Blog de Carlos J. García

La paradójica medicalización de la mente

La Medicina clásica parece haberse transformado mucho con respecto a la definición original de su objeto. Cada vez contiene más invenciones hechas con el exclusivo cuidado de circunvalar la metafísica, para que queden pulcramente exentas de realidad, junto a la aplicación de un abordaje biológico masivo de problemas no biológicos.

La Medicina ha acumulado un enorme y merecido prestigio a lo largo de sus más de veinticuatro siglos de historia. Comenzó en forma de servicio al dios Asclepio cuyo más famoso seguidor fue Hipócrates, progresó con Galeno, dio un salto enorme en la cultura árabe del medioevo y no ha parado de mejorar hasta el momento actual en que, ciencia y tecnología, se suman para dar unos niveles de eficacia cada vez más sorprendentes. Pero, ¿es esto aplicable a todas las áreas de las que se ocupa la Medicina en la era contemporánea?

Parece ser que históricamente ha habido una relación más que accidental entre una actitud escéptica bastante arraigada y la práctica de la Medicina. Pero, como demuestran los hechos, ese escepticismo no ha impedido un éxito enorme en el conocimiento del objeto en que consiste el cuerpo humano y en las prácticas de su curación, por lo que, parece obvio que, el objeto de tal escepticismo, haya sido la parte del objeto humano que no es corporal.

Quizá un esfuerzo enorme en vencer las enfermedades físicas que ponía al médico en una situación en que tal objeto ocupaba la mayor parte de su atención, quizá la dura experiencia habitual de dirimir con la vida y con la muerte o la creencia derivada de la constatación sistemática de que, una vez muerto el organismo, cesaba la existencia de los fallecidos, fuera depositando poco a poco las raíces de ese escepticismo hacia todo lo humano que no fueran los organismos.

Ahora bien, el concepto de órgano es sinónimo al de instrumento o herramienta y, por tanto, el organismo, en tanto conjunto de órganos de un ser viviente, puede deslizarse con bastante facilidad hacia un prejuicio de indudable sutileza. Se puede creer fácilmente que el organismo es un medio para vivir, lo cual es verdad, pero no es toda la verdad. También sirve para existir, lo cual es notoriamente diferente al simple vivir.

Además, no es difícil caer en la sinonimia, tremendamente errónea, de igualar los significados de organismo y de ser. Pero, si se cae en tal error, en lo que concierne al hombre, toda la antropología resultante queda herida de gravedad.

Es obvio que, el escepticismo que ha acompañado a muchos “físicos”, “galenos” y “médicos” durante siglos y siglos, es un escepticismo anti-metafísico.

Se puede cuestionar la utilidad de la metafísica cuando de lo que se trata es de curar un organismo y los hechos prueban que, sin ella, se han hecho grandes progresos en el área de la salud orgánica a lo largo de la historia. Pero, ¿ha ocurrido eso en todas las ramas de la Medicina?

A la simple vista de las estadísticas, aunque sean las más optimistas, la oveja negra de la Medicina ha sido y sigue siendo la Psiquiatría, o dicho por su objeto, la dedicación al estudio y la curación de las “enfermedades mentales”. A la vista está que, a tal fin,   no han servido eficazmente, ni las plantas Medicinales de Asclepio, ni los cuidados paliativos del sufrimiento que las acompaña, ni los mayores avances contemporáneos en la síntesis de sustancias para vencerlas.

En general, la Psiquiatría parece sentirse muy orgullosa de los “avances” de Kraepelin, Griesinger, Bleuler, etc., o de los desarrollos de los sistemas modernos de diagnóstico, incluyendo sus manuales más sistematizados, pero resulta imposible admitir que el rigor, la claridad, la sistematización, la eficacia o la calidad de ayuda al “enfermo” sean, en este campo, ni remotamente parecidas a esos mismos criterios llevados a cualquier otro campo de la Medicina.

Para dar cuenta de este problema, se podrán ofrecer muchas justificaciones, de muy diferentes tipos, pero hay tres tesis fundamentales, evidentes para quien desee examinarlas, que no suelen argumentarse nunca o casi nunca:

  1. La mente no puede, ni reducirse, ni considerarse, de la misma “sustancia” que el cerebro del organismo.
  2. La existencia no puede reducirse ni considerarse la misma “sustancia” que la vida.
  3. Ni el ser, ni el ente, pueden reducirse, ni considerarse la misma “sustancia” que el organismo.

Ser, existencia, mente y un enorme conjunto de nociones similares vinculadas a éstas, tienen en común que son objetos metafísicos, de aquellos que los médicos escépticos reniegan desde tiempo inmemorial. Ahora bien, negar algo no es suficiente para que desaparezca del escenario existencial. Dejemos al hombre como mero organismo que vive o que muere y no habrá ni hombre, ni organismo, ni médicos, ni Medicina.

Aplastar la Metafísica y enterrarla es preterir al hombre mismo y mermarlo conceptualmente hasta que no se pueda saber absolutamente nada de él. ¿Puede alguien saber algo acerca de alguna persona si reduce su percepción de ella a mirarla como un simple organismo vivo o muerto?

La gente común, a menudo sin darse cuenta, hace un uso continuo de percepciones metafísicas tanto de sí misma como del resto de individuos con los que trata, pero eso no significa que sea primitiva, ni atrasada, ni que se encuentre por debajo de la sabiduría psiquiátrica. Simplemente no puede no hacerlo. La metafísica es indispensable para existir, se exista mejor o peor, incluso, cuando se trate de una metafísica muy deficiente. Sin ella, no es posible percibir en modo alguno, ni bien ni mal, al ser humano, al individuo, a uno mismo o a los demás. Dejan de existir ante nuestros propios ojos.

¿Qué se entiende aquí, por Metafísica? Algo tan simple como cualquier noción, aspecto, sensación, impresión, etc., que exceda de los límites estrictos de lo que es el cuerpo humano, vivo o muerto, o que sobrepase aquello en lo que tradicionalmente se fijan exclusivamente los herederos de Galeno. Pero, ¿qué hacen los “físicos” dirimiendo con las enfermedades mentales si, bajo su dogma primordial anti-metafísico, ni tan siquiera existen tales cosas? La respuesta es sencilla: sólo pueden percibirlas igual que si se tratara de enfermedades corporales.

Ahora bien, ¿cómo es posible que puedan tratar de percibir las enfermedades mentales como si se tratara de enfermedades corporales? La respuesta, también es sencilla: negando la existencia de la mente y afirmando la exclusiva existencia de un órgano material como es el cerebro.

Simplemente se establece el dogma de que las enfermedades mentales son “enfermedades del cerebro”.

Creo que hay que estar muy ciegos para que, a la vista del volumen de maltrato doméstico existente entre cónyuges, entre padres e hijos, o entre personas de la misma o de diferentes generaciones que conviven en los domicilios, se ignore todo esto como factor potencial causal, de gran magnitud, de producción de alteraciones mentales y, por el contrario, se invierta la mayor parte de los recursos institucionales en buscar explicaciones orgánicas de la enfermedad mental, en cosas tan alejadas de la evidencia como son los genes, que siguen bajo el veredicto de  no culpabilidad por falta de pruebas, a pesar de los muchísimos recursos invertidos en declararlos culpables, desde que en 1835 alguien llamado Griesinger, siguiendo los auspicios de Augusto Comte, tomó la decisión de que las enfermedades mentales eran enfermedades orgánicas hereditarias.

Ahora bien, si se fuera fiel a tal dogma, no resulta fácil explicar la existencia de dos especialidades diferentes sobre el mismo órgano: la neurología y la psiquiatría.

Las raíces de ambos términos, neuro- y psique, vuelven a delatar la paradoja. La primera remite al sistema nervioso, el cerebro, y, la segunda, remite no sólo a mente sino, todavía más, a alma. Según tales designaciones, el neurólogo se tendría que dedicar al estudio y curación del cerebro, que es efectivamente lo que hace, mientras el psiquiatra se tendría que dedicar al estudio y curación del alma, pero esto, evidentemente, no es lo que hace.

Para resolver la paradoja de que el médico que debería estudiar y curar las afecciones del alma, se dedique a ello, negando la existencia de aquello cuyas afecciones constituyen el objeto de su propia existencia, recientemente se ha acuñado el término neuropsiquiatra que viene a coincidir plenamente con el objeto general de la psiquiatría actual pero que, tal vez, debería haber perdido la raíz psi(que)- y quedar en mero neuroquiatra que sería el médico del sistema nervioso, mientras se podría haber reservado el término neurólogo para designar a quien no se ocupa de curar el cerebro sino sólo de estudiarlo.

No obstante, de haberse seguido esta lógica más coherente, la Medicina habría perdido de sus dominios el campo de las enfermedades mentales, pues no habría especialidad alguna que se ocupara de ellas, habida cuenta de que las enfermedades del sistema nervioso, como cualquiera sabe o puede saber, no coinciden en absoluto con las enfermedades mentales.

No sé si se podría acuñar algún término dentro de la Medicina para designar a quienes se ocupan de tratar indirectamente las enfermedades mentales mediante prácticas cuyo objeto es el cerebro, pero, de poderse acuñar, resultando muy esclarecedor, obviamente, habría de admitirse que esas enfermedades mentales son algo diferente a las enfermedades del cerebro y que el cerebro no sería más que un medio para influir sobre ellas de algún modo más o menos práctico aunque no fuera el modo preferible por ser un medio indirecto.

Es decir, se interviene sobre el cerebro de modo directo cuando se tratan, directamente, enfermedades del cerebro, tal como ahora hacen los neurólogos, como cuando tratan, por ejemplo, una epilepsia, y se interviene indirectamente sobre las enfermedades mentales por medio del cerebro cuando, por ejemplo, se administran sustancias antidepresivas, cuyo fin es paliar un desorden depresivo que no se ha demostrado que sea de origen orgánico.

En el plano práctico no habría demasiado que objetar a ayudar al enfermo aunque sea de un modo indirecto, pero la objeción proviene de otro plano diferente que es de mayor trascendencia: ¿cómo va a estudiar las enfermedades mentales quien actúa bajo el dogma de que no existen en cuanto tales, dado que no existe la mente?

Por otro lado, la atrofia experimentada por la psicología, que cada vez se expresa con más contundencia, desde su confinamiento a ser una ciencia positiva, del mismo cariz anti-metafísico que la medicina —aunque, tal vez, por razones más ideológicas— se encuentra lejos de poder ocupar en el orden práctico el terreno que hoy ocupa la psiquiatría.

Ahora bien, siendo tal situación, tremendamente preocupante en lo referido a los desórdenes mentales, lo más grave no parece ceñirse al modo de mirar a aquellas personas que padecen problemas psicológicos, sino que, bajo el dogma anti-metafísico que preside ambas disciplinas y otras muchas más, la percepción general que desde tal dogma pueda efectuarse, de cualquier ser humano, de nuestra propia especie o del hombre en general, ofrece un balance desastroso para el conocimiento de la realidad que somos.

La irrealidad producida por tal prejuicio, e imputada al ser humano, no hace sino esconder aquello que somos, impedir nuestro natural desarrollo y empobrecernos a todos.

Por otra parte, aquellas disciplinas que podrían contrarrestar esa imagen distorsionada del hombre, no parecen estar, tampoco, atravesando sus mejores momentos. Mientras la filosofía parece atravesar uno de los periodos más precarios de su larga historia, padeciendo, entre otras muchas cosas, su disociación de la psicología (y viceversa), la antropología no termina de dar cuenta afinada y extensa de su verdadero objeto, que es el propio ser humano, y no las diversas culturas producidas por sus necesidades de subsistencia.

Como no puede ser de otra manera, la negación de la realidad y de toda la riqueza de objetos que, dentro de ella, deberían estar siendo investigados, es, también, la negación del ser humano, por cuanto su esencia no es otra que su necesidad de constituirse en la realidad y de la realidad.

2 Comments
  • Maria Elena Jaime Burmeister on 04/06/2016

    Muy interesante y muy cierto. La mayoria de estos «profesionales» Lucran con los pacientes» Muchos hasta con la medicacion les provocan malestares con la cual los tienen prisioneros» cobran honorarios muy importantes. Son comerciantes.

    • Carlos J. García on 05/06/2016

      En todas las profesiones podemos encontrar unas personas que se lucran, mientras otras trabajan con honradez. El verdadero problema en el terreno de la “salud mental” suele venir del enfoque de que disponga el profesional, si reconoce, o no, ante él a una persona en cuanto a tal, sin reducirla a simple organismo o a mero cerebro. Además, la impotencia que pueden llegar a tener los profesionales honrados, debido a enfocar los problemas humanos como si fueran simples problemas orgánicos, a los primeros que perjudica es a ellos mismos.

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