el que estar, relacionarse y poder existir. Esta condición es extensible a todo ser vivo. Lo curioso es que cualquier otra especie lleva inscrita esta información en su constitución, delimitando cualquier actividad que haga.

De algo tan elemental se desprende una implicación de enorme importancia. Si pensamos en el bien de un individuo (en este lugar no expondremos una definición rigurosa), es obvio que, si no consideramos el entorno o el mundo en el que viva, estaríamos cayendo en el absurdo.

La individualización de la noción bien, sin examinar la compleja trama de relaciones que necesita tener cualquier ser humano con el exterior, que le ofrecen la posibilidad de existir, puede conducir a algo tan ridículo como creer que pueda existir él solo.

Su bien, no puede ser, en ningún caso, solo su bien. Al menos, incluirá la calidad del aire que respira; la potabilidad del agua que beba; la estabilidad de la sociedad en la que viva; el bien de aquellos otros con los que convive; la veracidad de la información que reciba… Es decir, el bien de ese mundo exterior del que, en una parte considerable, depende su existencia.

Si algunos o muchos de esos factores que podamos considerar estuvieran mal, al individuo le irá mal, en su vida y en su existencia.

Por lo tanto, su bien, al menos, incluirá el bien de muchos otros factores, seres vivos y personas, de los que su vida depende.

Sin pretender examinarla en profundidad en este momento, la tesis de que la vida es una lucha por la supervivencia del más fuerte, que está relacionada con el neodarwinismo, es susceptible de generar un error ético de gran envergadura.

La vida es posible gracias a la armonía de la naturaleza, a la verificación por todas las especies animales del criterio elemental de no atentar contra ella, de que todas mantengan un equilibrio que es debido, en una elevada proporción, a la cooperación y no a la lucha, entre los seres vivos.

En definitiva se trata de que cada ser vivo sirva a la conservación de la vida, en la medida de sus posibilidades, y, solo en segundo o tercer lugar, a la conservación de su propia vida individual, siempre que hacerlo no atente contra la vida en general.

Las relaciones humanas no deben fundarse en una lucha entre tu bien y mi bien, sino en la búsqueda del bien común, pero no solo de dos, sino del bien general, e, incluso, del bien en sí.

A veces, cuando no sabemos con certeza cuál es el bien al que tender en una situación compleja, resulta muy instructivo investigar cuál es el bien común, el bien general, o el bien en sí. Esta reflexión suele dar como resultado el hecho de que la conducta a seguir sea la correcta.

No obstante, no se trata de sacrificar el propio bien, ni tampoco el bien del otro, sino de buscar la fórmula exacta que los conserve.

Así, el bien propio es igual al bien ajeno, por lo que el propio bien no implica el mal del otro, ni viceversa, tal como parece sostenerse en las ideologías que promueven la lucha y la competitividad, como fórmulas de vida por defecto.

Si mi bien es tu mal, entonces ese no es mi bien. Si tu bien, es mi mal, entonces ese no es tu bien. Si aceptáramos esta tesis, seguramente esa inteligencia de la que tanto presume nuestra especie, cobraría una cualidad adicional de la que, por fin, pudiéramos sentirnos orgullosos.

¿Acaso podría existir el universo tal como lo conocemos si una o más partes de él estuvieran regidas por leyes incompatibles con las que imperaran en otras regiones del mismo?

Supongamos que el bien de una parte del universo fuera exactamente el mal de otra parte, con la que, por pertenecer al mismo universo, estuviera en relación. Su resultado estaría claro: no habría universo.

Los principios universales poseen la cualidad de poder evitar que cometamos muchos errores. Cualquier forma de egoísmo o de altruismo, que sitúe a un individuo por encima de ellos, presenta el riesgo de que la actividad resultante no dé lugar a bien alguno, e, incluso, que cause perjuicios innecesarios.

2 Comments
  • luis miguel on 04/03/2016

    A caso, en un universo de materia no existe, la antimateria; la cuestión debe estar en la cantidad de una y de la otra. Por otra parte es difícil determinar objetivamente qué es el bien, y el mal. A veces me pregunto si se es bueno por hacer cosas «buenas» o por no hacer cosas malas. El bien común es algo que solo está en el imaginario colectivo religioso, ni tan siquiera en el político (justicia social).
    Y todos los días vemos que el mal de muchos, sustentan el bien de muy pocos.
    Como objetivo a conseguir no está mal.

    • Carlos J. García on 04/03/2016

      En mi opinión el universo no está compuesto exclusivamente de materia, ya sea de un tipo o del otro, sino que todo el orden que lo configura como sistema, así como el que observamos en todos los subsistemas que contiene, se especifica en términos de información. De hecho, de este universo, solo podemos saber algo precisamente por recibir la información que nos ofrece.
      En cuanto al bien y al mal, hay dos o más planos diferentes. En primer lugar, la ética es una disciplina que se ocupa de investigar y, en su caso, de especificar el bien y el mal, entendidos como determinantes, o, si se prefiere, como valores desde los que podamos extraer criterios que, al ser aplicados a diversos objetos, permitan hacer proposiciones o juicios de valor acerca de los mismos.
      Al ser humano no le basta con hacer juicios descriptivos o explicativos de realidad para poder generar actividades de relación con el entorno. Necesita juicios de valor que movilicen tendencias, motivos, voluntades, emociones, etc., y, sobre todo, para poder tomar decisiones ante las alternativas que se le presentan.
      Otro plano distinto es el de la aplicación de tales criterios a los objetos y situaciones concretas en términos de “esto está bien, esto está mal, esto es indiferente, esto es importante…”. En este caso, suponiendo que se disponga de un buen sistema de criterios éticos, a veces no es difícil acertar con el juicio que se haga, pero, otras veces, es complicado y, con frecuencia nos podemos equivocar.
      En cuanto a la afirmación de que el bien común solo está en el “imaginario colectivo religioso”, no estoy de acuerdo, ya que está presente en la filosofía griega, en su metafísica, o, sin ir más lejos, en la Política de Aristóteles que lo especifica como el fin fundamental de un grupo social. Aparte de esto, en el ámbito político, hoy mismo el aspirante a presidente del gobierno Pedro Sánchez, ha hecho uso de tal noción justo en la introducción a su discurso de investidura en su segunda sesión. Incluso ha hecho un juego de palabras afirmando que proponía un gobierno para el bien común, suma de “el bien general” y “el sentido común”.
      El hecho de que el mal de muchos sustente el bien de unos pocos, no es sostenible a medio o largo plazo, tal como se ve a lo largo de la historia, por el tipo de reacciones que acaban produciendo.

Deja un comentario