Blog de Carlos J. García

La esencia de la violencia

La violencia se asocia con asesinatos, robos con fuerza, violaciones y otras muchas formas de agresión humana con manifiesto daño material directo en las personas, los animales o las cosas sobre las que se ejerce.

Ahora bien, si el significado del término violencia queda restringido a tales tipos de hechos, lo echaremos a perder para calificar otras muchas formas de agresión no asociadas directamente a daños materiales.

No solo eso, sino que reduciendo el significado del mismo de tal modo, no podremos calificar como violentos muchos otros comportamientos de apariencia inocente, las múltiples operaciones psicológicas con las que se incuban y elaboran, sus causas, ni tampoco, a los sujetos que la practican.

La violencia es mucho más que agresiones físicas, y no toda agresión física ―pensemos, por ejemplo, en la defensa propia mediante la fuerza― puede calificarse como violenta.

Por otro lado, es muy difícil, o, mejor dicho, imposible, proceder a una investigación rigurosa de la violencia, sin entender y definir la noción de ser, en cuanto a tal, y en su uso cuando nos referimos a seres humanos.

Uno de los significados más afinados del verbo violentar puede ser el de retirar, irracional e injustamente, a un ser, de la determinación de sus creencias, principios, preceptos, voluntad, o condiciones naturales o regulares bajo las que es o está, utilizando cualquier tipo de medio para vencer su posible resistencia.

Así, alguien o algo que está bajo el gobierno de principios o leyes naturales o reales, es violentado cuando se le  retira de dicho gobierno y se pone bajo el dominio del atacante.

De ahí que, al examinar la violencia, lo primero en lo que hay que fijarse es en la rotura legal o gubernativa que se opera en el objetivo. También puede verse en el sentido que ofrece el término violar, que es un término semánticamente asociado al de violentar y  remite a infringir o quebrantar una ley o precepto, hacer algo a alguien sin su consentimiento o en contra de su voluntad, cometer abusos, etc.

Hay algo profundamente irracional y esencialmente injusto en los móviles de quien pretende causar violencia en una o más personas. Parece ser que, la violencia misma que espera causar en la víctima, actúa como causa final de la cadena de acciones que efectúa quien la comete, y que no hay otro tipo de justificación, de explicación o de condición que dé cuenta de la misma. Es decir, la violación final o el estado de violencia que espera causar parece ser la explicación fundamental de cuanto hace.

Ahora bien, su propio grado de eficacia está vinculado a la producción de sus propios sentimientos. Las valoraciones que efectúa acerca del control, la posesión, el dominio o la destrucción que consigue producir, o no, sobre otros seres, parecen mediadores de sus juicios de valía existencial acerca de su propio poder y, por lo tanto, influyen directamente en su propia autoestima.

Friedrich Nietzsche, que en diferentes partes de sus escritos se declara a sí mismo inmoralista, hace apología del poder, y ha sido reconocido como un autor irracionalista, ofrece la siguiente definición de la felicidad:

«¿Qué es la felicidad? Sentir que aumenta nuestro poder, que superamos algo que nos ofrece resistencia.»[i]  (p. 30)

Aunque la violencia tiene un fundamento irracional y su modo de ejercicio suele ser extremadamente racional, puede ocurrir que, en dependencia del éxito o fracaso que consiga el atacante en busca de esa forma de felicidad, se deriven frustraciones de las que se desprendan algunas formas de agresividad vinculadas con su ejercicio.

Dicho esto, el problema de fondo que tenemos en la actualidad, radica en que la nueva cultura que define nuestra civilización se ha convertido en un entramado de creencias por las que se admira el poder y se desprecia el amor; la mayor parte de las relaciones interpersonales o sociales son relaciones de poder a ser, en vez de relaciones de ser a ser; se presume del dinero que se posee como sinónimo del poder que se tiene; las naciones o los clubes en los que se organizan se sienten orgullosos de su arsenal bélico; la popularidad o el número de seguidores que respalden a alguien, se esgrime como medida de su importancia social o política; se ven con buenos ojos la seducción, las habilidades sociales para llevar al otro a dónde se pretenda, las buenas apariencias falsas; la ciencia se vanagloria de su aportación al control y dominio de la naturaleza…

En esta nueva subcultura del poder, que impera como nunca antes había ocurrido, si se relee a Nietzsche, puede que diga algo que, lamentablemente, va siendo cada vez más cierto, aunque él mismo contribuyera a su implantación.

¿Queremos que disminuyan los múltiples, variados y crecientes actos de violencia? Mucho tendrá que cambiar esta civilización, empezando por sus contenidos televisivos, no solo los relativos a las películas violentas, sino a casi toda su programación.

 

[i] NIETZSCHE, FRIEDRICH; El Anticristo; M.E. Editores, S.L., Madrid, 1995

Etiquetas: , ,
1 Comment
  • Ignacio on 13/08/2015

    Excepcional artículo, para mi el mejor del blog.
    La verdad que las relaciones de poder a ser están tan a la orden del día actualmente, que se podrían llenar una cantidad ingente de folios con interacciones en que se ejerce violencia de una persona a otra.
    Grave es que este tipo de relaciones, por resultar tan habituales, lleguen a parecer las relaciones normales entre las personas, cuando no debiera de ser así.
    Habiendo experimentado por un lado relaciones de poder a ser, y por otro de ser a ser, tengo que decir que son experiencias totalmente contrarias, unas muy desagradables y otras muy gratificantes.

Deja un comentario