Blog de Carlos J. García

El motor imparable del resentimiento

Según Max Scheller [i], el punto de partida de la generación de resentimiento es el impulso de venganza suscitado en reacción a un ataque o una ofensa. Ahora bien, dicho impulso no es equiparable al impulso de defenderse o contraatacar, aun cuando la reacción venga acompañada  de cólera, furor o indignación.

Para la ocurrencia del impulso de venganza han de darse dos características: 1) un refrenamiento y retención del impulso inmediato y de los movimientos de cólera y furor enlazados con él, y, 2) un aplazamiento de la reacción para otro momento y ocasión más propicia.

Estos dos componentes del refrenamiento se deben a la consideración previsora de que la reacción inmediata sería perjudicial, lo cual implica un acusado sentimiento de impotencia. Además, la venganza siempre contiene la conciencia de “esto por aquello”, y no solo una reacción emocional.

El resentimiento se genera bajo tales condiciones. En concreto dice Scheller:

«Desde el sentimiento de venganza, pasando por el rencor, la envidia, la ojeriza, hasta llegar a la perfidia, se da una progresión del sentimiento y del impulso que desemboca en el resentimiento propiamente dicho. […] La venganza realizada hace desaparecer el sentimiento de venganza y, del mismo modo, el castigo de aquel que es objeto del sentimiento de venganza… También la envidia desaparece cuando el bien que envidiamos se convierte en nuestro. En cambio, la ojeriza  es una actitud que no se encuentra unida a objetos concretos, no surge por motivos determinados, para luego desaparecer con ellos. […] En la perfidia el impulso de rebajamiento se ha hecho todavía más hondo y más íntimo; […] Una dirección análoga es la que marcha desde la `simple alegría por el mal ajeno´ hasta la `maldad´; ésta busca provocar nuevas ocasiones de alegrarse del mal ajeno y aparece ya como más independiente  de objetos concretos que la alegría por el mal ajeno. / Pero nada de esto es resentimiento. Son tan sólo estadios del proceso de su punto de partida.» (op. cit. pp. 75-77)

En definitiva, a menos que se produzca una victoria, una acción o una expresión adecuadas de la emoción, a través de manifestaciones externas de tipo agresivo, persistirá el resentimiento, y, si tales respuestas no ocurren, será debido a una conciencia muy acusada de la propia impotencia.

El modelo del resentimiento en Scheller, tal como lo describe Pintor-Ramos, es el siguiente: «Se trata de un autoenvenenamiento anímico que se desarrolla a partir de ciertos afectos, en sí naturales (la envidia y la venganza, sobre todo), los cuales, al quedar reprimidos en su satisfacción inmediata por un sentimiento personal de impotencia, actúan hacia dentro y crean un perenne foco infeccioso; ello genera una conducta esencialmente reactiva y pasiva  que lleva a un falseamiento de la imagen del mundo, a un talante de odio contra los valores y, finalmente, a una falsificación de la recta escala axiológica a beneficio de una escala subjetiva a la medida de nuestros intereses particulares. Como fuerza esencialmente reactiva que es, el resentimiento no tiene capacidad para aportar nada nuevo; tan solo puede alterar y pervertir algo dado previamente.»

En la actualidad, la conflictividad que acompaña a muchas relaciones interpersonales, debida a carencias manifiestas de principios que regulen la coexistencia, es un foco de generación, no solo de reacciones de hostilidad, sino, también, de impulsos de venganza.

Ahora bien, unido a estos hechos, nos encontramos con que concurren múltiples factores represivos que impiden la expresión de emociones reactivas sin demora, al contrario de otras épocas, en las que estaban legitimadas diversas formas personales de resolver conflictos.

Dicha conjunción, por un lado, parece elevar el nivel general del resentimiento en la población, y, por otro, hace que las expresiones finales de los estadios más avanzados del resentimiento, sean especialmente trágicas.

Por otro lado, conviene recordar que el resentimiento no solo es causa de tragedias interpersonales, sino que puede operar como un impulso colectivo y convertirse en uno de los motores de la historia.

Como una de las posibles explicaciones, de muchas de las historias recientes de nuestra época, no habría que descartar el móvil del resentimiento. El resentimiento de la burguesía contra la nobleza; el del comunismo contra el liberalismo burgués, y contra la tradición cristiana; el de la nación alemana, vencida en sus guerras con otras naciones europeas, cuyas condiciones para la paz juzgaron humillantes; el de los perdedores de cruentas guerras civiles…

La intensa frustración que acompaña a ciertas pérdidas y fracasos, sobre todo si se va acumulando, también es fuente de agresividad que, contenida a medio o largo plazo, ya sea para conservar una determinada imagen social, ya sea por temores, impotencias o cualquier otra razón, puede enturbiar la producción de actitudes y derivar en la generación de acciones movidas por malas intenciones hacia quienes hayan tenido mejor fortuna.

En estos casos, podríamos decir que el manejo erróneo de la agresividad podría dar lugar a formas sobrevenidas de violencia.

Ahora bien, ¿qué solución puede tener el resentimiento una vez que se ha independizado de los eventos desde los que se originó, convirtiéndose en un componente estable de las actividades de relación de la persona?

Vivir en el resentimiento sin solución, en una actitud bélica contra cualquier ser humano que no sienta lo mismo que uno, traspasando la propia amargura a otros, por muy inocentes que sean en relación con él, tal vez sea una forma de venganza diferida, pero jamás conducirá al sentimiento derivado de creer que se ha hecho justicia.

La solución, siendo difícil, no es otra que reorientarse hacia la propia realización personal, comenzando por volver a poner en marcha los procesos necesarios para adquirir, de forma paulatina, una cierta armonía con el mundo.

Enterrar el hacha de guerra y zanjar las cuentas pendientes, haciendo uso de una cierta generosidad, que solo beneficiará a terceros de modo tangencial, pero que irá directa a solventar el propio problema, no suele ser una mala idea.

Ahora bien, tal proceso requiere un cierto trabajo con la propia identidad personal: reducir el propio orgullo, admitir que uno mismo no es, ni ha sido el único, en pasar por semejante tipo de trance, asumir las pérdidas ocurridas, aprender a perder con cierta deportividad… La reducción de la propia auto-importancia parece fundamental.

Analizar la propia participación en los hechos que dieron lugar al resentimiento, tampoco suele estar de más. Tal vez, uno mismo fuera totalmente inocente en su ocurrencia, pero no está de más, verificarlo, tratando de percibir lo ocurrido con mayor objetividad, teniendo a favor la distancia del tiempo transcurrido.

Asumir la propia participación, fuera la que fuera, e, incluso, explicarla y comprenderla, puede ayudar a desenmascarar los propios errores que, estando ocultos, juegan en contra de la superación del resentimiento.

Por otra parte, es deseable formar una cierta actitud preventiva hacia toda posibilidad futura de generar nuevos resentimientos, tratando de desprenderse lo antes posible de todos los componentes, antes referidos, que pueden generarlo.

Lo contrario, permanecer en obstinado resentimiento, es pura terquedad.

[i] Véase: PINTOR-RAMOS, ANTONIO; Scheller (1874-1928); Ediciones del Orto, Madrid, 1997

3 Comments
  • Ignacio Benito Martínez on 05/04/2016

    En todos los problemas personales, me imagino que hacer un análisis exhaustivo del problema, llegando al fondo de la cuestión, será fundamental, y que cuanto más preciso sea, más se limpia el problema, ¿verdad?
    Otra pregunta: tal como describes el resentimiento, ¿genera estrés y malestar continuo que conlleva una infelicidad perpetua, y que, si no se para a tiempo, cada vez se hace más grande el problema? Gracias por los artículos.

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