Blog de Carlos J. García

El espíritu revolucionario

A lo largo de la historia fueron muchísimas las sociedades tradicionales, plagadas de creencias de apego a sus orígenes, y contrarias a los cambios ligados a la marcha implacable del tiempo hacia delante.

La creencia dominante en aquellas antiguas sociedades era sagrada: consistía en salvaguardar un mundo que ya fue creado por quien mejor podía crearlo, e, incluso, que se había ido haciendo paulatinamente mejor, debido a una mejor aplicación de la lógica con la que fue creado.

Sin duda, a aquellas sociedades habría que calificarlas como conservadoras.

Ahora bien, Mircea Eliade [i], afirma que «en ese rechazo [al cambio] subyace una valoración metafísica de la existencia humana, una ontología arcaica que la antropología filosófica debe incluir en sus reflexiones en pie de igualdad con las concepciones de la cultura occidental.» (corchetes propios)

Los arquetipos son los modelos originales y primarios que hay acerca de algo, por lo que, en tal mentalidad, todo principio de algo, puede constituirse en arquetipo que sirve de contraste con los modos en que se haga, o se presente algo, en la actualidad.

.Además, las diferencias que presente algo actual frente al arquetipo, son percibidas como desviaciones de la perfección o meros hechos que carecen de valor alguno. Se desprecia algo, tanto más, cuanto menos originario sea, lo cual, constituye un determinante valorativo en sí mismo.

En aquel modo de entender la realidad y la vida, había un naturalismo de fondo, posiblemente de inspiración metafísica, que incluía, entre otros, un componente de humildad de los sucesores del Autor ―o que fuera reconocido como tal― plasmado en su reconocimiento, y un sentido fiel de deberse al principio que, en cualquier sociedad, se reconociera como tal.

Seguramente fue esa fuerte creencia de adhesión, a uno o más principios sagrados, lo que marcó la lentitud del ritmo de los cambios ocurridos en aquellas antiguas sociedades.

El caso opuesto consiste en la elaboración de múltiples nuevas historias, que tiendan a hacerse siguiendo un línea recta hacia el futuro, de forma que se alejen, lo más posible, y a la mayor velocidad posible, no solo del principio, sino, también, de todas las historias anteriores. Esto incluye la ruptura intencional de todo arquetipo que se encuentre instalado, aunque éste se remonte a poco tiempo atrás.

Quizá la esencia misma de toda revolución consista en la destrucción de grandes y pequeños arquetipos, y, por lo tanto, en la destrucción de toda posibilidad de trascendencia de los mismos, lo cual inyecta a la vida de las gentes cocinadas en ella, altas dosis de tragedia cotidiana y, a menudo, de la emergencia de la nostalgia.

De hecho, toda experiencia revolucionaria desgaja al hombre de la dimensión temporal, por romper la continuidad de su desenvolvimiento, y le obliga a involucrarse en ella mediante la necesidad de redefiniciones y recreaciones de sí mismo y de su vida.

Así, aquello que se atiene al arquetipo, se tiende a conservar idéntico a sí mismo, mientras que lo que huye de él, con toda la originalidad que le resulte posible, experimenta ciclos rápidos que afectan, tanto a su propia destrucción, como a su recreación, agudizando hasta el paroxismo el carácter efímero de toda existencia y poniendo bajo estrés la conservación de su identidad.

En el mundo moderno-contemporáneo, la sacralización ha venido a posarse sobre lo contrario a lo originario ―y todo cuanto fue sagrado― renegando de todo aquello que alguna vez constituyó el mundo y la vida.

En la osada aspiración de crear artificialmente un nuevo mundo y una nueva vida, se impone la determinación de que lo novedoso no deje resquicio alguno a nada que constituyera el mundo o las vidas precedentes.

Se trata de vivir solo el instante actual, desgajándolo del instante anterior, e improvisando el siguiente, atentando seriamente contra la inherente continuidad de la propia esencia del tiempo.

Por otro lado, el desprecio moderno a lo originario, es decir a lo verdaderamente original, discurre en paralelo con su aprecio a la originalidad con la que algo originario debe ser sustituido por algo nuevo y, por lo tanto, abolido.

Es obvio que la experiencia de la vida no puede ser igual en un caso que en otro. Es posible que, en el segundo, dentro de la propia vida, se esté más próximo a  la muerte que a la vida.

Una revolución consiste en poner todo cuanto hay patas arriba, en girarlo ciento ochenta grados, lo cual, inevitablemente, requiere derruir el edificio hasta sus cimientos, con la pretensión de poner en su lugar algo completamente nuevo.

Ahora bien, en algún lugar, entre la adhesión inquebrantable a un determinado origen, por un lado, y la ferviente adhesión a cualquier planteamiento revolucionario, por otro, se puede encontrar la verdadera idea de progreso.

Entre la destrucción revolucionaria y la adhesión a la inmutabilidad, se encuentran múltiples procesos que pueden ser de verdadera realización, y consiguiente mejora, de los estados o condiciones que puedan y deban ser mejorados.

Una de las condiciones imprescindibles, para que tales procesos tengan buenos resultados, reside en que los medios sean igual de buenos que los fines, lo cual no suele darse en ningún proceso revolucionario.

Se requiere una analítica minuciosa, de cualquier estado de cosas que se desee mejorar, para acertar exactamente con aquellos componentes del mismo que deban cambiarse por otros. Además, a menudo, bastan algunos pequeños detalles para producir notables mejorías.

Los procesos que ocurren en la naturaleza, o mejor dicho, en la escasísima naturaleza que todavía queda, poseen unos ritmos temporales que están más próximos a la mentalidad arcaica que a la moderna. Ahora bien, a la antigua mentalidad habría que reconocerle, al menos, una gran virtud: nos legó un mundo prácticamente virgen.

¿Qué estamos haciendo nosotros con él, desde nuestra inherente pasión revolucionaria?

[i] ELIADE, MIRCEA; El mito del eterno retorno. Arquetipos y repetición; trad. Ricardo Anaya del original de 1951; Ed. cast. Alianza Editorial, S.A., Madrid, 2009

2 Comments
  • Ignacio Benito Martínez on 06/03/2016

    Totalmente de acuerdo. Parece que la revolución industrial trajo consigo mejoras, pero yo lo pongo en duda, porque el planeta jamás estuvo tan contaminado como ahora (gracias a esta revolución), la riqueza tan mal e injustamente distribuida, y la revolución de las ideas (ilustración) ni siquiera se ha llegado a discutir en serio… En fin, en mi especialidad, la música, decir que antiguamente la gente sabía más de diferentes ritmos que ahora (ahora la mayoría de la música es en 4/4, existiendo en la tradición el 5/8, 6/8, 7/8, 10/16, 8/8 y un largo etc.), más melodías, sin necesidad de ir a un conservatorio, ¡ni de usar un metrónomo! La variedad de instrumentos de cuerda, viento y percusión que se usaban, era mucho mayor, y de mayor complejidad (los grupos actuales no salen de la formación de bajo, guitarra, batería y voz). Antiguamente las personas cantaban o tocaban instrumentos, lo que a ellas les gustaba, mientras trabajaban o hacían las labores de casa. Ahora escuchan lo que un magnate musical o un trepa de turno les dice que tienen que escuchar, y lo aceptan. Se tocaba en muchos modos musicales (formas de organizar los sonidos que actualmente se reducen a unas pocas). Por otro lado, actualmente existe la posibilidad de que algún mandatario mundial destruya el planeta con apretar un solo botón nuclear. Esto, que yo sepa, hasta el siglo 20 era impensable. En fin, tristemente, en vez de pensar en si una cosa es buena o mala para la gente, piensan si es original (es decir, si no la ha hecho o dicho nadie). Como si el criterio para reconocer valor a una cosa sea el de que nadie la ha dicho… , en conclusión, los que han vivido antes son gente a la que no se les ha ocurrido tal idea genial… Por otro lado no dejo de observar que con la aparente originalidad que se atribuye a la actualidad, cada vez más y más gente repite c los mismos chistes, rápidos y absurdos (sobre sexo, política, etc.), las mismas ideas, los mismos ideales (decir la palabra principio sería un error…) Mi impresión, es que se nos dice que hay mayor variedad, pero estamos reducidos a unas pocas formas de pensamiento (ideas) impuestas por unos pocos seres lúcidos… por llamarles de alguna manera.

    • Carlos J. García on 06/03/2016

      Me consta que eres un gran músico especializado en la música tradicional y sabes bien lo que estás diciendo. La diversidad, en todos los campos, se está reduciendo vertiginosamente, lo cual conduce a poner, seriamente, en duda, la supuesta abundancia de la originalidad contemporánea. Gracias por tu aportación.

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