Blog de Carlos J. García

La sugestión, la mimesis y la histeria

Se podría decir que, aquella parte del mundo sobre la que se tiene una creencia, es una zona conquistada, y tal creencia se resistirá a ser desbancada o sustituida por otra diferente, ya sea por intención de uno mismo, o por intervención ajena.

Al contrario de esto, cuando sobre alguna cosa no dispone de creencia alguna, no sólo es fácil que la persona esté abierta a disponer de alguna, sino que es posible que esté ávida por tenerla.

Visto de tal modo, las creencias van colonizando nuevas áreas de lo existente, siendo la información contenida en ellas, una sustancia muy valiosa para la formalización del sujeto que las integra dentro de sí.

Ahora bien, de los dos focos posibles de generación de creencias en una persona, a saber, el interior y el exterior, en cada caso, pueden predominar los procesos y las funciones de la propia persona que las albergará, o, lo contrario, es decir, que la persona adquiera creencias bajo procesos ajenos de producción.

Hay personas que pueden ser persuadidas de alguna creencia con enorme facilidad, mientras otras, oponen una firme resistencia a creer algo ajeno, por muy sugestivo o sugerente que sea,  lo que pudiera describirse como una actitud de incredulidad estructural.

Cuando la persona es muy sugestionable, o, simplemente, está muy abierta a creer los mensajes que le lleguen, nos encontramos una característica que siempre, o casi siempre, va asociada a dicha apertura.

Se trata de la labilidad de las creencias formadas, de su escaso enraizamiento en el ser que las alberga, y, por tanto, de la enorme facilidad con que pueden mutar en su sistema de referencia interno.

Tal característica aporta un alto grado de inconsistencia en el propio ser a lo largo del tiempo, hasta el punto de que la personalidad manifestada puede ser irreconocible, desde un momento no muy lejano de su biografía, hasta otras manifestaciones que presente en actualidad.

Es obvio que cuando sucede esto, nos encontramos con el mismo grado asociado de volatilidad en la identidad personal, por lo que la propia persona podría resultar difícilmente irreconocible para sí misma si echa la vista atrás.

Su biografía, por tanto, puede llegar a contener varias personalidades diferentes, dentro del mismo sistema de referencia interno.

La cuestión es qué tipo de trato se le ha podido administrar a dicha persona, durante sus etapas formativas, para que acceda a tan elevado nivel de influenciabilidad.

Desde el principio de su vida, cualquier niño genera espontáneamente muchísima actividad, incluyendo, especialmente, las actividades exploratorias que necesita efectuar para adquirir información acerca del mundo y de sí mismo.

La curiosidad, siendo el instinto humano por excelencia, le mueve a la absorción de toda la información que necesita para constituirse, a largo plazo, como un ser definido y autónomo.

En este terreno, el papel de la figura de seguridad y/o de otra figura formativa relevante, puede ser decisivo en aras de decantar el foco predominante de la formación de creencias en el niño, si interior, o exterior.

De hecho, puede ser tan decisivo como para imponer un mayor o menor bloqueo a la formación de creencias producidas por el propio niño, y, dejar dicha función a expensas de lo que el sujeto exterior genere en él.

Bastaría un mensaje, fuerte y sistemático, del tipo «tú no debes creer nada por tu cuenta, sino que debes creer exclusivamente aquello que yo te transmita», para que el niño renunciara a la tarea de creer por sí mismo, y se supeditara a la instrucción exterior.

Tal tipo de adoctrinamiento puede ser de tipo genérico, o, serlo específico, en este caso centrado en la transmisión de dogmas, extraídos a partir de ideologías, religiones, sectas, o cualquier otro tipo de sistemas de ideas, que ya se encuentren elaborados socialmente.

Ahora bien, ambos modos de instrucción, conducen a condiciones diferentes. En el primer caso, la generación de creencias quedará abierta, en dependencia del foco exterior que, en cada momento o circunstancia, opere sobre la persona. En el segundo, la persona quedará aferrada, con adhesión inquebrantable, al sistema de ideas recibido.

También, es cierto que la ajenidad de las creencias recibidas en ambos casos, debido a su carácter exógeno, dotará a la persona de un nivel similar de artificialidad constitutiva.

No estaremos, por tanto, ante un ser que ha crecido espontáneamente, aprovechando sus propias experiencias y descubrimientos, gracias a una suficiente libertad del entorno, sino ante la formalización de un ser desde patrones exteriores, que le esculpen de una manera o de otra.

Se trata de la materialización de una idea exterior, es decir, de una escultura tallada sobre un ser vivo, al que se trata como si fuera materia prima. La ideología del conductista Watson, iba en esa dirección.

Ahora bien, un componente fundamental que facilita la sugestión efectiva reside, necesariamente, en una actitud favorable a la mimesis.

La disposición favorable a adoptar como creencias propias, mensajes procedentes del exterior, conlleva la misma actitud favorable a copiar patrones exteriores de índole personal, que son recibidos como moldes artificiales con los que configurar el propio «yo».

Así, creer lo que otras personas dicen, o creer en otras personas como sujetos de funciones propias, pueden avanzar otro escalón, hasta ocupar ámbitos que se corresponderían con áreas reservadas al propio «yo», una vez efectuada la apropiación de las formas que contengan y la adopción de los correspondientes modos miméticos de ser.

En relación con la cuestión relativa a las causas de una posible inhibición estructural de la formación autónoma de creencias, en beneficio de una actitud favorable a adoptar creencias ajenas como propias, viene al caso, la posición de Platón hacia la mimesis y la importancia que le dio, vista a la luz del libro de Havelock [i] Prefacio a Platón:

«En un momento dado, a finales del siglo V antes de Cristo, empezaron a surgir griegos capacitados para hablar de sus «almas» como poseedoras de un yo o de una personalidad autónoma: no como fragmentos de la atmósfera ni de la fuerza vital del cosmos, sino como entes, como substancias reales. Al principio este concepto sólo estaba al alcance de los más refinados.» (p. 187)

En dicha transición, el término psyche pasó a significar «espíritu pensante capaz de tomar decisiones en el plano moral y también de alcanzar el conocimiento científico ―sede de la responsabilidad moral, algo infinitamente precioso, esencia única en todo el ámbito de la naturaleza.» (ibíd., p. 187)

Antes de la llegada de dicha transición, en las épocas homérica y posthomérica, la experiencia docente que recibían los educandos consistía en el aprendizaje memorístico de la historia, la organización social, la capacidad técnica y los imperativos morales del grupo constituido por la ciudad. En tal aprendizaje la memoria jugaba un papel primordial.

Según Havelock: «Este conjunto total de experiencia (evitemos la palabra «conocimiento») se incorpora a un relato o conjunto de relatos rítmicos que el educando aprende de memoria y que en ésta queda para su eventual invocación. En ello consiste la tradición oral, algo que el educando acepta sin plantearse duda alguna al respecto ―pues de otro modo no alcanzaría a quedarse impresa en su memoria viva.» (ibíd., p. 188)

Es decir, la memoria era el instrumento fundamental para efectuar la reproducción mimética de las creencias de la civilización, y, a su vez, el instrumento mnemónico más eficaz para producir el aprendizaje memorístico, era el ritmo poético, es decir, la poesía. Ahora bien, también dice dicho autor:

«Para Platón, la realidad no puede ser sino racional, científica y lógica. El medio poético, lejos de desvelar las verdaderas relaciones de las cosas o las verdaderas definiciones de las virtudes morales, tiende una especie de pantalla refractaria que disfraza y distorsiona la realidad ―y que, al mismo tiempo, nos distrae, jugando con nosotros, apelando a las zonas más chatas de nuestra sensibilidad.» (ibíd., p. 39)

Por lo tanto, la aversión de Platón a la poesía, en el fondo, era aversión a la mimesis, a la impersonalidad, a la supresión del conocimiento, y a la supresión del «yo» entendido como espíritu pensante de un ser autónomo.

Si bien en la época referida por Havelock, se puede considerar que la mera adaptación social de la persona era un caldo de cultivo suficiente para inhibir la propia producción intelectiva, no se puede dar por supuesto que, en nuestra época, estemos ante la misma explicación de dicha anomalía, aunque solo sea por tener tras nosotros la ruptura filosófica efectuada por Platón.

Lo que sí puede ocurrir, es que haya una similitud en la esencia metodológica que pueda llevarse a cabo, en cualquier época, para producir la supresión espontánea de la formación de creencias.

Un modelo teórico, susceptible de explicar tal hecho, consiste en condicionar la existencia interpersonal o social de la persona, a la supresión de su potencial autonomía.

Los programas de condicionamiento operante, que utilizan la atención como refuerzo, pueden contener la especificación de ignorar a la persona cuando emite actividad espontánea, y prestársela cuando su actividad es reproductiva de la que los modelos le proporcionan. Es decir, no atenderla cuando actúa por sí misma, y atenderla cuando actúa por el otro.

Dicho en otros términos, poner a la persona en formación bajo el siguiente conflicto: Si soy yo, no existo; si existo, no soy yo.

Una persona que, desde su niñez, haya aprendido que no debe hacer nada propio de ella para sentir que existe, y que, si lo hace, caerá en condición de aislamiento, presentará una actitud negativa hacia la elaboración de sus propias creencias, y de sus actividades con componentes propios de ella. Tal actitud, implica la criba y el desecho de sus producciones, y la apertura a dejarse configurar por personas o factores exteriores.

En tal caso, presentará una actitud favorable a la producción de sus actividades mediante componentes impersonales, impropios, convencionales, sociales o, en general, de otras personas o entidades exteriores del medio circundante.

Dado que dicha persona no debe ser, contener o hacer nada que sea propio de ella, el resultado más devastador de dicha determinación es que no puede generar enunciados o juicios propios de ella, que lleguen a configurar sus propias creencias, ni fundar, por tanto, sus actividades, en ella misma, o en sus propias creencias.

Por tanto, ha de formar las creencias por pura “confianza” en el otro, no por sí misma. Ha de creer necesariamente en el otro y no en sí misma, renegando del uso de sus propias funciones de conocimiento y de formación de creencias.

¿Cuál será, entonces, su modo de ser? Obviamente, no tendrá un modo de ser propiamente dicho, sino un modo de no-ser, que estará fundado en patrones externos de deber no-ser ella misma, y de deber ser, según algún patrón exterior que se le suministre.

No recuerdo dónde leí que la personalidad histérica no hace teatro, sino que es teatro, tal vez lo único que puede ser.

La problemática que llega a dar de sí dicha privación, llenó la consulta vienesa de Freud, mayoritariamente, de mujeres, que, al parecer, padecían alguna de las modalidades de formación artificial de la personalidad —lo cual no era raro en una época de educación victoriana— por lo que respondían bien a las terapias de sugestión hipnótica, pero, con la misma facilidad, perdían las creencias adquiridas bajo las mismas. Sus reiteradas recaídas, parecen ser uno de los motivos por los que Freud decidió abandonar dicho método de trabajo.

La ocurrencia de este tipo de alteraciones pone en evidencia algunas de las propiedades necesarias del ser real como son, entre otras, las siguientes:

  • La necesidad del desarrollo ontogenético fundado en el propio ser real.
  • La necesidad de una identidad personal consistente y verdadera.
  • La necesidad de uso de las facultades del ser incluyendo, tanto las de entrada, como las de salida.
  • La sujeción al carácter congruente de la realidad en la formación del SRI.
  • El daño que produce la superposición de un modelo artificial sobre el desarrollo del ser real.
  • La necesidad de que el ser se constituya como ente individual real y no como ente genérico o conceptual.
  • La necesaria vinculación entre el SRI y la producción de actividad propia.
  • La necesidad de hacer creencias de la realidad y no de otros sujetos humanos no reales.

Bajo condiciones de aprendizaje instrumental, mediante el manejo del refuerzo de la “atención”, la persona aprenderá, por simple obediencia o imitación, un cierto conjunto de actividades o de modos de hacer las cosas, pero estará inhabilitada para conocer por sí misma, formar sus propias creencias, disponer de una auténtica identidad personal y regirse por principios reales que funden un verdadero vínculo entre su esencia y su existencia.

[i] HAVELOCK, ERIC A.; Prefacio a Platón; trad., de Ramón Buenaventura del original de 1963; Visor Distribuciones, S.A., Madrid, 1994

2 Comments
  • Ana on 21/05/2016

    Bufff! Qué duro! Esto es lo que actualmente está ocurriendo a la mayoría de los niños, principalmente en la escuela. ¿Qué podemos hacer para invertir esta situación?

    Y los adultos que ya estamos condicionados por este tipo de educación, ¿Qué podemos hacer por nosotros mismos?

    • Carlos J. García on 22/05/2016

      Es obvio que cada persona puede presentar diferentes intensidades de dicho problema, en dependencia del grado en el que haya estado sometida a las condiciones expuestas en el artículo. Su máxima intensidad ocurre cuando se aplican tales metodologías al niño dentro de su propia familia, y, especialmente, si las aplica la figura de seguridad. El problema es tanto más leve, e, incluso, inexistente, cuando dentro de la familia se le ayuda en el proceso de su efectiva realización, disponiendo de un criterio sensato de tipo formativo, se le anima a la investigación y al estudio efectuado por sí mismo, se le va permitiendo que asuma sus tareas y responsabilidades progresivamente, se le da ejemplo de independencia de juicio, etc., etc. En tal caso, el grado en el que pueden afectarle las condiciones sociales tendentes a su impersonalización, o a su hipersocialización, será mucho menor.
      Cuando una persona reconoce en sí misma la existencia de tal problema, podrá tratar de contrarrestarlo en cierto grado, revisando su propio sistema de referencia interno de creencias, examinando pormenorizadamente la educación recibida, accediendo a una compresión amplia del mismo problema y tratando de empezar a ser mucho más fiel a lo auténtico que conserve de sí misma, que a los criterios externos de deseabilidad social. Ahora bien, el requisito imprescindible es que disponga en alguna medida de los principios reales, aprecie la verdad, investigue cuál es su verdadero bien, se percate de la importancia de ser ella misma, incluso, aunque esto sea debido a las pérdidas que en tal ámbito haya padecido, y, sobre todo, asumiendo su propia responsabilidad en el desarrollo de sí misma.
      Este tipo de problemas, cuando se encuentran instalados ampliamente en la sociedad, no parece que tengan alguna solución que emerja desde la propia sociedad o desde las instituciones. Confío mucho más en que cada persona adquiera conocimiento acerca del ser humano, en general, y de sí misma en particular, acceda a una amplia comprensión de los problemas que puedan envolverla o que, de hecho, la envuelvan, adquiriendo una perspectiva desde la que poder identificarlos, y se ponga manos a la obra para irse realizando cada vez más a lo largo de su vida. El ejemplo que pueda dar a quienes tenga cerca, aunque tenga una mínima eficacia, es mucho mejor que no hacer nada.
      Ahora bien, un buen profesor en la escuela puede ser decisivo para generar en los niños ese espíritu coincidente con la revolución platónica expuesta en el artículo. Es posible que las mayores vocaciones académicas sean producto de haber tenido, aunque solo sea un buen profesor, a lo largo de toda la enseñanza primaria o secundaria.

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