Blog de Carlos J. García

Libertad, anarquismo y otros engaños

No hay nada en el universo que goce de la singularidad de ser libre. Todo cuanto existe está determinado por causas y factores, ubicados dentro o fuera del ser o la cosa de que se trate, que delimitan su actividad, su movimiento o su comportamiento.

Por otro lado, en el ser humano, el deseo de ser libre no se refiere a ser absolutamente libre, sino a disponer de libertad propia que no esté impedida por causas externas.

No obstante, el plano de la propia libertad se establece en el terreno de la voluntad, y, por lo tanto, en un factor de segundo orden que, al ser defendido, casi siempre conlleva la preterición de las causas de la propia voluntad.

Todo el mundo quiere, o desea, conseguir determinados fines o efectuar ciertas acciones, lo cual viene determinado por su propio sistema de creencias, o, lo que es lo mismo, toda persona quiere existir y hacer existir aquello que cree.

Con independencia de cuáles sean dichas creencias y las voluntades que generen, es obvio que su materialización, en conductas y en dar satisfacción a los propios deseos, encontrará oposición, poca o mucha, en diversos factores externos a la propia persona. Una muestra de tal tipo de interacciones lo constituye el trabajo.

La libertad no existe, ni fuera, ni dentro, de nosotros mismos, ni, tampoco, en cualquier modalidad de existencia que se pueda considerar.

Ahora bien, un requisito fundamental de toda persona es que disponga de autonomía suficiente para poder funcionar por sí misma. Si la autonomía se eliminara, se eliminaría la condición sustantiva.

¿Cómo conciliar la propia autonomía con los determinantes externos, las leyes naturales, los requisitos de la coexistencia con los demás en los que debe ponerse la propia existencia, y demás factores que participan en el mundo?

La respuesta consiste en delimitar la propia sustantividad, de forma que sea compatible con los principios reales que imperan en el universo, o, dicho de otro modo, en que esos principios formen parte del propio  yo.

Esto no significa que la persona deba interiorizar cualquier tipo de determinante externo que esté presente en el mundo, pues muchos de ellos son irreales, e, incluso, anti-reales, sino en disponer de principios reales que son los que hacen posible la existencia de la realidad.

Si no hubiera principios comunes en el ser humano y en el resto del universo, la integración humana en él sería radicalmente imposible y, por tanto, su propia existencia.

Tal vez, el único verdadero derecho del que habríamos de disponer en este terreno, es el de poder hacer existir los principios reales que determinen nuestra voluntad y nuestra conducta, pero no, el de hacer existir cualquier tipo de determinante irreal o anti-real que pudiera configurarla.

Para que se entienda mejor, entre estos derechos están, entre otros, el de ganarse la vida honradamente, el de poder coexistir sin sufrir, ni ejercer, violencia, etc.

Quienes sostienen un supuesto derecho a la libertad absoluta, ocultan que, además de ser imposible, tanto por causas internas, como externas, una verdadera coexistencia implica restricciones a la libertad de los participantes, referidas a la no destructividad, a la comunicación falsa, a la hipocresía, y a cualquier otro ingrediente que la dañe.

Jugar sucio, ejercer violencia, chantajear, manipular, corromper, robar, etc., son actividades que, como otras muchas, caen dentro del catálogo de acciones que se pueden hacer bajo el concepto de libertad absoluta.

Por lo tanto, la defensa de la libertad absoluta conlleva, entre otros muchos problemas, la defensa de cualquier forma de violencia.

En tales casos, los propios móviles que determinen acciones perjudiciales, están sujetos a las correspondientes creencias de quienes los generen, por lo que no cabe hablar de que las acciones de tales agentes sean libres de ellos mismos, de sus creencias o de sus voluntades.

Las libertades que reclaman para ellos, suelen conllevar la pérdida de muchas libertades para los demás. La amplitud de sus modos de existencia, implicará las mermas existenciales de aquellos con los que interaccionen.

Por otro lado, dado que no hay singularidades en el universo, debidas a carencias de determinación causal o de gobierno, la defensa ideológica de la anarquía en el escenario político, es una falacia.

De hecho, la opción de la anarquía suele ser un medio para acceder a alguna forma de tiranía. Se trata de un “¡quítate tú, que me pongo yo!”.

Además, ese plan de acceso al poder que consiste en sustituir al poder que hay, por el nuevo poder que proclama, primero la anarquía, y, después, el trono para sí mismo, engañando a la gente con el mito de la libertad, ya ha sido utilizado en la historia de la humanidad con demasiada frecuencia, y siempre ha dado el mismo resultado. La libertad prometida acaba en alguna forma de dominación para quienes cayeron en el engaño.

Es posible que, una de las moralejas de este pequeño examen de la libertad, sea la de que cuando alguien se presenta como un revolucionario que nos va a salvar de cualquier forma de tiranía que padezcamos, antes de sumarnos a su carro, debamos preguntarle en qué consistirá la nueva tiranía con que él mismo pretende quitarnos la libertad.

8 Comments
  • JFCalderero on 08/02/2016

    Lo siento, pero veo muchos puntos muy discutibles que desgraciadamente no tengo tiempo de comentar.
    Detecto un apriorismo indemostrado, y quizá indemostrable, en «libertad no existe, ni fuera, ni dentro, de nosotros mismos, ni, tampoco, en cualquier modalidad de existencia que se pueda considerar» Saludos cordiales.

    • Carlos J. García on 08/02/2016

      Es cierto que el artículo comienza con una premisa rotunda por la que se niega la libertad, tanto interna, como externa de los seres y las cosas que conocemos. También lo es que, dicha aseveración, podría parecer un presupuesto último de tipo axiomático que no permitiría un estudio empírico o racional de su veracidad.

      Tal vez, podría haber comenzado el artículo planteando dicha premisa de forma condicional, como, por ejemplo: “Si damos por hecho que en el universo no hay libertad absoluta…”, con lo que la validez del resto de la exposición quedaría a expensas de la veracidad de dicha condición.

      Lo cierto es que el asunto de la libertad es de los que más me han interesado por mi propia profesión de psicólogo, si bien se trata de un tema muy complejo con variadas ramificaciones y, a menudo, sometido a muchos intereses ajenos a la investigación de su veracidad.

      La tesis de que en el universo no hay libertad absoluta puede subdividirse, por un lado, en la defensa del determinismo frente al indeterminismo, de forma general, y, por otro, en lo que al ser humano se refiere, en la negación de la existencia del libre albedrío frente a su afirmación.

      Para no extenderme demasiado, restringiré mi comentario ― y trataré de hacerlo muy brevemente― a lo que creo al respecto del libre albedrío, pues se trata de un presupuesto más generalizado que el referido al indeterminismo en el campo de la causalidad general (refutado ejemplarmente por Einstein con la afirmación “Dios no juega a los dados”).

      Hay que tener en cuenta que, si entendemos la psicología como una disciplina cuyo objeto es describir, explicar y pronosticar la conducta humana, la propia psicología carecería de sentido bajo la tesis de que el ser humano dispone de libre albedrío. De ser así, la mayoría de sus acciones carecerían de otra explicación diferente a la de ser producidas por el libre albedrío, e, incluso, sería absurdo hacer predicciones acerca de la conducta de una persona ante ciertas situaciones, por mucho que la conociéramos. No obstante, hacemos muchas predicciones acerca de lo que diversas personas conocidas van a hacer, y, generalmente, con bastante acierto.

      Por otro lado, la metafísica cristiana no protestante, de la que es un buen exponente Francisco Suárez, al examinar el libre albedrío afirma, entre otras cosas que:

      “Es, pues, un dogma de fe (según pensamos) que esa libertad no consiste únicamente en la facultad de obrar voluntaria o espontáneamente, o por gusto, incluso aunque esto se haga con perfecto conocimiento y advertencia de la razón, sino que, además, se da en nosotros y en nuestros actos humanos esa condición de la libertad, que incluye el poder de hacer y de no hacer, que suele ser denominada por los teólogos dominio sobre la acción propia o indiferencia en el obrar, en cuanto la facultad que opera de este modo no está por su naturaleza determinada ad unum, sino que puede querer esto o lo otro, o lo opuesto, y no querer o dejar de querer… […] Así pues, la opinión verdadera y común de los teólogos es que para el ejercicio libre se requieren dos elementos. El primero es la indiferencia positiva en la facultad misma para querer o no querer; el segundo consiste en que, cuando la facultad ejerce el acto, esté de tal modo dispuesta que, puestos todos los requisitos en acto primero o por parte del principio para actuar, permanezca dispuesta a querer o no querer.” [En RÁBADE ROMEO, SERGIO; Suárez (1548-1617); Ediciones del Orto; Madrid, 1997 (p.86)].

      Por un lado tenemos el principio de razón suficiente que verifica necesariamente cualquier ser o hecho real y, por lo tanto, también rige para las acciones humanas. Por otro lado, una definición de causa, dada por el propio Suárez, afirma que causa es aquello de lo que algo depende esencialmente. Si vemos desde esta doble perspectiva las acciones humanas, no queda más remedio que decir que, toda acción humana tiene una causa de la cual es efecto, y que cada acción depende esencialmente de su causa. Pero si en vez de especificar la causa de cada acción sustituimos el hueco racional que deja la retirada de la misma y lo llenamos con el concepto del «libre albedrío» como explicación de las acciones, lo único que conseguimos es dejar a las acciones sin explicación y sin depender de nada en absoluto, producidas por unas facultades sin gobierno, inclinación, ni tendencia, a efectuarlas, o a no efectuarlas. Todo lo cual no conduce sino a conseguir que cada acción humana se convierta en un misterio insondable.

      Da la impresión de que la presunción de la facultad del «libre albedrío» tiene mucho que ver con la gestación de un argumento potente en el que fundar la responsabilidad individual.

      De modo bastante general, se dice que sin «libre albedrío» no hay moral o que la moral precisa de la existencia de libertad de elección de las acciones. Se dice que de no haberlo, la responsabilidad moral desaparece.

      Decir que si no hubiera «libre albedrío» no habría ni maldad ni bondad moral, parece erróneo pues lo que se traslada de sitio es el origen de esa bondad o de esa maldad. Pasaría del «libre albedrío» como sujeto a la entidad causal que la ejerciera.

      Parece más acertado considerar que lo que aporta el significado moral a una acción es su causa final en vez de otros aspectos secundarios de su gestación. Si una acción, en vez de atenerse al bien, se atiene al mal, es mala. El mal le vendría conferido del propio sujeto que es la maldad como determinante residente en el individuo. El agente será instrumento de la maldad participando con mayor o menor nivel de intensidad en su ejecución, pero si es plenamente consciente de que participa en su producción y, además, de cuál es la finalidad de dicha ejecución, el hecho de que diga que no puede hacer otra cosa o que, de hecho no la pueda hacer, parece irrelevante.

      Con el factor del «libre albedrío» que pone a la voluntad como sujeto y parte causal fundamental de la acción, el juicio moral se traslada a la acción y llega a tocar a la voluntad, pero se evita juzgar al ente agente o a los factores causales que operan sobre tal voluntad, lo cual causa ceguera perceptiva en algo tan esencial como conocer a otros seres, e, incluso, conocerse a uno mismo.

      En este sentido, creo que la responsabilidad que tiene cada persona acerca de sus propias acciones u omisiones, es independiente de si son producto de sus creencias y determinantes internos o lo son de su supuesto libre albedrío.

      Por si fuera de algún interés, los temas de la causalidad, la sustantividad humana y el libre albedrío los he examinado en el libro I “El ser humano y la realidad” de la obra “Realidad y psicología humana” (pp. 275-380; 791-824 y 989-1038), y, también escribí una artículo en este mismo blog que lleva por título “La libertad del albedrío”.

  • Ignacio Benito Martínez on 09/02/2016

    Personalmente, pienso que en muchas ocasiones, cuando alguien está siendo maltratado, desea libertad. Pero no es libertad absoluta de todo lo que le rodea, sino del mal. Nadie puede ser libre del aire que respira, del suelo por el camina, ni de las necesidades que uno tiene; eso está claro.
    Creo que el deseo de la gente maltratada por la libertad de aquello que es malo, que es perjudicial para él mismo, es lo que algunos aprovechan para vender la libertad.
    Pero el que cae en este juicio de que necesita libertad, realmente no está viendo la maldad de la persona o personas que le están maltratando.
    En algún sitio he leído que hay que liberarse de todo mal. Esto es muy diferente a liberarse de todo lo que existe. Quizás ahí esté la clave, en liberarse de todo lo malo que nos acecha en la vida y coger lo verdadero y bueno.
    En mi opinión, hay que saber de qué se libera uno.

    • Carlos J. García on 10/02/2016

      Estoy de acuerdo contigo en que es importante liberarse de todo mal. Ahora bien, no debemos olvidar que, aparate de la maldad propiamente dicha, también hay muchas formas de malicia, egoísmos, mezquindades, necedad, y una variedad de defectos o privaciones, que pueden estar en uno mismo, y que es importante eliminar por dos razones: 1) la propia realización, y 2) para no ponérselo fácil a quienes usarán tales defectos para hacernos más daño todavía. Gracias por tus aportaciones.

  • Celia on 09/02/2016

    Magnífica explicación del libre albedrío en pocas palabras. Confieso que no lo había llegado a calar bien, especialmente el componente moral de la acción. Si no me equivoco, entonces si justificáramos nuestras acciones en el libre albedrío nos haría seres irracionales, meros muñecos. La opción ante distintas alternativas siempre responde a una causa. La responsabilidad moral hay que buscarla por tanto en el origen de las acciones. Como siempre, nada es lo que parece y para realmente saber hay que indagar en las auténticas causas.

    • Carlos J. García on 09/02/2016

      Efectivamente. La responsabilidad coincide con el sujeto de la acción. En tal sentido, no hay sujetos ambiguos o indiferentes que produzcan acciones buenas y malas indistintamente, sino sujetos, generalmente bien definidos, que coinciden con los principios o determinantes contenidos en la sustantividad y, por tanto, en el yo de la persona. Si hay buenas y malas personas, no cabe incidencia alguna del libre albedrío, dada la ocurrencia de una tendencia o propensión sustancial en la persona hacia el bien o hacia el mal. Además, es precisamente esa tendencia hacia el bien o hacia el mal, lo que caracteriza la acción moralmente buena o mala. De hecho, si disponemos de alguna forma de libertad en tal sentido, esta consiste en potenciar nuestra propia realización, mediante el conocimiento, el aprendizaje y el posible cambio de creencias de nuestro sistema de referencia, producto de tales procesos. Si debido a emplear nuestras facultades en tales tareas, mejoramos nuestra propia sustantividad, podremos mejorar, también, nuestra propia voluntad y nuestras acciones, con lo cual decidiremos menos veces mal de lo que lo habremos hecho en el pasado.

  • Celia on 11/02/2016

    Entendido. Rectifico entonces: el que actuara según el libre albedrío no sería una persona irracional o mero muñeco sino de un ser indefinido, «probabilístico» en el sentido de que solo por mero azar tendrían ocurrencia sus acciones, que podrían ser buenas o malas según «dictaran los dados», imposible por tanto conocer qué le habría llevado a cometer una determinada acción.

    • Carlos J. García on 11/02/2016

      En el fondo, solo el ser de Sartre que es igual a nada, dispondría de esa extraña característica. De todas formas, no andabas lejos de ese ser indefinido con las nociones de un «ser» irracional o un muñeco. Por otro lado, la palabra «azar» aún no he llegado a saber que signifique otra cosa que «ignorancia de las causas»

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