Blog de Carlos J. García

El globalismo anticristiano

Gran parte de la población española percibe los ataques izquierdistas al cristianismo como si tuvieran la intención de resucitar la guerra civil y, no termina de entender que, las demoliciones de las instituciones cristianas puestas en marcha, por los gobiernos de Felipe González, las altas jerarquías del clero moderno desde el Concilio Vaticano II, Zapatero, el gobierno de Sánchez, los comunistas, los liberales, etc., se destinan a un fin mucho más inquietante, que consiste en erradicar el cristianismo de la faz de la tierra.

La profanación de la sepultura del cadáver de Franco en el Valle de los Caídos, efectuada por el gobierno Sánchez en octubre de 2019, su exhumación y subsiguiente inhumación en el cementerio del Pardo y, la continua amenaza de derribar la cruz más alta del mundo, ambos atentados vistos conjuntamente, a pesar de estar en línea con sus ansias de dar un giro final al resultado de la guerra del 36-39, van más allá de este propósito.

Esa mal llamada Guerra Civil, fue debida a la resistencia, efectuada por gran parte del pueblo español y parte de su ejército, frente al genocidio causado por el comunismo contra la Iglesia y la población católica.

De hecho, la característica fundamental del general Franco expuesta en cualquier biografía fidedigna, fue su ejemplar cristianismo. Obviamente este dato no se menciona en ninguna de las leyes de memoria histórica ni de memoria democrática.

En EEUU y otros países de América, en el siglo XXI, se derriban estatuas de las figuras más relevantes implicadas en el descubrimiento y la evangelización cristiana de sus poblaciones efectuada por los españoles, y muy especialmente por San Junípero Serra, franciscano español (1713-1784), fundador de nueve misiones en California.

En muchos países en Asia y África se persigue a los cristianos, a nivel muy alto o extremo, a razón de 2 de cada 5 cristianos en Asia y 1 de cada 5 en África, y, en Sudamérica, a razón de 1 de cada 15.[i] En síntesis, el cristianismo está siendo exterminado en pleno siglo XXI.

La cuestión es ¿por qué? ¿Tan importante es ser cristiano?

 

 

Cuanto más avanza y más se acelera el complejo cambio radical que se impone sobre las poblaciones de Occidente (y más que en ninguna otra sobre la española), nos vamos percatando de la destrucción metafísica de la realidad, del ser, de la verdad y del bien. Se trata de un ensañamiento contra las creencias reales que cimentaron nuestra cultura, a las que pretenden sustituir por una variedad de irrealidades, tan absurdas,  que están cada vez más cerca de ocasionar una grave psicopatología colectiva por vaciamiento de realidad.

Es tan brutal lo que está ocurriendo que no queda otra opción que cotejar, estas intensas formas de irrealidad, con aquel sistema de creencias que levantó nuestra civilización y que desde el inicio de la era moderna quieren destruir.

El problema que se plantea y que es necesario resolver consiste en analizar, el monto de realidad que portaba el sistema de creencias tradicionales, en comparación con el que nos ofrece el sistema ideológico que tratan de imponernos.

¿Era más real el sistema de ideas y creencias del cristianismo de lo que se nos ha dado a entender desde las revoluciones francesa y americana del siglo XVIII?

¿Era ese sistema más real que el sistema contemporáneo de conocimientos y creencias?

El asunto es tan grave que, de confirmarse que fuera así, que el cristianismo (en su enorme amplitud conceptual, metafísica, sociológica, histórica, religiosa y política), era un sistema de creencias muy superior en términos de verdad a la actual ideología y, también, en sus dimensiones más útiles para las poblaciones constituidas por él, deberíamos revisarlo en toda su extensión y profundidad, lo cual abre un enorme campo de trabajo, desde su dimensión paradigmática hasta los aspectos más propios de salvaguarda de la vida y de la salud mental del ser humano.

No obstante, ya hay multitud de autores que están trabajando en este campo y que están aportando pruebas incuestionables de la vinculación entre cristianismo y realidad. Además, es tan grotesca la comparación, de la modernidad/posmodernidad con el cristianismo, que casi cualquier evidencia, de la enorme cantidad que existen, sitúa a la época en la que estamos viviendo en un grado ínfimo y miserable de realidad, lo cual apunta a la destrucción de la propiedad más significativa del ser humano como “animal de realidad” en términos de Xavier Zubiri.

El cristiano era y sigue siendo (para aquellas minorías que todavía tienen esa constitución antropológica) un ser extremadamente formado en términos de su realismo constituyente y de su existencia verdadera.

El subjetivismo, el racionalismo, el empirismo, el materialismo, el hedonismo, el liberalismo, el escepticismo, el positivismo, el marxismo, el capitalismo y tantas otras invenciones originadas en los variados protestantismos o derivadas de ellos, surgieron, en gran medida, como  modalidades de ataque “intelectual” con una finalidad común que fue la destrucción del cristianismo.

De hecho, cuando uno se ve a sí mismo siendo subjetivo, racionalista, empirista, materialista, hedonista, liberal al estilo de John Locke o David Hume, escéptico, positivista, marxista, capitalista, etc., lo más probable es que su autoestima se vea hecha añicos ya que caerá en la cuenta de que se encuentra diluido en la más absoluta irrealidad. Es decir, nada.

Ahora bien, como expuse en el artículo publicado en este mismo blog, ¿En qué época estamos viviendo? las cuatro eras de nuestra civilización occidental, estarían más claras de ordenarse en los siguientes términos: 1. Pre-cristiana; 2. Cristiana; 3. Anti-cristiana y 4. Atea. Esta última, en una forma de ateísmo tan violento, que hay autores que la denominan como “Anti-Dios”.

Son, sin duda, más esclarecedoras que las que se emplean habitualmente: 1. Antigua; 2. Media;  3. Moderna;  y 4. Contemporánea. (Clasificación debida al historiador alemán Cellarius en la era moderna).

No obstante, también se debería considerar, como una mejor ordenación de las diferentes eras, la propuesta por Pío Moa[ii], denominadas: Edad de formación; Edad de supervivencia; Edad de estabilización; Edad de expansión; Edad de apogeo y Edad de decadencia.

 

El problema es que muy pocas personas cristianas católicas conocían suficientemente el cristianismo. Tal vez sus enemigos más encarnizados lo conocieran y lo conozcan mucho mejor.

Ni los que fuimos educados en él lo descubrimos más allá de sus rituales, costumbres o catecismos infantiles. Ahora bien, la atmósfera en la que nos formamos nos aportó una mentalidad que evidencia nuestra procedencia. Hay muchos cristianos que no saben que lo son.

Con esa minúscula formación, la mayoría no hemos tenido casi ninguna defensa intelectual frente a la leyenda negra contra la religión y cultura, católicas, que es todavía más intensa y peligrosa que la leyenda negra[iii] contra España.

A este respecto debemos decir que, si la leyenda negra se cebó y sigue cebándose contra España con una intensidad desconocida e incomparable a cualquier otra, en gran medida se ha debido a su constitución como nación cristiana por excelencia.

La era cristiana absorbió, una parte considerable del judaísmo, lo mejor de la cultura griega, lo bueno de la romana y, obviamente los evangelios cristianos. Todo lo cual, organizado, unido y depurado de posibles incoherencias, cristalizó en un enorme sistema de referencia de sabiduría, teórica y práctica, que fue exportado desde Roma  a gran parte del resto del mundo, con el esfuerzo titánico y enorme sacrificio de monjes misioneros.

Los misioneros, partiendo de Egipto, en unos ocho siglos cristianizaron Irlanda, Inglaterra, Flandes, Holanda, Baviera, Frisia, Hesse, Turingia, Germania, Sajonia, Escandinavia, Bulgaria, Rusia, Hungría, Bohemia, Polonia, las regiones del Báltico, etc., y, desde el comienzo del Imperio Español, llegaron a los territorios de ultramar expandiendo el cristianismo prácticamente por todo el mundo. Tal vez se pueda decir que la primera globalización fue la cristiana, si bien, con los pocos medios de comunicación, transporte y difusión con los que contaban, la enorme energía empleada en ese empeño denota una fortaleza de sus creencias que, a día de hoy, es difícil de imaginar.

Tales creencias les impulsaron a transmitir el espíritu cristiano de paz y amor universal, no solo mediante catequesis sino, sobre todo, con el buen ejemplo, la entrega de comida a los hambrientos, la cura de los enfermos, el refugio a quienes lo solicitaban, el rescate de los secuestrados (sobre todo por el Islam), etc. Todo esto y mucho más fue la era cristiana.

Resulta inadmisible que a esa Edad Media se la haya tildado de Edad de la Oscuridad por sus enemigos modernos.

Se entiende fácilmente que los protestantes de cualquier índole subjetiva odiaran el cristianismo tradicional que ahora se denomina catolicismo, tras la explosión de las sectas protestantes, que también se denominan, en mi opinión, erróneamente, “cristianas”.

También se puede comprender que el liberalismo al que accedió el protestantismo calvinista también odiara al cristianismo.

Además, también se entiende a la perfección el odio de las burguesías de la Revolución Francesa y posteriores hacia el cristianismo.

Y, por último, en esta cadena de odios, también se entiende que el comunismo (ya esbozado por Graco Babeuf en el primer manifiesto comunista[iv] publicado en plena Revolución Francesa y, también, por el giro dado hacia el comunismo por el clérigo insumergible Fouché[v]), el socialismo, el anarquismo y demás izquierdas de todo pelaje, odien el cristianismo.

Tanto odio, fundó los antecedentes de la destrucción de la Iglesia de Roma, sobre todo por medio de su infiltración[vi] y el posterior acceso al papado de los progresistas, Juan XXIII, Pablo VI y el actual Francisco.

Lo que no se entiende tan claramente o no se puede explicar de un modo tan inmediato es que, en plena actualidad, el cristianismo sea mayoritariamente despreciado por la población occidental.

Hasta tal punto se desprecia, que a muy pocos parece interesarle esa enorme cultura, compleja, exhaustiva y penetrante en la formación humana, que precedió a todo lo que vivimos desde la implantación del régimen progresista en Occidente.

Es obvio que, precisamente por ese desprecio, a casi nadie le interese conocer aquella cultura religiosa que dio lugar al mundo actual, desde el mismo momento en que se empezó a fabricar artificialmente mediante la inversión de todos los principios cristianos.

No obstante, el progreso y el progresismo no se refieren a una misma realidad. Mientras el progreso es la mejora en todos los ámbitos a los que se refiera, el progresismo es un término que se encuentra estrechamente vinculado a la modernidad. El cristianismo fue progreso, la modernidad progresismo, y el actual globalismo el fondo de la absoluta decadencia de nuestra civilización.

Carlos Valverde define la modernidad del siguiente modo:

«Se entiende por Modernidad… el proceso de secularización o laicización, es decir, la ruptura y el progresivo distanciamiento entre lo divino y lo humano, entre la revelación y la razón, o, si se prefiere, la lenta y sucesiva sustitución de los principios y valores cristianos, que habían dado unidad y sentido a los pueblos europeos durante al menos diez siglos, por los valores pretendidos por la razón pura.» (p. XIII)[vii]

De ahí se desprende que dicho cambio implica una era en la que prevalezca una concepción atea del mundo, y por lo tanto, se piensa equivocadamente que cuanto más ateos seamos, más habremos progresado, o viceversa.

Por otro lado, la razón pura es un concepto vacío de contenido, ya que todo razonamiento discurre a partir (y dentro) de un sistema de creencias, muchas de ellas indemostrables o no sujetas a esa misma razón. Debido a esto, hay muchos modos de razonar en dependencia directa del sistema de creencias en el que discurre.

La clave para distinguir tradición y modernidad no radica, por tanto en el peso de la razón (supuestamente menor en la tradición) frente al peso de las creencias, sino en que, en aquella, mayoritariamente se creía en Dios, y en ésta se destruye o intenta destruir dicha creencia.

El cristianismo filosófico, en su dimensión teórica, es uno de los enfoques sistemáticos menos conocido. Por regla general, solo los grandes teólogos de la historia cristiana y algunos filósofos católicos profundizaron en él y desentrañaron su intrínseca complejidad.

No obstante, su contenido fundamental, nunca formó parte de la predicación religiosa del cristianismo tradicional. Cuanto más se trataba de extender a grandes poblaciones, más superficialmente debía predicarse, lo cual implicaba, para la inmensa mayoría de cristianos, el reconocimiento del principio de autoridad de las jerarquías doctrinales.

Desde su principio fundamental, que es la admisión de un único Dios verdadero, el cual incluye la transmisión de la idea de Dios —que quizá sea la más difícil de aclarar de todas cuantas existen—, y, también, el término “verdadero” que se refiere a que dicha idea se refiere a una realidad, conexión necesaria para que el potencial creyente pueda creer efectivamente.

Ante dicha dificultad, el cristianismo trató de fundar la expansión de dicha creencia al situarla como el principio explicativo de las acciones excelentes de santos, beatos, mártires, predicadores, etc.

Personas cuyo heroísmo, firmeza, convicción, bondad y capacidad de sacrificio por la humanidad, eran grandes ejemplos de que dicha creencia era, necesariamente, verdadera, a la vista de la materialización de sus efectos en quienes se constituían, vivían y morían por ella.

Sin embargo esa dimensión personal no hubiera sido suficiente para la promoción de dicha creencia principal ya que, además, esas personas virtuosas, seguían una doctrina concreta, moral y ética, que, vista dentro de la historia, era una auténtica revolución frente al barbarismo precedente. De ahí que el cristianismo fundara una civilización nueva y un salto en el progreso de la humanidad.

Así, Dios creador del universo, había transmitido un logos por medio de Jesucristo que era congruente con su voluntad creadora, consistente en promover la armonía, la paz, la hermandad y el amor entre los hombres, siendo, además, todos iguales ante sus ojos, todo lo cual era una novedad imprevista e imprevisible.

De este sistema, perfectamente congruente, filosófico, sociológico, político y, sobre todo, metafísico, se podía inferir, sin grandes dificultades, su auténtica dimensión religiosa y, por tanto, la existencia de ese único Dios verdadero y, por supuesto, infinitamente bueno.

Por lo tanto, de la construcción del sistema de pensamiento cristiano, se derivaba una religión práctica que emanaba desde una dimensión divina y que incluía modos de trascendencia, no solo temporales sino entre todos los estratos de la realidad. Dios, la naturaleza, el hombre, el alma, el ser, la verdad, la vida, la sociedad, la conciencia, la política, etc. Sin ser perfecto, como todo lo humano, no estaba nada mal.

El cristianismo, por lo tanto, incluía la erradicación de múltiples errores pasados, presentes y futuros, siendo una doctrina completa para el ser humano, que ya no tenía que preocuparse ni por su vida ni por su muerte. Sentaba un optimismo insuperable, era puro progreso, formaba a las personas del mejor modo posible, unía a la humanidad sin distinciones de ningún tipo, etc., y, sobre todo procuraba situar a psicópatas y sociópatas, caciques y gerifaltes, abusadores y criminales, tiranos y estafadores, etc., en una posición muy inferior a la que previamente habían tenido.

El ser humano se liberaba de la esclavitud y el sometimiento, al que había sido sacrificado por todos aquellos que disfrutaban del poder, siempre conferido por la debilidad de sus propios súbditos. Dios estaba muy por encima de los tiranos. Creer en Él era la libertad.

No deja de ser curioso que la revolución más relevante que dio lugar al mundo contemporáneo, la Revolución Francesa, adoptara el lema de “igualdad, fraternidad y libertad”. Exactamente lo que estaba destruyendo al demoler el cristianismo. No se debe olvidar que el genocidio practicado por los revolucionarios burgueses o liberales se efectuó con el fin de destruir el cristianismo y las instituciones cristianas, políticas, religiosas y sociales, todo ello tachado como contrarrevolucionario.

Además, vale la pena que se eche una mirada al globalismo bajo la perspectiva de ese falso lema: se trata de su inversión manifiesta.

No obstante, si repasamos la historia, de Occidente, parte de Oriente Próximo y parte de América, siempre encontramos el mismo objetivo a destruir por quienes ambicionan el poder, que es el cristianismo, ya sean los revolucionarios internos o los enemigos externos.

El islamismo, el judaísmo, los herejes, los revolucionarios protestantes, los ilustrados, el liberalismo, el comunismo, el anarquismo, el socialismo, el nazismo, diversos nacionalismos, el progresismo, el globalismo, los Papas traidores (como Juan XXIII,  Pablo VI y  Francisco) etc.

De ahí que la cristiandad haya tenido que defenderse de tantísimos enemigos a lo largo de su historia[viii]. De hecho el poder parte de una condición irracional del sujeto que aspira a él, lo cual elimina toda racionalidad en su ejercicio y tiende a ser demoledor.

Ahora bien, es muy importante la distinción entre una religión y una ideología. Mientras el cristianismo es religión, la inmensa mayor parte de sus enemigos se apoyan en ideologías, la mayoría de las veces mutantes, con múltiples incoherencias, a lo largo de su devenir.

El poder, como en el caso paradigmático del marxismo, esgrime una ideología que parece sólida pero hemos visto como la cambia cuando le conviene a ese mismo poder.

Algo parecido se está haciendo en el Vaticano que revolucionó toda la dogmática cristiana de muchos siglos en el Concilio Vaticano II, emprendido con el Papa Juan XXIII y concluido en el papado de Pablo VI. Es obvio que dicho cambio se justificó como una adaptación a la modernidad, lo cual, en sí mismo, equivalía a la destrucción de la religión cristiana y su sustitución por otra cosa completamente opuesta, superficial, hipócrita, nauseabunda y mera ideología integrada en el globalismo.

 

La característica más relevante de las ideologías consiste en que se construyen contra algo. Son belicistas, no defensivas, sino agresivas. Contienen actitudes de odio hacia uno o más objetivos, ciertos o figurados, que son producto de juicios o prejuicios de valor que impregnan a esos objetivos de una malignidad muy intensa.

Primero, el poder declara que algo o alguien, es maligno. Luego esa malignidad activa actitudes de odio hacia el objeto de la misma. A continuación, se establece que esa entidad maligna es responsable de un enorme daño a la humanidad que no forma parte de ella, por lo cual se convierte en víctima, y, por último se pone en pie de guerra a esa parte de la humanidad, cuya condición de víctima legitima la utilización de cualquier medio para defenderse del agresor.

A dicho esquema se agrega una praxis revolucionaria proactiva para acceder a una nueva construcción sociológica ideal que sustituya al estado de cosas previo debido al sujeto malignado. La lógica que se aplica para llevar a cabo esa novedad sociológica conlleva, al menos, dos aplicaciones: la negación de cualquier validez de aquello que se quiere cambiar, y la inversión completa de todos los componentes que contuviera el sistema precedente.

De ahí se desprende que, lo que se quiere cambiar, es el mal absoluto y, lo que se quiere implantar es el absoluto bien.

Una vez fijado ese dualismo judicativo, la disposición revolucionaria elige los medios materiales para llevarlo a cabo.

En esa fase se produce la materialización de la revolución que consiste, ni más ni menos, en que todo vale para conseguir el objetivo revolucionario.

Se trata de la norma maquiavélica por la que «el fin justifica los medios», lo cual benigna cualquier acción que se haga fundada en el indiferentismo moral absoluto, lo que equivale a la supresión del bien y del mal. Cualquier acción es válida si con ella se sirve a la revolución y la consecución de sus últimos objetivos.

Es tan grande ese supuesto bien que se persigue y el supuesto mal que se destruye que cualquier medio que se emplee para conseguirlo, por atroz que sea, siempre será “mejor” que el supuesto mal que se destruye y el supuesto bien que se consigue al destruirlo.

De ese modo, las acciones revolucionarias sacrifican cualquier principio real, empezando por el principio de la verdad, y eliminando las nociones de bien y de mal al hacerlas depender de la subjetividad revolucionaria y por tanto, privándolas de su natural universalidad.

Los papeles que cumple una ideología como herramienta al servicio del poder son:

 

La justificación aparente de sus acciones y operaciones.

La eliminación del adversario.

El proselitismo político y la demagogia.

El control social.

La crítica destructiva de sistemas de creencias reales.

La privación social de realidad y la reproducción y ampliación de la irrealidad social.

El desarrollo y control de la tecnología en su mayor parte al servicio del poder.

La apropiación indebida de recursos económicos.

La demolición, mediante revoluciones, de culturas desarrolladas con fundamento real.

Su propia trascendencia y conservación intergeneracional.

 

Por lo tanto cualquier sistema de creencias y determinantes ideológicos es: 1) anti-real y 2) adversario de otros sistemas que organizan la misma población a la que quieren controlar.

Si analizáramos la construcción, aparte las ideologías evidentes, de algunas de las supuestas religiones y sectas más relevantes, seguramente llegaríamos a la conclusión de que, lejos de ser religiones, se trata de ideologías encubiertas envueltas en un halo de espritualidad.

Hay multitud de movimientos históricos de extrema relevancia que se ciñen, en gran medida, a dicha noción de ideología: Las revoluciones protestantes, especialmente, el luteranismo y el calvinismo, el liberalismo, el comunismo, el nazismo, el anarquismo, los segregacionismos, el islamismo, etc.

Entre los hechos destacados, no debemos olvidar las revoluciones modernas, inglesa, americana y francesa, la bolchevique, la china de Mao, la independencia de las colonias británicas en Norteamérica, y de las provincias españolas de Centro y Sudamérica. Las guerras napoleónicas, y su invasión de España, etc. La lista resulta interminable.

Sustituir una religión por una ideología es una estafa descomunal que se le hace a una población creyente y, si esto se efectúa a nivel global, se trata de provocar una enorme decadencia, degeneración y debilitamiento de la humanidad en la medida en que sea engañada, corrompida, sobornada, esclavizada, chantajeada o destruida.

Su único freno es la defensa a ultranza de la realidad y, para quienes sean más o menos creyentes, la defensa a ultranza del cristianismo previo al año 1962. Tal vez deberíamos pensar en volver a llenar las iglesias y las catedrales antes de que sean voladas legalmente por alguna otra ampliación de las leyes de memoria histórica y democrática.

O tal vez esa voladura la tengan pensada, a modo de fuegos artificiales,  para el festejo de la ascensión al trono (emulando el circo que montó Robespierre)  el día del estreno del primer reinado plutocrático sobre lo que quede de humanidad.

Por último he de decir que la apología del cristianismo efectuada en el presente artículo no pretende encubrir, en absoluto, ninguna de las irregularidades, errores o pecados que hayan sido efectuados, por cualesquiera de las gentes y personas, que se hayan comportado mal dentro de la cristiandad, de muchos de los cuales somos conscientes. Esas, se trata de maldades dentro de un buen sistema, igual que hay bondades dentro de un sistema pésimo como es el que rige a día de hoy.

 

[i] Datos de puertasabiertas.org

[ii] MOA, PÍO; Europa. Una introducción a su historia; La esfera de los libros; Madrid, 2016

[iii]  Al respecto, ver JUDERÍAS, JULIAN; La leyenda negra y la verdad histórica; Madrid, 1914

[iv] BABEUF, GRACCHUS; El manifiesto de los plebeyos y otros escritos; trad. Victoria Pujolar; Ediciones Godot; Buenos Aires, 2014

[v] ZWEIG, STEFAN; Fouché. Retrato de un hombre político; trad. Carlos Fortea; Random House Mondadori, S.A., Barcelona, 2003

[vi] DE LA CIERVA, RICARDO; La infiltración. La infiltración marxista y masónica en la Iglesia española y Universal del siglo XX; Editorial FENIX; Madrid, 2008

[vii] VALVERDE, CARLOS; Génesis, estructura y crisis de la modernidad; Biblioteca de Autores Cristianos; Madrid, 2011 (Seg. Ed.)

[viii] Como dijo Ramiro de Maeztu, “Ser es defenderse”.

12 Comments
  • Francisco Lozano on 31/03/2022

    Que gran artículo Carlos. Gracias

  • Francisco J. Guerra on 01/04/2022

    Qué artículo más interesante.
    Al igual que lo otros dos artículos anteriores a propósito de la guerra de Ucrania, que ayudan a pararse un poco a pensar sobre la visión que quieren que tengamos desde dentro de Europa y especialmente desde España y cuestionarla.
    Muchas gracias.

    • Carlos J. García on 08/04/2022

      Me alegro de que, estos tres últimos artículos te hayan resultado de utilidad. La atmósfera que venimos padeciendo se ha exacerbado hasta generar un clima irrespirable para cualquier persona que tenga un poco de sensibilidad y sentido común.
      Muchas gracias por tu comentario.

  • Ignacio Benito Martínez on 04/04/2022

    A mi me gusta más este artículo que los anteriores. La saña, la violencia con la que se ceban con el cristianismo es brutal. Quieren dejar al cristianismo y dejarles como una panda de timadores que lo único que quiere es el poder. Evidentemente hubo algunos que sí querían el poder, pero fueron unos pocos.
    La ideología progre trata de igualar todo, y decir que toda la gente busca vivir bien, el dinero y el poder. Nadie piensa ya en la verdad, ni en la honradez, humildad, etc.
    Bueno, una sociedad sin gente honrada no se sostiene. Si todas las personas van a engañar a otras personas, la gente se dará cuenta de que es todo un engaño, nadie se fiará de nadie, no existirá colaboración alguna; y así, es imposible que una sociedad prospere, que salga adelante.
    Sin un ápice de honradez, la sociedad no hubiera llegado a la actualidad. Se quiere vender que todos somos iguales, ladrones y trabajadores, asesinos y metafísicos…
    La miseria económica que padecemos no es si no una consecuencia de la miseria ideológica que nos gobierna, que dice del ser humano que todos son unos corruptos, unos mentirosos, unos malvados y que no pensamos mas que en la pasta, el poder y demás.
    El cristianismo se extendió con mucho esfuerzo, buscando el bien, la honradez y el conocimiento de la realidad.
    El progresismo se extiende con muchas ganas, y con unos medios de manipulación brutales, derivados de los medios de comunicación.
    El esfuerzo que están poniendo en acabar con la realidad, sí que parece resultarles de la misma trascendencia que el que están desarrollando en acabar con el cristianismo.

  • Nacho on 06/04/2022

    Me gusta mucho este artículo. Es muy bueno. Comento algunas ideas en plan telegrama.
    01. Creo que la gente no sabe lo que se pierde despreciando el cristianismo. No lo conoce. Nada tiene que ver con los dogmas y rituales católicos y mucho menos con lo que se dice de él.
    02. No se trata de que en la modernidad haya una pugna entre ‘revelación y razón’ como dice Valverde. La razón por sí sola (conocimiento de la realidad) revela la existencia de una dimensión informacional (espiritual), la existencia de un Dios presente en todo y como consecuencia, unos claros y objetivos principios morales. Santo Tomás y Spinoza son muy convincentes en esto tan sólo usando la razón. La razón refrenda al máximo las creencias y valores cristianos (que no católicos) y llega a ellos directamente sin revelación alguna.
    03. Creo que la inmensa mayoría de católicos tradicionales creen en Dios de forma funcional. Como consuelo, refugio, ayuda y muchas veces abdicando de la propia responsabilidad de tomar decisiones. Pero aún así es una idea muy peligrosa para el poder pues, en la medida en que la gente crea en él, menos teme al poder y menos manipulable es.
    04. Por lo tanto comparto contigo que es esencial para un poder que quiere lacayos obedientes, eliminar la idea de Dios (especialmente si está vinculada a una institución de poder que compite con el secular).
    05. Pero es todavía peor. Con independencia de la idea que cada creyente tenga de Dios, hay otro pilar que independiza aún más al ser humano de cualquier poder: creer en uno mismo (vivir la vida desde la propia razón). Y ese es el que atacan realmente al perseguir el cristianismo. Aquí pondría el ejemplo sin duda de Sócrates.
    06. En el sentido que decía antes, Jesús no tiene que ser el hijo de Dios, ni hacer milagros, ni ser un profeta elegido y mucho menos la víctima de un sacrificio en favor de un Dios muy cruel que a cambio perdonaría nuestros pecados.
    07. ‘Cristianismo’ es un sistema de creencias real transmitidos por Jesús que sintetiza espectacularmente bien corrientes filosóficas anteriores, también muy acertadas.
    08. Armonía, paz, amor universal, igualdad real no son más que conceptos que derivan de la auténtica esencia del universo. El ser humano se encuentra perdido sin un sentido, pues se lo exige su consciencia. Y por ello o se gregariza buscando la protección del grupo, como ahora, o se encumbra en su verdadera naturaleza real. Esto último es para mí el cristianismo. No tanto una confesión religiosa como un sistema físico y metafísico (materia e información) que juntos y solo juntos puede describir la realidad.
    09. Este es finalmente el motivo por el que es tan perseguido: crea seres humanos inmunes al miedo. Aspecto vital para que el poder sobreviva y crezca.

    Felicidades por este magnífico artículo y disculpa la longitud del comentario.
    Un abrazo Carlos

    • Carlos J. García on 08/04/2022

      Para ser escrito en modo telegráfico no está nada mal.
      Sin ninguna duda, el cristianismo aporta al ser humano la más clara estructura real conocida. Sus principios son los principios reales y, por lo tanto, la única resistencia sólida frente al anti-realismo.
      En líneas generales estoy de acuerdo contigo. No obstante, en lo que se refiere a la figura de Jesucristo, que expones en el punto 6., “En el sentido que decía antes, Jesús no tiene que ser el hijo de Dios, ni hacer milagros, ni ser un profeta elegido y mucho menos la víctima de un sacrificio en favor de un Dios muy cruel que a cambio perdonaría nuestros pecados.”, no comparto del todo tu interpretación. A mí me parece que:
      1. Es un ejemplo de ser humano que, con lo que dice y lo que hace, traslada a la humanidad un buen modelo a seguir, que, como tú mismo dices, transmite un sistema real de creencias. No obstante, no es mera emulación de Sócrates (Platón) aunque es congruente con él.
      2. La noción de sacrificio o de sufrimiento va mucho más allá de un padecimiento. Si nos fijamos bien, hoy en día se ha sustituido por un hedonismo materialista que bloquea toda posibilidad de desarrollo de cualquier ser humano, y, por tanto, bloquea la realización. No conozco a nadie que haya madurado que no haya pasado por etapas de sufrimiento.
      3. Es ejemplo de sacrificio por una buena causa, más allá de la esfera subjetiva del individuo, pero es que una vida cobra sentido cuando se orienta a un fin superior a ella misma Vivir por vivir, sin un propósito que aporte algún buen fin a la vida, se concreta en una vida sin sentido (esto ya lo dijo Ortega).
      4. Entiendo que la idea que subyace al “Hijo de Dios” se refiere metafóricamente, a que Dios se muestra fielmente a través de Él, de su palabra y de sus actos. Se trata de ser su mejor intérprete. Luego se dirá que todos somos hijos de Dios (pero me parece que unos lo son más que otros).
      5. En cuanto a los milagros, ya sabes que hay un libro de C. S. Lewis titulado “Los milagros” que no tiene desperdicio racional.
      6. No se trata de “un sacrificio en favor de un Dios muy cruel que a cambio perdonaría nuestros pecados”, sino que su existencia como ser real ante los malos de turno le cuesta el sufrimiento y la vida. Es decir, si existes como ser real, te harán sufrir y posiblemente te matarán, pero eso vale la pena. Lo contrario sería padecer una vida sin realidad, lo cual no vale la pena.
      7. En cuanto a su función como profeta, lo cierto es que la doble previsión de lo que le pasará a la humanidad, si sigue su ejemplo, o, por el contrario, lo toma como contraejemplo, no puede ser más acertada. Actualmente lo tenemos a la vista y lo padecemos a diario.
      En fin, creo que, desde cierta perspectiva, tenía toda la razón. Por otro lado, solo aclarar algo acerca de la filosofía socrática y su extensión al estoicismo. La escuela estoica, una de las que sucedieron a Sócrates y que tuvo un predominio filosófico hasta bien entrada nuestra era, por ejemplo, en la figura de Plutarco, contó entre otros autores cuya obra ha llegado a nuestros días, con la figura de Séneca. Este autor es de los primeros en abordar el asunto de la locura general que atribuye a la falsedad.
      Decía Séneca en el siglo I de nuestra era (Epístolas morales a Lucilio, 94): «Entre la locura general y la otra cuya curación se confía a los médicos, la diferencia está en que la segunda proviene de una enfermedad y la primera de opiniones falsas; una debe la causa de su frenesí a la enfermedad corporal, la otra es una enfermedad del alma.»
      Así, el acceso a un cierto nivel de sabiduría es un aspecto crucial en la filosofía clásica que parece tener, sobre todo, una finalidad terapéutica y su ejercicio se considera plenamente saludable. La combinación de unos principios existenciales de carácter real, como los socráticos o los estoicos, con una disposición favorable al conocimiento de la verdad, también presente en la raíz misma de la obra de todo verdadero filósofo, se postula, por tanto, desde tiempos remotos, como algo imprescindible para la salud humana.
      En la esfera religiosa del cristianismo no parece que, cuanto se dijo originalmente, se encuentre en contradicción con esos mismos principios filosóficos y, su conexión con la salud, se hace mucho más explícita. Todo el evangelio está plagado de ejemplos que vinculan el principio del bien como determinante moral con la salud.

      A ti sí te debo una disculpa por la extensión de mi respuesta.
      Muchas gracias.

  • JESUS DOMINGUEZ on 13/04/2022

    Hola Carlos y enhorabuena por este gran articulo. Sin haber profundizado demasiado en el cristianismo creo que a mi me hizo un gran daño sobre todo al ser utilizado por los anti reales como lugar en donde se difuminan, se esconden y pretenden ser uno mas entre nosotros cuando lo que buscan y consiguen es dinamitar a los Sere Reales y ponerlos bajo su poder. Yo tengo muy asociado el cristianismo a lo anti real y al daño y por ello me produce rechazo. Se que habrá parte de verdad y de Realidad pero ha sido tan manipulada por los anti reales que cuesta verla. Me parece que estar «atado» a unos Mandamientos que si no los cumples eres un ser malo, que merece un castigo y que puedes ser enviado al infierno dista mucho de la Realidad, el Ser, el Bien, la Verdad y la Belleza. Sin extenderme mas el cuarto mandamiento «Honraras a tu padre y a tu madre» y si son anti reales ¿tienes que honrarles y verles como buenos?. Nos han engañado mucho y confundido con la religión y el cristianismo y nos han hecho seres sumisos, dependientes, sin existencia propia. Necesitamos llenarnos de Realidad y de Ser que es lo que verdaderamente nos hace libres e independientes. Todos los conocimientos que nos transmites nos llevan sin duda a la Realidad. No me cansaré de agradecerte que compartas con tanta generosidad todos esos conocimientos tan sabios y verdaderos que nos ayudan, sin duda, a crecer como Seres Reales. Gracias por ello Carlos.

    • Carlos J. García on 14/04/2022

      Hola Jesús. Muchas gracias por un comentario tan personal en el que expones un problema importante. Trataré de ofrecerte mi perspectiva sin extenderme demasiado.
      En primer lugar, el desarrollo de la personalidad de cada ser humano, en su mayor parte, ocurre dentro de las familias con relativa independencia de cuál sea el sistema social exterior a las mismas. Aunque esto, desde hace un par de décadas, tiende a intercambiarse, desde el momento en que el papel de los progenitores va perdiendo peso e importancia debido al peso del totalitarismo creciente en el que estamos metidos. Recuerda lo que dijo una ministra de Educación del PSOE: “los niños no son de los padres”. La patria potestad de los padres va dejando de existir de facto.
      En segundo lugar, no hay sistema cultural alguno que tenga fuerza suficiente como para garantizar que no se formen psicópatas, ni, por supuesto, que esos psicópatas madres o padres no causen estragos en sus hijos.
      No obstante, la proporción de psicópatas de diferentes civilizaciones o culturas puede ser muy diferente en función de los criterios formativos generales derivados de cada atmósfera cultural.
      El artículo se refiere al cristianismo tradicional en general, en sus principios y en sus efectos en los desarrollos culturales. Por lo tanto, de compararse con otros sistemas, habría que hacerlo con el Islam, el calvinismo, el luteranismo, el comunismo, el liberalismo, y, por supuesto, con el marxismo cultural que ahora padecemos.
      Es este último el que se ha elaborado mediante la inversión estructural del cristianismo.
      Efectivamente, los psicópatas y las psicópatas, que usan el disfraz de “autoridad moral” son extremadamente peligrosos. Utilizan la moral para causar daño a sus objetivos, pero ellos son absolutamente inmorales.
      Si, por ejemplo, una madre se disfraza de cristiana (o, incluso de santa) y desde ese engaño, opera sobre niños que son seres cuya inocencia no les dota de defensa alguna, su efecto suele ser demoledor.
      Pero esto no es problema del cristianismo. Si examinas los evangelios lo que encontrarás son cosas totalmente opuestas a esas prácticas dañinas.
      Pero, si en vez del disfraz cristiano utilizan otro que resulte de mimetizarse con el entorno cultural en el que vivan, también pasaran desapercibidos y harán daños similares en sus hijos.
      Por otro lado, en la segunda mitad del siglo XX, la alta jerarquía de la Iglesia católica fue infiltrada por corrientes totalmente ajenas a ella, dando une ejemplo lamentable que, también deterioró la cultura.
      La trampa del disfraz de autoridad moral radica en que, por principio, la moral es interna, propia de cada persona, regula sus propios actos pero no los de otros, no se destina a sojuzgar a los demás, sino que sirve para ejercer autonomía personal que independiza a cada persona en relación con los demás.
      De ahí que cuando veas a alguien juzgar moralmente a otros, mientras ellos mismos son inmorales, ya tienes una pista para sospechar que estás ante un ente anti-real.
      Con respecto al precepto de “honrarás a tu padre y a tu madre”, la clave está en el verbo honrar, equivalente a respetar. Sin duda les debes respeto por haber nacido pues, si, por ejemplo, tu madre hubiera decidido abortar, no habrías nacido, pero eso no tiene implicaciones relativas a que tengas que ver bien a ningún psicópata.
      Ahora bien, los peores psicópatas son, precisamente, los que atacan a seres inocentes y, especialmente a los niños.
      En el libro “Realidad y psicología humana” expuse un amplio modelo de los diferentes daños que ocasionan los anti-reales a sus hijos, lo cual es la clave de bóveda de toda la psicopatología.
      En definitiva, no se debe juzgar a la persona disfrazada a causa del disfraz que lleva puesto. Todos los malos suelen ir de buenos y, el cristianismo, es, tal vez, el mejor de los disfraces para encubrir la maldad.
      Un abrazo, Jesús.

  • Francisco J. Guerra on 18/04/2022

    No conozco a nadie en persona de los que comentan en este blog pero le agradezco a Jesús también su comentario tan personal y la respuesta de Carlos.
    Yo he reflexionado mucho sobre ese aspecto, aunque a mí no me ha hecho tanto daño el cristianismo. En mi caso más bien ha sido al revés, me ayudó a madurar en mi niñez. Si no hubiera sido así tendría muchas dificultades también para verlo como algo bueno.
    Por tener tanta relación con la iglesia he podido identificar a un buen número de psicópatas dentro de ella. Estos descubrimientos me han servido para en contraposición conocer mejor la realidad, ver el cristianismo desde fuera, comprender su complejidad y la de otras culturas y darme cuenta de que no ha sido un mal invento.
    Veinte años después de aquello doy con la obra de Carlos y comienzo a ver reflexiones que encajan con mis puntos de vista y sentimientos. Todo desde mi más sincera humildad, porque mis conocimientos eran y son poco profundos, pero estoy viendo que algunas de mis reflexiones eran muy inteligentes y ahora puedo centrarme en ellas con mucha más claridad.
    Gracias de nuevo.

    • Carlos J. García on 20/04/2022

      Cada vez es más necesario que no demos por supuesto que sabemos suficiente de los movimientos culturales, religiosos, políticos e ideológicos, que han generado las atmósferas sociales en las que hemos vivido inmersos. De hecho, es frecuente que, cuanto más cercano sea algo, menos lo objetivamos, al tiempo que damos por supuesto que esa cercanía nos permite saber del asunto más que otras personas alejadas de él.
      Creo que lo mejor es revisar y volver a investigar todas estas cosas que afectan tanto a nuestras vidas.
      Por lo que dices, tú sí te has ocupado de profundizar en el cristianismo y has conseguido mayor claridad que muchos otros que, por regla general, han dado el conocimiento por supuesto.
      Enhorabuena por ello y muchas gracias por tu comentario.

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