Blog de Carlos J. García

La uniformidad, la simplificación y la superficialidad

No hay dos seres iguales. Todos los seres humanos tenemos algo en común con otros y algo que nos hace diferentes. Además, todos tenemos factores comunes con la totalidad de miembros de nuestra propia especie, lo cual hace posible la propia definición de esta.

De ahí que, dicha definición de la especie, que viene a ser la del ser humano genérico, debe estar contenida en la identidad personal de cada uno de nosotros, aunque ella, por sí sola, no es suficiente para que la identidad personal de cada cual sirva a las necesidades de la propia identificación individual.

Si, de dos cosas cualesquiera, extraemos lo que tienen en común y desechamos lo diferente, el resultado es que eso común no sirve para identificar las correspondientes individualidades, pero sí sirve para identificar al grupo compuesto por ambas.

En el terreno de los motivos, intereses, necesidades, y, todo aquello que sea susceptible de determinar nuestras propias acciones, ocurre algo similar.

Un grupo de personas fundado en los intereses comunes que tengan sus integrantes, sirve para definir al grupo por su función o su finalidad, si bien, tal definición elimina la diversidad de intereses individuales que tengan sus componentes.

En tal sentido, cuanto más numeroso sea el grupo que consideremos, tanto más sencilla será la definición del mismo, y tanta más información se perderá al respecto de todos y cada uno de sus componentes.

La tendencia actual de nuestra sociedad se ordena, en todos, o casi todos, los ámbitos, hacia la constitución de grupos, con el correspondiente sacrificio de las individualidades.

Es un muy difícil que un individuo disponga de una existencia social relevante, a menos que, prescindiendo de sus características individuales, se integre en un colectivo, una asociación, un grupo, una plataforma, un partido, etc.

Ahora bien, el cambio que supone, prescindir de su existencia individual, integrarse en un grupo, y que sea el grupo, en cuanto a tal, el que tenga existencia social, conlleva que sus propiedades individuales no puedan existir en modo alguno, ni como individuo, ni dentro del propio grupo.

Este hecho, puede considerarse una criba existencial de una infinidad de características individuales que nunca podremos conocer, a menos, que tengamos la ocasión de entrar en relación con algunas personas, en el terreno de las interacciones interpersonales, propiamente dichas.

Por otro lado, los detalles individuales de las personas que se ponen a existir en las relaciones próximas, o, al menos, una buena parte de ellos, pueden aportar una riqueza inmensa al conocimiento de la gran diversidad de individuos de nuestra propia especie.

Cuando se habla de que la individualidad está en auge, seguramente no se tienen en cuenta todas estas consideraciones, y, tal vez, se haga más referencia a egoísmos particulares o defectos semejantes, que a los verdaderos procesos de abstracción que estamos experimentando.

Por otro lado, hay que traer a colación que, los informativos de los grandes medios, emiten contenidos comunes, redundantes, extraídos de unas pocas agencias, que, suponen, centran el interés informativo. Dichas noticias, necesariamente, son pocas y la información que contienen, muy simplificada.

Pensemos en la cantidad de información que habría que ofrecer, acerca de cualquier asunto de que se trate, para que se llegue a comprender en profundidad, igual que podemos llegar a comprender historias complejas que tenemos a nuestro alcance en la vida cotidiana.

La información no es lo mismo que el saber. Se nos puede informar de algo, pero no por ello, llegamos a saber algo de eso con la suficiente profundidad para comprender los significados de aquello que se nos dice.

En definitiva, las noticias que nos llegan son pocas, superficialmente contadas y elegidas con criterios que, generalmente, desconocemos.

De ahí, que sea fácil caer en la trampa de llegar a creer que sabemos algo acerca de lo que se nos ha informado por los grandes medios.

Para llegar a saber, hay que profundizar, leer mucho, estudiar, relacionarse con aquello de lo que se trate, y, disponer de la suficiente curiosidad que nos empuje a llegar al fondo.

Me pregunto, qué tendrá que ver ese saber, con la información que se nos ofrece. Tal vez, sean exactamente lo contrario.

Por otro lado, estamos inmersos en un  paradigma muy raro que lleva por nombre globalización. ¿Se refiere a que los negocios que se encuentren en cualquier lugar del mundo sean meras franquicias clónicas que han sido diseñadas por una única empresa, ubicada no se sabe dónde?

¿Se trata de la uniformidad, de un único mercado, de la implantación de las mismas ideas y creencias en cualquier lugar del planeta…? De ser así, no se tendría que haber inventado un neologismo pues, para eso, ya existía el término imperialismo.

Ahora bien, ¿cuánta información individual hay que desechar para acceder a unos pocos modos de uniformidad mundial o para implantar un único sistema social que nos reúna a todos?

¿Qué ha de ocurrirle a lo autóctono, a la diversidad cultural, a la variedad humana, a lo que pudiera emerger de forma espontánea en cualquier parte…?

Por otro lado, tenemos el campo de los eslóganes, las consignas, los mensajes conceptuales o los prototipos de los modos de ser y comportarse. También, en este terreno, se impone la uniformidad,  la simplificación y la superficialidad.

En todos los aspectos comentados, lo que está en riesgo es el verdadero contacto que necesitamos tener con la realidad, y, para ello, hacen falta, lo concreto y lo conceptual; lo particular y lo general; la síntesis y el análisis; la observación y la teorización; lo individual y lo colectivo; lo singular y lo plural…

Cualquier forma de implicación en la realidad requiere estar a su altura, seguir sus procesos, comprender su complejidad y disponer de sistemas de referencia equivalentes a su riqueza formal.

Además, todo proceso de realización humana quedaría mermado si se niega cualquier parte constituyente de la propia realidad, pues, existe por sí misma, desde mucho antes de la emergencia de nuestra propia especie.

Sin duda, parece que todo apunta a que, los cauces por los que discurren la simplificación y la superficialidad, son producto de fuerzas que tratan de imponer la uniformidad, en contra de la natural emergencia de la diversidad, la cual es fruto inequívoco de la propia naturaleza y de la realidad en sí.

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