Blog de Carlos J. García

El libre mercado y la defensa de la competencia

El país que más ha destacado en la economía de mercado es USA. En sus comienzos había algunas razones que resultaban suficientes para justificar el famoso sueño americano.

Un país con enormes recursos naturales y grandes oportunidades para que, casi cualquier persona, encontrara algún medio para ganarse la vida, y, que, además, apostaba rotundamente por una economía libre respaldada por el propio Estado. Era un país ilusionante y atractivo para muchísimas personas.

Ahora bien, ¿cuántas generaciones ha durado ese estado inicial de cosas hasta convertirse en un paraíso para los dueños de inmensos capitales y una pesadilla para muchísimas personas desilusionadas?

¿Estamos ante el despertar del sueño americano?

Uno de los pilares fundamentales del liberalismo económico, y, tal vez, el fundamental para caracterizar la esencia del propio liberalismo es la institución del libre mercado.

Se supone que en un mercado libre, los vendedores compiten entre sí, en régimen de igualdad, para ofrecer a los compradores la mejor mercancía al mejor precio.

La clave del funcionamiento de tal sistema radica en que dicha competencia estimulará a los vendedores a mejorar la calidad y el precio de sus productos, de lo cual saldrían beneficiados los compradores.

Se trata de la famosa mejora de la competitividad.

Ahora bien, los vendedores, a su vez, son compradores de bienes materiales (como, por ejemplo, las materias primas) y trabajo, lo cual remite a mercados de otra naturaleza que, por un lado, no entran en relación directa con el consumidor final, y, por otro, se introduce el factor de que quienes venden su trabajo son seres humanos.

En la reflexión que sigue dejaré al margen este último tipo de mercados para centrar la atención en el primero.

Es obvio, que la libre competencia requiere que existan competidores para la venta de sus productos, lo cual es tan importante como para que, de hecho, existan instituciones administrativas del estado destinadas a evitar que se produzcan monopolios. Tal es el caso del Tribunal de Defensa de la Competencia.

No obstante, hay que preguntarse si con el hecho de impedir los monopolios, dejando a dos o más competidores, se asegura el libre mercado.

El término libre, que enraíza todo el sistema de la economía liberal de mercado, puede que no se satisfaga con la simple evitación legal de monopolios en los diferentes sectores productivos.

Pensemos por un momento en los comienzos de cualquier tipo de mercado que se ponga en marcha por vez primera.

En tal caso, los vendedores acudirán a él en términos de igualdad productiva o comercial, entendida en el sentido de que contarán con recursos y medios similares, de manera que es posible que, si unos venden más que otros, será debido a la mejor calidad de sus productos, teniendo costes similares.

En una segunda etapa, encontraremos una distribución estadística normal del conjunto de vendedores, con sus dos extremos: unos pocos vendiendo mucho, y otros pocos vendiendo muy poco.

Ahora bien aquellos que hayan vendido mucho, dispondrán de más recursos económicos que el resto, lo cual, reinvertido en el negocio, producirá un abaratamiento de los costes, una mejora tecnológica, un incremento de personal, o cualquier otro tipo de mejoras que les permitirán competir en una posición ventajosa con el resto.

En este caso, la igualdad inicial del libre mercado, se ha roto y el mercado tenderá a reducir el número de vendedores acercándose cada vez más al monopolio.

Además, si un nuevo vendedor se quisiera incorporar al mercado, para poder competir con aquellos vendedores que más hayan crecido económicamente, necesitará disponer de un capital que se asemeje al de estos últimos, un nivel tecnológico similar, etc.

Es decir, el mercado quedará cerrado para cualquier nuevo vendedor que solo disponga del mismo nivel económico que los primeros que lo iniciaron o que no esté a la altura de quienes hayan subsistido en el mercado desde su inicio.

A lo largo de un periodo de tiempo suficientemente amplio se irán produciendo cada vez mayores diferencias entre los vendedores con mayor potencial económico y aquellos otros que se quisieran incorporar al mercado sin más recursos que los que provengan de algún sector económico exterior o los propiamente personales.

Tales diferencias harán imposible la libre competencia entre quienes ya llevan mucho tiempo en el mercado y aquellos que se incorporaran de nuevas. Además, el propio mercado se habrá modificado expeliendo a muchos vendedores de los que lo iniciaron, lo cual reducirá notablemente el número de competidores.

De forma paralela, no solo habrá diferencias notables de capital entre quienes lleven tiempo en el mercado y las nuevas incorporaciones, sino que mientras aquellos dispongan de un nivel tecnológico muy avanzado, los nuevos carecerán de él, por lo que las condiciones de igualdad de un libre mercado, vendrán dadas por la verificación de los requisitos que impongan los vendedores más antiguos.

De ahí que, entrar de nuevas en un libre mercado, sea extremadamente difícil, y, además, la libertad comercial quedará restringida por las normas que impongan quienes ya están en él.

La consecuencia es que los mercados estarán dominados por las oligarquías que predominen en cada sector, lo cual elimina toda posibilidad de que tenga lugar la libre competencia entre iguales.

¿Qué tendría que hacer un tribunal destinado a preservar la libre competencia en cada rama o sector económicos? Sin duda, tendría que promover la igualdad de recursos entre todos los competidores, y, posiblemente, expeler a quienes acumularan recursos excesivos, en vez de permitir que el mercado expeliera a quienes tuvieran menos recursos.

Dicho en otros términos, las acumulaciones de poder económico en pocas manos, acaban con las condiciones de libre mercado, lo cual genera estados de cosas establecidos como  oligopolios.

De ahí se puede deducir que no es cierta la tesis de que la libre competencia, por sí misma, genere una mejora en calidad y precios de los productos, por cuanto, una vez instalados los correspondientes dominios de los mercados, por los oligopolios correspondientes, serán esos mismos poderes quienes fijen los niveles de calidad y los precios que les convengan, estando a salvo de que se pudieran producir nuevas incorporaciones del exterior que compitieran con ellos.

En definitiva, la libre competencia acaba con la competencia en sí, dejando establecidas estructuras impermeables de mercado que blindan sine die su propia posición oligopólica.

Por otro lado, los requisitos burocráticos, administrativos, legales, etc., que se van acumulando en todos los sectores económicos, por los que se restringe cada vez más la libertad de acceso a los mismos de nuevos sujetos, potencialmente competidores, que, con más frecuencia de lo que pueda parecer, vienen dictados en última instancia a las administraciones públicas por las grandes empresas de cada sector, se acumulan a las condiciones anteriormente expuestas para impedir la libre competencia.

Si consideramos que el libre mercado es algo sustancialmente bueno, será un bien a proteger como tantos otros, lo cual requerirá necesariamente la limitación pública de los poderes económicos que tiendan a su eliminación.

Es obvio que, en la actualidad, tales limitaciones solo se establecen para casos en los que una gran empresa está al borde de monopolizar un mercado, por lo que se protege a otra gran empresa (o poco más de una) para que continúe su presencia en el mercado, de forma que haya algo de competencia entre ellas, pero nada más.

Así, el poder de las grandes empresas ha alcanzado niveles desorbitados, quedando a sus expensas, en la práctica, la hegemonía del funcionamiento económico de cualquier sociedad.

¿Qué libertad económica es esa? ¿Acaso no se acaba pareciendo mucho a los sistemas económicos de los regímenes comunistas en los que el estado funciona como monopolio en cualquier sector económico de la sociedad?

De cara al ciudadano, las diferencias entre los oligopolios privados y el monopolio estatal con diferentes áreas sectoriales, no se diferencian mucho en materia de acumulación de poder económico en pocas manos.

Como en tantas otras materias, lo sensato sería buscar sistemas que conserven el equilibrio económico en aras del bien de la propia sociedad.

Permeabilidad de los mercados; establecimiento de mínimos requisitos legales o administrativos de participación; apoyo a los emprendedores que inicien su actividad económica; impuestos progresivamente mayores según el volumen de actividad…, son muchos los modos por los que la economía se podría poner al servicio de la sociedad en vez de estar al servicio de los grandes capitales.

Tal vez, lo que ha ocurrido en USA, en poco más de un siglo, ha sido que ese sistema de libre competencia ha muerto de éxito. Ya tiene sus escasos ganadores finales y una gran legión de perdedores por lo que la evolución del sistema ha concluido y la competencia se ha acabado.

Es posible que el sueño americano se esté desplazando hacia las denominadas economías emergentes, que progresan por el mismo camino inicial de la economía de libre mercado, si bien, sería conveniente que tomaran ejemplo, para no cometer los mismos errores para la población general, ni los mismos aciertos para los grandes capitales.

Esos mismos estados puede que aun conserven la posibilidad de poner algún freno a las acumulaciones de capital en pocas manos, pero, sobrepasado un cierto punto crítico, serán los grandes capitales los que gobiernen esos mismos estados en su propio provecho.

De eso, ya vamos sabiendo algo en el viejo mundo, y, hasta es posible, que cundan los populismos a ambos lados del Atlántico como una de las lamentables consecuencias de los excesos del capital y los defectos de las personas.

Por otro lado, aplíquese el mismo esquema de razonamiento al análisis del régimen político de la democracia de partidos, al poder que acumulan, a su impermeabilidad, etc., etc., y tendremos algunas explicaciones del descontento actual de la población por duplicado.

2 Comments
  • Maria Miquel Casares on 09/03/2020

    Hola Carlos. Me ha gustado mucho encontrar este artículo, pero que desilusión. Quiza influida por Ayn Rand y su visión tan romantica del liberalismo y el capitalismo habia pensado que la economia de libre mercado podía tener la clave para lograr una sociedad mas libre donde un Estado menos intervencionista no aplastara la iniciativa empresarial o dirigiera el mercado a sus anchas. Pero ya veo que no. Ni lo uno ni lo otro. La Historia así lo está mostrando. Quizá la virtud se encuentre en un equilibrio entre libertad e intervencionismo …algo que tampoco parece muy frecuente en la Historia del Ser Humano. Parece que la tendencia a concentrar poder acaba pervirtiendo personas y sociedades …y por un lado o por otro…la historia se repite.
    Un saludo y muchas gracias por tus artículos. Cuando veo que entra en mi correo electronico un mensaje de autoriamedinaceli ya disfruto solo de pensar que, cuando tenga un rato de tranquilidad, me espera algo bueno que leer.

    • Carlos J. García on 17/03/2020

      En mi opinión, no es tan difícil como parece hacer la economía función del hombre y no poner al hombre al servicio de la economía. El primer enfoque se corresponde con nuestra cultura y el segundo con la protestante. Hay que recuperar reflexiones antropológicas que se han enterrado hace mucho tiempo.
      Un saludo.

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