Blog de Carlos J. García

¿Existen las mentiras?

En el origen mismo del empirismo positivista está la fuerte intención de no hacer juicios falsos por aceptar que existe lo que no existe, pero no aparece el menor resquicio de miedo a hacer juicios falsos por afirmar que no existe lo que existe.

Su dogma nuclear enuncia «solo existe lo que veo», lo cual es de extrema peligrosidad de cara a que nos quedemos sin saber absolutamente nada que no sean meras cortezas, apariencias y exteriores.

Pero es que incluso tales exteriores, desgajados de sus respectivos interiores, lejos de ser vistos con objetividad, tal como son de suyo, se representarán con diferentes grados de distorsión, y, en el extremo se puede llegar a pensar que algo es lo contrario de lo que en realidad es. Un buen actor de teatro puede representar un papel  de un personaje con mal genio y ser, él mismo, una persona pacífica, o que ocurra exactamente al revés. Así que como no sepamos que está actuando, bajo aquel dogma nos equivocaremos con toda seguridad.

Pensemos que un actor en vez de actuar en el teatro, actúa en la vida cotidiana y emite un volumen alto de falsedades, por ejemplo, acerca de él mismo, del objeto de su trabajo, de las personas que le rodean e incluso de uno mismo que le observa, y puesto que las emite, las damos por ciertas. En ese caso no sólo nos engaña sobre él sino que nos engaña acerca del mundo y de uno mismo. No saber que está actuando nos podría conducir a una auténtica locura con respecto a representarle a él, a uno mismo y al mundo.

Dicho enfoque permite que las capacidades del sujeto que conoce se constituyan en el límite subjetivo de la realidad. A partir de ahí un ciego diría que no hay nada real, mientras un científico sabio diría que la realidad consta de muchas más cosas de lo que percibe la gente cuya vista es normal. Así que la realidad sería función del observador, lo cual es un subjetivismo que encaja perfectamente con la sofística, la cual, aun siendo antiquísima, está de plena actualidad en nuestros días.

A pesar de todo, a aquel positivismo todavía parecía interesarle algún criterio para distinguir la verdad de la falsedad aunque el que propusiera fuera erróneo y sospechoso de ser implantado con el fin de negar la existencia de Dios, tal como se deduce de su antecesor David Hume y de sus gerifaltes como Augusto Comte.

Pero si la estrechez de miras del positivismo puede negar mucho de lo que de verdad hay, también puede inducir a gravísimos errores en relación con lo que no hay.

Por ejemplo, el filósofo de la realidad Xavier Zubiri ha distinguido con pleno acierto la diferencia que hay entre una carencia y una privación. Y tal distinción es tan esencial que debería ser recogida por cualquier sistema que pretenda un lugar en las teorías del conocimiento.

Zubiri pone el ejemplo de un topo. El topo carece de visión, y tal carencia es plenamente natural en él. No podemos decir que esté privado de visión sino que carece de esa facultad que otros animales sí tenemos. Pero en el caso de un ser humano ciego, no podemos decir que carezca de visión, sino que el humano ciego está privado de una facultad que, por naturaleza y según su constitución, le correspondería tener. La ceguera humana es una privación de una facultad propia del ser humano.

A un ser en el que ocurre la mera carencia de alguna facultad, no podemos decir que le falte nada. Con tal carencia, está completo y no echamos en falta nada. Sin embargo, en un ser privado de visión, facultad que debería tener según su naturaleza, sí echamos en falta algo, que es su facultad de ver. Pensamos que en el lugar donde debería haber algo, no hay lo que debería haber. Y eso que no hay, es nada donde debería haber algo.

Pero es que esa nada, esa privación de esa facultad de la vista, influye enormemente en el modo en el que el ciego vive, hace, siente o piensa. Es decir, no es que esa privación o esa nada, sea una mera falta de algo que no tiene la menor influencia en el modo de existir de la persona ciega, sino que tal nada está determinando fuertemente algo tan real como su modo de caminar.

Si un conductista heredero del positivismo, al ver el modo de andar de la persona ciega, echaría la culpa al empedrado de la calle, un empirista, jamás se daría cuenta de que esa persona tiene privación de una facultad, ya que parece obvio que la nada no es algo visible en sí mismo, y los meros datos de lo que se ve, por sí mismos no ofrecen información de lo que falta dentro del sistema facultativo de la persona ciega.

Y tal conocimiento, no es mero conocimiento del organismo de los seres humanos. Hay cegueras congénitas, hay cegueras por falta de estimulación sensorial en la infancia, hay cegueras por lesiones o daños orgánicos y hay cegueras psicológicas. Y de estas últimas, no sólo las hay de las denominadas “funcionales”, como en el caso de la ceguera que puede acompañar a la histeria, sino que también las hay por el tenaz sostenimiento de unos presupuestos de conocimiento falsos, tal como ocurre en el empirismo. ¿O no diríamos que el empirista que no puede distinguir, a una persona “actuando”, de otra que hace existir lo que ella misma es, presenta algún tipo de ceguera psicológica?

Actualmente vivimos en un mundo, tan extremadamente artificial y que tan tenazmente niega o desprecia la realidad, que a muchas personas no parece interesarles en absoluto diferenciar cuando alguien miente de cuándo dice la verdad, a pesar de que aquella distinción resulte trascedente para sus propias vidas.

En la historia de la humanidad, cuyo origen es de los hechos más recientes ocurridos en el universo real, resulta muy interesante conocer la enorme importancia que se daba en la antigüedad al carácter pernicioso de la mentira y de los testimonios falsos.

No solo está escrito en uno de los diez mandamientos de la ley mosaica sino que, también, se desarrolla al detalle en el primer código legal de la historia: el código de Hammurabi.

Tal código se hizo miles de años antes de que el positivismo nos abriera el camino para volvernos ciegos, y en él, sus primeros artículos penalizan con la pena de muerte a personas que cometen el delito de mentir, y en concreto el de difamar a otros seres humanos acusándoles en falso de delitos que no han cometido. Pero es que dicho código  no se hizo de nuevas, sino de la unificación de los diferentes códigos existentes en las ciudades del imperio babilónico alrededor de 1800 años antes de nuestra era, es decir, hace casi 4.000 años. Dicho de otro modo, hace miles de años ya se sabía que el ser humano difamaba, mentía, acusaba en falso, hacía teatro para delinquir y pasar desapercibido, etc.,  y tal era el daño que se atribuía a la mentira que podía llegarse a penalizar con la muerte. Y tal delito se consideraba prioritario por encima incluso del asesinato o el robo, que quedaban sancionados en artículos posteriores a aquellos que versaban sobre la mentira y la difamación.

De ahí se desprende que, por aquel entonces, se tenía plena conciencia de que la mentira era una conducta grave debido a sus perniciosos efectos y como tal se debía castigar.

Por ejemplo, algunas leyes contra los testimonios falsos del Código de Hammurabi[i]  son las siguientes:

«1. Si un señor acusa a otro señor y presenta contra él denuncia de homicidio, pero no la puede probar, su acusador será castigado con la muerte. (p. 6)

  1. Si un señor aparece en un proceso para presentar un falso testimonio y no puede probar la palabra que ha dicho, si el proceso fuese capital tal señor será castigado con la muerte. (p. 7)
  2. Si se presenta para testimoniar en falso en un proceso de grano o plata, sufrirá en su totalidad la pena de este proceso.» (p. 7)

 

También son interesantes otras muchas leyes como, por ejemplo, la siguiente, que afecta a la posible prevaricación de los propios jueces:

«5. Si un juez ha juzgado una causa, pronunciado sentencia y depositado el documento sellado, si, a continuación, cambia su decisión, se le probará que el juez cambió la sentencia que había dictado y pagará hasta doce veces la cuantía de lo que motivo la causa. Además, públicamente, se le hará levantar de su asiento de justicia y no volverá más. Nunca más podrá sentarse con los jueces en un proceso.» (p. 7)

 

Es obvio que las mentiras, como por ejemplo son las acusaciones falsas y los falsos testimonios, se llevan a cabo con algún propósito de producir daño a terceras personas, pero la amplitud de la mentira es mucho mayor: se trata de efectuar acciones que produzcan consecuencias más allá de la propia acción.

No obstante, el significado común que por lo general se entiende por mentira viene a coincidir con la primera noción que ofrece el diccionario RAE: “Expresión o manifestación contraria a lo que se sabe cree o piensa.”

En esa misma línea está definido uno de los sinónimos más comunes de mentir, como es engañar, que ese mismo diccionario define como “Dar a la mentira apariencia de verdad”, aunque ésta, al menos introduce un elemento de intencionalidad al concretar que el sujeto reviste la mentira de una apariencia de verdad, posiblemente, para que la mentira incremente su eficacia para conseguir el fin de que se trate.

Admitiendo que la acción de mentir consiste en expresar manifestaciones contrarias a lo que se sabe cree o piensa, lo cierto es que tales acciones se destinan a conseguir determinados efectos. Se hacen para causar algún efecto.

El problema de fondo consiste en no diferenciar, del conjunto de todas las acciones, las conductas de los actos.

La voluntad de efectuar un acto se circunscribe al propio acto. Por ejemplo, “quiero cantar, leer, dibujar, caminar…”. Estas acciones se efectúan sin una finalidad concreta

Por el contrario, las conductas se constituyen para la consecución de un objetivo externo, es decir, como instrumentos para conseguir algo, por ejemplo, «quiero hacer una entrevista para conseguir un trabajo», o «quiero dar la apariencia falsa de ser buena persona para que la gente confíe en mí y aprovecharme de ella».

No obstante, en el diccionario las mentiras se definen como actos. Por ejemplo: “Quiero decir a X lo contrario de lo que pienso.” En vez de definirse como conductas: “Quiero hacer creer a X que soy pobre para que me dé dinero”.

Decir mentiras siempre tiene un fin, que es ofensivo o defensivo, y, por lo tanto, son conductas maliciosas para causar que el receptor genere una o más creencias falsas que participen en la producción de actitudes y de acciones que interesan al que miente.

Supongamos que a alguien que pregunta dónde está el oasis más próximo en pleno desierto se le miente dándole una dirección o distancia falsas, condenándole irremediablemente a morir de sed. Lo que no se puede obviar es que quien le miente quiere que muera y, de hecho, si sigue sus indicaciones, le matará.

Pero también se puede mentir defensivamente, por ejemplo, cuando el enemigo, que persigue a los propios compañeros, pregunta a un prisionero por su ubicación con el fin de localizarles y matarles, y éste les orienta hacia un lugar en el que sabe que no están.

Incluso las llamadas mentiras piadosas se suelen decir en el sentido de proteger a la persona destinataria de algún tipo de sufrimiento.

Al margen de estas últimas, las mentiras son acciones destinadas a ofender o a defenderse, en el primer caso para causar algún tipo de daño y, en el segundo, para tratar de no recibirlo.

Se inscriben, por tanto, en contextos beligerantes, de hostilidad o de enemistad en los que el sujeto que miente ofensivamente tiene por enemigo aquel a quien destina la mentira.

No se puede entender qué es una mentira si no se incluye el papel instrumental que toda mentira tiene por su propia naturaleza hostil, ya sea ofensiva o defensiva: las mentiras se emiten para que sean creídas por el receptor y causar en él algún cambio o alteración, ya sea en su modo de ser, en sus actitudes o en su modo de actuar, que a quien le miente le interesa.

Ahora bien, si acudimos al diccionario para ver qué es un arma, encontramos que es “un instrumento, medio o máquina destinados a ofender o a defenderse”.

Parecen caber pocas dudas de que las mentiras son instrumentos cuya esencia coincide con la de las armas.

Por lo tanto, retomando la mentalidad propugnada por el positivismo lógico, desde dicha perspectiva no se puede ver ninguna otra acción que no sea un simple acto, habida cuenta de que los móviles, los motivos, las causas finales, o las razones no se pueden ver. Es decir, según esa doctrina, las conductas propiamente dichas no existen.

No obstante, debemos admitir que el positivismo, aunque muy deficitario, todavía conservaba un cierto sentido de la verdad, entendiendo por verdad lo que todos entendemos: Cuando una representación o un enunciado de algo significan exactamente aquello a lo que se refieren, entonces decimos que son verdaderos. Tales ideas representan la verdad de la cosa que tienen por objeto y no representan las ideas inventadas que el propio agente atribuye a la cosa.

El estado actual de la cuestión es bastante peor que el de cualquier etapa histórica precedente.

En la mentalidad actual predominante no interesa descubrir la verdad que defina a cualquier cosa real o que exista. Eso, en todo caso, queda exclusivamente reservado para la ciencia.

Tampoco interesa que el ser humano adquiera creencias fundadas en el conocimiento de la realidad, sino que, privándole de él, el poder le inyecte los dogmas que determinen comportamientos de masas según sus propios intereses.

El poder aspira a sustituir a la realidad y, dentro de ésta, a la implantación de una nueva forma de verdad social que se crea de la nada. Y es esa verdad social lo que adquiere rango de la nueva realidad que consiste en un cúmulo de posverdades.

La coacción que el poder está operando sobre la población, para que desprecie la verdad real y crea la neo-verdad que se le dicta es tan intensa que a quienes se resistan se les aislará y se les tachará de locos. Es decir, ataque a su identidad personal y extrañamiento social.

El antecedente fundamental que sustituye a la realidad por la sociedad en el ámbito de la psiquiatría lo expuso Karl Jaspers[ii]: «Se puede formular en breves palabras: El extravío de los sanos es extravío común. La convicción tiene sus raíces en eso, en lo que todos creen. La corrección no se produce por razones, sino por transformación de la época. El extravío delirante de individuos es el apartamiento de lo que todos creen (de lo que “se” cree);» (ibíd., p. 121) [subrayado propio]

 

Y, más recientemente en la obra Introducción a la psicopatología y psiquiatría de J. Vallejo y otros[iii], se afirma lo siguiente:

«Cuando alguien se aparta progresivamente de las ideas propias del lugar, momento y situación ―sin que sea posible convencerle de su error―, vulgarmente se le considera como persona que ha perdido el juicio; se dice que esta persona delira (salir del surco).» (ibíd., p. 209)

En tales enfoques no se tiene en cuenta a la realidad en cuanto a tal para nada y se debe tener en cuenta que tales autores forman parte de instituciones sociales que ostentan una fuerte autoridad.

Ahora bien, también debemos recordar los ataques explícitos que Gianni Vattimo[iv]  lanzó contra la verdad en buena parte de su obra, juzgándola como algo malo, sobre todo porque la considera un obstáculo para la libertad y para la democracia.

Algunas afirmaciones de Vattimo son las siguientes:

La verdad es mala, sobre todo, por ser tiránica. La verdad es enemiga de la sociedad abierta de la democracia liberal (tal como la entiende, por ejemplo, Karl Popper); La razón por la que se rechaza la idea de verdad como objetividad es una razón ético-política. La verdad como objetividad convierte en absurda nuestra existencia como sujetos libres y nos expone al riesgo del totalitarismo; No existen verdades, sólo interpretaciones. Como la verdad es siempre un hecho interpretativo, el criterio supremo en el cual es posible inspirarse, no es la correspondencia puntual del enunciado respecto a la “cosa” enunciada, sino el consenso poblacional sobre los presupuestos de los que se parte para valorar dicha correspondencia; Aquello que llamamos realidad es un juego de interpretaciones en conflicto que está en colisión con la verdad objetiva; etc.

Recuerdo que la primera vez que expuse este “pensamiento débil” de Vattimo en un artículo o en un libro, no tuve plena conciencia de que ese tipo de tesis se harían efectivas en el periodo de tiempo extremadamente breve que ha trascurrido desde entonces hasta el momento actual.

Pero lo que deseo subrayar en este caso es la imposibilidad de definir la noción de mentira en ausencia de verdad y por oposición a un juego de interpretaciones en conflicto en que, según dicho autor, consiste eso que llamamos realidad.

¡Adiós a la verdad!, significa la igualación del valor de: subjetividad, objetividad, engaño, falsedad, mentira, verdad, irrealidad, realidad, error y acierto en el conocimiento, falsedad y verdad, históricas; autenticidad e hipocresía,… Tal vez es un adiós a todo cuanto tiene importancia para que el ser humano pueda serlo.

Si las cosas carecen de realidad de suyo, en sí mismas y por sí mismas, ¿con qué vamos a contrastar el pensamiento que hagamos de ellas? El resultado es que la representación fidedigna de las cosas se torna imposible.

El hombre que, en expresión acuñada por Zubiri es “un animal de realidad” deja de ser real cuando no hay realidad alguna con la que pueda constituir sus creencias nucleares y sus modos de ser.  Pero no solo eso, sino que lo primero que resulta imposible es que existan animales.

Sin realidad el ser humano no es nada y, en esta época, sus procesos de desrealización y de despersonalización se están convirtiendo en epidemias en una civilización que se derrumba a una velocidad vertiginosa.

La implantación de la nueva antropología que consiste en concebir una subjetividad humana sin realidad, elaborada con dogmas y creencias sin referente real, con el agravante de acuñar un antropocentrismo que sitúa al hombre por encima de todo, lleva implícito un desprecio a la realidad que no acaba con la realidad, pero sí termina con el hombre.

Ahora bien, si no existe la verdad ni, por lo tanto, la mentira, ¿qué valor debemos dar a la mentira nuclear de todo este engaño masivo que consiste en negar nuestra propia existencia real?

Si no hay nada real, todo acaba siendo pensamiento sin contraste alguno con el que oponerlo. Esto convierte al pensamiento en algo, al mismo tiempo, absoluto y absurdo.

En definitiva se está pasando de reconocer que la realidad es lo primero y el principio del que todo puede surgir, aunque cuando fuera por su inversión, a negarla radicalmente y sustituirla por el pensamiento humano, lo cual incluye a lo peor del idealismo y a un sutil pragmatismo que sirve a la subsistencia.

Es obvio que el tipo de contexto en el que todo esto ocurre es beligerante, hostil y de enemistad en el que el sujeto que miente ofensivamente tiene por enemigo aquel a quien destina la mentira, en este caso a la propia humanidad.

Se está destruyendo la creencia en la realidad para destruir la realidad humana, lo cual equivale a la producción de una nueva especie radicalmente irreal y convertida en materia prima descerebrada cuyo correlato distópico es el de los muertos vivientes.

Robarle al hombre su creencia en la realidad, fundamental y constitutiva desde que nace, de aquello que por su naturaleza es, equivale a lanzarle el arma más destructiva que se pueda imaginar.

Por último, tal vez sería importante abrir un debate sobre la tesis de Vattimo de que “la democracia” es incompatible con la verdad, lo cual, da la impresión de verificarse extraordinariamente en todo cuanto padecemos en el presente año.

 

[i] CÓDIGO DE HAMMURABI; Estudio preliminar, traducción y comentarios de FEDERICO LARA PEINADO; EDITORIAL TECNOS; Madrid, 1986

[ii] JASPERS, KARL; Psicopatología general; trad. De Roberto O. Saubidet y Diego A. Santillán; Rev. Técnica Héctor Pérez-Rincón; Fondo de Cultura Económica, S.A., México, 1993 (JASPERS, KARL, PG)

[iii]  VALLEJO, J., BULBENA, A., GRAU, A., POCH, J., y SERRALLONGA, J. ; Introducción a la psicopatología y psiquiatría; Biblioteca médica de bolsillo; Salvat Editores S. A. Barcelona, 1980

[iv] VATTIMO, GIANNI ; Adiós a la verdad; trad. de María Teresa D´Meza; Editorial Gedisa, S.A., Barcelona, 2010

12 Comments
  • Jesus on 15/06/2020

    Hola Carlos
    Como siempre esperando tus artículos con gran ilusión y nos llegan. Gracias por ello y por la generosidad que muestras.
    En referencia a tu articulo sobre si existe la mentira, me gustaría aportar los pensamientos que al leerlo se han generado en mi. Es evidente que sí existe la mentira y que es utilizada, con gran habilidad por cierto, por el anti real para hacernos creer falsedades sobre si mismo, sobre nosotros, sobre el mundo, con el único fin de destruirnos y destruir la Realidad. A nosotros si no hacemos un buen y profundo uso de nuestra función de conocimiento, para no quedarnos en la apariencia de lo que muestran, nos pueden dañar y destruir pero no a la Realidad pues es algo que existe con independencia del hombre y es Real, Buena, Verdadera y Bella. Lo que pueden dañar es la Realidad del Ser Humano.
    El Hombre sin Realidad es nada. Para evitar que el anti real mediante sus mentiras y falsas apariencias llegue a conseguir su objetivo, destruir al Ser Real (odian la Realidad) los Seres Reales tenemos que estar muy atentos a sus apariencias y descubrir sus mentiras con el único fin de impedir que logren su objetivo.
    Un fuerte abrazo

    • Carlos J. García on 19/06/2020

      Totalmente de acuerdo con tus reflexiones. Lo cierto es que el título del artículo es una pregunta en cierto modo retórica, en línea con la moda actual de poner en duda la verdad como principio del conocimiento y como patrón de contraste con ella. Si no hay verdad, no ha mentira, así que más que nunca hay que defender la realidad. Muchas gracias y otro abrazo para ti.

  • concepcion garcia pascual on 16/06/2020

    muchas gracias,como siempre por tus opiniones
    sigo aprendiendo contigo un monton

    • Carlos J. García on 19/06/2020

      Me alegra mucho que los artículos te ayuden a descubrir cosas nuevas y disfrutes con ellos. Muchas gracias a ti.

  • Miguel C on 18/06/2020

    Muchas gracias por el artículo Carlos, muy interesante y clarificador. Vivimos en tiempos de mentiras generalizadas y asumidas sin rubor.
    Cuando hablas de la diferencia entre actos y conductas lo haces sobre acciones que se realizan con o sin objetivos concretos. Citas ejemplos como cantar, leer, actos, porque se llevan a cabo sin un objetivo… El conseguir satisfacción en realizarlos… ¿no es en sí un objetivo?
    Gracias

    • Carlos J. García on 19/06/2020

      En lo que se refiere a la posible igualación de actos y conductas, al plantear como fin de los actos la satisfacción subjetiva de efectuarlos, hay que diferenciarlos de las conductas por la ausencia o presencia de fines trascendentes que se ubican, no dentro de la persona, sino en el entorno.
      Las conductas se elaboran para operar sobre el mundo y por ello van más allá de la esfera interna personal. La satisfacción al efectuar actos es plenamente subjetiva.
      Los fines de las conductas son externos, mientras en el caso de los actos o son internos o ni siquiera se plantean.
      Se agradece tu comentario.

  • Francisco Lozano on 21/06/2020

    Gracias por tu conocimiento este es una tema muy presente y hay que ser consciente de él.

  • Ignacio BM on 25/07/2020

    En fin, me comentaba una persona con la que tuve trato cercano, que ella cuando alguien hablaba reflexionaba sobre lo siguiente: ¿Por qué ha dicho esto? ¿Cuál es la finalidad que busca con ese comentario esta persona? La verdad que preguntarse esto no es ninguna tontería en los tiempos que vivimos, en los que la sinceridad y las buenas intenciones brillan por su ausencia casi siempre.
    Unas personas dicen algo porque lo piensan de de verdad, y esto por sí mismo es una virtud, ya que no tratas de engañar a nadie y existe coherencia entre lo que piensas y el enunciado informativo que emites.
    Por otro lado hay personas que mienten para defenderse de un más que probable ataque, y otras en cambio mienten para ocultar sus verdaderas intenciones.
    Ante las dos actitudes expuestas, no caben explicaciones superficiales méramente económicas, y la verdad está en la defensa o perjuicio de la realidad que configura al ser humano, que en el fondo es lo que realmente mueve y ha movido al mundo desde que éste existe.
    Resulta más que evidente que vivimos en un mundo en el que muchísima gente no es como dice ser. En multitud de ocasiones las relaciones personales se han convertido en un juego de espionaje en el que muchas personas no son quienes dicen ser.
    Hoy en día no existen muchas lecturas que te hagan reflexionar, y esto que escribo es una de las muchas cosas que se le pueden pasar a alguien cuando te lee.

    • Carlos J. García on 02/08/2020

      Es obvio que nuestra civilización está atravesando una etapa de decadencia muy acelerada especialmente en su dimensión moral y cuando eso ocurre parece que se da de forma irreversible. Prima el anti-realismo, se rompe la transmisión cultural entre generaciones y se instalan relaciones sociales e interpersonales con dosis mayores o menores de violencia, empezando por la más importante que son la mentira y la falsedad, que son mejor valoradas que la verdad y la autenticidad.

  • Nacho on 29/07/2020

    Hola Carlos. Magnífico artículo como todos los tuyos. Mil gracias!!
    En mi opinión un primer, pero fundamental concepto de verdad y realidad está íntimamente arraigado tras la etapa formativa más temprana. La ingeniería social no puede hacer nada ahí. La realidad «se come» al niño y le hace suyo, al menos en una primera fase que, salvo casos extremos de maltrato, configura una impronta decidida hacia los principios básicos lógicos de la realidad. Esta impronta es especialmente potente.
    Por otro lado la segunda impronta fundamental es que el niño «sabe» que necesita a los otros para sobrevivir. Posteriormente y si todo va bien se modifica tras la adolescencia haciendo descansar mucho más en sí mismo su existencia.
    Tenemos pues dos pulsiones fundamentales. Una realidad desconocida pero de principios incuestionables (y que por exclusión ayuda a identificarle a él) y una necesidad de contar con «el otro».
    En mi opinión la ingeniería social no puede hacer nada con la primera pulsión pero puede hacer mucho con la segunda. De ahí que no se centre en cuestionar principios lógicos sino en crear una realidad diferente sobre la que aplicarlos. Para ello se basa en la segunda pulsión: la necesidad del otro.
    Solo así es posible el encantamiento en el que vive la actual sociedad.
    Por tanto difiero en que su evidente éxito se deba a sus ataques a la metafísica y principios básicos de la realidad, que por otra parte sigue la ciencia y que no es atacada. La realidad como conceoto no se niega, sino que se cambia, se falsifica. El éxito se debe a impedir la formación de mentes independientes transmitiendo un miedo continuo a enemigos inventados, catástrofes y amenazas fortaleciendo así la necesidad infantil de integración desde la que finalmente forma su identidad, que no es personal como debería, sino social, ideológica. Gregarizado el individuo, ya es diana de toda clase de mentiras. Y al ser ideológica su identidad, el individuo se convierte en activista ciego de su propia destrucción .
    El toque final, sutil pero esencial es convencerles de que ellos deciden a través de la democracia , de esta «democracia» que solo es compatible con esa realidad prefabricada, con esa verdad social.

    Un abrazo y que pases buen verano

    • Carlos J. García on 02/08/2020

      No debemos olvidar que las dos pulsiones a las que te refieres están implantadas prácticamente al mismo tiempo desde la infancia más temprana, ya que la figura de seguridad y la relación con ella, base de los esquemas relacionales a futuro, se produce en paralelo al desarrollo de las operaciones lógicas, de conservación, etc., que el niño aprende al interaccionar con las cosas.
      Por otro lado, el ser humano tiene un flanco muy débil que de forma indirecta puede afectar seriamente a su aprehensión de realidad. Se trata de la función de valoración de la que pende la mayor parte de la actividad que efectuamos, nuestras actitudes, identidad personal, los juicios que hacemos, etc.
      Dicha función puede adoptar valores de todo tipo frente a cualquier objeto e, incluso, convertir a la propia realidad en objeto, cuando su papel sustantivo es fundamentalísimo.
      En este caso la persona se sale de la realidad y la deforma tanto como quiera, en vez de configurarse según ella y los principios fundamentales que la articulan.
      Las valoraciones pueden generar fuertes deformaciones de las creencias (hasta, por ejemplo, generar delirios, según las necesidades ontológicas y/o psicológicas).
      En mi opinión, el problema no es primariamente de verdad, realidad, conocimiento, o, en definitiva epistemológico o gnoseológico, sino del modo en que se efectúen los juicios de valor sobre las cosas, sobre las personas, sobre uno mismo a partir de lo que juzguen otras personas, o sobre los principios reales que pueden ser despreciados, apreciados, negados, o ser sometidos a cualquier otra forma que los irrealice. Eso, obviamente, afectará a todas las funciones humanas deteriorándolas en mayor o menor grado, ya que su primer impacto está en el propio ser y en su posición troncal ante lo real.
      Por otro lado, cuando menos real es una población, tanto más manipulable y tanto más deformable serán sus integrantes en función del poder que maneje la ingeniería social.
      Apartarse de la realidad o salirse de ella como crisol constitutivo es una barbaridad que desrealiza y despersonaliza al ser humano hasta el punto de que se llega a tornar en una especie irreconocible.
      Muchas gracias a ti por todas tus aportaciones a lo largo de la presente temporada y también de las anteriores. También te deseo que pases un feliz verano.

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