Blog de Carlos J. García

Las presiones sociales sobre nuestros modos de ser

Hoy en día, supuestamente, se promueve la variedad de sustancias individuales: la diversidad; la multiculturalidad; la originalidad; la libertad de ser como uno prefiera; el respeto a las formas de ser de los demás; la tolerancia…

No obstante, quienes llevan la voz cantante, presumen de ser como deben ser, y, también, de saber cómo debemos ser los demás.

Lo cierto es que, tales formas de ostentación, parecen haberse dado en la mayor parte de épocas de la historia. Lo que no parece tan común es su insólito acompañamiento de la supuesta promoción de la libertad de ser.

¿Qué está pasando para que una sociedad sea cada vez más intolerante y juzgue sin piedad a quienes no se adaptan a los patrones de ser, promocionados por ella, al tiempo que presume de ser la más liberalizadora y tolerante de todas?

Por ejemplo, en el reparto de patrones por géneros biológicos cada vez se intensifica más la presión fundada en las nuevas definiciones de lo femenino y lo masculino.

Es obvio que, los nuevos patrones, nos empujan a ambos géneros hacia nuevas formas de androginia, por las que se tratan de eliminar diversas características precedentes, tanto de la feminidad, como de la masculinidad, al tiempo que se tratan de intercambiar otras de las que antes había.

Tengo la impresión de que todos, hombres y mujeres, vamos teniendo cada vez más claro cómo debemos ser, por razón de nuestro género.

Otro asunto distinto es la distancia a la que  nos encontremos de la materialización de tales patrones, lo cual depende, en buena medida, de la edad que tengamos cuando recibimos por primera vez la oportuna presión.

Si, mientras uno es de un modo determinado, recibe la presión social de que debe ser de otro modo diferente, la discrepancia «ser—deber ser» puede tener diferentes grados de tolerancia y de eficacia según sea la personalidad que la experimente.

Los más jóvenes tenderán a adaptar su modo de ser al patrón dominante de «deber-ser», a menudo, sin ser muy conscientes de ello, mientras que los más viejos cambiaremos menos, si bien, tenderemos a tolerar mejor dichas presiones.

Ahora bien, ¿acaso no hay otros patrones sociales que tratan de imponerse además de los referidos al género?

Los hay, y son de bastantes tipos, aunque, en mi opinión, imperan los de naturaleza política, ideológica y religiosa, y, junto a ellos, una miscelánea de actitudes, que incluyen la técnica, el pensamiento global, las cuestiones orgánicas, y otras cuantas más.

Dicho en otros términos, la sociedad en la que vivimos está reeducándonos, y, de hecho, está poniendo mucho empeño en la tarea, a juzgar por la celeridad con la que, por regla general, consigue ir produciendo en nosotros los cambios pretendidos.

Además, los medios de que dispone son muchos y muy eficaces, empezando por la crítica social efectuada mediante los grandes medios de comunicación; los programas de entretenimiento; los espectáculos de “realidad”; las series televisivas; las redes sociales; las cribas económicas en función de los perfiles de los actores; las nuevas formas de caciquismo; los amiguismos; los currículos y los contenidos que se dan en colegios y universidades; la distribución selectiva de la popularidad de los personajes, etc.

Me pregunto cuántas personas se encuentran ante la disyuntiva de ceder a la presión, adaptarse o reinventarse, o, padecer diversas formas de discriminación, social, laboral, académica, etc.

En mi opinión, una buena sociedad, no solo debe dejar vivir y facilitar la posibilidad de que la gente viva, sino que ha de hacer lo propio con el ser. Es decir, debe dejar ser y hacer posible que la gente sea.

Es decir, una buena sociedad es aquella que verifica las propiedades de ser un buen contexto existencial de seres, a los que se les permite ser, fundados en otras causas que no sean impuestas por la propia sociedad.

De hecho, nuestra sociedad actual presume exactamente de eso, pero, mi impresión es que hace todo lo contrario, funcionando como una sociedad orgánica en la que los componentes debemos adoptar la forma que el propio sistema nos adjudique.

Otro asunto añadido, es que se trata de una sociedad tremendamente jerarquizada en términos del reparto de la capacidad para influir en todos estos temas.

La uniformidad, que se vislumbra en muchos de los aspectos antes comentados, no parece emerger como resultado de la espontaneidad de la gente, de debates abiertos y manifiestos acerca de estos temas, o de cualquier otro origen popular, sino de una especie de clase ilustrada que compone el cerebro pensante de tales ideas y patrones acerca de cómo debemos ser.

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