Blog de Carlos J. García

Fobias: obligaciones y amenazas

¿Qué son las obligaciones? ¿Es lo mismo un deber que una obligación?

Desde un punto de vista psicológico, creo que las obligaciones no se han llegado a especificar con suficiente claridad.

A menudo, se confunden con acciones que hay que hacer, o con acciones obligatorias, si bien, el carácter de las mismas no se puede considerar estrictamente necesario.

Algo es necesario cuando no es posible que sea de otra manera o, sencillamente, que no sea. Algo es obligatorio cuando es posible no hacerlo o es posible que no sea.

Las obligaciones son acciones, o ideas que especifican acciones, que al ser efectuadas se evita que pase algo malo. Si no se hace la acción especificada por la obligación, hay consecuencias negativas. O si se hace aquello que por obligación no hay que hacer, también ocurrirá algo malo.

Es decir, dicho estrictamente, son conductas de evitación con las que se evita que ocurra algo indeseado o temido.

Por lo tanto, están producidas, en buena medida, por las consecuencias negativas que se prevé ocurrirán si tales acciones no llegaran a efectuarse.

Por otro lado, a menudo, las obligaciones están reglamentadas en leyes, contratos y otros tipos de estipulaciones, escritos o no escritos, que las especifican vinculando acciones y consecuencias.

Además, las obligaciones son deberes, pero no todos los deberes son obligaciones. Los deberes, aparte de poder funcionar como conductas de evitación, incluyen acciones que se orientan a la producción de bienes, o del bien, tal como lo tenga definido cada persona en su propio sistema de creencias.

Una persona puede sostener un conjunto de actitudes favorables a producir cosas buenas, o buenas acciones, por ejemplo, de índole moral, sin que sobre las acciones correspondientes pese obligación alguna o, cuyo incumplimiento, le acarre más consecuencias que la elección de otras acciones diferentes, o algún sentimiento de malestar por no haberlas efectuado.

Cuando del incumplimiento de determinados deberes se derivaran consecuencias claramente negativas, los mismos habrían de estar clasificados en la categoría de las obligaciones.

Por lo tanto, sobre toda obligación pesa algún tipo de amenaza, ya sea que el origen de esta se encuentre ubicado, dentro de la propia persona, o fuera de ella.

De ahí que toda obligación resulte desagradable, lo cual puede tener diferentes grados.

Por poner un ejemplo, Agustín de Hipona [i] afirmaba que en la educación nada debía hacerse por obligación. Lo que el niño hace o aprende por “obligación” no  siente que lo hace él, no lo aprende, ni lo integra para poder hacerlo suyo.  En un ejemplo que pone acerca de sí mismo, cuenta cómo aprendió latín de un modo espontáneo, en  contraposición a su dificultad en el aprendizaje del griego, a pesar de su esfuerzo y del de sus maestros.

Ahora bien, no todas las amenazas que pueden gravitar sobre una persona se encuentran vinculadas directamente a obligaciones.

Pensemos, por ejemplo, en una persona que no sube a edificios altos por el miedo a las alturas. Sin duda, se podría especificar que, a lo que tiene miedo, es a caer al vacío. Además, su vida transcurre más o menos plácidamente mientras descarte la posibilidad de ponerse en tales situaciones.

Supongamos ahora que se encuentra desempleada y con una acuciante necesidad de encontrar un trabajo, y le ofrecen uno bien pagado en unas oficinas que se encuentran en lo alto de un rascacielos.

En tal caso, se produce una conjunción de la obligación de aceptar dicho empleo, para evitar una inminente situación de pobreza, por un lado, y la previsión de un riesgo de caer al vacío en caso de que lo acepte, lo cual constituye el afrontamiento de una situación amenazante, por otro.

Es obvio, que estamos ante un conflicto en el que: 1) Siente la obligación de aceptar dicho trabajo, 2) Siente el miedo a las posibles consecuencias derivadas de aceptarlo.

Tal es la estructura elemental de aquellas actitudes en conflicto que, a menudo, se denominan fobias. Una combinación de obligación y de amenaza que, a menudo, es bastante más compleja que la expuesta en el ejemplo.

Lo es, porque, generalmente, la estructura de las mismas y el tipo de componentes que contienen, forman parte estructural de la personalidad de quienes las padecen.

Además, pueden estar definidas, no por componentes evidentes, sino por componentes simbólicos, que se encuentran en congruencia con la estructura de la personalidad y con las anomalías manifiestas.

Si profundizamos un poco más en tales “tormentas perfectas”, asociadas a una enorme problematicidad, nos percataremos de que, el «yo» de la persona, entra prácticamente en un agujero negro, cuando sobre ella se ciernen las situaciones que reúnen las obligaciones y las amenazas que definen su fobia.

La sustantividad que pueda tener dicha persona en las situaciones normales, tiende a desvanecerse ante las situaciones fóbicas o su simple previsión, hasta llegar al punto de una anulación transitoria, lo cual conllevará intensas anomalías emocionales.

En dicha anulación concurre la voluntad de entrar en la situación temida, aunque sea obligatoriamente, y la voluntad de no entrar en ella, que viene determinada por el propio miedo a la misma.

Se trata de dos tendencias volitivas, intensas, y en manifiesto conflicto, que ningún «yo» puede sostener sin tener que disolverse.

De ahí, la impresión de pérdida de control de la conducta, y la intensa reactividad emocional asociada a la misma que, en ausencia de sustantividad, la propia persona tampoco se ve capaz de reducir.

En tal caso, la emoción lo ocupa todo, convirtiéndose en un problema que le impide percibir lo que ocurre, con la claridad necesaria para recuperar la sustantividad perdida.

No hay que confundir los simples miedos con las auténticas fobias. Éstas requieren un análisis minucioso de la personalidad de la que emergen para disponer de un modelo que permita percibir sus causas.

[i] SAN AGUSTÍN; Confesiones, Prólogo, trad. y notas de Pedro Rodríguez Santidrián; Alianza Editorial S.A., Madrid, 1990

3 Comments
  • Ignacio Benito Martínez on 15/02/2016

    No sé si lo entiendo bien del todo, ¿las fobias se producen ante demandas irracionales que son imposible de satisfacer? Por ejemplo, si a un niño le exigen que saquen buenas notas, por un lado, y por otro le están diciendo que es imposible que saque esas buenas notas, porque no tiene capacidad para ello; ¿se produce una fobia? ¿o esto qué sería? Tengo curiosidad ¿O en las fobias tienen que chocar dos demandas irracionales? Te agradezco una aclaración.

    • Carlos J. García on 16/02/2016

      Las fobias son actitudes en conflicto que están en las personas cuyos modos de ser son compatibles con las mismas. El ejemplo que pones de exigir a un niño algo que se supone que no es capaz de hacer, es, sobre todo, una fuente de estrés debida a una demanda irracional. Ahora bien, cabe la posibilidad de que se generen actitudes fóbicas bajo demandas irracionales como la que describes, siempre que el niño llegara a tener la necesidad de hacer obligatoriamente algo a lo que tiene miedo.

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