Blog de Carlos J. García

El enfoque cognitivo-conductual que domina en la psicología clínica

En la actualidad cualquier persona que acuda a un psicólogo para consultar algún problema, tiene una alta probabilidad de que sea visto desde una perspectiva psicológica concreta, juzgada como científica y a la que se supone o atribuye un alto grado de eficacia. Se trata del denominado enfoque cognitivo-conductual.

En el presente artículo trataré de poner de manifiesto algunos aspectos del mismo que, al parecer, son desconocidos para la mayor parte de la población.

Golfried, y Davison[i] ofrecen una clasificación de los trastornos de conducta bajo una perspectiva conductista, ampliada a la consideración de la existencia de actividades cognitivas, encubiertas o no observables del individuo que participa en la terapia.

La clasificación que exponen proviene de las sugerencias hechas por Staats (1963) y elaboradas por Bandura (1968) y por Golfried y Sprafkin (1974). Dicha clasificación intenta tomar en cuenta, no sólo las variables de los estímulos, sino también, las variables personales de los clientes. La clasificación se compone de cinco categorías y seis subcategorías de la que, a continuación, se extrae un resumen ilustrativo

 

Dificultades relacionadas con los estímulos que controlan la conducta 

Control defectuoso.- La incapacidad de los estímulos ambientales para controlar la conducta instrumental […]…el individuo presumiblemente posee un repertorio conductal adecuado, pero es incapaz de responder a estímulos discriminativos socialmente adecuados. Un ejemplo extremo de control defectuoso es el del individuo que cuenta chistes en un velatorio.

Control inadecuado.- La tendencia de ciertos estímulos a suscitar reacciones emocionales desadaptadas. En esta categoría se incluyen reacciones emocionales intensamente aversivas desencadenadas por señales objetivamente inocuas. […] La ansiedad, las perturbaciones gastrointestinales, el insomnio y otras manifestaciones directas o indirectas de intensas reacciones emocionales, son ejemplos del tipo.

Repertorios conductales deficientes.- En estos problemas de conducta, el individuo carece de la capacidad necesaria para enfrentar las exigencias situacionales. Por ejemplo, puede que la persona no haya aprendido nunca qué decir ni hacer en situaciones sociales, en el aula o en el trabajo.

Repertorios conductales aversivos.- La característica que define a esta categoría es una pauta de conducta desadaptada que resulta aversiva para las personas que rodean al cliente. Se incluyen, pues, en ella, a las personas que manifiestan una conducta antisocial, que son abiertamente agresivas o desconsideradas.

Dificultades relacionadas con los sistemas de incentivos (reforzadores).- En esta categoría se incluyen las conductas desviadas que se vinculan funcionalmente con consecuencias reforzantes, ya porque el sistema de incentivos del individuo es deficiente o inadecuado, o porque las contingencias ambientales crean problemas.

Sistema de incentivos defectuosos en el individuo.- En estos casos, los estímulos sociales que sirven de refuerzo a la mayor parte de las personas, no bastan para controlar la conducta del cliente. Así, ni la atención, la aprobación o el elogio le resultan positivamente reforzantes, ni la censura o desaprobación son para él reforzantes negativos.

Sistema de incentivos contraproducentes para el individuo.- Pertenecen a esta categoría las personas para las que el sistema de incentivos resulta desadaptador, vale decir que lo que para ellas es un refuerzo que tiene un carácter dañino y/o socialmente desaprobado. Algunos ejemplos clínicos son la excesiva afición por el alcohol, el uso indebido de drogas y prácticas sexuales tales como la pedofilia.

Ausencia de incentivos en el medio.- Entre los problemas de esta categoría se incluyen situaciones en las que el refuerzo está ausente. El ejemplo más claro sería el de un profundo estado de depresión provocado por la pérdida del cónyuge. Ejemplos más sutiles son la apatía y el aburrimiento.

Incentivos conflictivos en el medio.- Gran parte de la conducta desadaptada resulta de consecuencias ambientales conflictivas. Los ejemplos clínicos más claros son los de los niños cuya conducta desadaptada parece rendirles beneficios, cuando hay contradicción entre lo que el medio rotula como negativo y lo que, de hecho, inadvertidamente refuerza.

Sistemas de autorrefuerzo aversivos.- Si se supone que los procesos cognitivos son capaces de determinar la persistencia de diversas formas de conducta, es importante reconocer que el individuo es capaz de reforzarse a sí mismo para desarrollar una conducta adecuada. Si las normas de “adecuación” de un individuo son irrazonablemente elevadas, es probable que se encuentre en pocas situaciones en las que su desempeño se merezca autorrefuerzo, por adecuado que resulte en relación con los criterios externos.

Algunos de los conceptos introducidos en la exposición anterior son los siguientes:

Individuo; Personas que rodean al cliente; Repertorio conductal adecuado; Capacidad-incapacidad de respuesta; La tendencia de ciertos estímulos a suscitar reacciones; Reacciones emocionales desadaptadas; Señales objetivamente inocuas; Capacidad necesaria para enfrentar las exigencias situacionales; Pauta de conducta desadaptada que resulta aversiva; Conductas desviadas; Incentivo; Sistema de incentivos del individuo; Estímulos sociales que sirven de refuerzo a la mayor parte de las personas; Control de la conducta del cliente, Sistema de incentivos desadaptador; Aprobación-desaprobación social; Situaciones en las que el refuerzo está ausente; Contradicción; Procesos cognitivos capaces de determinar la persistencia de diversas formas de conducta, entendidos como suposición; Conducta adecuada; Normas de “adecuación”.

Pensemos en la relación que guarda este modelo conductista con el conductismo científico, ya sea por la restricción positivista del objeto a la conducta, ya sea por la reducción del enfoque a lo estrictamente observable.

La noción de individuo carece de sentido en la metodología conductista, por cuanto se estudian grupos y no individuos, y, aunque dicho estudio se orienta a la especificación de leyes generales del aprendizaje, no se toman en consideración las diferencias individuales.

La noción de persona no existe en cuanto el conductismo estudia la conducta de organismos.

La idea de repertorio conductual, que se refiere al conjunto de conductas que un individuo es capaz de efectuar, excede por completo al objeto de estudio conductista que se refiere a respuestas (condicionadas u operantes) de una especificidad y concreción de alta definición y de muy escasa variedad.

La capacidad-incapacidad de respuesta ante un estímulo es absurda por cuanto un cambio ambiental solo es estímulo si va seguido de algún tipo de respuesta. Si no hay respuesta no hay estímulo, y si no hay estímulo no hay respuesta.

La noción de tendencia de un estímulo a suscitar reacciones es una redundancia, por lo dicho en el punto anterior.

La noción de reacción emocional desadaptada requiere una clasificación previa acerca de acciones o reacciones que se juzgan adaptadas y otras que se juzgan inadaptadas o desadaptadas. Tal criterio ni siquiera existe en la teoría darvinista, en la que lo adaptativo y lo desadaptativo se refieren a la permanencia o extinción de mutaciones a lo largo de generaciones, lo cual remite a cambios orgánicos que permanecen y a cambios que desaparecen, lo cual no conlleva un juicio sobre los mismos que sea ni remotamente equivalente al juicio tal como se emplea en esta clasificación. En este caso, tal juicio parece equivalente al que se usa en otras categorías de “conducta adecuada” o “normas de “adecuación”.

Las señales objetivamente inocuas que parecen hacer referencia a estímulos condicionados que, en sí mismos, no deberían producir determinadas respuestas emocionales, puede servir como sinónimo de cualquier estímulo condicionado, pues estos, por definición, no pueden, al contrario que los incondicionados, suscitar reacciones antes de las experiencias de emparejamiento con estos últimos. Todos los estímulos condicionados, antes de serlo, son señales objetivamente inocuas y, por definición, no tienen capacidad funcional alguna para producir ningún tipo de respuesta.

El sentido de la expresión capacidad necesaria para enfrentar las exigencias situacionales es relativo, pues depende de cuáles sean tales exigencias, lo que requiere la investigación de la naturaleza de las condiciones ambientales (incluyendo especialmente a las sociales) en cuanto origen de tales exigencias, lo cual abre un campo inmenso de posibilidades, dentro de las cuales, la noción de “capacidad para enfrentarlas” puede llegar a resultar, incluso absurda.

En cuanto al concepto de pauta de conducta desadaptada que resulta aversiva, aparte la inclusión de la noción de desadaptación, incluye las nociones de “pauta” y de “resulta aversiva”. En cuanto a la noción de pauta, “pautar” es “dar reglas o determinar el modo de ejecutar una acción”, es decir, una pauta es una norma que sirve para el gobierno de una acción.

Si se habla de pautar, habría que definir no solo la regularidad de la acción pautada sino, también, qué norma es aquella que determina esas acciones regulares. Si está en el individuo, tal como parece deducirse de que las acciones determinadas por ella “resultan aversivas” a otros, entonces hay que especificar qué es aquello que en el interior del individuo está rigiendo su conducta, lo cual no puede ser, ni un estímulo, ni un refuerzo, ni un incentivo. Por otro lado, el hecho de que una conducta resulte “aversiva” para terceros, hace depender tal juicio de los criterios que tengan los afectados, los cuales habría que analizar con sumo cuidado, pues remiten a un campo de posibilidades inmenso.

¿Qué son las conductas desviadas? Sin duda han de referirse a conductas que se apartan de una norma de conducta exterior que no puede definirse en relación a un entorno natural, sino que ha de ser con respecto a un entorno social, lo cual pone en el lado de “lo social” la responsabilidad del juicio de lo que es desviado y de lo que no. Pero, ¿acaso puede estudiar el conductismo a los entornos sociales en su cometido de juzgar acerca de “lo recto” o de lo que no lo es?

En todo el sistema categorial expuesto, el peso de lo social y dentro de tal factor, lo “adecuado”, “inadecuado”, aprobado”, “desaprobado”, “aversivo”, “no aversivo”, etc., es de considerable magnitud y remite, en definitiva a juicios de valoración dominantes en un determinado sistema social, lo cual, a su vez, depende de la ideología prevalente, de la cultura, o de factores, a los cuales el conductismo considera científicamente inexistentes.

Se considera que el individuo dispone, dentro de él, de un sistema de incentivos que podría considerarse como una forma sui géneris de un “sistema de valores” o un “sistema de valoración” ceñido a las metas, las consecuencias o los “reforzadores” de sus actividades operantes. Ahora bien, ¿acaso cabe teorizar dentro del conductismo semejante constructo teórico? Y si es necesario hacerlo para explicar la conducta del individuo, ¿en qué lugar queda el control de la conducta por los estímulos del medio?

Se establece que hay estímulos sociales que sirven de refuerzo a la mayor parte de las personas como una mera opinión de los autores de la clasificación, pues tal aseveración carece por completo de fundamento en investigaciones que escapan por completo a las restricciones de las metodologías conductistas. ¿Cuáles son los estudios rigurosos que han examinado a grandes poblaciones, o muestras amplias de las mismas, para concluir cuáles son esos “estímulos sociales” que controlan la conducta de la mayor parte de las personas? ¿Acaso no hay suficiente evidencia de que en el ser humano existen actitudes de contra-control que se ponen en marcha en una variedad de situaciones en las que los individuos se sienten controlados por agentes del entorno?

Bajo la categoría Sistema de incentivos defectuosos en el individuo es en la que se menciona la noción de “control de la conducta del cliente” en términos de un  defecto precisamente referido a que los “estímulos sociales” considerados como refuerzo de la conducta de “la mayor parte de las personas”, no refuerzan al cliente. En este sentido queda claro que si un individuo no emite la conducta que emite la mayor parte de las personas en el contexto social en que se encuentre, se considera que el cliente tiene un sistema de incentivos defectuoso. Esto implica que la noción sinónima a la utilizada de “adaptación” es la de “acomodación” del cliente o de sus actividades a lo que se haga mayoritariamente en un entorno social y que, por tanto, cuente con la “aprobación” de la mayoría. Si el cliente hace otra cosa diferente puede caer bajo la desaprobación social, lo cual sería una condición de “desadaptación”.

Considerar las situaciones de duelo, como en el ejemplo expuesto, como “situaciones en las que el refuerzo está ausente”, parece implicar la reducción del otro (en el ejemplo, el cónyuge) a ser un simple incentivo o un sistema que emite incentivos que controlaban la conducta del cónyuge superviviente y, la reducción de este, a ser simple respuesta a la actividad que hacía el cónyuge. Esto supone una dependencia funcional entre las actividades de uno y otro cónyuge, que implica una marcada negación del concepto de autonomía personal y muchas otras suposiciones asociadas. De hecho, en general, en el modelo conductista parece esencial considerar al ser humano como un mero organismo absolutamente dependiente de las contingencias ambientales.

Se hace uso de la noción de contradicción que es un principio metafísico, siendo el conductismo un modelo teórico marcadamente anti-metafísico.

Por último se habla de procesos cognitivos capaces de determinar la persistencia de diversas formas de conducta, considerados como mera suposición en una forma inconsistente. Se dice explícitamente: «Si se supone que los procesos cognitivos son capaces de determinar la persistencia de diversas formas de conducta, es importante reconocer que el individuo es capaz de reforzarse a sí mismo para desarrollar una conducta adecuada». No parece lógico que la suposición de una relación de determinación se convierta en la puerta natural para el reconocimiento de una determinación efectiva. Este tipo de galimatías verbal parece proceder del hecho de que, en el conductismo, está prohibido reconocer la existencia de procesos cognitivos que es la nueva designación dada a los procesos mentales, pero, por otro lado, se introducen formas de terapia que hacen uso de algunos procesos mentales que se consideran útiles, a pesar de carecer de existencia científica.

Lo que ocurre es que si el conductismo, al final y a su pesar, ha de incorporar más y más nociones metafísicas para entender la conducta humana, sus restricciones iniciales referidas al objeto y a la metodología, que son de índole ideológico y marcadamente anti-metafísico, solo parecen servir a la imposición de dificultades y problemas en el estudio del ser humano.

Además, los orificios que va abriendo sucesivamente a sus limitaciones epistemológicas, que dan y han ido dando lugar a sus “ampliaciones teóricas”, remite a que tales ampliaciones se hagan bajo una perspectiva deformada de base y con graves limitaciones teóricas y disciplinares que no permiten una esperanza fundada en que las extensiones del modelo inicial compensen sus graves defectos de origen.

En lo que se supone que son “nuevos desarrollos” del conductismo aplicado al hombre, no se conservan ni el objeto, ni la metodología, ni los modelos teóricos explicativos estímulo-respuesta. La nueva ciencia “conductista” aplicada al hombre, generalmente denominada cognitivo-conductual o modificación de conducta ha derivado hacia una inventiva inverosímil para los conductistas que aún hoy, trabajan en los laboratorios con palomas, ratas y otras especies animales.

Su “evolución” ha sufrido mutaciones tan espectaculares que cabría compararlo con un proceso por el cual el comunismo se hubiera transformado en liberalismo. Ahora bien, como se observa en la clasificación expuesta,  el nuevo conductismo conserva una buena parte de la jerga o del léxico de Watson, Pavlov o Skinner.

Si nos fijamos en el uso extensivo de los términos estímulo, respuesta, conducta, aversivo, refuerzo, etc., una buena parte del léxico se mantiene, si bien parece que necesariamente todos esos términos han debido de cambiar su significado para hacerlos coexistir con otros como aquellos que se incluyen en la descripción de las diferentes categorías, como, por ejemplo: depresión, ansiedad, perturbaciones gastrointestinales, insomnio, conducta antisocial, auto-refuerzo, persona, sistema de incentivos del individuo, afición por el alcohol, uso indebido de drogas, apatía, aburrimiento, lo que el medio rotula como negativo, etc.

De hecho hace solo pocas décadas que el  conductismo, se abrió a lo que hasta entonces se había considerado como parte de una caja negra o una actividad encubierta, imposible de estudiar: el pensamiento. Se transpusieron nociones conductistas, como aquellas del condicionamiento clásico e instrumental, al objeto pensamiento y se llegó a hacer incluso algún texto bajo el título de Condicionamiento encubierto[ii].

Se trataba entonces de convencer al individuo de que pensara otras cosas, de que dejara de pensar, de proponerle otros pensamientos, de demostrarle que lo que pensaba no era “racional”, de que pensara en “positivo”, etc., etc. Todo ello, sin partir de una teoría rigurosa, ni del ser humano, ni de sus componentes funcionales, ni de la distinción entre creencia y pensamiento, o, al menos, una teoría rigurosa acerca de lo racional y lo irracional.

Con tales prácticas se abrió el nuevo dominio de lo “cognitivo” y por eso, el tipo de práctica conductista en el ámbito clínico pasó a denominarse terapia cognitivo-conductual que suele ser lo que más se ha extendido de la psicología en tales dominios prácticos.

Ahora bien, introducir de nuevo el mentalismo cambiado de nombre (por la designación cognitivismo) tras la extinción ideológica que se había hecho de él, habría exigido una rectificación absoluta de todo el supuesto fundamento científico y de toda la supuesta arquitectura científica del propio conductismo y de la modificación de conducta.

Las actividades funcionales de relación no observables, como el pensamiento o los sentimientos, e, incluso, las estructuras informativas fundamentales como las creencias, actitudes, etc., o los granes síndromes psiquiátricos como, por ejemplo, la esquizofrenia, han pasado a tener “existencia científica” en el ámbito de la ampliación del “conductismo” a lo no observable y a nuevas metodologías que emplean abundantemente terapias con alto contenido verbal o representacional. La imaginación, por ejemplo, fue una de las primeras adquisiciones de actividades encubiertas introducidas en este campo dentro de la terapia del Dr. Wolpe en la desensibilización sistemática imaginaria.

No solo eso, sino que el nuevo enfoque de la modificación de conducta, recientemente, ha ido tomando una cierta deriva hacia su propia medicalización, lo cual choca manifiesta y abiertamente contra la postura hostil bastante generalizada de autores conductistas muy relevantes hacia el modelo médico de enfermedad mental[iii].

Al respecto, González Pardo y Pérez Álvarez[iv] afirman  «Así mismo, la terapia de conducta, emergente en la segunda mitad del siglo XX y, en  principio, también desafecta de la clasificación psiquiátrica, se avino con el sistema de clasificación que se imponía. Es más, la terapia de conducta o cognitivo-conductual llegaría a ser la terapia psicológica más competitiva con la terapia psicofarmacológica, lo que ha sido a costa de adoptar sistemas de diagnóstico como el DSM (que en realidad interesan a la psicofarmacología).» (pp. 30-31)

[i] GOLFRIED, M.R., y DAVISON, G.C.; Técnicas terapéuticas conductistas; versión castellana de Rubén M. Masera del original Clinical behavior therapy de 1976; EDITORIAL PAIDOS, Buenos Aires, 1981

[ii] UPPER, DENNIS y CAUTELA, Y JOSEPH R.; Covert Conditioning; Pergamon Press Inc.; New York, 1979

[iii] Véase, por ejemplo, la fuerte crítica de Mayor y Labrador al “modelo biológico-médico” en: MAYOR, J. Y  LABRADOR, F.J.; Manual de Modificación de Conducta; EDITORIAL ALAMBRA S.A., Madrid, 1983  (pp. 12-17)

[iv] GONZÁLEZ PARDO, HÉCTOR Y PÉREZ ÁLVAREZ, MARINO; La invención de los trastornos mentales. ¿Escuchando al fármaco o al paciente?; Alianza Editorial S.A., Madrid, 2008

2 Comments
  • Celia on 22/06/2016

    Este post es realmente de lo más revelador. Se entiende ahora muy bien por qué has ido relatando artículo tras artículo las posturas (anti) metafísicas desde Guillermo de Ockam al Positivismo, que han doblegado el conocimiento al denominado “método científico”. Se ve muy claro la absoluta relación entre esas filosofías y la forma de estudiar a las personas, con una total negación de las nociones básicas de ser. Pero esto no es así por una casualidad. Entiendo que el conductismo no es sino la manifestación última de la cultura del poder que domina nuestra sociedad (y la del 95% del planeta). Estamos inmersos en un “Walden 2” sin ni siquiera atisbar de lejos cómo nos manipulan.

    Permíteme que anime a los psicólogos que lean este blog a que emitan su opinión sobre alguno de los muchos puntos que tocas.

    • Carlos J. García on 23/06/2016

      Es obvio que has visto con claridad el fondo del asunto. En cuanto al ánimo que transmites a los psicólogos para que opinen acerca de estos temas, ignoro cuántos psicólogos leen estos artículos, y, de los que los lean, también ignoro cuántos estarán dispuestos a emitir opinión. Lo que no ignoro es la profunda carga ideológico-política que gravita sobre la formación académica y sobre la práctica profesional de la psicología, en prácticamente todo lo que conozco del mundo occidental, incluyendo a España en un lugar destacado. Además, esa carga ideológica que a algunos nos ha llegado a resultar asfixiante, no es otra que la que he ido describiendo en algunos de tales artículos y que tú misma ubicas en la categoría de “cultura del poder”. Gracias por tu comentario.

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