Blog de Carlos J. García

La educación para el poder

En un libro autobiográfico, C.S. Lewis [i], introduce un relato de una de las peores partes de su vida, acerca de su estancia en un colegio privado inglés, cuya estructura social interna, en lo que al alumnado se refiere, no cabe más remedio que entender como un crisol formativo destinado a la perpetuación educativa de las relaciones de poder en la sociedad.

Al parecer, no se trataba de un colegio raro o infrecuente, sino, más bien, con un planteamiento educativo bastante generalizado en la época de principios del siglo XX, algo anterior a la I Guerra Mundial, aunque, no sólo restringido a ese periodo.

El mundo del alumnado era una copia de las instituciones de una sociedad esclavista, pederasta, injustamente jerarquizada, carente de las instituciones más elementales que velaran por la observancia de principios reales en las relaciones entre los alumnos y, en general, degenerativa, decadente y deprimente.

La idea educativa consistía en que había que preparar a los alumnos para la vida exterior del colegio, y, la parte fundamental de tal preparación, residía en aprender a adaptarse a las relaciones de poder, incluyendo el borrado sistemático de todo concepto acerca de la dignidad humana, tanto en los opresores como en los oprimidos y, la extinción de cualquier defensa de la autoestima.

Parece que todo lo esencial se reducía a humillar y dejarse humillar, explotar y dejarse explotar, abusar y dejarse abusar, etc.  La normalización del poder en su sentido más crudo.

Dice Lewis (op.cit., p. 92): «Pero el peor mal de la vida del colegio privado, tal y como yo lo veo, no reside en los sufrimientos de los siervos o en la arrogancia privilegiada de los patricios. Éstos eran síntomas de algo más profundo, algo que, a la larga, hacía un gran daño a los chicos que tenían más éxito en el colegio y que eran más felices. Espiritualmente hablando, el mal residía en que la vida escolar era una vida totalmente dominada por la lucha de clases; continuar, llegar o haber alcanzado la cima, seguir en ella, era la preocupación que absorbía a todos. A menudo también es la preocupación de la vida del adulto, pero todavía no he visto ninguna sociedad de adultos en la que el sometimiento a este impulso sea tan absoluto. De ahí, tanto en el colegio como en el mundo, surgen todo tipo de bajezas: la adulación que corteja a los que están más arriba, el cultivo de la amistad de aquellos que es bueno conocer, el abandono de amistades que no ayudarán en el camino de ascenso, la disposición para unirse a los gritos contra el que no es popular, el motivo oculto en casi cada acción.»

Cabe hacer la suposición de que algunos de los padres que llevaran a sus hijos a este colegio o a cualquier otro de la misma especie, consideraran un bien, el hecho de que, la educación recibida en él, les preparara para la vida social adulta a la que se deberían adaptar, o, más bien, que, formándose en sus creencias, sus ideologías, sus instituciones, sus fines, sus determinantes y todo aquello que pueda configurar el modo de ser de un niño, no tendrían que caer en estados de inadaptación social o en tener que hacer grandes esfuerzos para adaptarse.

Es decir, que pensaran que, esa formación regida por el máximo determinante de la adaptación al medio de una sociedad de poder de la vida adulta, era lo bueno, mientras que cualquier otra clase de educación que condujera a un choque con la sociedad vigente, no fuera adecuada.

Otros padres, quizá pensarían, directamente, en preparar a sus hijos para ocupar los más altos cargos del poder en la sociedad en la que discurriría su vida y, por lo tanto, querrían que aprendieran a ser esmerados esclavistas, etc.

Lo cierto es que el colegio no sólo parecía cumplir con su ideal de reproducir formas de ser según el modelo social vigente, o según el modelo esperable a medio o largo plazo, sino que, como afirma Lewis, superaba cualquier modelo de sociedad inspirada en la lucha de clases que él haya conocido.

En otras palabras, iba más allá de la adaptación y se convertía en una fábrica de individuos que pudiera llevar más lejos todavía, en términos de relaciones de poder, las aberraciones sociales contemporáneas al ejercicio de su cometido formativo.

En ese sentido, no es que el colegio fuera por detrás de la sociedad, adaptando a los niños a ella, sino que amplificaba los males de la sociedad, aceptándolos como bienes, y los promovía en mayor medida de la que tuvieran en ese momento.

Se pueden considerar varias condiciones de las posibles relaciones colegio-sociedad, en una sociedad regida por el anti-realismo. Por ejemplo:

  • El colegio tiene como modelo la sociedad actual y forma a los niños para vivir en ella sin tener que afrontar, posteriormente, problemas de adaptación.

 

  • El colegio, teniendo como referencia la sociedad actual, forma a los niños para cambiar dicha sociedad, en el sentido que marca una promoción potenciada de las relaciones de poder, por parte de los propios individuos, formados en él, cuando accedan a la edad adulta.

 

  • El colegio tiene, como modelo educativo, otro diferente, que cuestiona las relaciones de poder y forma a los niños para que, de adultos, sostengan relaciones de ser con el resto de los miembros de la sociedad, aunque esto suponga que los niños no se acomoden a los vicios de la sociedad vigente.

Parece claro que, los responsables de la educación escolar de cualquier colegio, habrán de tomar alguno de los rumbos que marcan las alternativas anteriores, suponiendo que les resulte posible.

Tal posibilidad puede verse menoscabada por el hecho de que los condicionantes sociales, políticos o económicos que gravitan sobre la viabilidad de los colegios, impidan cualquier alternativa que no pertenezca a las dos primeras.

En ese caso, las dos únicas opciones resultantes serían formar adaptados sociales, en el peor de los sentidos, o seguir revolucionando la sociedad en el sentido de que se incremente el imperio del poder en todas sus instituciones, relaciones y ámbitos, con el consiguiente menoscabo de los principios reales.

Al final, cualquier padre decente se verá en la trágica disyuntiva de permitir la corrupción de su hijo en aras a su adaptación a una sociedad corrompida, o evitarla y causar su inadaptación social.

Lewis tuvo la fortuna de que su padre le permitiera salir de aquel colegio y, seguir su educación, con un magnífico tutor privado con el que se preparó para entrar en la Universidad de Oxford, en la que su inadaptación no tuvo consecuencias especialmente lesivas, e, incluso, hizo amistad verdadera con otros brillantes  inadaptados como, por ejemplo,  J.R. Tolkien.

[i] LEWIS, C.S.; Cautivado por la Alegría; trad. de Mª Mercedes Lucini del original Surprised by Joy de 1955; 3ª ed; Ediciones Encuentro, Madrid, 2008

8 Comments
  • Miguel on 30/07/2016

    De las opciones que planteas, la inadaptación social me parece el menor de los males, sin embargo teniendo en cuenta que los planes de estudios los impone el estado,la escolarización es obligatoria y no se si hay algún colegio en el que primen las relaciones de
    ser, me pregunto como pueden en este momento unos padres reales contrarestar este tipo de educación y ayudar a su hijo a defenderse de ella,no se si el ejemplo que puedan ver en casa es suficiente.Gracias Carlos, un abrazo.

    • Carlos J. García on 12/10/2016

      A menudo hay hijos que van aprendiendo por observación de los adultos y por las afecciones que reciben de ellos, a detestar las modalidades de acción del poder sobre ellos y sobre otras personas próximas. Tal puede ser el caso de C. S. Lewis y de otras muchas personas a las que, sufrir o ver sufrir el maltrato que el poder da a seres inocentes o a personas reales, les produce una reacción contraria al mismo y generan actitudes de amor a la realidad.
      En cuanto a la capacidad de los padres para influir en sus hijos, siempre suele ser mayor que la del entorno social, al menos durante la infancia que es la etapa en la que más peso tiene la educación en la formación trocal de la personalidad. Gracias por tu comentario.

  • Ana on 30/07/2016

    Gracias Carlos, con este post has tocado algo que me llega mucho últimamente. Una de mis hijas ha comenzado en un colegio de educación activa y mi principal preocupación es esa. ¿Sufrirá esa inadaptacion? Me siento tan disociada como expones. Por un lado la veo libre, capaz de expresarse a sí misma de una manera que no deja de admirarme (mi educación tiró más por otro lado y aún sigo trabajandome eso que a ella le sale de forma tan natural) pero por otro veo cómo responden muchas personas ante esa forma de expresarse, a veces lo hacen con burla, juicio o consejos sobre cómo se ha de comportar…, noto que ella es especialmente vulnerable a eso… Los acompañantes del colegio me dicen que si dejamos salir eso que se despierta en ella cuando recibe estos comentarios y lo acompañamos amorosamente, ella encontrará las herramientas necesarias para encauzarlo. Gracias de antemano por tocar este tema que a muchas familias nos resulta tan relevante. Un abrazo.

    • Carlos J. García on 12/10/2016

      Como he dicho en respuesta a un comentario precedente a este mismo artículo, el posible sufrimiento que originen esos entornos educativos puede servir como impulso contrario a lo que pretenden conseguir. Por otro lado, coincido con lo que te han dicho los acompañantes a los que haces referencia. Gracias por tus aportaciones.

  • Francisco on 31/07/2016

    Magnifica información Carlos, yo por desgracia sé más o menos de que se trata porque tuve la mala suerte de estar en un colegio parecido, no de tanto nivel social, pero con los mismos o parecidos fundamentos anti-reales y desde luego si se tiene la suerte de salir de ese entorno como yo también la tuve y recibir una información adecuada como ésta adquieres fuerza, pero imagino que si no se dan estas condiciones y continúas el camino fijado por el poder resulta penoso.

    • Carlos J. García on 12/10/2016

      Los caminos que pueden resultar de tales entornos, que se caracterizan por las relaciones de poder, pueden ser extremadamente diferentes. Oscilan desde la reproducción del propio poder, hasta actitudes contrarias al mismo, si bien, las más fértiles consisten en acceder a detestar en uno mismo la posible presencia de tales actitudes, de forma que se vayan instaurando actitudes fundadas en los trascendentales. Gracias por tu comentario.

  • Rosalía on 08/08/2016

    Todos los artículos relacionados con la infancia me parecen fascinantes por cómo nos influye en nuestra forma de vivir.

    • Carlos J. García on 12/10/2016

      Gracias por tu comentario. Sin duda, la infancia (y en bastante medida la adolescencia) es la etapa en la que se forma el tronco fundamental de la personalidad a la que se acceda en la edad adulta.

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