Blog de Carlos J. García

Los vínculos interpersonales que dañan el «yo»

De modo general, se entiende que una relación interpersonal se establece, al menos entre dos personas, a cada una de las cuales se le supone una cierta autonomía y su correspondiente identidad personal.

Entre ellas hay relación respectiva, pero sin que se presuponga, necesariamente, dependencia entre las mismas.

Ahora bien, en ciertos tipos de relaciones interpersonales, no parece verificarse la condición de la independencia sustantiva de las personas que las componen, ni, tampoco, una identidad personal verdadera en, al menos, una de las partes, debido a la presencia de ciertas clases de vínculos, y, cuando esto ocurre, no es posible considerar tales estructuras duales como simples, o verdaderas relaciones, sino como vínculos caracterizados por la dependencia de una de las partes con respecto a la otra.

Puede haber multitud de tipos de lazos, vínculos y ataduras entre dos o más personas, si bien cabría considerar dos grandes categorías: a) Los vínculos reales y naturales, y, b) Los vínculos anti-reales e irreales.

Un ejemplo paradigmático del primer tipo lo constituye la vinculación afectiva que se produce en la infancia entre el bebé y la madre, aunque también hay otros tipos de vínculos reales, como puedan ser los de verdadero afecto en la edad adulta, la auténtica amistad entre dos personas, los vínculos de amor, etc.

En relación a los vínculos anti-reales o irreales, pueden especificarse en términos de que el lazo o la atadura, no se establecen, ni por razones, ni por procedimientos, reales, sino por fines o motivos que responden a intereses asimétricos, y su implantación se efectúa utilizando malas artes.

En general, un vínculo sustantivo, se produce mediante la atadura, por parte de un sujeto, de las funciones y propiedades de otra persona diferente, es decir, cuando una persona ata, sujeta, controla, merma o ejerce una influencia negativa sobre la autonomía o los componentes sustantivos de la otra parte.

Es decir, se trata de vínculos funcionales producidos unilateralmente por un sujeto sobre otro, que, necesariamente, reducen la sustantividad autónoma de quien ha sido vinculado y afectan a su identidad personal.

En estos casos, lo que se produce es la apropiación indebida de una persona por otra, y alguna forma, más o menos intensa, de dependencia gubernativa de la persona apropiada con respecto a su propietaria.

Por su parte, las tres formas principales de apropiación indebida, según los métodos que se utilicen, son: 1) El control,  2) La posesión, y 3) Alguna modalidad híbrida de las dos primeras.

El control suele ser el componente principal de toda forma de poder sobre otra persona. Consiste en la supresión de la autonomía y la independencia de un ser mediante una diversidad de formas de violencia, lo cual implica una agresión directa a la sustantividad, y la imposición de la sujeción de la persona al propio poder.

No obstante, la segunda acepción del término control hace referencia a la obtención de información sobre la persona controlada, lo cual no es nada extraño.

El control, hace referencia tanto a la formalización de la persona sobre la que recae, como a la sustracción indebida de información de ella, pues está orientado a privar de formas propias al objetivo y a dotarle de las formas artificiales con que el poder pretenda dotarle.

De hecho, el fin del poder, en términos de control e imposición formal, requiere la inspección, fiscalización y vigilancia del objetivo, para informarse acerca de él, lo cual es un componente necesario para poder privarle de sus propias formas y cambiarlas por las que el poder quiera imprimirle.

Tal forma de violencia puede tener dos objetivos: a)  La esencia de la persona, y b) Sus actividades de relación.

En el primer caso, se trata del ejercicio de presión sobre la formalización de la esencia, lo cual se puede especificar esquemáticamente en términos de:

  1. «Debes ser del modo x».
  2. «No debes ser tú mismo».

En el caso de que el fin se refiera a las actividades de relación de la persona, que es tomada como objetivo, la presión de la formalización, también, puede ser conforme a dos esquemas diferentes:

  1. «Debes hacer x, y,… tal como yo te lo diga».
  2. «No debes hacer ni x, ni y, ni…».

La posesión consiste en determinar que otra persona, incluyendo sus facultades y actividades de relación, se convierta en una propiedad más del sujeto apropiador o posesivo.

Al considerar a la persona,  las facultades, las funciones y las actividades de relación de la misma, como meras propiedades, el poder afirma su derecho de uso de las mismas, según sus propios designios, intereses o finalidades.

La posesión ataca directamente la sustantividad, la  individuación del ente, y su «ser en sí», consistente en impedir que llegue a constituirse en un ser en sí y por sí, quedando como mera parte, de la que es propietario el poder poseyente. Tal persona queda inserta en el sistema tramado por el sujeto propietario.

Cuando el niño o adolescente en desarrollo, se encuentra formando parte dependiente de un vínculo posesivo, puede llegar un punto en el que el sujeto atisbe la posibilidad de que aquel se desvincule —sustituyendo el vínculo por independencia y autonomía— por lo que intervenga, aplicando estrategias de control para impedirlo, con el efecto potencial de dañar seriamente la sustantividad personal de quien trata de funcionar autónomamente.

A su vez, si el primer tipo de manipulación, de una figura formativa sobre un niño en desarrollo, fuera el de control, cabe la posibilidad de que tal estrategia sea sustituida por otra de posesión, en función del grado de eficacia percibida de cada una de ellas, lo cual puede dar lugar a un sistema de ejercicio del poder que, el niño o adolescente, pueda padecer como inconsistente o no congruente.

Por otro lado, tanto el control, como la posesión, pueden ser ejercidos de dos modos no excluyentes, sino, generalmente complementarios:

La dureza u hostilidad manifiesta.- Se trata del ejercicio de un poder agresivo manifiesto del cual es consciente la persona que es objetivo del ataque. A menudo, esta modalidad, en el orden normativo, se suele considerar bajo el término autoritarismo, si bien, hay que especificar que no todo autoritarismo es de origen anti-real. También, lo hay de origen irreal, lo cual suele depender de la cultura de origen.

El engaño y la manipulación.-  Se trata de un ejercicio solapado del poder, del cual la persona objetivo suele tener muy poca conciencia. Suele incluir estrategias de seducción, engaño acerca de las respectivas identidades, dación de prebendas o privilegios, promoción del egoísmo, corrupción, etc.

Dicho esto, lo más frecuente es que, la mayor parte de los vínculos sustantivos de progenitores a hijos se produzcan, inicialmente, mediante más estrategias de seducción, engaño y manipulación, que de control manifiesto, es decir, que haya un predominio de vínculos de tipo posesivo, de los cuales, el hijo vinculado, suele ser totalmente inconsciente.

Por otro lado, resulta un tanto sorprendente que, en nuestra cultura, no se dé a este tipo de lazos la importancia que tienen, en términos de la intensidad de la privación de sustantividad personal que generan, ni de los métodos empleados para efectuarlos.

Además, la pertenencia de una persona a un sujeto, mediante una estructura que le vincula a él, es el contexto en el que con más facilidad y frecuencia pueden generarse muchos de los problemas psicológicos que alguien pueda llegar a padecer.

El resultado de este tipo de operaciones consiste en que, dentro del «yo» de la persona sustantivamente vinculada, se encuentra inserta la creencia estructural en el sujeto del vínculo, lo cual convierte a dicha sujeto en un determinante potente por el que la persona se verá influenciada o determinada, a largo plazo.

Esta condición, es diferente a aquellas otras en las que un sujeto exterior opera sobre una persona desde fuera de ella, dándole instrucciones, sometiéndola a determinaciones actuales, chantajes, etc., para formalizar sus actividades.

Una vez que el sujeto del vínculo ha quedado instituido como parte del «yo» de la persona vinculada, ésta no tendrá conciencia alguna, de estar sirviendo a un sujeto exterior, o de que sus actividades sean producto de las operaciones del sujeto sobre ella.

No obstante, en algunas de estas condiciones, la persona vinculada puede estarlo mediante estrategias de posesión, y, al mismo tiempo, percibir actividades hostiles de control del sujeto sobre ella, lo cual puede generar algunas actitudes rebeldes o de contracontrol, pero sin que el vínculo sustantivo, fundado en la posesión, se rompa.

Dentro de estas modalidades de vinculación es en las que se pueden generar las fobias espaciales, conocidas como agorafobia y claustrofobia, esta última en alguna de sus modalidades, si bien, los problemas de mayor gravedad se sitúan en los conflictos «autonomía — heteronomía» en las diferentes etapas de la adolescencia, que amenazan seriamente la unidad y funcionalidad del «yo».

No obstante, aunque tales estructuras de vinculación, no produjeran alteraciones o anomalías sobrevenidas dentro de las mismas, el simple hecho de que alguien, y, sobre, todo un progenitor, ocupe todo o parte del territorio sustantivo del «yo» de una persona, instalándose formalmente en él, implica una privación estructural de sustantividad, que se debe considerar un auténtico problema, aun cuando la persona en cuestión no pudiera ser consciente de padecerlo.

Además, dentro de las operaciones de vinculación, sobre todo las efectuadas mediante seducción, el sujeto vinculante siempre emite una imagen falsa de sí mismo mediante engaño, y, a menudo, atribuye una identidad personal a aquel a quien vincula que, también, es falsa. Estas operaciones generan múltiples creencias falsas en el sistema de referencia de la persona vinculada.

Por otra parte, toda vinculación de estos tipos se efectúa con una o más finalidades, intereses o utilidades del sujeto vinculante, es decir, implican una instrumentalización de la persona vinculada, que incluirá dentro de sus determinantes sustantivos los intereses del sujeto que la vincula, sin ser consciente de ellos, ni de que son producto de una manipulación efectuada por alguien en quien cree ciegamente.

Lo más sencillo, culturalmente hablando, consiste en dar por supuesta la inclusión de estas estructuras de vinculación, dentro de la amplia categoría de las relaciones de amor entre personas, si bien, no suelen verificar requisito alguno de aquellos que definen el amor, por lo que dicho supuesto puede resultar muy perjudicial para quienes padezcan déficits en su «yo», debidos a tales formas solapadas de posesión y control.

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