Blog de Carlos J. García

La caverna digital

El dominio del fuego, hace muchos miles de años, los instrumentos elaborados con piedras, la fundición y el empleo del cobre, el bronce y el hierro para hacer armas y herramientas, la invención de la rueda, la del papel, y, desde todas esas invenciones originales, hasta las efectuadas al principio de esta era contemporánea, todos ellos han sido útiles de un modo o de otro cuando han sido empleados para facilitar la vida, el trabajo y reducir el sufrimiento humano en general. En conjunto han estado al servicio del ser humano a lo largo de los siglos.

No podemos decir lo mismo de las invenciones de los últimos cuarenta años, que configuran la llamada era digital.

Creo que el quid de la cuestión tiene mucho que ver con el hecho de que una herramienta incremente la independencia funcional del sujeto para llevar su vida adelante, o que, por el contrario, el invento de que se trate la reduzca.

Si una herramienta ayuda a hablar, a conocer, a existir social o interpersonalmente, a comprar, a mantener correspondencia, a informarse, a entretenerse, a conocer personas nuevas, a hacer tareas administrativas, a trabajar, a leer, a ver, o a cualesquiera actividades humanas que potencien las relaciones entre el sujeto y el objeto, o entre dos o más sujetos, de forma libre y directa, entonces se trata de una buena herramienta o, simplemente, de una herramienta propiamente dicha.

En esta nueva era el ser humano se encuentra en un alto riesgo de que las nuevas tecnologías, lejos de favorecer su independencia y su autonomía, produzcan el efecto inverso.

Las relaciones bis a bis, o cara a cara, sin ningún tipo de barrera que separe a las personas, permiten una comunicación integral en la que participan el habla, la audición, la visión, la imagen, el olfato, los olores, el tacto, e, incluso, puede llegar a intervenir el sentido del gusto. Un aluvión de información que se emite y se recibe entre las dos personas, efectuado con agilidad, percibiendo los estados emocionales, los sentimientos y los estados de ánimo, los gestos buenos y los malos, viendo cómo es el otro, y manifestándose uno mismo ante el otro.

Si comparamos ese modo de comunicación con el que se produce a través de un teléfono, la pérdida de información, tanto recibida como emitida, es muy grande, y si, por ejemplo, se emplea un chat escrito del estilo de WhatsApp, la reducción informativa es extrema.

En materia de llegar a saber algo, una persona puede estudiar por su cuenta, investigar o indagar, disponer de un profesor o un maestro que aporte su experiencia, viajar o ir a los lugares donde encontrar vestigios de aquello que le interesa saber, todo ello en contacto directo con las cosas, las obras originales de los diferentes autores, los documentos de archivos históricos, etc. Este modo de hacerlo, aporta una experiencia adicional en materia de aprendizaje y conocimiento que incrementa las capacidades de la propia persona que lo lleva a cabo.

Pero la opción preferida de la era digital no es la que, además de saber, permite aprender a saber, sino la de entrar en un buscador tipo Google pulsar unas teclas y tener un extenso documento sobre el asunto de que se trate, elaborado por personas, a menudo desconocidas, de las cuales unas sabrán del tema por propia experiencia, mientras otras por simple copia, o, incluso habrán escrito con escaso conocimiento del tema.

En estos dos casos, el del chat y el del buscador, cuyo empleo se refiere a dos funciones clave del ser humano como son el conocimiento y la comunicación, no podemos decir que sean necesariamente perjudiciales pero sí pueden llegar a serlo.

La trampa consiste en la comodidad de su empleo, en la ausencia de esfuerzo para desarrollar las propias capacidades, y, también, en la posible ausencia de la calidad exigible, tanto para las respuestas que se encuentren por el buscador, como para la comunicación que se efectúe por el chat.

En relación con la propia existencia social, se van imponiendo plataformas digitales como Twitter o Facebook, en las que la persona emite información públicamente sobre sí misma o sobre sus opiniones, sin tener ni siquiera noción de los potenciales receptores de la misma, o, en el caso de recibir información de terceros, sin conocer nada o casi nada de las personas (o robots) que la hayan emitido.

Los juicios que emiten unas personas sobre otras, o sobre sus comentarios, si gustan o no, parecen estar alcanzando un grado de credibilidad asombroso. Si alguien consigue muchos “me gusta” o por el contrario consigue pocos o no consigue ninguno, corre el riesgo de que el sentido de su propia existencia social esté en función directa de esos comentarios, con el agravante de que su autoestima se torne una función de ellos.

Si ahora pasamos a la función comercial, en algo tan simple como comprar cosas, estamos viendo como las tiendas físicas en las que antes se compraba y de las cuales se podía obtener información de muchos tipos, como el simple hecho de conocer al dueño, están desapareciendo y, en su lugar se asienta el “comercio electrónico” ─prácticamente monopolizado por Amazon─ en el que la relación se establece con máquinas intermediadoras y no con personas.

La gestión de la propia movilidad o deambulación física que requería tener memorizadas direcciones, recorridos y caminos urbanos o geográficos, ha pasado a ser efectuada por navegadores instalados en los vehículos que van dirigiendo al conductor continuamente hasta su destino.

El ocio, el entretenimiento y la “cultura”, se está convirtiendo en el uso preferente de plataformas de TV, sobre todo en materia de series, documentales y películas, lo cual elimina la necesidad de ir a espectáculos físicos, materiales o en vivo. Las pérdidas de las experiencias de todo lo que aportaba la asistencia a locales, espacios de ocio, museos, bibliotecas, cines, teatros, conciertos, resulta incalculable.

La escritura de cartas de puño letra enviadas por correo, que contenía mucha información personal en la propia redacción de las mismas, ha sido sustituida por la escritura virtual efectuada a máquina y su envío por correos electrónicos, todo mediado por pantallas de ordenador.

Por otro lado está la telefonía móvil que ha sustituido a la fija. El móvil se ha convertido en un artefacto de uso obligatorio pues, se da por hecho, que todo el mundo lo lleva consigo las veinticuatro horas del día, y en caso de no responder a una llamada se supone la voluntad manifiesta de rechazar la llamada. Por otro lado, dado que los números de teléfono se almacenan en la carpeta de contactos, ya no hay necesidad de recordar tales números en la memoria personal. De hecho, si una persona pierde sus contactos almacenados ni siquiera podría llamar a las personas más próximas que conozca por haber olvidado sus números. Además, los móviles informan de la ubicación de cada persona en todo momento por GPS, lo cual impide la deslocalización del propietario cuando lo considere oportuno su portador.

En cuanto a la información que se emite al exterior, sin saber a quién ni para qué se va a emplear, las condiciones de exigencia de información del usuario para el uso de todo tipo de programas y plataformas digitales están condicionadas a requisitos de cesión “voluntaria” de datos personales, cuyos extensos articulados y pormenores en la práctica impiden su lectura. Se cede sin más.

Hasta las declaraciones de impuestos han suprimido la presentación presencial o su envío por correo físico a las delegaciones de Hacienda, y se ha implantado su presentación telemática, lo cual, aparte de la complejidad de su confección suele requerir la mediación de gestorías con las que, también, suele darse la exclusiva relación telemática.

Casi resulta increíble que cada persona esté obligada a comprar suministro de internet, ordenadores y/o móviles a empresas multinacionales para efectuar tareas de relación con el estado. En el caso de empresas y sociedades mercantiles, ya no se trata de una obligación, sino de la imposición de una necesidad absoluta.

A los bancos tampoco hay que ir prácticamente nada más que una vez para abrir una cuenta y estampar unas firmas, ya que todo lo demás se hace por medio de la banca electrónica.

Cada vez abundan más las páginas de contactos virtuales en las que las personas interaccionan por medio de internet con la pretensión de hacer amistades o parejas, muchas de las cuales nunca llegan a conocerse bis a bis.

Por otro lado, la ocurrencia de la actual pandemia ha dado lugar a la imposición de que muchas actividades educativas, académicas y laborales, que antes eran en su gran mayoría presenciales, se efectúen de forma telemática: la tele-asistencia a cursos, el teletrabajo desde la propia vivienda, las tele-relaciones con profesores o compañeros,… sitúan a muchas personas en condiciones de aislamiento en ámbitos que eran hasta hace poco tiempo, estaban condicionados a múltiples relaciones interpersonales.

Ya en la actualidad, prácticamente gran parte de las personas se relacionan con pantallas de ordenador, con programas y aplicaciones informáticos y poco más. Las dificultades que surgen para la vida cotidiana para quienes no dispongan de ordenador, móvil, redes inalámbricas, internet, ya resultan insalvables, lo cual convierte el uso de tales medios en obligatorios.

No obstante, recordemos que a toda esta revolución digital se suman las televisiones que ya vienen de hace décadas y, en parte, cubrían espacios informativos al gusto de sus propietarios, y, en general sin más limitaciones que los intereses económicos y de audiencia, con la posibilidad abierta a ser meros medios de propaganda y no de información veraz y necesaria.

Pues bien, detrás de todas estas “herramientas” se encuentran unas cuantas empresas multinacionales y multimillonarias, independientes de las sociedades en las que operan, cuyos productos se han convertido en necesidad absoluta para cualquier población.

Prácticamente ninguno de esos medios o herramientas dependen de los propios usuarios o de las mismas personas que están obligadas a emplearlos.

Los propietarios de tales medios tienen potestades que parecen increíbles, ya sea de suspender sus “servicios” según sea su exclusiva voluntad, ya sea de emplearlos como más les interese, de venderlos al precio que les convenga o de hacer uso de toda la información que extraen de la población, general o de particulares concretos, de censura de contenidos o de imposición de otros… En definitiva la población mundial ha caído en sus redes y pueden hacer lo que quieran con ella.

Pero siendo ese un problema de enorme gravedad, hay otro, aún más grave, que concierne a la naturaleza humana.

Todas y cada una de esas tecnologías están suprimiendo capacidades, funciones, actividades, experiencias, situaciones, relaciones, modos existenciales, valoraciones, decisiones, modos de hacer, modos de pensar, modos de moverse —y quién sabe cuántas cosas más—, que el ser humano hacía de forma regular y necesaria desde hace miles y miles de años y que eran propias de su naturaleza.

Pensemos en una hipótesis, no del todo improbable, de que ocurriera una suspensión de la actividad de los satélites de los que depende el funcionamiento de muchos de los artefactos citados, o, todavía peor, que ocurra un corte general de suministro de la energía eléctrica, por ejemplo, por una emisión potente de radiación solar sobre el planeta.

En ese tipo de casos no solo se produciría una situación caótica en todo el mundo y la imposibilidad de mantener casi cualquier actividad vital, sino que la propia humanidad o, el propio ser humano, que está creándose en simbiosis con estas tecnologías, ni sabría ni podría hacer absolutamente nada sin ellas.

Pero esto último no lo digo por la importancia que pudiera tener esa catástrofe poco probable, sino para evidenciar el estado en el que está cayendo el ser humano que está sustituyendo sus capacidades propias por las capacidades ajenas que dependen de poderes que ni siquiera conocemos.

Entiendo que muchas personas aducirán que este mundo tecnológico es puro progreso, que hace más fácil la vida, que es bueno para la humanidad, etc., etc., pero conviene que piensen, también, en ellos mismos, en si sabrían encender una hoguera para calentarse, sembrar algún vegetal para comer o cazar algún animal para vestirse, levantar una pequeña casa en la que resguardarse, acordarse de los caminos que deben tomar para desplazarse, conocer de verdad a las personas con las que se relacionen, tomar decisiones importantes, hablar sin escribir, escribir a mano, investigar por ellos mismos, existir sin redes sociales, descubrir cómo hacer algo sin los tutoriales de YouTube, tolerar esfuerzos físicos y mentales, traducir sin traductor digital, hacer algo sin necesitar la aprobación de los demás, opinar sin imitar a tertulianos… y hasta guardar algo material valioso en vez de criptomonedas virtuales, o tener un libro físico en su mesilla en vez de un ebook en la pantalla del móvil.

Ciertamente, todo eso es incómodo, esforzado y hasta se puede sufrir un poco cuando se hace, si bien, es todo eso lo que aporta verdadero valor a su producción ya que lo que nada cuesta, nada vale.

Es el debilitamiento del ser humano sin marcha atrás lo que está en juego y, cuanto más se debilite menos posibilidades tendrá de oponerse a los grandes poderes que lo tienen como objetivo. Es lo de siempre, pero mucho más peligroso y peor por cuanto todo eso se nos presenta como un magnífico regalo altruista por Navidad.

Por último tal vez sea necesario aclarar el título del presente artículo «La caverna digital» en el que la palabra caverna hace referencia al mito de la caverna de Platón expuesto en el libro VII de la República.

A través de las imágenes de las pantallas creemos ver las cosas reales y a través de los sonidos de móviles y ordenadores creemos oír los sonidos reales, cuando todos son meras sombras y ecos de lo que hay en el mundo. Y si se saliera de la pantalla y se viera y se oyera lo real, la persona quedaría cegada creyendo que aquello que ve y que oye es menos verdadero que lo que recibe por medio de su ordenador o de su móvil, hasta el punto de rebelarse contra quien le dijera que lo real es lo que está fuera de la pantalla. Pero si se le obligara a seguir mirando llegaría a descubrir que lo de fuera —las cosas mismas—, era más verdadero que lo digital, mientras que lo de la pantalla no eran más que apariencias.

En el caso de la caverna de Platón, los prisioneros que están dentro de ella están encadenados de tal forma que solo pueden ver las sombras y escuchar los ecos de lo que ocurre a plena luz del día mientras en la caverna digital las cadenas son las de índole hedonista antes mencionada.

Por lo tanto, convendría orientar a los hombres a contemplar la verdad y apreciar la realidad, en vez de sombras y ecos virtuales que no son más que apariencias proporcionadas por no se sabe quién.

13 Comments
  • miguelcarasa on 03/05/2021

    Excelente artículo, muy claramente escrito. Felicidades. Saludos desde la caverna…

  • Francisco Lozano on 04/05/2021

    Lo has expuesto con toda claridad el problema que existe en estos momentos relacionado con todas estas máquinas y que yo también soy víctima de esta situación, me has hecho consciente de ello y a partir de ahora me voy a liberar todo lo que pueda de la Caverna para ser consciente de todas las posibilidades y recursos que tengo como ser humano.

    • Carlos J. García on 05/05/2021

      Al menos estaría bien que se tomara conciencia de lo que se está perdiendo cuando se emplea tanto tiempo en atender a las pantallas de todo tipo en vez de experimentar la vida con todos los sentidos, inmersos en la realidad y en interacción con seres y cosas en vez de limitarse a imágenes y sonidos artificiales.
      Gracias por el comentario.

  • Jesús Domínguez on 08/05/2021

    Hola Carlos. Excelente artículo que nos lleva a reflexionar ante algo de suma importancia, que pasamos por alto que es la deshumanización del Ser humano ante las nuevas tecnologías. Evidentemente hay muchas que han supuesto un gran avance para la humanidad pero hacemos, en muchas ocasiones, un uso excesivo sin reflexionar sobre las consecuencias que ello puede tener para nuestro conocimiento y desarrollo personal. Nos dejamos engañar por lo fácil, lo que no supone esfuerzo, la información rápida que, por ejemplo, obtenemos en una consulta en Google, en detrimento de nuestra labor de investigación y de búsqueda de la Verdad. Cambiamos el placer de una buena conversación (entre Seres Reales a ser posible) por unos mensajes por WhatsApp, carentes de sensaciones, emociones y, en muchos casos, de Verdad. Pero lo peor de todo es que creamos que todo eso es Verdad y que es Real. Debemos liberarnos de las cadenas que nos impiden salir a fuera de la «cueva» en búsqueda de la Realidad y la Verdad para, afianzar así, nuestro conocimiento de la misma y poder ver con claridad el engaño y la falsedad de los anti reales y del mundo anti real que nos muestran. Gracias Carlos por invitarnos a pensar y reflexionar a través de tus artículos. Un abrazo.

    • Carlos J. García on 11/05/2021

      Sí. Se trata de deshumanización en muchos sentidos y también de des-realización. La vida actual no se ajusta a la naturaleza humana. Adaptarnos a todo esto es un salto atrás muy grave.
      Otro abrazo para ti.

  • Nacho on 09/05/2021

    Hola Carlos. Gran artículo. Pues siento decirte que esto no ha hecho más que empezar:
    Que yo sepa hay tres iniciativas en marcha para cubrir el mundo de satélites: Starlink de Elon Musk que lanzará hasta 42.000 desde 2018. Hoy mismo han lanzado 60 y yo mismo los he visto por la noche como un tren de «estrellas» a 28000 km/h. El proyecto Kuiper de Bezos quiere lanzar 3236. O los 900 de Oneweb.
    (Por no hablar de proyectos semejantes chinos que naturalmente son secretos).
    Se están lanzando para dar cobertura integral de internet sin apenas latencia al mundo. Pero es obvio que ya nada ni nadie quedará fuera del alcance de esas empresas y gobiernos. El espacio aéreo de los países estará invadido por ausencia de legislación en el espacio. Con el «internet de las cosas» todo aparato funcionará conectado a una red que controlarán estas empresas. Y no hace falta añadir mucho más. Internet en realidad no es libre y prácticamente todo quedará bajo su control. Y esto es así por mucho que suene a conspiración.
    Si a esto le añades el proyecto Neurolink de Musk, y este tipo hace lo que dice, que persigue implantar tecnología en el cerebro para controlar enfermedades..
    Pero en fin. Coincido completamente en lo que dices. La tecnología es capaz de hacer cosas muy buenas pero también muy malas, especialmente en mentes en formación. Pero si el control de información y funcionamiento de todo queda en pocas manos…
    Un abrazo Carlos.

    • concha garcia pascual on 10/05/2021

      fantastico articulo.Cracias Carlos

      • Carlos J. García on 11/05/2021

        Me alegra mucho que sigas al pie del cañón leyendo los artículos. Tienes mucho mérito. Gracias a ti.

    • Carlos J. García on 11/05/2021

      Hola Ignacio.
      Ignoraba ese enorme despliegue de satélites de información y control, pero pinta muy mal. Para colmo los pagamos todos nosotros por medio de estados nacionales que han dejado de serlo para traicionar a las poblaciones que gobiernan y manipulan. Todo lo están haciendo sin preguntar nada a las poblaciones correspondientes, al estilo de una nueva Ilustración más maligna que la original, que ya fue grave: se saquea al pueblo para actuar contra él.
      Con tanto control, la intimidad y la vida privada desaparecen y es difícil que el proceso tenga marcha atrás. China es el paradigma mundial y su jefe fue aclamado en el último contubernio de Davos como el nuevo emperador del planeta.
      Una lástima pues levantar una verdadera civilización no es nada sencillo.
      Otro abrazo para ti.

  • Ignacio BM on 10/05/2021

    Lo ideal sería que se cayera la red, y todo el tiempo que se emplea en observar la pantallas, se dedicara a hacer cosas por nosotros mismo (observar y conocer la naturaleza, o como antes, tocar un instrumento musical mientras cuidas el rebaño, leer, etc…). La cantidad de cosas que se pueden hacer sin recurrir a las redes es tal, que nos sorprenderíamos.
    Aún así es cierto que yo busco curiosidades sobre hechos de la naturaleza, o sobre matemáticas, Ciencias Sociales, etc… que creo que en ocasiones son útiles.
    El problema de las redes sociales surge cuando te adoctrinan y te dicen lo que tienes que hacer, que por desgracia esto ocurre con muchas frecuencia.
    El problema (que es muy grave), es que las redes sociales se han convertido en una apisonadora informativa que manipula constantemente, y a la cual muchísima gente cree sin temor alguno.
    Debiéramos seleccionar qué tipo de información buscamos, y ser conscientes de la ideología que hay detrás de cada tipo de búsqueda, y analizar qué nos queda en la cabeza.
    Complicado es esto cuando es algo que resulta tan «atractivo» y tan «fácil de manejar».
    Gracias de nuevo.

    • Carlos J. García on 11/05/2021

      Algo de provecho se puede encontrar en internet, aunque siempre se debería verificar la información. La mayoría de artículos de Wikipedia van precedidos de muchas discusiones y cambios en la redacción final. Convendría leer sus respectivas historias de debates.
      La ideología dominante está, no solo en internet, sino en todas las atmósferas que vivimos y es prácticamente imposible impedir el adoctrinamiento que conforma las nuevas mentalidades que, cada vez más, son perjudiciales para los niños y los jóvenes que las absorben. No obstante hay que seguir resistiendo en esta nueva modalidad de tiranía.
      Gracias por tu comentario

  • Ignacio BM on 19/06/2021

    Aunque ya sé que comenté este artículo, quería decir alguna reflexión que me surge, ya que este «esclavitud digital» la sufro a diario en el trabajo. El principal problema que te encuentras es que los móviles forman desde la infancia a personas muy pasivas, ya que da la aparente sensación de que todo les viene dado en una pantalla muy pequeña (el mundo en manos, da la sensación) ¿Para qué esforzarme en buscar por otros lados si google lo sabe todo? El esfuerzo (algo de una importancia enorme en las culturas tradicionales), pasa a un plano nímio.
    Sin esfuerzo no puede formarse una persona, con lo cual las nuevas generaciones lo tienen complicado.
    La pasividad ejerce una influencia sobre el «yo» muy negativa, ya que la sustantividad (la fortaleza que aporta ser uno mismo quien realiza, siente y padece las acciones) pasa a un plano casi inexistente.
    El primer plano lo ocupa el programador tecnológico en cuestión, y no las personas que padecen la programación a la que han sido sometidos.
    Es muy peligroso que el ser humano pase de ser un agente (alguien que realiza la acción), a ser un ser paciente (alguien que padece la acción).
    Lo que tengo claro es que quienes pasan más horas delante de las pantallas, tienen menos contacto con la realidad que existe fuera de ellas. Esto las hace dependientes de la carga informativa que se encuentra en la red.
    Aquellas personas que sean capaces de permancer fuera de la red, serán más ellos mismos.
    Esta diferencia, ya se empieza a notar entre aquellos niños que pasan la vida delante de las pantallas, y otros que se mantienen más alejados de ellas.

Deja un comentario