Blog de Carlos J. García

El papel de la muerte en la existencia

Dos de las visiones, que, posiblemente, han estado más enfrentadas desde los orígenes del pensamiento humano, se refieren a la idea de permanencia frente a la idea del cambio.

Inicialmente, frente a Parménides, sosteniendo la tesis de la permanencia, enunciada como «el ser es», encontramos a Heráclito, afirmando que «todo cambia».

En mi opinión, ambos tienen razón, pues creo que cada uno de ellos se refiere a un objeto diferente. Parménides habla del ser, mientras Heráclito habla de la existencia.

No obstante, la cuestión es cómo se integran ambos componentes en la realidad.

Empezando por la existencia de algo en el mundo, lo cierto es que su principal característica es la movilidad.

La existencia de algo es movimiento en todos los sentidos que podamos considerar. Algo que existe se mueve en el espacio y en el tiempo en todo momento.

La idea de la inmovilidad absoluta de algo, quedando quieto y fijado a un instante dado, es absurda.

Cada posición a la que accede cualquier cosa, ser o partícula, la pierde inmediatamente, pasando a estar en otra, y así sucesivamente hasta que ya no existe más. La existencia de cualquier cosa, de por sí, es efímera.

Ahora bien, esto nos lleva a poder afirmar que la existencia que pueda tener cualquier cosa, no es necesaria, sino posible.

Un ser o cosa real, puede existir y puede dejar de existir, debido a que su propia constitución, no solo lo permite, sino que está diseñada para tal finalidad.

Mientras cualquier ser está existiendo, manifiesta su propia capacidad para hacerlo, pero cuando deja de existir, lo que manifiesta es su capacidad para perder la existencia.

La condición de posibilidad existencial de cualquier ser o cosa real es una de sus propiedades más relevantes. Pero, ¿por qué es así?

¿Por qué no disponemos de una existencia eterna?

Imaginemos por un momento que, a cualquier ser o cosa de este mundo, se le garantizara su existencia eterna, es decir, que no pudiera perderla bajo ningún concepto, ocurriera lo que ocurriera, en él o fuera de él.

En tal caso, sin duda, no tendría que ser, ni hacer, absolutamente nada, para ganársela, para conservarla o para poder disponer de ella.

La consecuencia inmediata de tal garantía, sería la atrofia de todas sus facultades y capacidades que sirven para hacerla posible, pero si la posibilidad se convirtiera en una condición necesaria, dichas capacidades se tornarían absurdas.

Ahora bien, esas capacidades no son parte de la existencia, sino del ser que las adquiere, las tiene y las conserva para existir, y, caso de que las perdiera, dejaría de ser algo para convertirse en nada.

Dicho en otros términos, si la existencia estuviera garantizada, lo que llegaría a existir sería nada: solo podría existir nada. Nada podría existir.

En mi opinión, la realidad consiste en que exista algo en vez de nada, añadiendo a esto, todo aquello que lo hace posible, por lo que, lo más opuesto a la realidad es que no pudiera existir nada.

Por otro lado, como he dicho en un artículo anterior, publicado en este mismo lugar, titulado Qué y cómo valoramos, lo que posee valor de suyo es que algo exista, es decir, la esencia misma de la realidad.

Todo lo que es y existe, tiende a existir, lo cual significa que presenta una intensa avidez por la existencia, y, de ahí, es de donde salen todas nuestras operaciones de valoración, y la determinación de la importancia que damos, o no damos, a las cosas.

La propia posibilidad de la existencia, efímera y en riesgo continuo, dejaría de tener valor alguno si estuviera garantizada, o, también, si fuera absolutamente imposible.

Los seres nos desarrollamos, nos facultamos, y nos constituimos, precisamente, porque debemos disponer de un conjunto de propiedades para hacer posible la propia existencia.

Dicho en otros términos, la existencia funciona como una zanahoria para cualquier ser, tira de él constituyéndolo en algo existencialmente viable, y ese par «ser + existencia», pasa a ser el ladrillo elemental de la realidad: el ser es para existir y la existencia es por ser.

El universo tiene un diseño extremadamente inteligente y complejo, en el que todas sus piezas se integran en un sistema real que hace posible que exista algo.

Por otro lado, la pérdida de la existencia, si bien a cualquier ser vivo le llega con la muerte, en nuestra especie, no solo nos llega con la muerte, sino que hay más posibilidades de perderla.

Se puede perder la propia existencia estando vivos, y, para ello, basta con que perdamos la posibilidad de estar en relación con algo exterior a nosotros mismos.

En el universo, el aislamiento de cualquier ser o cosa, hace que la noción misma de su existencia sea absurda. Nada puede existir en aislamiento, aunque el ser humano pueda sobrevivir, si bien, muy difícilmente y por corto tiempo, en él.

Hay condiciones psicológicas del propio ser humano que determinan estados de aislamiento, y también, condiciones ambientales extremas que pueden causarlo. En ambos casos, un ser aislado, sin posibilidad de existir, se torna, él mismo, absurdo.

Ante estas consideraciones, emerge la pegunta de cómo afrontar el hecho de la muerte, sin que su previsión nos amargue la vida.

Decía Heidegger que dicha previsión nos produce tanta angustia que nos lleva a evadirnos de ella de múltiples formas. Por el contrario, los estoicos, recomendaban que había que tenerla presente, casi continuamente, para poderla afrontar con serenidad.

En mi opinión, una reflexión comprensiva acerca de la enorme complejidad que ha de reunir el universo para que algo pueda existir, nos conduce a ver la muerte de manera neutral, o como un mal necesario, no tan grande como pueda parecer.

De hecho, se puede considerar que la muerte es uno de los elementos necesarios que nos dotan de la posibilidad, no solo de existir, sino, también, de ser algo en vez de nada.

Quienes valoren en su justa medida, su ser y su existencia, y se percaten del enorme bien que son, tienen algo que agradecerle a la ocurrencia de la muerte.

No obstante, no se trata de que nos parezca bien, o mal, ni mucho menos de desearla, ya sea para sí o para otros. Nuestra obligación es verla como una condición perteneciente a las reglas que han hecho posible la existencia misma de la realidad.

6 Comments
  • Elena on 26/02/2016

    Siempre he pensado más bien en un «Muero porque soy» que en un «Soy porque muero», he visto la muerte como una consecuencia lógica del desgaste de vivir sin que esto sea ,en absoluto, un desprecio a la vida, entendiendo al mismo tiempo que no tener asegurada la existencia me desarrolla.
    ¿Podría haber «diseñado» la realidad formas de vida eterna si eso hubiera contribuido a la conservación de lo que es?
    También pienso que a parte de ese valor constructivo de la muerte, la muerte tiene otra razón de ser que tu mencionaste en un artículo titulado «Miedo a morir» hace la tira de años y que a mi personalmente me convenció bastante y era la necesidad de que unos nos vayamos yendo para que puedan venir otros. Utilizabas el símil de un autobús que va dejando y cogiendo gente, me pareció genial.

    • Carlos J. García on 26/02/2016

      Las relaciones entre el ser, la existencia, la vida y la muerte, son múltiples, complejas y, a menudo, bidireccionales. No obstante, el desgaste de vivir no implica, necesariamente, un desgaste de ser. Más bien creo que, a lo largo de la vida, puede realizarse progresivamente el propio ser en un movimiento ascendente, que se cruza con la paulatina merma de la vida. En segundo lugar, lo que planteas acerca de la posibilidad de un diseño real de formas de vida eternas, me parece imposible, pues reitero que, si a cualquier ser se le garantizara la vida eterna, tarde o temprano se convertiría en nada. Por último, me has hecho recordar una antigua metáfora que tenía casi olvidada. Venía a decir que los seres vivos hacemos una carrera de relevos en la que cada generación le pasa el testigo de la vida a la siguiente, lo cual tiene como objeto la conservación de la vida en sí, no de una vida cualquiera.

  • Celia on 20/03/2016

    Ahora que se acerca la Semana Santa me viene a la mente ese diálogo entre Jesús y uno de los ladrones, cuándo éste le pide que se acuerde de él en su Reino y Jesús le contesta: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.
    De ser verídica y literal esta cita, ¿quiso Jesús ser meramente piadoso con su compañero de condena? El ser es para existir y la existencia es por ser. Nos ganamos la existencia y ese es precisamente el valor de nuestra vida. Cuando la existencia se trunca el ser desaparece con ella. Pero, ¿cómo es posible que la esencia, conformada con las leyes de la realidad, se convierta en nada? ¿No es posible la trascendencia? ¿Y si hubiera otra “Realidad” donde no jugara indefectiblemente el binomio Ser y Existencia? Qué difícil es asumir que tras la muerte no hay nada, que nuestra esencia se evapora y que nunca más podremos volver a “existir”. La nada siempre repugna…

    • Carlos J. García on 21/03/2016

      Tus magníficas preguntas creo que exceden a mis posibilidades de respuesta, al menos, más allá de la esfera de la opinión, aunque, dado que estamos en Semana Santa, no tengo inconveniente alguno en expresar algo de lo que pienso al respecto.
      ― Hay muchas citas de los evangelistas, atribuidas a Jesús de Nazaret, que contienen significados que a mí me parecen verdaderos.
      ― En general, tengo la impresión de que los autores católicos, o de cultura católica, son más fidedignos que los autores de otras corrientes culturales, de pensamiento o religiosas.
      ― El análisis de las expresiones bíblicas como la que citas requiere muchas aclaraciones al respecto de los significados de los términos utilizados. Por ejemplo, ¿qué se debe entender por “paraíso”?
      ― No creo que, de ser correcta la impresión que tenemos acerca de la personalidad de Cristo, derivada de los evangelios, se trate de una personalidad capaz de decir mentiras piadosas, en vez de mensajes verdaderos, o, al menos, diferentes de aquello que creía.
      ― Lewis, tiene un librito (LEWIS, C. S.; Los milagros; 3ª ed.; trad. Jorge de la Cueva, SJ, del original Miracles de 1947; Ediciones Encuentro S.A., Madrid, 2009) que contiene una de las mejores epistemologías que he tenido ocasión de leer. Habla, entre otras cosas, de la posibilidad de que haya diferentes niveles de naturaleza.
      ― Creo que la trascendencia es posible y, además, necesaria. No obstante, creo que hay diversas posibilidades, al menos, teóricas, de trascendencia, aparte de la trascendencia social, los posibles hijos, etc.
      ― El cristianismo tiene una hondura metafísica muy importante, que no es fácil comunicar al público en general, por lo que no es raro el uso frecuente de metáforas para hacerlo. Ahora bien, a veces las metáforas tienen dos efectos: uno de acercamiento a la idea que se trata de comunicar, y, otro, que consiste en un incremento del riesgo de que se hagan interpretaciones falsas de la misma.
      ― Al respecto de la nada absoluta, pondré una cita muy interesante de Henry Bergson: «Si pudiéramos demostrar que la idea de la nada, en el sentido en que la tomamos cuando la oponemos a la de existencia, es una pseudoidea, los problemas que en torno a ella suscita se convertiría en pseudoproblemas. Ya no tendría nada de extraño la hipótesis de un absoluto que actuara libremente y que eminentemente durase […] Veamos en qué pensamos cuando hablamos de la nada. Representarse la nada consiste en imaginarla o en concebirla. Examinemos lo que esa imagen o esa idea pueden ser […] Ya sea exterior o interior, siempre hay un objeto que mi imaginación se representa […] Jamás ha sido formada por el pensamiento la imagen propiamente dicha de una supresión de todo… Un ser que no estuviera dotado de memoria ni de previsión nunca pronunciaría aquí las palabras “vacío” o de “nada” […] De ese doble análisis se infiere que la idea de la nada absoluta, entendida en el sentido de una supresión de todo, es una idea destructiva de sí misma, una pseudo-idea, una simple palabra. Si suprimir una cosa consiste en reemplazarla por otra, si pensar la ausencia de una cosa sólo es posible por la representación más o menos explícita de la presencia de otra cosa, si la supresión, en fin, significa en primer lugar sustitución, la idea de una “supresión de todo” es tan absurda como la idea de un círculo cuadrado.» [BERGSON, HENRY; La Evolución Creadora; trad. María Luisa Pérez Torres, de la versión original de 1907; Colección Austral; Espasa Calpe; Madrid, 1973 (pp. 244-249)]

  • Francisco on 09/04/2016

    ¿Por qué existir para después dejar de existir?, ¿por qué me parece tan duro?. Existo, conozco, aprendo lucho por desarrollar mi Ser y luego dejo de existir. Es una ley Natural pero que no veo o no comprendo su razón, me resulta abstracta. No encuentro ni el para qué ni el por qué. Creo que me falta comprender algo. Dices que si no dejamos de existir, en nuestra vida nos convertiríamos en «nada» ¿Seguro?. Podría continuar sintiendo placer, dolor, alegría, tristeza y todas las emociones y conductas que ahora experimentamos y, además, continuarímos conociendo por ser una propiedad nuestra y que nos proporciona felicidad. Lo único que intuyo ante mi ignorancia es que pudiera ser que terminaramos cansados de existir.
    Gracias.

    • Carlos J. García on 11/04/2016

      Tanto si la existencia fuera totalmente imposible, como si fuera imposible perderla, toda la función de valoración del ser humano carecería de razón de ser, y, tras ella, todas esas emociones y conductas que mencionas desaparecerían. Además, sin el trabajo y el esfuerzo necesarios para existir, un ser tendería a su atrofia progresiva.

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