Blog de Carlos J. García

El poder, la libertad y la moral

La mayor parte de las personas tienen como prejuicio inmutable la creencia de que, si una sociedad tiene la actitud de eliminar algo existente, cambiarlo por otra cosa o, incluso, destruirlo sin cambiarlo por nada, es porque aquello es malo.

No obstante, hay dos grandes razones para que algo pueda ser objeto de violencia: a) Que aquello sea malo, y b) Que aquello sea bueno.

Es obvio que, cuando algo malo es objeto de violencia, todas esas personas que tienen el prejuicio general, “comprenden” dicha actitud de eliminación de aquello, pero muy poca gente es capaz de “comprender” que se pueda desatar un ataque feroz contra algo o contra alguien por el simple hecho de que es bueno.

Si alguien hace violencia contra algo bueno, es que él no es bueno. Podrá ser malo, necio, corrupto o cualquier otra condición, pero bueno no puede ser.

Por otro lado, si alguien tiende a eliminar o destruir algo malo, eso no significa que él sea bueno. En este orden de cosas, el asunto es mucho más complejo de lo que parece. Hay muchos factores a analizar antes de emitir un juicio al respecto: los medios empleados para la eliminación de aquello, las razones que le impulsan, etc., pueden no ser buenos en sí.

Generalmente, el odio de sujetos malos hacia lo bueno es algo consustancial a la maldad, si bien, muy a menudo, eso bueno que existe es considerado como un obstáculo para la consecución de fines pertenecientes a algún interés concreto, generalmente, de incremento de poder.

Por otra parte, los sistemas sociales, sobre todo, si son de gran envergadura, son sistemas muy complejos y, a veces, resulta difícil juzgarlos como “absolutamente malos” o “absolutamente buenos”, precisamente debido a su complejidad y a las maquinaciones del poder para controlarlos. Es decir, es muy difícil o imposible que un sistema social complejo contenga, íntegramente, todos sus componentes buenos o todos malos.

Esto da pie a que, quienes traten de derribar un sistema social bueno, justifiquen sus ataques apelando a componentes que todo el mundo podría juzgar como malos, e introducir tales componentes, exagerados o tomando la parte por el todo, en sus sistemas de propaganda masiva para enardecer el odio de la gente hacia aquel sistema.

En general, todas las revoluciones que han precedido al estado actual de cosas, en materia sociopolítica y de reparto de poder económico, han operado siguiendo dicho patrón.

Ahora bien, una vez ocurridos los hechos mediante los que un régimen fue derribado y examinadas las justificaciones de quienes alentaron su destrucción, y, una vez experimentado durante un periodo de tiempo suficiente, el nuevo estado de cosas en el que desembocó aquella demolición, parece que se pueden efectuar juicios comparativos y evaluar el contenido de verdad de las justificaciones, e, incluso, a ambos regímenes en cuanto a sistemas de convivencia social y con respeto a la realidad humana.

Es norma que se aplica sistemáticamente, por quienes hacen la demolición de un régimen bueno para tomar ellos mismos el poder sociopolítico y económico, que renieguen de la verdad histórica y se vean forzados a hacer propaganda falsa retrospectiva, y, también, propaganda falsa con respecto al nuevo régimen que ellos mismos implantaron. Han de malignar aquel que demolieron y benignar el que instauraron, para poder seguir manteniendo a la población “a favor” del nuevo régimen implantado.

Este tipo de operaciones de manipulación poblacional, no sólo contribuyen a mantener el nuevo régimen, sino que, al hacerse mediante procedimientos que operan contra la verdad, tienden a ir elaborando un sistema de falsedad caracterizado por su ilimitación. Es decir, se acaba creando un mundo de ficción de una amplitud gigantesca en el que la población ha de comulgar con una enorme irrealidad como si de la realidad se tratara.

El poder puro y duro, acaba por imponer, no ya un régimen material determinado, sino un sistema de pensamiento universalmente irreal que ataña al pasado, al presente y al futuro.

Por otro lado, no es difícil que en dichos estados de cosas (se investigue el eslogan de la propaganda que se investigue) se acceda con facilidad al descubrimiento de su falsedad, y, dada la amplitud de creencias falsas que llega a haber instauradas, cualquier podría llegar a saber el quid de la cuestión, lo cual podría hacer peligrar la continuidad del régimen instaurado.

A este “pequeño” problema, el poder suele darle la solución de inhabilitar a la población para efectuar, por ella misma, sus propias investigaciones y descubrimientos. Dichos modos de inhabilitación son múltiples:

  1. Ataque al principio de la verdad y demolición del principio real.
  2. Educación de la población mediante sistemas controlados por el poder que incluyen la producción de una enorme dependencia de los individuos de la información que aporte el propio sistema.
  3. Creación de castas diferentes en materia de legitimidad para efectuar conocimiento: las autorizadas para investigar que son dotadas de credibilidad institucional, y las inhabilitadas para hacerlo, en general la actividad cognoscitiva de la mayoría de las personas consideradas
  4. Sometimiento de las minorías a la opinión de las mayorías.
  5. Seducción de la población mediante prebendas y tipos de ocio que ocupen todo su tiempo libre, para que no se dedique dicho tiempo al verdadero estudio e investigación, ni, tampoco, al desarrollo personal y real de las propias personas, etc.

En la actualidad, asistimos a algo tan asombroso como que la denominada realidad virtual se juzgue como algo bueno, o mejor, que la realidad, la cual, por regla general se juzga como algo neutro o malo.

La verdad —tal como vimos en un artículo precedente, titulado ¡Adios a la realidad!: de Locke a Vattimo, pasando por Engels— también es juzgada mal por pensadores eminentes que generan modas poblacionales.

La moral se juzga como algo malo, represivo, o dañino para el ser humano, mientras la liberación de la misma, se juzga como algo bueno.

El hombre se libera de la subyugación al poder, sobre todo, mediante la moral. El poder, a su vez, cuando pierde su condición de sujetar y esclavizar al hombre, se destruye a sí mismo, o, simplemente, desaparece, pero esto sólo sucede cuando el hombre se sujeta a otra cosa distinta al poder, como es la moral.

Aparentemente, el hombre no hace más que un cambio respecto al sujeto al que obedece. Pasa de estar sujeto al poder, a estar sujeto a la moral y, en tal sentido, una mirada poco perspicaz, pensaría que ambos modos de obediencia atentan contra su libertad y que, por lo tanto, serían sujetos indistintos.

Viendo las cosas con algo más de sentido común, el panorama que se ofrece no puede ser más diferente.

El hombre quiere la libertad pero, ¿acaso quiere la libertad en abstracto para poder hacer cualquier tipo de acción?, o, por el contrario, ¿quiere que haya libertad para hacer unas cosas pero no la quiere para hacer otras?

Querer la libertad en abstracto significa que el hombre que quiere la plena libertad para sí, también ha de querer idéntica libertad para los demás. Si esto se le plantea a cualquier individuo, ya sea un ser moral, ya sea un individuo poderoso, su respuesta no podría ser otra que repudiar radicalmente tal posibilidad. El poderoso no querría esa libertad para sus esclavos, y los esclavos no querrían esa plena libertad del poderoso.

Si alguien estuviera de acuerdo con una condición humana de plena libertad, sin ningún tipo de restricción, necesariamente estaría de acuerdo con la práctica de todo tipo de crímenes, robos, exterminios, genocidios, violaciones, secuestros, confinamientos, encierros, chantajes, extorsiones, engaños, difamaciones, y todo cuanto de malo pudiera uno imaginar.

Ahora bien, si ese individuo quisiera esa libertad para él, también la querría para ser objeto de esas acciones de otros sobre él, y, de convertirse en víctima de las mismas, por lo que la libertad otorgada a los demás sobre él, idéntica a la adoptada por él sobre los demás, quedarían en un balance que anularía ambas y todas las libertades. Querer esa libertad plena es lo mismo que no querer ninguna, ni para sí ni para nadie, aparte de que, obviamente, acabaría con todo tipo de vida.

Cuando un esclavo quiere la libertad, la quiere con respecto al amo. No quiere ser propiedad del amo y lo que desea es la emancipación de él. Pero eso no significa que quiera ser libre de todo cuanto pudiera regir su futura actividad. A algo habrá de atenerse una vez conseguida su libertad del amo, y, eso a lo que se atenga, será lo que pase a gobernar su actividad en sustitución del dominio del amo.

El esclavo no es que quiera ser libre, sin más. Quiere que el poder del amo no determine su actividad, y, simultáneamente, quiere pasar a determinarla él mismo. Lo que, una vez liberado del amo, pase a determinar lo que haga o no haga, serán sus nuevos determinantes, criterios, sujetos, dioses, principios, o lo que sea, pero, sin duda, será algo otro, diferente al amo.

En resumen, quiere liberar sus acciones del dominio del amo y que pasen a estar regidas por algo diferente, lo cual, producirá que una buena parte de sus nuevas acciones sean diferentes a las que hacía estando bajo el amo.

Generalmente, de lo que es consciente quien quiere liberarse de alguien o de algo, es que quiere hacer otras cosas diferentes a las que hace bajo el yugo que le oprime. Es consciente de tener la voluntad de hacer nuevas acciones y consciente de no querer hacer las que hace bajo la voluntad del amo, aunque no haya investigado del todo los determinantes de los que emanará su voluntad, una vez libre de aquel dominio exterior. Diríamos que aspira a hacer lo que él quiera hacer y no lo que quiera su actual dueño, pero, en ningún caso busca una una nueva condición de ausencia de voluntad ni de las determinaciones que la originen.

Ahora bien, cada cual puede “soñar” con hacer acciones muy diferentes a las que otros sueñen, cuando queden liberados de la esclavitud. Habrá quien sueñe con la libertad de elegir cónyuge, de tener hijos, de trabajar para su propia hacienda o familia, de ayudar a sus semejantes, de defender la independencia de su patria respecto a yugos exteriores, o cosas similares. Habrá otros que, por el contrario, sueñen con ser ellos mismos los nuevos amos que pasen a ocupar el puesto de los anteriores, con esclavizar a otros, con adquirir poder, etc.

Resulta evidente que unos la querrán la libertad del amo actual para hacer unas cosas que ahora no pueden hacer, mientras otros la quieren para hacer otras de muy distinto signo. Pero la palabra libertad, sola, no puede distinguir en absoluto de qué tipo de libertad se está hablando.

De hecho, el juego del poder es siempre el mismo: intentará la sustitución de los determinantes que rijan actualmente a los seres, por el gobierno que él mismo ejerza, pues la suma facultativa de cada ser que pasa a ser gobernado por él, incrementa su poder.

Las únicas defensas del ser frente al poder consisten en sus principios reales y en su facultad de conocimiento, para distinguir el bien del mal, y lo verdadero de lo falso.

En su ejercicio ante el poder, tales principios han de alcanzar un alto grado de eficacia ya que, de lo contrario, serán eliminados y sustituidos por el gobierno de aquel.

Dado que, lo que defiende al ser del poder, no es otra cosa que sus principios reales, estos se convierten en el auténtico enemigo del poder, y, su inversión, la causa final de su funcionamiento.

El poder ha de promover los determinantes inversos a los reales, ejercer desde ellos y conseguir su implantación, para su propio crecimiento en tanto poder.

El ser, para defenderse del poder, ha de negarse a participar de él en modo alguno. No se puede detestar el poder en otro y apreciarse en uno mismo. En ese caso se encuentran todos los poderosos.

El ser ha de detestar el poder en sí mismo y no caer en la tentación de dar el salto a su ejercicio, pensando ilusamente que a partir de dar ese salto vivirá mejor y con menos dificultades. Al hacer tal cosa, estará legitimando todo poder exterior al suyo propio y estará menoscabando sus propias defensas, lo cual le hará caer en esclavitud.

Los medios que utiliza el poder contra el ser para esclavizarlo, no son del todo ajenos a algunos aspectos que residen en el propio ser, y que éste tendría que someter a revisión si pretende librarse de todo riesgo de caer bajo poder. A lo largo de la historia se han manifestado muchos diferentes:

  1. Su apego a la vida y su no aceptación de la muerte.
  2. Su apego al placer y su odio al dolor.
  3. Su preferencia por las facilidades en detrimento de las dificultades.
  4. Su apego a la trascendencia reproductiva.
  5. Su superficialidad en la consideración de la belleza.
  6. Su apego a los medios de vida.
  7. Su apego a sus seres queridos.
  8. Su apego por la comunicación y por la existencia.
  9. Su sociabilidad en un entorno social corrompido.
  10. Su tolerancia hacia el engaño, e, incluso, al auto-engaño.
  11. Sus necesidades derivadas de una identidad personal errónea…

Por su parte, la moral, en tanto el conjunto de criterios en que se despliega el principio real del bien, sólo es moral si se encuentra instalada en el sistema de referencia interno del individuo y funciona como determinante de su existencia.

Ver la moral como algo exterior a uno mismo que es predicado o aplicado por otros individuos o instituciones, equivale a confundirla con un sistema legal de origen social cualquiera.

Bajo los criterios morales que el bien determina, el individuo regido por ellos, se encuentra limitado, en comparación con otros individuos que no sean regidos de ese modo, en cuanto a los tipos o modos de su actividad. Hay cosas que hace y cosas que no, como efecto directo de estar regido moralmente. Sin embargo, eso no significa que el volumen general de su actividad sea estadísticamente menor que el de otros individuos que no se encuentren limitados por ella. Cualquier otro individuo, también, presenta limitaciones por los determinantes que rijan su actividad, aunque estos sean, incluso, los inversos a los morales.

Una imagen cliché que la modernidad ha ofrecido de la moral y de los individuos sujetos a ella, incluye aspectos como los siguientes:

  1. Se encuentran reprimidos y no hacen actividades que les gustaría hacer.
  2. Son hipócritas por cuanto, al no hacer lo que desean, ofrecen una imagen falsa de sí mismos pareciendo que son mejores de lo que son.
  3. Son falsos pues no pueden ser tan buenos como aparentan.
  4. Son esclavos de las convenciones morales y pierden toda su libertad a causa de limitarse a ellas.
  5. Son tontos o poco inteligentes pues, si fueran más listos, eliminarían todas esas restricciones morales y se beneficiarían mucho más de los bienes a los que no tienen acceso debido a tales limitaciones.
  6. Sus sentimientos asociados a la moral no son más que escrúpulos injustificados de origen irreal.
  7. Son moralistas que tratan de imponer a los demás sus propias limitaciones absurdas y con ello hacen que otros se sientan mal sin razón alguna…

Este cliché, se encuentra íntimamente asociado con los eslóganes más fuertes de la propaganda moderna referidos a la libertad y la igualdad.

En la era contemporánea, de la moral se ha dicho de todo, pero muy poco o nada bueno, y, puesto que se supone que no hay nada bueno en ella, en tal aserción va implícita la idea de que, quienes se atienen a la moral, presentan un déficit en su inteligencia o en alguna parte de su función de conocimiento, que sería lo que les ciega y les priva del acceso a la libertad plena de que disponen, quienes se han percatado de su carácter arbitrario y absurdo, impuesto por santones o profetas que lo único que pretendían era esclavizar a al ser humano.

Lo cierto es que si hay algo que sirva para defender al individuo frente al poder es precisamente, el principio real, con sus tres vertientes del bien, la verdad y la belleza. Obviamente dentro del principio del bien se encuentra el principio moral o, si se prefiere, se trata del mismo principio.

El poder, tenga la forma que tenga, nada puede contra un ser humano sin la indispensable colaboración de éste.

El poder puede adoptar muy diferentes formas, pero, todas ellas, consisten en ofrecer o dar algo al hombre, ya sea considerado bueno o malo por aquel que está siendo su objetivo, y, a cambio, presenta unas ciertas demandas que pueden ser manifiestas o encubiertas.

Cuando lo que ofrece son cosas supuestamente “buenas”, tales como placer, dinero, longevidad, salud, posiciones sociales, o cosas del estilo, está gestando el modelo consabido de la tentación.

El fundamento de la tentación consiste en ofrecerse a satisfacer un deseo que, incluso, ha podido ser gestado previamente, por el propio agente del poder. Este genera o produce una elevación de la apetencia por algo que se ofrece a dar, instigando el deseo mediante la gestación en el objetivo de la creencia en la posibilidad de tal satisfacción, ya sea a corto o largo plazo, aunque, generalmente a corto plazo y, con más o menos condiciones explícitas, o no, puestas al objetivo. Pero, siempre, habrá una contraprestación que éste habrá de pagar.

En general, se ha considerado que la tentación induce a hacer una mala acción, e, incluso, que quien la tiene, es consciente de este extremo, si bien, el agente del poder procurará convencer al objetivo de que no es así, que lo que se le da es gratis, y, además, carece de connotaciones negativas de cualquier tipo.

Si el primero pusiera ante la vista del segundo, todo cuanto hay o hubiera implicado en la transacción que se le ofrece, rara vez caería nadie en una tentación suscitada por el poder. Pero, generalmente, en estado de tentación, la víctima que será objeto del timo, distorsiona la percepción de la situación y hace valoraciones erradas de lo que hay implícito en ella a causa de su propio sistema de determinantes internos.

Si la víctima pica, luego se encontrará con costes, generalmente muy superiores, a los que en el momento de picar, habría podido considerar.

En esta transacción, el poder es el sujeto que tiene en su posesión aquello que da u ofrece, mientras que el ser es el que hace algo en aras de obtener aquello.

La acción suscitada en el ser por el poder puede ser emitida, o no, dependiendo de los determinantes que rijan en el ser. Se trata de una acción facultativamente posible, si bien, pudiera violar el principio real, aunque, de efectuarse, sería permitida por los determinantes del individuo.

Por lo tanto, tal acción se encuentra en una encrucijada de fuerzas:

  1. La sujeción a la cosa ofrecida por el poder y, por lo tanto, al propio poder.
  2. Los determinantes internos del individuo.
  3. El principio real, en caso de que los determinantes individuales no coincidan con él.
  4. Los costes de la transacción percibidos por el individuo que actuarían devaluando la cosa ofrecida por el poder, en una proporción directa.

Lo que el poder pretende, en todo caso, es sujetar la acción del individuo, aunque este factor no suele ser percibido por éste. Si consigue determinar la acción del individuo mediante lo que le dé o le ofrezca, entonces se producirá un menoscabo en la eficacia de los determinantes individuales, o, incluso, un deterioro de tales determinantes entendido como la generación de una mayor distancia con respecto al principio real, es decir, algún grado de corrupción.

El individuo puede creer que una vez conseguido aquello que el poder le ofrece, quedaría liberado de sus obligaciones y recuperaría su independencia de él, quedando gubernativamente intacto tras la transacción. Esto, sin embargo, generalmente, es falso, debido a varios factores:

  1. La violación que haya podido hacer de sus propios determinantes para poder emitir la acción, significa que ha puesto a tales determinantes bajo un poder exterior a los mismos, lo cual los anula como determinantes y puede debilitarlos a futuro.
  2. Lo que el poder le ha dado es sólo una parte de lo que el poder posee y podría darle a futuro, por lo que la situación podría repetirse un número indefinido de veces.
  3. El poder le dará o no le dará la cosa, cuando lo considere oportuno, y, generalmente, midiendo el grado de sumisión u obediencia del individuo hacia él.
  4. Si el individuo ha violado sus propios determinantes una vez, el criterio del poder bajo el que lo ha hecho, podrá ser aplicado en una diversidad de situaciones en las que se le ofrezcan al individuo otra serie de cosas, y, de aceptarlas, sus determinantes se irán debilitando cada vez más.
  5. El poder puede administrar sus dádivas, según convenga a sus intereses de sometimiento del individuo, a lo largo de un más o menos amplio periodo de tiempo y pedir más acciones ofreciendo a cambio menos cosas, es decir, poniendo cada vez más caras la sucesivas consecuciones de las mismas, y, además, ir exigiendo cada vez un mayor grado de corrupción individual para su consecución.

Las consecuencias que se irían desprendiendo de este tipo de operaciones irían en la dirección de que, cada vez con más intensidad y, cada vez mayor número de facultades del individuo van quedando gobernadas por el poder exterior a él, sus determinantes cada vez más debilitados, su identidad personal cada vez más difícil de definir por la destrucción de sus determinantes originales y su existencia cada vez más reducida, a causa de que, lo que iría existiendo cada vez más, sería el propio poder a través de las propias facultades del individuo.

Si, mediante estas operaciones, nos encontramos con que, al final, el individuo deja de ser quien era, deja de estar regido por lo que en él regía, deja de tener existencia propia, y la identidad, o confundida o malignada, llegamos a la conclusión de que la esencia de ese ser ha sido destruida y sólo han quedado de él unas facultades funcionales puestas al pleno servicio del poder, el cual se incrementará en la medida en que pase a tenerlas bajo su dominio.

Al final, el poder ha cambiado alguna cosa que él poseía por un ser humano al que ha dejado como mero sistema facultativo a su servicio. El individuo se ha vendido y él lo ha comprado.

Ahora, supongamos que el individuo estuviera regido y se hubiera atenido a un principio moral y de conocimiento que incluyera aspectos como, por ejemplo, los siguientes:

  1. Un criterio de honestidad que elimine cualquier valoración positiva de un resultado en el que él saliera ganando bienes o cosas materiales en una transacción cualquiera.
  2. El criterio de servir a principios reales en vez de servirse a sí mismo y en vez de servir a otros individuos.
  3. Valoración de las cosas en su justa medida, e, incluso, una preferencia por dar en vez de por recibir cosas.
  4. No emitir acciones que no caigan bajo el principio real del bien, ni que se sujeten a una voluntad ajena a la producida por los principios reales.
  5. Conocer verdaderamente al poder y al agente del poder y cuáles son sus fines, distinguiéndolo con claridad de los seres humanos regidos por principios.
  6. Conocer su propio sistema de determinantes internos, sus aspectos más sólidos y los de mayor vulnerabilidad que debe fortalecer.
  7. Encontrar más felicidad en el hecho de hacer existir principios reales que en el de tener u obtener cosas materiales.
  8. Forjar cuidadosamente sus creencias y no atribuir carácter de verdad a enunciados, mensajes o promesas efectuados por individuos cuyo crédito le es desconocido…

Parece obvio que, en una persona que haga su actividad funcional regida por un sistema de criterios como el expuesto, el riesgo de que algo que haga quede sometido por un poder exterior a sus principios, se reducirá drásticamente, y tenderá a conservar sus facultades puestas al servicio de tales principios. Además, en la medida en que no permita que sus facultades sirvan al poder exterior, este mismo poder no se incrementará alimentándose de ellas, por lo que tenderá a su propio debilitamiento.

Así, el poder no es algo aislado que un individuo o un grupo posea, con independencia de quienes no lo poseen, sino que es un factor que está alimentado entre unos y otros. El que tiene poder sobre otro, lo tiene en la medida en que el otro se lo da o se lo permite pues, sin su colaboración, el poder del primero resulta imposible.

El mayor enemigo del poder es el principio real que, en la medida en que se encuentre firmemente implantado, sujeta la actividad humana y no permite que ésta pase a depender de un sujeto de poder exterior a la persona.

Al principio del presente artículo, decía que si una sociedad presenta la actitud de eliminar algo existente, impera el prejuicio de que aquello es algo malo.

No obstante, en el caso que nos ha ocupado, referido a la eliminación de principios como el de la verdad, el bien o la propia noción de ser, es obvio que su beneficio repercute en el poder, y no en la mayoría poblacional de personas que, ni poseen poder alguno, ni aspiran a conseguirlo, para las que aquella eliminación solo produce debilitamiento sustantivo y problemas colaterales de todo tipo.

De ahí, que el sentido común permite considerar al propio poder como el sujeto último que aspira a la eliminación de los principios reales en la sociedad.

6 Comments
  • Jorge Barrio on 24/07/2016

    Brillantísimo articulo. Consigues explicar muy claramente la importancia de la moral para las sociedades en oposición al poder. Simplemente genial. Muchísimas gracias.

    • Carlos J. García on 25/07/2016

      Te agradezco la retroalimentación, por cuanto tenía mis reservas al respecto de la claridad final que tuviera el artículo. En él, hay varios conceptos relacionados que tienen mucha importancia por sí mismos y, al elaborar un modelo complejo de algunas de sus interrelaciones fundamentales, siempre hay que tratar de conservar, tanto la precisión como la claridad, aunque no siempre se consiga. Muchas gracias a ti, Jorge.

  • Miguel on 26/07/2016

    uff, vaya articulo, me ha aclarado bastantes cosas sobre la moral que tenia pendientes,y algunos mensajes que la modernidad (facilmente identificable en mensajes formativos o deformativos en este caso )nos ha conseguido instalar a muchas personas.Creo que en este caso son imprescindibles unas cuantas lecturas para poder asimilar todo su contenido,pero se comprende perfectamente.Muchas gracias

  • Ignacio Benito Martínez on 26/07/2016

    Se entiende bastante bien, y me parece un excelente artículo. Pero pero hay dos puntos que no termino de comprender, y en los que estoy en desacuerdo. Voy a intentar explicarme: cuando dices «los medios que utiliza el poder contra el ser para esclavizarlo, no son del todo ajenos a algunos aspectos que residen en el propio ser». Nombras alguno que no tengo yo tan claro que resida en el propio ser de suyo. No sé si en el ser residen los siguientes:
    1. Su no aceptación de la muerte (en el fondo todos sabemos que vamos a morir y un ser en un momento u otro de la vida tiene que planteárselo y aceptarlo, aunque es cierto que plantearte la muerte de vez en cuando te hace ver las cosas de diferente manera).
    2. Su superficialidad en la consideración de la belleza. En este estoy muy en desacuerdo. El ser no creo que sea superficial en observar y valorar la belleza. Otra cosa diferente es que estemos bajo el influjo continuo de valorar la fealdad, que es lo que se promueve en los medios de comunicación habitualmente y en esta sociedad en general, y terminemos valorando lo no bello. Pero creo que cualquier ser, de suyo, si se habla de un ser verdadero en sentido puro, valora la belleza.

    • Carlos J. García on 27/07/2016

      Hay seres reales, irreales y anti-reales. Los primeros verifican todas las propiedades de ser y los trascendentales del bien, la verdad y la belleza. Los segundos no satisfacen todas las propiedades, si bien esa condición, por lo general, no les impide existir. Los terceros verifican todas las propiedades de ser pero violan los trascendentales del bien y de la belleza, y, en parte, el de la verdad. Las actividades de relación de los seres sirven a los principios que las rigen, por lo que, un ser real, no puede poner por encima de los principios reales ninguna otra cosa, como, por ejemplo, tratar de vivir a toda costa, si con ello transgrede uno o más de ellos. En cuanto al principio de la belleza, he expuesto en la obra Realidad y psicología humana, y en algún artículo precedente de este mismo blog, que consiste en una condición en la que la existencia es simple expresión de la esencia del ser, es decir, se da cuando la existencia coincide con la esencia, lo cual elimina toda falsedad en la expresión del propio ser o nos permite apreciar la esencia de los seres y las cosas mediante la simple aprehensión de sus respectivas existencias. Hay seres bellos y seres que no lo son, y hay seres que son capaces de percibir la belleza y otros que creen percibirla cuando no es verdadera, o son incapaces de percibirla, en general. No todos los seres son iguales, ni en sus principios o determinantes, ni en sus cualidades, propiedades, virtudes o defectos. En general, los seres irreales, son tanto más vulnerables de caer bajo las garras del poder, cuantos más déficits tengan de realidad o de propiedades reales. Por último, si, como dices, los medios de comunicación tratan de hacer pasar por bello lo feo, es que su funcionamiento sirve al poder, o simplemente, aquellos que lo hacen están regidos por el poder. Además, si debido a esa forma de manipulación generan un grado mayor de irrealidad en las personas que están bajo su influencia, estaríamos ante una forma más, por la que aquellos seres que tengan déficits en tal principio, tenderán a debilitar aún más su nivel de realidad. Gracias por el comentario.

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