Blog de Carlos J. García

La mentira política

En general, mentir es decir lo contrario de lo que uno mismo cree. No obstante, a esta idea general, hay que añadirle, al menos, un par de notas.

La primera: mentir no solo es decir lo contrario de lo que uno cree, sino, además, tratando de convencer al destinatario de la mentira, de que uno cree aquello que le dice y no lo que de verdad cree.

La segunda: la mentira no solo afecta a enunciados acerca de las cosas, sino, también, a los juicios éticos. En este caso, mentir, consiste en afirmar que algo que uno cree que es malo, es bueno, o viceversa. Por ejemplo, si yo creo que, depender innecesariamente de terceros, es malo, miento cuando digo que eso es algo bueno.

Cuando se habla de corrupción se alude sistemáticamente al hurto, sustracción o robo, de dinero público.  Ahora bien, resulta obvio que, quienes hacen tales acciones, ofrecen apariencias e imágenes, acerca de ellos mismos que son falsas a sabiendas de que lo son, lo cual implica la emisión simultánea de múltiples mentiras.

Hay mucha gente capaz de llevar dobles o triples vidas, en las que sus respectivas apariencias resultan completamente diferentes entre sí. Tales imposturas, obviamente, conllevan múltiples mentiras en las correspondientes relaciones que tienen dentro de las esferas de tales sectores de sus vidas.

Lo asombroso es que, salvo en los testimonios que los testigos han de emitir en los juzgados, o en algunos otros casos menores, mentir no es constitutivo de delito alguno, ni mucho menos, en la vida política.

En dicho terreno, caracterizado por las luchas por el poder, se sigue la doctrina leninista de que mentir es un arma política, sin más. El problema, no es que los políticos, salvo honrosas excepciones, puedan mentirse entre ellos, sino que lo hacen cuando están en público, es decir, el problema no es que mientan, sino que nos mientan.

Lo curioso es que, en el comercio, cuando alguien miente en sus transacciones comerciales y obtiene algún beneficio por hacerlo, se considera una estafa, pero no parece considerarse de tal modo, en el ámbito político.

Por otro lado, como decía antes, las mentiras por las que alguien afirma que algo que cree que es malo, es bueno, o viceversa, pueden ser igual, o más, devastadoras que aquellas que se refieren a enunciados de cosas o de hechos existentes.

Por ejemplo, si algún político propone un programa económico, manifiestamente ruinoso para la población, no cabe suponer que él mismo ignore que lo es, por lo que cuando trata de hacer creer a la población que lo que propone es bueno, comete ese tipo de mentira referida al juicio ético sobre aquello que propone.

En tales casos, dando por hecho que él mismo sabe que su programa es ruinoso, es necesario preguntarse por la finalidad de su comunicación: «¿a quiénes, y, para qué, les quiere engatusar con su programa?»; y, también, por la finalidad de ese mismo programa: « ¿para qué quiere arruinarnos?». Las respuestas a tales preguntas pondrían en evidencia los posibles motivos de las mentiras implicadas en su discurso.

Por otro lado, algunas de las mentiras más graves que pueden dañar profundamente a un estado, se refieren a la historia del propio estado. Mentir sobre la historia, ya sea antigua o reciente, se ha convertido en un arte.

Ahora bien, cuando se hace una simple preterición de la historia o de algunas de sus fases, de forma que se evite su correcta divulgación, se producen las lagunas correspondientes en los afectados.

En tal caso, esas carencias podrían ser subsanadas por ellos mismos si es que sienten la necesidad intelectual de hacerlo. Bastaría con ocupar una parte de su tiempo en investigarlas haciendo uso de las múltiples herramientas bibliográficas que generan los auténticos historiadores.

Otra cosa distinta, mucho más grave, consiste en la divulgación de mentiras acerca de la historia o de diversas fases de la misma. Consiste en inventar relatos falsos con la finalidad de hacer creer a los destinatarios que la historia consiste en tales inventos.

De ese modo, no solo se oculta y se entierra la verdadera historia, sino que se le hace creer a mucha gente que, con lo que se les ha contado, ya conoce la historia. Esto, obviamente, les pondrá en una situación mucho peor que si fueran conscientes de sus posibles carencias de información: creyendo que la conocen, dejarán de tener la curiosidad necesaria para investigarla, y, además, fundarán muchas de sus actitudes en el engaño en el que viven.

A todo esto, es necesario decir que, cuando los individuos que están en las instituciones de una comunidad o de un estado, mienten a la población, siempre lo hacen con alguna finalidad política, y, generalmente, para contribuir a la formación de un sistema ideológico que sirva a dicha finalidad.

Es posible que tales individuos justifiquen sus manipulaciones mediante el eslogan ilustrado «todo para el pueblo, pero sin el pueblo», pero eso, sería una nueva mentira, y, además, maquiavélica, salvo para alguien que crea que el fin justifica los medios.

Da la impresión de que lo que se está instaurando es la nueva creencia de que, en política, todo vale, como si de una guerra napoleónica se tratara.

Si se llegara a instalar semejante dogma en la actividad política, o en sus extensiones en la actividad de los medios de comunicación, de nada servirían, ni la constitución, ni las leyes, para frenar sus consecuencias.

Lo tremendo del asunto es que, los principios de la verdad y del bien, no parecen operar en muchas de las personas que se dedican a la política, ni, al parecer, existe obligación alguna de que lo hagan.

A esto hay que añadir la responsabilidad que, como causas ejemplares, tienen las autoridades públicas en la formación de la propia población. ¿Cómo van a estar legitimados para establecer leyes de educación aquellos que, con sus formas de comportarse, están dando tan lamentable ejemplo?

¿Acaso no saben diferenciar las nociones de poder y de autoridad?

Dado que, mentir, se está convirtiendo en una epidemia de graves y amplias consecuencias para la población, habría que pensar en la posibilidad de que su prohibición sea incluida en alguna de las reformas constitucionales de las que tanto se habla.

Un estado, que se vaya constituyendo mediante una infinidad de lagunas y de mentiras, va generando paulatinamente una situación de irrealidad generalizada, en relación consigo mismo y con la propia sociedad, que, no solo lo debilita en cuanto a tal estado, sino que es susceptible de producir múltiples alteraciones en las relaciones, la vida y la existencia de sus integrantes.

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