Blog de Carlos J. García

El egoísmo y la calidad social

¿Qué tipos de beneficio pueden motivar a las personas a hacer lo que hacen, allí donde se dan relaciones interpersonales, o cuando las acciones tienen consecuencias más allá de la propia persona?

Sin duda, uno de ellos consiste en la amplitud del objeto que se tome en consideración bajo el criterio de que se disponga para producir la acción.

Pueden darse multitud de objetos, con sus respectivas amplitudes, si bien, sin pretender hacer un catálogo exhaustivo, para hacer lo que hace, una persona puede:

  • Ceñirse a considerar su exclusivo beneficio.
  • Considerar su propio beneficio y los posibles perjuicios que conllevaría su acción para otras personas.
  • Considerar el exclusivo beneficio de alguna otra persona.
  • Considerar el beneficio conjunto de ella misma y de alguna otra persona.
  • Considerar el beneficio de un grupo, familia, etc., al cual pertenezca.
  • Considerar el beneficio del conjunto social en el que se encuentre.
  • Considerar el beneficio del conjunto de la especie.
  • Considerar el beneficio del conjunto de las especies, etc.

Podemos ver que, la amplitud del bien que se considere, susceptible de motivar las acciones, depende directamente de la amplitud del objeto que se tenga en cuenta que, por regla general, puede dar de sí acciones muy diferentes, e, incluso, contrarias.

Ahora bien, la moral no puede prescindir en modo alguno del conocimiento del ser, la cosa o el sistema complejo, al cual se pretenda aportar algún bien. Además, tampoco puede prescindir de los estados, circunstancias o situaciones en que se encuentre el ser o la cosa en cuestión.

El conocimiento de los seres, los sistemas o las cosas con los que tratamos, resulta imprescindible para que la sabiduría moral tenga un auténtico fundamento. No se puede pretender el bien de algo sin conocerlo, pero tampoco basta el mero conocimiento para que se pretenda el bien de aquello que se conoce.

Conocido algo, puede amarse u odiarse en función de la valoración que la persona haga de ello, sea ésta hecha con o sin fundamento real.

Por otra parte, todos los seres vivos tenemos un tronco común y compartimos propiedades generales, tanto por ser, como por vivir, lo cual hace posible un conocimiento genérico que facilita la constitución de relaciones interpersonales, grupos, sociedades, convivencia con otras especies, y, en general, la coexistencia de todas las especies.

Dejando a un lado a nuestra especie, todas las demás han conseguido coexistir conservando un equilibrio ecológico, en cuanto especies, mediante toda su diversidad individual.

Da la impresión de que en cada individuo animal hay implantado un sistema jerárquico de criterios de actividad que sirven, no solo a su conservación, la de su grupo o la de su especie, sino a la conservación universal de la vida.

Por muy fieros, dañinos o perjudiciales que les imaginemos, los animales tienden a la conservación del equilibrio ecológico mediante un complejo sistema de mecanismos genéticos que protege la vida de modo universal.

Además, para que esto pueda ser así, en la jerarquía de sus instintos, necesariamente, ocupa el primer lugar la conservación de la vida, luego la de la especie a la que pertenezca el individuo, seguido de la conservación de su grupo o familia, y, por último, la conservación de la vida individual.

Si se piensa bien, este orden no tiene nada de raro. Es la vida, o si se prefiere el código genético de la primera célula viva, lo que hace posible la especie, ésta la que hace posible el grupo, y éste el que hace posible la vida individual.

Por lo tanto, un animal no hará nada que pueda dañar el equilibrio ecológico del sistema de seres vivos, nada que pueda dañar la continuidad de su especie, nada que pueda dañar a su grupo o familia, ni nada que pueda dañarle a él mismo de forma innecesaria.

No obstante, si ha de sacrificar alguno de estos sistemas, empezará por él mismo, ya se individualmente o en tanto perteneciente a un grupo.

Así, cuanto más común sea el bien de que se trate, más alto se encuentra en sus jerarquías de decisión.

Si reflexionamos acerca de nuestra especie, al menos tal como se desenvuelve en el mundo actual, el comportamiento de individuos, grupos, sociedades, etc., no tiene nada que ver con el que acabo de mencionar relativo al mundo animal.

En general, en las jerarquías de valor que imperan en muchas personas tiende a prevalecer el egocentrismo, seguido del grupo de pertenencia, después las sociedades, y, por último, la vida en general. Justo al revés del funcionamiento que he supuesto en relación con el resto de las especies.

Como consecuencia de esto, nuestra especie amenaza la continuidad de la vida, la continuidad de ella misma y la continuidad de los propios individuos que la componemos.

La pregunta, es ¿cómo hemos llegado a este estado de cosas, si se supone que somos mucho más inteligentes que cualquier otra especie conocida?

Elegiré una de las muchas respuestas que pueden darse a tal pregunta, que no es otra que la promoción directa e indirecta que se efectúa del egoísmo.

Aparte del tremendo peso que tiene la ideología liberal, en la promoción de un cierto tipo de individualismo, también nos encontramos dentro de un círculo vicioso que relaciona el egoísmo con la mala calidad social.

Una de las razones, por las que un ser humano puede constituirse como un ser egoísta, es por adiestramiento de la figura formativa principal que educa al hijo para que se aproveche de la sociedad y de sus relaciones interpersonales en beneficio de ella misma y, a veces, del propio hijo.

Dicha formación requiere, como mínimo, un desprecio estructural al resto de seres de este mundo, cuando no una valoración muy negativa del resto de seres humanos.

Una de las consecuencias de tales enfoques es que empeoran la calidad de la sociedad en la que vivan dichas personas.

No obstante, también ocurre a la inversa. La mala calidad de las relaciones familiares, interpersonales o sociales, tiende a producir fuertes individualismos debido a las frustraciones que genera en las personas.

Experimentar una relación o un sistema de relaciones dentro de un grupo o familia, que carezca de la cooperación necesaria entre sus miembros y de la sinergia en la satisfacción de las necesidades de todos ellos, será percibida como un perjuicio por uno o más de los miembros que la compongan, lo cual dará lugar a que estos opten por modos individualistas de satisfacerlas.

Dicho de otro modo, las malas sociedades constituyen una fábrica de individualismos egoístas, mientras el ejercicio de egoísmos dentro de las mismas produce malas sociedades.

Las verdaderas sociedades se constituyen por razón de lo que las personas tienen en común y por buenas finalidades compartidas por todos sus miembros.

Vivir en ellas facilita la vida de sus integrantes, e, incluso, a menudo, resulta imprescindible para la mera supervivencia. Sin embargo, no toda agregación o población humana es una sociedad, por cuanto puede ser una acumulación de egoísmos, un terreno de lucha por el poder, un contexto al que determinados individuos tratarán de saquear, o cualquier otra cosa en vez de una verdadera sociedad de personas que cooperan para un buen fin.

En nuestra actual sociedad imperan las relaciones de poder y aquellas caracterizadas por formas economicistas que consisten en que uno salga ganando y otros perdiendo, hasta un punto en el que la propia sociedad va perdiendo su propia condición, como sistema orientado a una buena finalidad, lo cual centrifuga a muchas personas fuera de la misma.

El problema radica en que hay una auténtica promoción de tales formas de relación que cuentan con una propaganda masiva de la mayoría de los medios de comunicación, y, que, además, dicha promoción es tremendamente eficaz.

¿Se está pretendiendo la disolución de las estructuras sociales que benefician a las personas, para cambiarlas por agrupaciones de individuos que compiten entre sí persiguiendo el beneficio de aquellos que los dirigen?

Es obvio que todas las naciones menos unas pocas, van perdiendo soberanía, mientras las propias sociedades que antes las constituían van perdiendo su propia condición esencial.

A este paso, los individuos, creyendo en sus propios egoísmos, y reducidos a sus meras competencias, quedarán indefensos, a expensas de lo que los grandes poderes vigentes dispongan al respecto de ellos, bajo el lema ¡divide y vencerás!

4 Comments
  • Ana on 14/10/2016

    Un punto de reflexión. El pasado fin de semana estuve charlando con un pastor de un pueblo de Burgos que me contó que hacía unos días un lobo había matado a unas treinta ovejas de su rebaño habiéndose comido apenas un pedazo de una de ellas. Este hecho me recordó a un episodio que viví en África donde pude ver cómo unos cocodrilos atacaban a diestro y siniestro a los ñus que cruzaban el rio dejando que después se los llevara la corriente. Yo también creía que la naturaleza funcionaba como comentas en tu blog, sin embargo por mi experiencia he de dudarlo. ¿Podrías exponer tu opinión sobre esto? Gracias.

    • Carlos J. García on 14/10/2016

      Yo creo que los hechos como el que refieres de los cocodrilos y los ñus impresionan mucho y no ofrecen una buena imagen de la naturaleza, si bien, estoy convencido de que cada uno de ellos tiene una razón de ser que se inserta dentro de complejos mecanismos de regulación para la conservación del equilibrio ecológico de muchísimas especies cuya supervivencia depende de ellos. Me viene a la memoria la película titulada El último lobo en la que los lobos cazan grandes cantidades de caballos salvajes y almacenan su carne bajo hielo para sobrevivir durante el invierno. Otra cosa distinta parecen ser los hechos como los que te contó el pastor. En este caso, interviene una especie destinada a explotación ganadera por el hombre y otra especie prácticamente en riesgo de extinción, debido también al hombre, como es la del lobo en la península Ibérica. Creo que cuando se dan estas condiciones los hechos deben tener explicaciones en las que hay que incluir la acción humana como uno de los factores causales y, seguramente estamos ante graves alteraciones de la naturaleza del propio lobo. De todas formas, en la naturaleza hay que fijarse en la permanencia de millones de especies en equilibrio a lo largo de procesos temporales muy amplios, en las vicisitudes que atraviesan incluyendo grandes accidentes geológicos y de otros tipos, en su renovación, en la extinción de algunas y la incorporación de otras nuevas, etc., todo ello como un gran sistema para que la vida exista. Somos nosotros los que no respetamos las reglas para que todo eso siga siendo posible. Gracias por tu comentario

  • Rosalía on 14/10/2016

    Me ha gustado el artículo porque es cierto que hay un interés constante por parte de los que ostentan el poder de disgregarnos. Pero creo que deberías haber hablado del «mal egoísmo», puesto que defender lo propio y pensar en uno mismo tiene buenas consecuencias para la sociedad.

    • Carlos J. García on 14/10/2016

      En un artículo anterior de este mismo blog, titulado ¿Qué es el egoísmo? expuse un análisis en el que exploraba la diferencia entre las actitudes de exclusiva satisfacción de los propios intereses desatendiendo los ajenos, por un lado, y las actitudes favorables a la conservación o desarrollo del propio ser, por otro. En el presente artículo trato de profundizar en la noción de bien y concluyo que las sociedades en las que las personas se rigen por el bien de la sociedad, el del grupo y el suyo propio, en este mismo orden, tal como entiendo que ocurre en el orden natural, son las que facilitan la existencia y la vida de sus integrantes en contraste con las poblaciones caracterizadas por una colección de individualismos egoístas compitiendo entre sí, en vez de cooperar al bien del conjunto. Gracias por tu comentario.

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