Blog de Carlos J. García

Los depredadores revueltos con las presas

La conciencia de un adulto es superior a la de un niño. Un niño de menos de ocho años experimenta su vida dentro de un contexto limitado, pero sin ser consciente de tales límites.

Desde fuera, un adulto ve esos límites, y, también, ve todo lo que hay fuera del contexto infantil, que el niño no puede percibir. De ese modo, el adulto puede saber qué significa el contexto en el que vive el niño.

No obstante, ese mismo adulto, en relación con otro que observe su vida desde fuera, también, tiene unos límites de contexto que no puede percibir, y, que es posible que, el otro adulto que le observa, sí perciba, así como lo que hay más allá del contexto dentro del cual vive el observado.

Los humanos vivimos dentro de unos límites de conciencia que definen, de qué nos damos cuenta, y de qué no. Lo raro es que sepamos bien dónde estamos metidos.

Para averiguarlo, tendríamos que salirnos del contexto, y, observarlo desde fuera para ver su contorno, hasta que dicho contexto signifique algo para nosotros, es decir, tendríamos que ponernos fuera de él, en relación con algo otro, o con otro contexto, más amplio, o diferente, que el primero.

Por extensión, si alguien nos observa desde una posición que nosotros no podemos ver, él funciona como el agente que nos ve, y nosotros como el objeto que es visto.

Nos verá metidos en nuestros propios asuntos, en nuestra propia vida, viviendo nuestra propia historia, pero él estará fuera de ella.

Cuando irrumpe, haciéndose presente ante nosotros, o haciéndonos algo, cualquier cosa, además de observarnos, se mete en nuestra historia, cambiándola, modificando su curso, interviniendo en ella desde fuera.

Cualquier plan que tenga, y que efectúe al hacernos algo a nosotros, nos viene desde fuera.

Cuando se piensa en la historia, se suele suponer una cierta inconsciencia de los pueblos que están inmersos en ella. Dentro de un lugar geográfico y dentro de un periodo de tiempo, ubicamos a poblaciones, que afanadas como están, en sus propias vidas, no se ven a sí mismas desde fuera, ni se ven como las vemos nosotros desde el futuro, por lo que parecen seguir el cauce de un río sin percatarse de mucho más. Estos pueblos no cambian la historia, simplemente la hacen, de un modo que se puede considerar espontáneo.

Cuando, por el contrario, pensamos en gentes, subversivas o agitadoras, que se empeñan en modificar la historia, tal como la hacen, de manera espontánea, los diferentes pueblos, solo ellas saben lo que se proponen, qué fines tienen, cómo operan sobre las primeras, como se ciernen sobre ellas para causar avatares, que luego se llamarán históricos, cuando debieran llamarse extra-históricos.

Son como aves rapaces que caen sorpresivamente sobre su presa modificando el curso natural de su vida: atacan desde arriba, sin que la presa se percate de lo que ocurre, con un plan preconcebido, del modo más alevoso posible, y siempre regidas por una finalidad destructiva.

Al final, se dirá que todo forma parte de la historia, y, es verdad, si bien, unos son conscientes de causarla intencionalmente y dirigirla hacia un fin, mientras otros, simplemente, la viven o la padecen ocupados en vivir sin perturbar, como los primeros, las vidas ajenas.

Como la historia la suelen escribir los que hacen el papel de depredadores, la identidad que se asignan a sí mismos suele ser excelente, e, incluso, heroica, mientras que la que atribuyen a los que no la han podido escribir, siempre es insignificante o negativa.

Lo que acabo de decir, es demasiado esquemático para que se llegue a ver con claridad, el problema de la falta de conciencia de los pueblos que siguen su curso natural y que son violentados desde fuera de sí mismos.

Los problemas de la humanidad no son problemas entre naciones, o entre grupos claramente definidos, sino entre tipologías de humanos. Hay un tipo de humanos que vive y deja vivir, tratando de no causar problemas a los demás.

El otro, vive expresamente para causarles problemas a los primeros. Los primeros son presas de los segundos, que son sus depredadores.

Hay ambos tipos de humanos en prácticamente todas las clases, todas las naciones, todas las instituciones, todas las profesiones, etc., ya que estos capítulos no distinguen, en absoluto, a unos, de los otros. Vivimos revueltos unos con otros en todos los ámbitos en los que estemos, aunque los depredadores tienen muy claro quiénes son sus objetivos y quiénes son sus compinches.

El gran problema emerge cuando un movimiento organizado de depredadores va cobrando talla mundial, y opera sistemáticamente contra las presas allá donde se encuentren, manejando los hilos de la historia, y elaborando un gran teatro universal en el que encierran al hombre, juegan con él, lo explotan, lo alteran y lo destruyen.

 

2 Comments
  • Celia on 15/11/2015

    Que los problemas no son entre naciones sino entre tipologías de humanos es algo difícil de ver, y si se consigue, falta el tiempo para que se oiga el despreciativo “conspiranoide”. Sin embargo, tenemos un ejemplo muy evidente con la Alemania de Hitler. Estamos cansados de oír que Hitler fue un dictador perverso que no sólo se dedicó a aniquilar a los judíos sino que fue el causante de la guerra más cruenta de nuestros tiempos. Pero: ¿Se trata de un hecho aislado e irrepetible de la Historia? ¿Cómo pudo llegar Hitler al poder? Una explicación muy lúcida la da Sebastian Haffner en su obra “Alemania: Jekyll y Hyde. 1939, el nazismo visto desde dentro”. Según Haffner, Hitler fue aupado por otras personas de su misma tipología que sintonizaron inmediatamente con él: los nazis. Se trató de un agrupamiento sobreentendido y el terror su instrumento imprescindible para “dominar” a la población. Fue, por tanto, una guerra no solo para destruir otros países europeos sino también para destruir a Alemania. Son incontables los documentales sobre esta etapa de la Historia que parecen como quererla aislar y considerarla como algo cuya única causa fue la de un hombre malvado que dio la casualidad de vivir en un determinado momento pero que “muerto el perro se acabó la rabia”.
    Que al otro lado de la línea de combate estuvieran otros líderes de tipología similar es también digno de estudio. Y que hoy en día los métodos de “dominar” la población son mucho más sofisticados no cabe duda, pero hoy también la sintonía del flautista la reconocen las ratas y de qué manera. El problema es que, como en el cuento, los “niños”, los “inocentes” la siguen también y más fácilmente si son impactados por el terror.

    • Carlos J. García on 16/11/2015

      Gracias Celia. Una magnífica lección de historia que argumenta sólidamente la tesis central del artículo. El libro que citas de Haffner no tiene desperdicio. Es una investigación muy lúcida, acerca del tipo de personalidad común de los miembros de una de las peores mafias de la historia contemporánea, que ofrece una perspectiva muy sólida de las causas de ese desastre mundial. Actualmente se echan de menos investigaciones semejantes.

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