Blog de Carlos J. García

La inmortalidad en un chip

La existencia de algo se convierte en una idea absurda en dos casos: 1) bajo condiciones que hacen imposible su continuidad, y 2) en el supuesto hipotético de que fuera imposible perderla o estuviera garantizada plenamente para siempre.

La existencia de cualquier cosa y, también, la de un ser humano cobra sentido cuando es posible o contingente, es decir, cuando puede ser y puede no ser o cuando se puede conservar y, también, se puede perder.

Baruch de Espinosa [i] lo dijo con toda claridad: La esencia del hombre no implica la existencia necesaria, esto es: en virtud del orden de la naturaleza, tanto puede ocurrir que este o aquel hombre exista como que no exista.

Esa es la razón última por la que la existencia de algo posee valor y por lo que todo cuanto se relacione con nuestra propia existencia tiene importancia.

Cuando se produce la trágica experiencia en la que una persona tiene la convicción de no poder existir, su resultado inmediato es que todo deja de importarle y se abandona a su suerte.

Si se diera el caso contrario, en el que alguna causa que desconocemos tuviera tal poder que impidiera que nuestra existencia tuviera un fin, el resultado sería el mismo: una existencia garantizada para la eternidad carecería de todo valor, por lo que su banalidad sería insoportable y nuestro ser se convertiría en nada.

Con respecto a la idea de una existencia eterna, por lo menos hay tres versiones diferentes que hay que tomar en cuenta.

La primera, es la idea religiosa de un alma inmortal que llegado el tiempo recuperará su cuerpo por medio de la resurrección de éste.

La segunda, es la de conservar la juventud eternamente en esta vida por medio de un pacto con el diablo, al estilo de El retrato de Dorian Grey de Oscar Wilde.

La tercera, está de plena actualidad y es acariciada por el movimiento transhumanista (Natasha Vita-More, Kevin Warwick, Dmitry Itskov, etc., etc.). En este caso, nuestra memoria, conciencia, identidad personal, modo de ser, etc., se vuelcan a un chip y éste se implanta en un cuerpo robótico elaborado mediante dispositivos protésicos (una especie de Frankestein ultramoderno).

En la primera de estas alternativas para alcanzar la eternidad, la persona cree en Dios. En la segunda, cree en el Diablo. En la tercera, cree en la materialización de cualquier idea de la imaginación humana por medio de la tecnología.

Centrándonos en esta nueva religión posmoderna que es la transhumanista, su objetivo consiste en alcanzar lo que sus militantes llaman la singularidad, que remite a una segunda versión de la evolución (la versión 2.0): se digitaliza la conciencia y se implanta en un cuerpo robótico, de forma tal que la biología habrá llegado a su fin.

En ese plan ya no tendrán mucho sentido la ingeniería genética, las donaciones de órganos, etc., pues se habrá llegado a la neo-humanidad inorgánica que, al margen de la vida, comenzará su nueva etapa evolutiva sin ningún condicionante exterior que la limite.

Creen sus autores que el «yo» implantado en el robot sería el mismo que el que emerge de un ser vivo, desde el cual se traspasaría a un Frankenstein hecho de nuevos materiales imperecederos o recambiables.

El problema es que todo esto no es una novela de ciencia ficción sino un proyecto, al que, por ejemplo, el multimillonario Dmitry Itskov, ha titulado como “Iniciativa 2045” cuyo objetivo reside en liberar la conciencia del cuerpo humano.

Es posible que todo este asunto sea congruente con el hecho lamentable de que no importe demasiado la destrucción de todo vestigio de vida en el planeta. También lo es, por otro lado, con la visión de Descartes que independizaba completamente el alma del cuerpo humano y que dio lugar a la idea del hombre máquina, aunque entonces, la máquina fuera biológica en vez de inorgánica como la encontramos en el actual planteamiento.

Es obvio que hay gente a la que la idea de la vida le repugna pero se agarran como lapas a la conciencia de su propia existencia. Quieren disfrutar de su «yo» consciente sin las limitaciones que la vida impone a su existencia.

Por mi parte, no sé si cabe ya más anti-realismo en esta civilización, hasta el punto de que hay quien prefiere morir convirtiéndose en una máquina con tal de seguir existiendo a toda costa. Pero, ¿qué no harán para existir ellos mientras los que estamos aquí seguimos vivos?

Por lo demás, les auguro un rotundo fracaso y un enorme desperdicio de todos los recursos que están empleando en semejante delirio.

La única razón por la que nuestra existencia posee algún valor es porque es efímera, móvil, inestable, lábil, y porque la perderemos con toda seguridad, pero hasta entonces hemos de ganárnosla en cada segundo que la disfrutamos.

Si se nos garantizara por tiempo indefinido carecería de todo valor y detestaríamos nuestra propia conciencia de ser algo en vez de nada. Ahora bien, ¿cómo quitarse el problema de la conciencia de la propia existencia si uno es un chip? Se ve que algunos transhumanistas no han visto el episodio de la serie Black Mirror dedicado a este tema.

Los muertos vivientes que ocupen el cerebro electrónico de sus robots dependerán de otros robots que les carguen las pilas; les aporten fuentes energéticas y, además, tengan la posibilidad de meter en el chip del robot vecino las ideas exógenas que les parezcan oportunas. ¿Por qué van a respetar esa memoria del ser vivo que precedió al robot en el chip en cuestión? ¿Por qué no ser algo traviesos e inyectar en ella algunas ideas aterradoras de las que el robot víctima no pueda deshacerse?

Pero, la memoria de ideas contenidas en el chip, ¿será lo mismo que la memoria de ideas del ser vivo que lo precedió?

¿Distinguirá ese chip entre las ideas y las creencias?

Las creencias que tenemos poseen la capacidad de movernos precisamente porque se refieren a la realidad, no de otros robots, sino de la realidad en la que se encuentra la vida y de la que, gracias a ellas formamos parte. Las ideas, no son más que ideas: objetos de formas de cualquier tipo, es decir, objetos inmateriales que por sí mismas carecen de interés alguno para la vida.

Tal vez el egoísmo existencial que impulsa ese feo movimiento tecnológico sea el tope al que la fantasía humana sea capaz de acceder. Tiene gracia que se nos venda ese desarrollo tecnológico como si al conjunto de la humanidad se nos regalara la vida eterna. Dios nos libre de semejante promesa.

[i] ESPINOSA, BARUCH DE; Ética demostrada según el orden geométrico; intr.., trad., y notas de Vidal Peña; Ediciones Orbis S.A., Barcelona, 1984 (p. 102)

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2 Comments
  • Francisco on 28/04/2018

    Desde luego que es un serio problema pero no para el que ha ideado esta alucinación sino para las personas que creo que somos todas que nos cuesta aceptar la muerte y verla como un hecho necesario para la vida. De eso se aprovechan esto personajes que alucinan. Gracias Carlos

    • Carlos J. García on 29/04/2018

      Creo que estás en lo cierto. Este tema no está bien planteado en la cultura actual. Gracias a ti.

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