Blog de Carlos J. García

El mensaje y el mensajero, las ideas y las neuronas

En última instancia, el mensaje consiste en una idea que un emisor envía a un receptor por medio de un mensajero.

El mensajero es un medio físico capaz de transportar dicha información. Ya se trate de impulsos eléctricos, vibraciones, soportes de vinilo, voz, papel escrito con tinta, etc., la información se codifica adecuándose al medio, o emplea un medio adecuado para que pueda ser transportada.

El cerebro, recibe; ordena; almacena; combina; genera y emite información. Además, él mismo, está constituido de células vivas, interconectadas entre sí, que hacen las funciones de mensajería.

El cerebro es un órgano, y, un órgano, es un medio, un instrumento, que sirve a algún propósito. El propósito del cerebro es procesar información, y, lo hace, mediante la actividad bioeléctrica de sus redes de neuronas.

Ahora bien, esto es lo normal en cualquier actividad natural, e, incluso, yo diría que artificial.

Sin ir más lejos, los genes son instrucciones para el desarrollo estructural y la especificación de la funcionalidad de los organismos vivos, que se transmite hereditariamente. Dicha información, es almacenada a largo plazo mediante el ADN, que es un polímero de nucleótidos.

La información genética se encuentra escrita mediante cuatro “letras”, cuyo orden en las cadenas de nucleótidos codifica dicha información.

Dicho en otros términos, la información genética se sirve del ADN para almacenarse y transmitirse, hereditariamente, por lo que la información es el gen, es decir, el mensaje informativo, mientras que el ADN es su mensajero.

En la actualidad atravesamos una etapa en la que, mayoritariamente, se da más importancia a las neuronas que a las ideas, y al ADN que a los genes, e, incluso, tienden a confundirse, como si solo con ADN, o solo con neuronas, se pudiera entender algo de la naturaleza y de la vida.

En este orden de cosas, hasta podría dar la falsa impresión de que las ideas son productos de las neuronas, o que las estructuraras de los organismos fueran producto del ADN, en vez de serlo de la información que almacenan y comunican, tanto las redes neurales, como las cadenas de nucleótidos.

No sé muy bien, si la corriente de materialismo imperante, es resultado de los fines utilitaristas que abundan en nuestra cultura, o si dicho materialismo, aspira a ser una forma de pensamiento único que lo rija todo, es decir, una idea que se trate de imponer sobre nuestra existencia.

Estas cuestiones tienen un enorme interés, precisamente, en el orden práctico.

Dejando al margen el interesante terreno de la ingeniería genética, por ser un objeto digno de ocupar un enorme capítulo en nuestras preocupaciones, el análisis de estas cuestiones en el ámbito de la psicología humana, no solo es importante, sino que creo que, también, es urgente.

En concreto, en lo referente a los problemas o las alteraciones mentales, la expansión de sus tratamientos mediante psicofármacos crece a un ritmo vertiginoso, mientras, los enfoques y las teorías, psicológicos, parecen ir perdiendo terreno, sobre todo, en cuanto a la solidez de los modelos descriptivos y explicativos que se suelen emplear.

Ahora bien, los psicofármacos producen sus efectos sobre la actividad de las redes de neuronas, es decir, sobre los componentes neurofisiológicos que hacen el papel de mensajero.

Sin duda, operar sobre el mensajero, de rebote, puede producir efectos sobre la información almacenada y procesada, es decir, en el plano psicológico, pero tal modo de acción, no deja de ser indirecto y, en general, mucho menos preciso, que un buen trabajo psicológico cuyo objeto sea la información propiamente dicha.

Por otro lado, el hecho de que, las intervenciones mediante productos químicos, tengan diversos efectos sobre las actividades informativas que soporta el cerebro, no es un argumento sólido que permita sostener que el cerebro se limita a procesar elementos químicos.

El cerebro procesa información mediante sus actividades neurofisiológicas, pero, éstas, generalmente, están supeditadas a dicha información, y no al revés.

Tratar de suplantar la información; las ideas; las creencias; las actitudes; los mensajes; la comunicación; las relaciones personales; la existencia; el «yo»; la sustantividad; la identidad personal, etc., manejando, en su lugar, descripciones o explicaciones neurofisiológicas, es una preterición grave de aquello que es un ser humano, de su constitución, de su naturaleza, y de sus modos existenciales.

En mi opinión, lejos de que la psicología haya sido superada por la psiquiatría biológica, debido a que, el enfoque de esta última, sea mejor, más verdadero, más eficaz o más razonable, que el de aquella, lo que ha ocurrido es que está siendo derrotada, aun antes de que haya podido desarrollarse como cabría esperar de una disciplina imprescindible para el ser humano.

Ahora bien, dentro del sistema de creencias imperante en nuestra actual civilización, encajan mucho mejor, las disciplinas que tratan con objetos materiales, que aquellas otras cuyos objetos son de naturaleza informativa.

Hay muchas ideas, una infinidad de ellas, flotando a nuestro alrededor, y, casi todas ellas, son ideas de cosas materiales, pero las ideas mismas parecen no tomarse como objetos dignos de estudio, al menos, como factores causales de nuestros modos de vida.

Volviendo al asunto de la manera de concebir los problemas personales, las alteraciones mentales, o, simplemente, de entender a un ser humano concreto, rara vez sirve de algo mirarlos bajo presupuestos organicistas o genéticos.

Es más, tengo la convicción de que, cuando se afirma que algún tipo de alteración psicológica tiene una explicación fisiológica de origen genético, esto se hace por defecto. Es decir, se debe a que no se dispone de una explicación alternativa y verosímil, de naturaleza psicológica o existencial, o sencillamente no se investiga lo suficiente.

Hay un hecho interesante, bastante sutil, que se puede constatar en algunas ocasiones, cuando algún psicofármaco, por ejemplo, un antidepresivo, resulta extremadamente eficaz.

Hay personas que, encontrándose con el ánimo deprimido, debido a algún suceso negativo que hayan padecido, se han puesto en tratamiento con determinados antidepresivos muy eficaces. Al cabo de unas dos semanas, su estado de ánimo ha podido mejorar ostensiblemente, y, entonces ocurre algo paradójico.

Se quejan de que el nuevo estado de ánimo lo consideran extraño a ellas mismas. Es como si se les impusiera un nivel de energía, optimismo, etc., que, por no ser natural, no lo pueden sentir como propio de ellas mismas, es decir, lo consideran ajeno y artificial.

Parecen diferenciar bastante bien, el estado orgánico en el que se encuentran debido al fármaco, de aquel que tendrían si su estado fuera congruente con sus propias actitudes, o con los estados producidos por la interacción entre ellas mismas y los hechos de su existencia.

Por otro lado, hay que hacerse la pregunta de si, operando sobre el mensajero, se modifica el mensaje que porta, se destruye, o qué otra cosa puede pasar con él.

Una posibilidad es que, cuando se deja de operar sobre el mensajero, el mensaje vuelva a cobrar actividad y se renueven sus efectos sobre las condiciones de la persona. Al fin y al cabo, si no hay cambios en el sistema de creencias que rige en la persona, no será probable que haya cambios duraderos.

No obstante, hay algunas excepciones a esto último. Si el trabajo farmacológico, opera cambios transitorios en la conducta, cabe la posibilidad de que, a su vez, tales cambios, operen de algún modo sobre las creencias originales de la persona.

También puede ocurrir que las circunstancias personales cambien a lo largo del tiempo que dure el tratamiento, o, simplemente, que se vaya dejando atrás algún suceso relacionado con la producción del estado alterado.

Ahora bien, el objeto central de cualquier modelo teórico que dirima con estos asuntos, no es la fisiología, sino la psicología, del ser humano.

 

 

 

2 Comments
  • Elena on 08/11/2015

    Sí, es verdad que la psicología ha asumido un modelo médico de intervención y en esencia una concepción materialista del hombre como organismo.
    Sin embargo hay ocasiones en las que la psicología aparece como la gran rescatadora del ser humano , con una presencia que parece imprescindible en contextos de sufrimiento muy intenso, por ejemplo catástrofes, accidentes,..
    Esto me sorprende bastante.

    • Carlos J. García on 09/11/2015

      Creo que esa dualidad a la que aludes tiene un trasfondo más general de lo que parece, pues está presente en diferentes disciplinas. Por un lado, parece haber una epistemología institucional, positivista y materialista, marcadamente anti-metafísica, que opera ejerciendo presión sobre las actividades de investigación y de la enseñanza universitaria.

      Por otro, las tareas necesarias para efectuar funciones de investigación y aplicaciones prácticas, implican la utilización de conceptos metafísicos y unos modelos teóricos que se salen por completo de las restricciones positivistas.

      Esto pone a los profesionales en una situación muy incómoda, pues muchos creen que deberían limitarse a pensar, o ejercer su profesión, bajo tales limitaciones, y que, si no lo hacen, no son científicos, rigurosos, etc.

      Lo cierto es que, tratar de ayudar a resolver los problemas humanos que se pueden presentar, en situaciones de catástrofes, o simplemente, en un gabinete de psicología, bajo imperativos materialistas, no es posible.

      La pregunta que nos tenemos que hacer, se refiere a la razón de que exista tal tipo de epistemología institucional, y a qué instancias o intereses obedece.

      Te recomiendo la lectura del libro de Rom Harré y José Miguel Sagüillo, titulado “El movimiento antimetafísico del siglo XX”, en el que efectúan un análisis pormenorizado de estos asuntos.

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