Blog de Carlos J. García

Los riesgos de creerse libre

Cada persona presenta una disposición inicialmente favorable a servir con su actividad a su propio sistema de creencias y, en especial, a aquellas creencias que operan como principios o determinantes de sus actividades de relación.

La interacción entre dicha disposición y los diferentes entornos con los que se encuentra, puede ofrecer diversos balances:

  1. Que los determinantes o principios rijan la propia actividad existencial sin obstáculo exterior y den lugar a acciones que son manifestaciones existenciales de los mismos.
  2. Que sus determinantes o principios ejerzan su fuerza para determinar la actividad, pero que la persona encuentre obstáculos exteriores que se lo impidan, por lo que no puede hacer existir la actividad que tiende a producir.
  3. Que los obstáculos exteriores operen como sustantividades poderosas sobre la actividad del individuo, obligándole a hacer actividades contrarias a sus determinantes o principios.
  4. Que uno o más sujetos exteriores operen sobre la persona, engañándola para inyectarle creencias de las que hacer depender su actividad, en congruencia con lo que tales sujetos pretendan, pero sin que la persona sea consciente de ello, por lo que la sustantividad de esta quedaría anulada.

De estos diferentes escenarios salen resultantes que serán las que determinen las acciones concretas que la persona haga o no haga. Entre tales resultantes se encuentran las tendencias y las voliciones.

Si los obstáculos, en vez de ser meros objetos pasivos, son sustantividades compuestas de determinantes diferentes, e, incluso, opuestos a los de la persona y, en tanto tales, su portador pretende imponerlos sobre los modos de acción de la persona, emerge un conflicto interpersonal.

En este caso, el sujeto exterior colisionará con los determinantes o principios de la persona, esta vez ejerciendo como obstáculos para evitar que dichas sustantividades exteriores determinen su actividad. De esta pugna saldrá una resultante que determinará la tendencia a obrar de la persona, ya sea sirviendo a las sustantividades exteriores, ya sea a la suya propia.

Ahora bien, si dichas sustantividades exteriores, en vez de presentarse como posturas de fuerza, operan de forma engañosa y manipuladora sobre la percepción del individuo, este tal vez pueda oponerse a las mismas mediante sus facultades para no dejarse engañar, en cuyo caso se producirá una pugna entre el sujeto del engaño y la facultad de conocimiento de la persona para destaparlo.

Como resultado, caben dos posibilidades: 1) Que el engaño mueva la acción de la persona, y 2) No moviéndolo, debido al descubrimiento del engaño.

Por otro lado, los sentimientos de libertad y de existencia que una persona puede tener son muy parecidos.

La impresión de existencia sustantiva de una persona, no es más que la apreciación que tenga de a qué determinantes o principios sirve con su actividad, si a los propios, en cuyo caso sentirá que existe, o a los contrarios, en cuyo caso sentirá que no existe.

En cuanto al sentimiento de libertad, de un modo bastante general, tenemos que la persona se siente libre cuando: a) Hace algo que le parece bien hacer, o, b) No hace algo que le parece mal hacer.

En el caso contrario, no se siente libre cuando: a) Hace algo o se ve obligada a hacer algo que le parece mal hacer, o b) No hace o se ve obligada a no hacer algo, que le parece bien hacer.

Otro criterio de identificación existencial, en tanto una persona está siendo objeto de acciones exteriores, se refiere a la valoración de lo que recibe. Se siente existir cuando: a) Le parece bien recibir algo que recibe, o b) No recibe algo que le parece mal recibir.

Y en caso contrario no se siente existir cuando: a) Recibe o prevé la posibilidad de recibir algo que le parece mal o, b) No recibe, o prevé que no tiene la posibilidad de recibir, algo que le parece bien.

Fijémonos en que el tronco común de los sentimientos, tanto de la libertad como de la existencia, lo tenemos en la relación que haya entre el yo sustantivo de una persona y las actividades que emite, o, en su caso, que recibe.

Cuando la persona siente que su actividad está ordenada por su propia voluntad, o conforme a ella, sin obstáculos que le impidan efectuarla, no solo se siente existir, sino que, también, se siente libre.

Ahora bien, hay que subrayar que dicha actividad está determinada por las causas que están dentro de la propia persona, por lo que es una libertad relativa: es libre con respecto a determinantes externos, pero no lo es en relación con las causas internas que la determinan.

La libertad absoluta, que tendría que estar definida, al mismo tiempo, porque la actividad estuviera libre, tanto de lo externo, como de lo interno, es imposible.

Al respecto de esto, Lucio Anneo Séneca[i], dentro de su libro Sobre la felicidad, dijo, veinte siglos atrás, unas palabras que, aparentemente, resultan paradójicas:

«Aceptemos con buen ánimo todo lo que se ha de padecer por la constitución del universo; estamos obligados a soportar las condiciones de la vida mortal y no perturbarnos por lo que no está en nuestro poder evitar. Hemos nacido en un reino: obedecer a Dios es libertad.»

“Obedecer a Dios es libertad”. Esta frase puede dar mucho que pensar, con bastante independencia de la idea que cada cual pueda tener de Dios.

Tras todos estos prolegómenos trataré de decir algo al respecto del tema que sirve de título al presente artículo.

Es obvio que, creer que uno dispone de libre albedrío, puede aportar una impresión falsa de libertad personal. Igualmente, creer que uno habita en un mundo que se encuentra libre de determinaciones, que operen o traten de operar sobre nosotros mismos y sobre nuestra voluntad, también sería una enorme ingenuidad.

No obstante, el mayor peligro que gravita sobre nosotros, del que depende una posible anulación de la propia sustantividad, se encuentra en el terreno del engaño, la seducción, el carisma, el magnetismo personal, la retórica falaz,…y tantas otras características de personas, que tienen la habilidad de conseguir que renunciemos a nosotros mismos, por ellos, o por algún supuesto bien prometido.

No solo se trata de algunos líderes políticos, o variados dirigentes de sectas, de los tipos que sean. Lo más frecuente es encontrarlos muy cerca de nosotros, e, incluso, dentro de grupos de amigos o familiares próximos.

Su táctica principal es inequívoca: según ellos todo lo hacen por nuestro propio bien, se sacrifican por nosotros, nos lo dan todo, nos protegen de nuestros enemigos…, y, lo único que piden a cambio es que creamos en ellos. “Solo” piden que confiemos en ellos, y nos pleguemos ante una reputación que elaboran minuciosamente con la exclusiva finalidad de hacer que creamos en ellos.

Creer en ellos parece poca cosa, pero es la llave definitiva que les sirve para apoderarse de nosotros.

De hecho, si se cree en ellos, será muy difícil sustraerse a hacer todo lo que ellos quieren, e, incluso, a ser como nos dicen que debemos ser, o a cribar nuestras propias relaciones bajo los criterios que nos dictan.

Al final, son ellos los que nos sustituyen en la determinación y la gestión de nuestras propias actividades, mientras nosotros mismos tendemos a rendir, a veces, por simple comodidad, y una buena dosis de hedonismo, el propio «yo».

Si alguna vez abrimos los ojos y nos rebelamos a su dominio, y les decimos algo así como «no me hagas hacer esto», nos responderán: « tú eres el que lo hace», «siempre haces lo que tú quieres», «eres libre, así que puedes hacer lo que tú quieras».

Decía Sócrates que, quien creer saber, nunca llegará a saber nada. Por extensión, se podría decir que, quién cree que es libre, no dispondrá de tendencia alguna a liberarse.

Podemos tener la certeza de que si una persona no se autogobierna, siempre habrá alguien que ocupará su lugar para gobernarla.

[i] SÉNECA, L. A.; Sobre la felicidad; versión y comentarios de Julián Marías; Alianza Editorial S.A., Madrid, 1991

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