Blog de Carlos J. García

Jugar con los sentimientos

Uno de los componentes naturales del ser humano, son los sentimientos, que se corresponden con las manifestaciones de los estados en que se encuentra uno mismo.

Son formas de notarse uno a sí mismo. Es decir, los estados en que se encuentra el propio ser, se vuelcan al ámbito de la sensibilidad, de forma que la persona puede hacerse consciente de ellos, y, en su caso, examinarlos, explicarlos, investigar su significado, etc.

Una pregunta interesante se refiere al origen de los sentimientos. ¿Se aprenden como si se tratara de formas de respuesta a condiciones exteriores? ¿Se elaboran como si se tratara de acciones?

Creo que no. En la medida en que son estados del propio ser, se trata de condiciones privadas o íntimas, de profunda raíz subjetiva, sin que esto signifique que son singularidades o peculiaridades de índole individual.

La mayor parte de las personas, activamos sentimientos similares en condiciones parecidas, lo cual permite que podamos comprender los sentimientos de otras personas, aunque no sentir directamente los sentimientos que otros experimenten.

De hecho, cuando un niño siente su primer sentimiento de cualquier tipo, no es posible que lo haya adquirido del entorno, debido al carácter privado de los mismos, que hace imposible imitarlos.

Da la impresión que, estando preformados por naturaleza, lo que se aprende es a activarlos, o no, en determinadas condiciones concretas, en que se encuentre el propio ser.

Un conocido psiquiatra, de orientación psicoanalítica, que ha dedicado uno de sus libros a exponer una teoría de los sentimientos, es Carlos Castilla del Pino[i]. Dicho autor, atribuye a los sentimientos una función de subsistencia a través de la satisfacción de los deseos de posesión o destrucción de los objetos que, en el primer caso, considera que deben ser suyos y, en el segundo, que no deben interponerse en su camino, porque, o no satisfacen sus deseos, u obstaculizan su satisfacción.

Ahora bien, identificar los sentimientos humanos con las actividades de posesión y destrucción ―que parece, se corresponden con las dos pulsiones freudianas, Eros y Tanatos― y, además, reducirlos a esos dos tipos, parece encontrarse muy lejos de la amplitud, diversidad y riqueza de los verdaderos sentimientos que experimentan muchas personas.

Más bien, parecería que esas dos experiencias, asociadas a la posesión y la destrucción, serían más comunes a individuos cuyo principal objetivo sea detentar poder sobre los demás.

La mayor parte de las personas hemos experimentado múltiples sentimientos, de los que, los más comunes, suelen ser algunos de los siguientes: tristeza; alegría; seguridad; inseguridad; inocencia; culpa; malignación; benignación; fealdad; belleza; amor; odio; resentimiento; perdón; vergüenza; orgullo; capacidad; impotencia; resignación; rebeldía; justicia; injusticia; temor; tranquilidad; esperanza; desesperación; alivio; melancolía; agradecimiento; envidia; vinculación; soledad; aislamiento…

De hecho, creo que una de las cualidades destacables de los grandes escritores, reside en describir con amplitud y precisión una gran variedad de sentimientos, y, además, vincularlos correctamente a las condiciones que atraviesan sus personajes a lo largo de sus relatos.

Tal vez, podamos afirmar que los sentimientos constituyen lo más propio de un ser, por encima de pensamientos, acciones, e, incluso, emociones. Cuando la existencia se encuentra complicada, parecen constituir un último reducto para la identificación de uno mismo.

En el ámbito de las relaciones interpersonales, pueden llegar a jugar un papel decisivo, tanto favorable, como desfavorablemente.

En dicho terreno pueden constituirse en factores causales de la generación de actitudes hacia la otra persona, o, también, ser tratados por el otro, como objetos de hostilidad, manipulación, suscitación intencional, etc.

Los problemas arrancan cuando alguien los suscita en el otro de manera artificial,  o cuando engaña acerca de lo que él mismo siente con respecto a la otra persona.

Dicha artificialidad, se reconoce comúnmente con la expresión «jugar con los sentimientos», si bien, se suele restringir a la suscitación artificial de sentimientos en la otra persona, más que a la falsificación de las manifestaciones acerca de los propios.

No obstante, los propios sentimientos pueden desatenderse o ignorarse, en general, sin grandes dificultades, y, por lo tanto, perder la información que nos ofrecen. En ese caso, dejan de formar parte en la elaboración de las propias creencias acerca de la otra persona y de la verdadera relación que se tenga con ella.

En el orden de hostilidad, que toma por objeto los sentimientos de otra persona, a veces se dice que se hieren sus sentimientos, y, hay condiciones en las que, la hostilidad, es de tal magnitud que se llegan a bloquear y, por tanto, se llega a hacerlos desaparecer.

Los sentimientos ―a los que Karl Jaspers, posiblemente llamaría vivencias― pueden llegar a resultar tan dolorosos, que cabe la posibilidad de que lleguen a obligar a la persona a generar creencias falsas con la finalidad de amortiguarlos, suprimirlos o, incluso, cambiarlos.

Ahora bien, esos sentimientos, que alcanzan el umbral de resultar intolerables, son, precisamente, aquellos que resulta imprescindible analizar puestos en relación con el contexto de la relación personal (o relaciones personales) en la que se han formado, pues pueden ser de gran ayuda para el análisis del carácter, potencialmente dañino, de esas mismas relaciones.

No obstante, una persona que está siendo objeto de seducción, es decir, de operaciones de generación artificial de buenos sentimientos hacia quien, sin que ella lo sepa, la seduce, generalmente, no solo benigna la figura del seductor, sino que se siente especialmente bien, debido a los halagos, la forma de trato, las promesas, etc., de que está siendo objeto.

En esas condiciones, si aquel que la está engañando, da un giro de ciento ochenta grados en sus estrategias de posesión y destrucción, y opta por aplicar una hostilidad de apariencia contraria a la seducción, como pueda ser el desprecio activo, el hundimiento de su autoestima, etc., los sentimientos de la persona objetivo, pueden atravesar diferentes fases de incertidumbre o incredulidad, hasta llegar a manifestarse sentimientos muy negativos, pero sobre todo, referidos a sí misma.

Generalmente, en esos casos, podríamos decir que el trabajo del agresor ha dado los resultados que pretendía.

En tales condiciones, la persona agredida tendrá que modificar completamente las creencias que tenía acerca del otro miembro de la relación, y, además, restaurar las creencias que componían su identidad personal antes de la experiencia traumática.

No solo eso, sino que, de ese tipo de experiencias, tiene la oportunidad de sacar información muy valiosa acerca de la importancia de los principios reales, y del daño que puede provocar las inversión de los mismos, cuando llega a determinar la conducta humana.

Además, podría hacer una honda reflexión acerca de la forma en que se generan sus propios sentimientos y del modo de extraer la información que proporcionan. Generalmente, cuando una persona ha pasado por alguna de esas experiencias, podrá recordar algunos sentimientos, que experimentó en las fases iniciales de la relación, y que podrían haberla advertido del auténtico carácter de la misma, pero que desatendió al no darles la suficiente importancia.

[i]CASTILLA DEL PINO, CARLOS; Teoría de los sentimientos; Tusquets Editores; Barcelona 2002

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