Blog de Carlos J. García

La abolición de lo sagrado

La modernidad se distinguió, fundamentalmente, por matar a Dios y sacralizar la razón instrumental. Ésta última, desprovista de restricciones éticas y morales, nos llevó directamente al holocausto del siglo XX [i].

Ahora, lo posmoderno vive en la negación de la religión y de la razón, haciendo una apuesta decidida por el escepticismo y la irracionalidad.

Ahora bien, ni el escepticismo, ni la irracionalidad, ni el caos al que abocan, pueden constituirse en algo que pueda sacralizarse, puesto que son simples consecuencias de las filosofías de la negación, y, más concretamente, de la negación de la realidad, perdida de vista en la nebulosa del caos existente.

Es difícil definir lo sagrado, más allá del uso principal del término referido a lo religioso. Al parecer, los antiguos consideraban sagrado todo aquello que no estuviera al alcance los medios humanos, lo cual, no está nada mal.

No obstante, para poder entenderlo en ese sentido, habríamos de admitir que hay algo que esté más allá de tales medios, lo cual implica una creencia en las limitaciones del ser humano y de la humanidad.

Dado que la soberbia tecnológica ha alcanzado una de sus cimas más altas, si a esto se unen el escepticismo y la irracionalidad, nos encontramos con la imposibilidad radical de que conservemos, de algún modo, la noción de sagrado.

Es posible que, en este preciso momento, estemos conviviendo dos tipos de generaciones, a las que nos separan muchas cosas, aunque destacaría la diferencia referida a dicho factor.

Los más antiguos, al menos de mentalidad, todavía sentimos la impresión de aquello que consideramos sagrado. Respetamos cosas, creencias, disciplinas, personas, situaciones… e, incluso, admitimos que haya misterios de imposible aclaración, como lo es la propia existencia del universo y de nosotros mismos. Lo hacemos, a menudo, sin ser conscientes de ello. Además, en general, respetamos aquello que otros consideran sagrado, por el simple hecho, de que ellos lo consideran de tal modo, lo cual conlleva sentimientos de enorme significado.

Los más nuevos, cuya mentalidad ya procede de la era posmoderna, condicionada por la privación de dicha noción, pueden pasar por encima de lo que otros seres humanos consideremos sagrado, e, incluso, despreciar las creencias que así lo consideran.

Si no hay nada sagrado, ni tienen noción de ello, ¿por qué habrían de comportarse ante otros con las limitaciones que se derivan de dicha noción?

Lo curioso es que, esta última categoría de personas nuevas, que, si ciertamente es posmoderna, reniega de la verdad, la realidad, el bien y la belleza, y, a menudo, presume de formas absurdas de subjetividad existencial, son las que mayor razón irracional creen tener para tratar de imponer a los demás su posmodernidad.

Aunque, no cabe duda, de que, en esto, parece haber algo bastante oscuro. El pensamiento débil que, supuestamente, aboga por la tolerancia; el escepticismo; el desencanto; el atomismo y la disgregación; el pragmatismo; el relativismo, etc.,  no parecería tener la suficiente consistencia para tratar de violentar a aquellos que tenemos hechuras de otra época o, sencillamente, pasadas de moda.

Dado que parece haber un cierto misterio, intentaré analizar brevemente un suceso, más o menos reciente, que parece hecho por jóvenes posmodernos. Se trata del asalto a la capilla del Campus de Somosaguas de la Universidad Complutense de Madrid, un Campus al que dispenso un afecto especial.

Desde los tiempos de Nerón, que quemó Roma para culpar a los cristianos, utilizándolo para justificar las persecuciones a las que les sometió, no ha habido tirano alguno que no haya disfrutado de ese mismo deporte.

Nerón quemó Roma, porque acosar cristianos, martirizarlos o asesinarlos, siendo muy difícil de justificar, requiere mentir acerca de ellos o de lo que hacen.

Cuando una actividad tan íntima como rezar se convierte en objeto de violencia, pero luego se afirma que haciéndolo no se han perturbado, ni se pretendían perturbar, los sentimientos de los violentados, parece darse la extraña dualidad facultativa de una clarividencia capaz de penetrar en el pensamiento ajeno, junto a una ceguera radical acerca de los sentimientos de quienes rezan.

Además, en ocasiones, hay quien entra en una capilla, no para rezar, sino, sencillamente, para refugiarse del mundanal ruido y reflexionar un poco más allá de lo que las urgencias de la vida suelen permitir.

Mediante el asalto, el mundanal ruido invade ese espacio sagrado en que consiste el silencio de uno de los pocos lugares en que todavía se puede pensar en paz. Al parecer, se trata de no dejar en paz a quienes están en dicho estado, o a quienes lo están buscando dentro de ellos mismos.

Poca gente parece saber que los pecados humanos consisten en hacer aquello que pueda perturbar, tanto la propia utilización cristalina de la inteligencia y el uso de la recta razón, como la ajena.

Las universidades las inventaron cristianos que aspiraban a un mundo en el que predominara la inteligencia en vez de la violencia. De hecho tuvieron tanto éxito que el mundo cambió durante algún tiempo gracias a ellas.

¿En dónde podría estar mejor situada una capilla que en un campus destinado a cultivar la inteligencia?

Lo que una cuadrilla tramó en una de las dependencias universitarias, podría verse como un pecado de juventud, si bien, tal percepción sería errónea. El odio visceral al cristianismo, siempre ha sido de naturaleza política, y lo sigue siendo en la actualidad.

Entre lo poco que queda de aquella inmensa cultura, se encuentra esa pequeña capilla de la Universidad Complutense, a la que habría que proteger como se hace con cualquier especie en riesgo de extinción.

Siempre me pregunto qué tendrá el catolicismo para que le moleste tantísimo al poder político, hasta el punto de pretender su total exterminio de la faz de la tierra.

Lo que queda tras el incidente del Campus de Somosaguas, es la desorbitada soberbia de una parte de los estudiantes que, incrementada sinérgicamente, al operar en una banda organizada, al igual que cualquier grupo de hooligans, manifiesta sus odios de modo que destrozan el merecido prestigio de las antiguas universidades.

Dicho esto, podría caber la duda de si, la explicación de lo ocurrido, consiste en la negación inconsciente de lo sagrado, o, por contra, en un formato de ejercicio de la violencia que se efectúa con pleno conocimiento de lo que otras personas reconocen como tal.

Además, se puede enunciar esa misma duda para la investigación de la propia posmodernidad.

Al respecto, puede haber uno o dos planos a considerar. Si solo consideramos el plano existencial del estado lamentable en el que se encuentran las personas aquejadas de posmodernidad, no cabría entender que se asalten capillas.

Ahora bien, si consideramos un dibujo completo que incluya, tanto la posmodernidad, como sus causas, la cosa puede empezar a cobrar sentido.

Una hipótesis verosímil es que una parte de la humanidad ha caído en la posmodernidad como consecuencia de una ingente colección de hechos similares o peores al citado del asalto a la capilla.

De ser así, las autoras del asalto no serían posmodernas, sino que pertenecerían al conjunto de representantes de la más rancia modernidad, responsables de producir muchos de los estragos posmodernos que ahora hemos de padecer.

Su intención, conseguir que quienes recen dejen de creer en aquello que creen, para que las crean a ellas. Que quienes creen en Dios, dejen de hacerlo, y le sustituyan por ellas.

Las formas de acción, regidas por la racionalidad instrumental, que causaron grandes estragos en el siglo pasado, están determinadas por ansias de poder omnímodo y absoluto, dispuesto a acabar con todo cuanto se oponga a la consecución del mismo.

De ser así, se podría entender por qué, el suceso de la capilla, nos recuerda episodios del siglo pasado que ya casi teníamos olvidados, aunque vengan acompañados del penoso eslogan del progresismo.

[i] Puede verse una detallada exposición en: BAUMAN, ZYGMUNT: Modernidad y Holocausto; trad. Ana Mendoza; Ediciones Sequitur; Toledo, 1997

2 Comments
  • Elena on 24/03/2016

    Me interesa mucho la relación entre lo sagrado y la realidad y también la relación entre lo sagrado y la existencia del ser.
    A lo largo de mi vida, desde que era adolescente, me ha costado conciliar ambas cosas, la realidad y lo sagrado, estando en la realidad me costaba explicarme lo sagrado pero desde lo sagrado me parecía admirable la realidad.

    • Carlos J. García on 25/03/2016

      Imposible responderte algo con sentido a una cuestión tan importante en tan poco espacio. En consecuencia, he optado por escribir el artículo de hoy, por ser viernes santo, sobre el tema que planteas.

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