Blog de Carlos J. García

Libertad y violencia

En más de una película he tenido ocasión de ver alguna escena en la que un policía recrimina a un criminal la comisión de un asesinato abominable, e, incapaz de comprender el posible móvil del mismo, le pregunta: «¿Por qué lo hiciste?», a lo que el autor del crimen responde: «Porque podía».

Es posible que el policía se quedara perplejo ante tal respuesta. En ningún caso, podría creer que la respuesta dada por el criminal  fuera su verdadero móvil. No obstante, supongamos que el detective hubiera leído las siguientes citas de Nietzsche:

«¿Qué es lo bueno?  Todo lo que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder en sí.

¿Qué es lo malo? Todo lo que hunde sus raíces en la debilidad.

¿Qué es la felicidad? Sentir que aumenta nuestro poder, que superamos algo que nos ofrece resistencia.

No es el vivir en paz, sino el obtener más poder; no es la paz por encima de todo, sino la guerra; no es la virtud; sino la fuerza (la virtud a la manera del Renacimiento, la virtú, la virtud sin moralina).

El primer principio de nuestro amor a los hombres es que los débiles y los fracasados han de perecer, y que además se les ha de ayudar a que perezcan.»[i] (p. 30)

«Sabido es lo que exijo al filósofo: que se coloque más allá del bien y del mal, que ponga bajo su planta la ilusión del juicio moral. Este requerimiento es consecuencia  de un cierto punto de vista que he formulado yo por primera vez: los hechos morales no existen. El juicio moral tiene en común con el religioso el hecho de que supone realidades irreales….El juicio moral pertenece, con el religioso, a un grado de ignorancia en la que falta hasta el concepto de lo real, o la distinción entre lo real y lo imaginario;…»[ii]

De haber leído esto, es posible que el policía comprendiera que la respuesta del criminal constituía su auténtico móvil y, no solo eso, sino que su vacío moral le permitía hacerlo, y que el ejercicio de su inmoralidad le aportaba un incremento de libertad interior de tal magnitud que sus acciones solo quedaban limitadas por sus propias capacidades.

En la cultura que subyace a nuestra civilización se sacraliza la libertad con pocas o matizaciones, o, mejor dicho, con ninguna.

No se especifica claramente si la libertad se refiere a la libertad interior, es decir, a la ausencia de creencias que restrinjan las acciones del individuo, bajo algún tipo de criterio que reduzca el uso que dé a sus capacidades, o si se refiere a la libertad exterior, entendida como una posible ausencia de límites, distintos a los naturales, impuestos por la sociedad bajo la forma, por ejemplo, de las leyes que producen las instituciones destinadas al efecto.

A la vista está que las limitaciones legales a las acciones de los individuos son innumerables y, además, no paran de crecer. De ahí que debamos suponer que la libertad sacralizada por nuestra cultura, es la libertad interior.

No obstante, si un individuo optara libremente por seguir los consejos de Nietzsche cayendo en la trampa de ser él mismo absolutamente libre, sin duda terminaría por toparse con las limitaciones que le impondrían las instituciones.

Un ser humano, ¿debe incorporar algún tipo de criterio ético o moral que restrinja la libertad de sus posibles acciones antes de emitirlas?

¿Sería mejor que estuviera libre de cualquier criterio de dicho tipo y que la merma de su libertad individual fuera causada por la sociedad a la que pertenezca?

En el primer caso, ¿sentiría culpa si transgrede algún criterio ético o moral que lleve incorporado? ¿La sentiría en el segundo caso?

Un cierto subconjunto de enfoques psicodinámicos o psicoanalíticos parecen haber considerado algunas actividades humanas relacionadas con la moral, como pueden ser “la represión”, “la culpa”, etc., como componentes de sistemas de producción de anomalías psicológicas, cuando no, de trastornos mentales.

Por ejemplo, en el conocido libro de Albert Ellis[iii]  Razón y Emoción en Psicoterapia (en el capítulo 7: La Psicoterapia y el pecado) encontramos:

«El terapeuta racional mantiene que no se debe culpar a un ser humano por lo que haga; la principal función del terapeuta, y la más importante, es conseguir ayudar al paciente para que no le quede ningún vestigio de culpa, ni hacia sí o los demás, ni hacia el destino y el universo.» (p. 122)

«Al margen de lo responsable que un individuo sea, en un sentido causativo, de su conducta errónea o equivocada, él llega a ser un sujeto despreciable o infame sólo si los miembros de su grupo social lo consideran o definen así, y, todavía más importante, si él acepta sus opiniones moralistas.» (ibíd.,pp. 130-131)

El tema del remordimiento y de la culpa ya fue tratado, siglos atrás, por William Shakespeare. Así, por ejemplo, el personaje Aarón, de su obra Tito Andrónico[iv], comete una larga serie de crímenes y cuando es preguntado: «¿No sientes remordimientos por actos tan atroces?», responde lo siguiente:

«AAR.― ¡Sí, de no haber hecho mil veces más! Y hasta en este momento maldigo el día (…) en que no haya hecho algún mal como asesinar un hombre, o tramar su muerte, violar a una doncella, o imaginar el medio de acusar algún inocente, o perjurarme a mí mismo, o sembrar un odio mortal entre dos amigos, retorcer el cuello a los animales de las personas humildes, incendiar las granjas y las hacinas de heno en la noche y decir a los propietarios que extingan el incendio con sus lágrimas. Con frecuencia he exhumado a los muertos de sus tumbas y he colocado sus cadáveres a la puerta de sus mejores amigos, cuando su dolor se había ya casi olvidado; y sobre su piel, como sobre la corteza de un árbol, he grabado con mi cuchillo, en letras romanas: “Que vuestro dolor no muera aunque yo esté difunto.” En una palabra: he llevado a cabo mil cosas horribles, con la indiferencia que otro pone en matar una mosca; y nada, en verdad, me ha causado dolor, sino el sentimiento de no haber podido cometer otros diez mil.»

Ahora bien, si en nuestra civilización, por un lado,  se ensalza la libertad y se rechaza la moral, hasta el punto de considerar los sentimientos asociados a sus transgresiones, como anomalías o alteraciones, mientras, se multiplican las leyes represoras, por otro, parece que solo cabe hacer un posible balance: el gobierno individual de las propias acciones debido a una posible moral incorporada en los individuos, debe sacrificarse en beneficio del gobierno social de los individuos producido por las instituciones.

Al respecto, parece que se debe plantear una última cuestión: ¿Rige algún sistema moral en la producción de las leyes que promulgan las instituciones?

 

[i] NIETZSCHE, FRIEDRICH; El Anticristo; M.E. Editores, S.L., Madrid, 1995 (p. 30) (NIETZSCHE, FRIEDRICH, A)

[ii] NIETZSCHE, FRIEDRICH; El ocaso de los ídolos; edición, prólogo y trad. De Roberto Echavarren; Tusquets Editor, Barcelona, segunda edición, 1975

[iii] ELLIS, ALBERT; Razón y Emoción en Psicoterapia; trad. Ana Ibáñez; Editorial Desclee De Brouwer, S.A., Bilbao, 1980 (ELLIS, REP)

[iv] SHAKESPEARE, WILLIAM; Obras completas, 2 tomos; Estudio preliminar, traducción y notas por Luis Astrana Marín. Primera versión íntegra del inglés; Aguilar ; Santillana Ediciones Generales S.L., Madrid, 2003

1 Comment
  • Ignacio on 20/08/2015

    Curiosa pregunta esta que realizas al final, que yo me he hecho alguna vez, y que parece que no está muy de moda en los debates políticos y sociales. No se piensa en términos de moral o ética, bueno o malo; sino de izquierdas, centros, derechas, democracia… Expresiones que se quedan huecas en la mayoría de los casos. Quizás sea cierto el chiste de los hermanos Marx para determinadas personas: «estos son mis valores, pero si no le gustan tengo otros»
    A mi me da la sensación de que parece que las leyes están hechas para que esta sociedad se perpetúe.

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