Blog de Carlos J. García

El poder y el culto a la tecnología

Creo que absolutamente a nadie se le puede escapar el gigantesco progreso de medios y tecnología que la revolución moderna ha consumado, lo cual, en comparación con el desarrollo que hubiera aportado la cultura tradicional, de haberse mantenido viva durante los pasados siglos, presuntamente es favorable a la actual.

No obstante, a muchísima gente le pasa desapercibida la otra dimensión que, aparte la facultativa o instrumental, debe acompañar a todo auténtico desarrollo. El hombre moderno ha inventado herramientas fantásticas como la tecnología informática, la ingeniería genética o la energía nuclear, si bien hay que preguntarse qué ha hecho del propio hombre que usa de tales herramientas.

Preguntar esto es equivalente a preguntar por los determinantes o principios que rigen su actividad y el uso que se dé a tales herramientas.

Unas poderosas herramientas, puestas en manos de quien esté determinado a usarlas para bien, se convierten en buenas herramientas y, por lo tanto, en auténtico desarrollo.

Esas mismas herramientas, utilizadas por quien esté determinado a utilizarlas al servicio del mal o del simple poder, se invisten de un significado que puede llegar a ser extremadamente tenebroso.

Pocos dudarían en admitir que, este último escenario, de un hombre poderosísimo, que tenga a su disposición el uso de una tecnología muy desarrollada para la materialización de sus fines, no se puede calificar como algo bueno, si, a la par, no hay garantía alguna de que los determinantes que le rijan sean los principios reales.

Quizá pudiera medirse la amplitud de determinación que en el mundo contemporáneo tiene el principio real, en comparación con el territorio gobernado por su inverso, y, en tal caso, se podría evaluar la benignidad o malignidad asociada a ese desarrollo tecnológico en bruto. Ahora bien, el que tal estudio no se intente llevar a cabo, facilitado por esas mismas herramientas, no es buena señal.

De las dos dimensiones fundamentales del ser humano que constituyen sus determinantes funcionales y sus facultades, no sabemos gran cosa en cuanto a su nivel de desarrollo efectivo.

Es patente, sin embargo, el progreso en la construcción de medios, herramientas y recursos que pone a su disposición.

Parecería que su inteligencia se ha puesto al servicio del desarrollo de herramientas cada vez más efectivas, lo cual viene a ser una especialización de sus facultades intelectuales, que han ido dejando de lado su aplicación a otras áreas del conocimiento y han dado al traste con la sabiduría.

Las facultades humanas no se han especializado en investigar al hombre o en saber cómo hacerlo mejor o más sabio, o en lograr que se instaure con mayor éxito su potencial carácter real. Se han especializado en el simple desarrollo de herramientas materiales puestas al servicio de un hombre que parece encontrarse más cerca del homo habilis que del homo sapiens.

Esos progresos que garantizan un mayor poder y una menor definición del ser, e, incluso, una cierta atrofia facultativa de su vertiente sapiens, resultan congruentes con el desarrollo de sociedades de poder, y, esa es, precisamente, la mala noticia.

De momento, a la población general se le da una amplia oferta tecnológica para que disfrute de los avances que ha traído la modernidad, pero, a esa misma población, se la empobrece en la misma medida en que recibe tales dádivas. Tal empobrecimiento es de índole real, facultativo, y, por lo tanto, ontológico.

Se produce una atrofia de la dimensión ontológica del individuo y de la propia sociedad y, por lo tanto, se les debilita, mientras, los poderes que administran el reparto, conservan el control del mismo y su poder de aplicarlo de un modo u otro, e, incluso, el de no repartir el disfrute de los medios en modo alguno, lo cual no creo que tarde en llegar.

El riesgo final es que el hombre, en cuanto tal, quede muy mermado y en manos de unos poderes que dispongan de una tecnología avanzada para usar a su antojo.

No me extenderé más en esta evaluación del estado de cosas del mundo moderno-contemporáneo, sólo subrayar que lo que a la población se le vende como bueno, que se reduce a los avances tecnológicos, debe ser mirado como lo que es.

Una herramienta no es ni buena ni mala en sí misma. Tal carácter se le da según el uso para el que se disponga, por lo que, una herramienta, cuanto más pueda potenciar la acción de quien la usa, tanto mejor o peor será, en función directa de sus fines y aplicaciones.

Si, por otro lado, el desarrollo del propio hombre ha quedado congelado en el tiempo, o, incluso, presenta una pendiente descendente, lo cual no es extraño en absoluto, el balance general del progreso que experimentamos deja mucho que desear.

La relación entre desarrollo tecnológico e involución humana no es extraña, e, incluso, hay que ir un poco más lejos: parecen presentar una correlación que sólo puede venir explicada por el culto al poder y el consiguiente deterioro del ser.

Limitar la noción de progreso al progreso tecnológico y fundar en él una sociedad futura que mejore en algo a las precedentes, incluyendo las mejores aplicaciones que se puedan considerar, como sería el caso de la medicina, es tan absurdo como creer que el poder permitirá los potenciales beneficios de la misma a toda la población.

El verdadero progreso reside en el desarrollo de la sabiduría humana que haga posible el decremento de los poderes, de las relaciones de poder y de los estragos que causa el poder en cualquier escenario en el que opere.

Tal como están las cosas, más valdría detener el desarrollo tecnológico con el simple fin de evitar que el poder adquiera mayores recursos para demoler el desarrollo real de los seres humanos.

¿Acaso alguien puede creer que el poder compartirá sus herramientas con aquellos seres en contra de los cuales, previsiblemente, las utilizará?

4 Comments
  • Ignacio Benito Martínez on 18/11/2016

    Seguramente el espectacular avance de la tecnología en tan corto período de tiempo haya sido posible gracias a la terquedad del poder por tener más medios a su alcance para controlar a la población.

    • Carlos J. García on 18/11/2016

      Creo que esa hipótesis es cierta en general, aunque en el caso europeo se encuentra vinculada a toda la serie de revoluciones políticas llevadas a cabo desde el siglo XVI hasta épocas recientes, que conllevan desde su inicio la revolución científico-técnica, institucionalizada por el político inglés Francis Bacon.

  • Nacho on 14/12/2016

    Lo que indicas es cierto, el desarrollo tecnológico conlleva a que cada vez mas poder se pueda utilizar o este disponible para que se pueda hacer uso de él, y cuando un poder esta disponible al final, por desgracia, seguro que se acaba utilizando y seguro que alguien lo utilizará mal.

    Pero, ¿cual es la alternativa? si es que esta existe.

    Para mi gusto, el mundo esta atrapado en una sistema que se retroalimenta a si mismo y que resumiendolo mucho sería asi: Cada vez existe mas población mundial (año 8.000 aC-8 millones, año 1-200 millones, año 1000-310 millones, año 2000- 6070 millones, año 2017-7500 millones) Al ritmo que crece la poblacion mundial, se prevee que seamos 10.000 millones alrededor del año 2050, solo el progreso tecnologico permite que se produzcan los alimentos para que esta poblacion sobreviva (junto con otros muchos efectos secundarios, energia nuclear, mundializacion de la informacion, robotizacion, ingenieria genetica, etc) y al mismo tiempo, al producirse los alimentos para que la población sobreviva, esta crece todavia mas rápido.

    Es decir, mi conclusion sería que mientras el crecimiento de la poblacion mundial no se pare, no existe tiempo para pararnos a pensar en cual seria el desarrollo correcto del progreso tecnologico.

    • Carlos J. García on 19/12/2016

      Esta perspectiva «maltusiana» puede servir al poder como pretexto que justifique el desarrollo tecnológico, si bien, el culto del poder a la tecnología se debe, precisamente, a que se sirve de ella para hacerse más grande, y, tarde o temprano, lo acaba usando en su exclusivo beneficio. Gracias por aportar dicha perspectiva.