Blog de Carlos J. García

Comunismo y catolicismo

¿Cómo podemos explicar que, en las naciones tradicionalmente católicas las ideas progresistas sean las del comunismo mientras, en las naciones protestantes, lo que impere como progresismo sea el capitalismo?

A continuación expondré, algunas posibilidades que expliquen dichas diferencias, a modo de hipótesis que podrían ayudar a comprender ambas derivaciones.

El núcleo esencial de las creencias de una religión está compuesto de dos factores: 1) la atribución de carácter real a una idea específica de Dios, y 2) una moral práctica congruente con esa misma idea de Dios que tiene su raíz en ella.

Además de tales creencias nucleares, una religión la componen otras muchas creencias compartidas por la comunidad de personas fieles a ella, entre las cuales las hay propiamente religiosas y también sociológicas, filosóficas y de otras clases.

La Iglesia Católica superviviente de la revolución protestante del siglo XVI, se mantuvo como una auténtica religión, conservando el carácter real de la idea del Dios cristiano y su moral hasta finales del siglo XVIII, época en la comenzó una paulatina degradación que se acentuó durante todo el siglo XX y que en la actualidad se está agudizando hasta el punto de que la Iglesia empieza a ser algo irreconocible comparada con la Iglesia tradicional.

En dicho proceso de degradación intervinieron muchos factores, aunque la fuerza del poder y la propaganda ateísta, emergente de la Revolución Francesa, y su infiltración en las comunidades católicas fue clave para comenzar el proceso de descomposición que desde entonces ha venido produciéndose.

En cuanto a las ideologías presentes en dicha Revolución, los aspectos dominantes de la misma fueron de tipo liberal, pero no se deben pasar por alto los notables componentes precursores del comunismo entre los que destacan el insumergible Fouché (que pasó de ser fraile a ser el mayor perseguidor de los católicos) ni el primer manifiesto comunista propiamente dicho de Graco Babeuf[i].

De hecho, el eslogan revolucionario más conocido, “¡libertad, igualdad, fraternidad!”, contiene una contradicción obvia en términos ideológicos.

Dicha contradicción es el fundamento de la colisión en el seno de la Revolución entre defensores de la Igualdad y defensores de la Libertad: Los defensores de la Igualdad no dudaban en suprimir la Propiedad y la Libertad, mientras que los defensores de la Libertad, no dudaban en sacrificar la Igualdad y producir grandes diferencias en cuanto a la Propiedad.

Por otra parte, parece que ambos bandos debieron considerar el principio de la Fraternidad, que aparece en su famoso eslogan, como algo bastante inferior a un principio, a la vista del poco amor fraternal que mostraron en todos sus quehaceres, si bien, la hermandad de los camaradas preconizada en el comunismo se parece más a ella que la competencia de tipo darvinista inserta en el liberalismo.

Ahora bien, si la Ilustración precedente a dicha Revolución, asentada en la rotura protestante del cristianismo, había socavado seriamente el carácter real de la idea de Dios, la fraternidad del eslogan no era traducible directamente al amor al prójimo, sino que significaba algo muy diferente.

Babeuf, consideraba que el despotismo más duro, más envilecedor y el más difícil de soportar, por los hombres libres, era el “despotismo de los mercaderes” y concluye su Manifiesto con un programa que se diferencia poco del llevado a cabo por Lenin tras la revolución bolchevique de 1917, más de ciento veinte años después.

La Revolución Francesa, al menos en sus apariencias más notables, se planteó como la revolución de una clase social contra otra, a la que acusaba de dos delitos: tener privilegios y detentar el poder de una forma opresiva. La eliminación de los privilegios, corría a cargo de la consecución de la igualdad social, económica y legal de todos los individuos, mientras que la eliminación de la tiranía, correría a cargo de la consecución de la libertad.

No obstante, la Libertad tal y como se debió entender, se refirió, entre otras cosas, al liberalismo económico, el cual, favorecería, en palabras de Babeuf, “el despotismo de los mercaderes”, y, consecuentemente el hambre y la falta de libertad. De ahí que Babeuf apelara a la Igualdad para eliminar el hambre y ese tipo de despotismo.

La pugna retórica entre estos dos grandes planteamientos puso sobre el terreno una terrible bifurcación: por la “derecha”, se iba al liberalismo; por la “izquierda” al comunismo.

Los dos caminos de la bifurcación, se han mostrado a lo largo de los siglos posteriores, de espinosa y trágica andadura, ambos muy ufanos de tener la razón ilustrada en su poder por oposición al contrario. Al liberalismo se le llena la boca con su apasionada defensa de la Libertad y de la Propiedad, defensa que se postula como el máximo valor en riesgo, debido a los peligros tiránicos, colectivistas  e igualatorios que ofrece el comunismo. Al comunismo, se le llena la boca con su enconada defensa de la Igualdad, mediante la ausencia de privilegios, de mercaderes despóticos y de ofrecer pan para todos. Cada uno se sostiene justificándose en los males que sobrevendrían si se cayera en el contrario.

Ahora bien, la rama protestante de tipo calvinista que había dado lugar a un contumaz racionalismo economicista, que se puede especificar en términos de conseguir la máxima eficacia para la obtención de beneficios económicos reduciendo al mínimo el coste de los medios que se pongan en marcha para conseguirlos, esencia del capitalismo, también contenía una división de la humanidad en dos clases: 1) la de los predestinados a la gloria por una arbitraria o ignota elección de Dios, y 2) la del resto de mortales que con su fracaso vital y/o económico demostraban no ser de la primera clase.

En la Revolución Francesa, lo que hizo la burguesía fue extinguir y sustituir a la aristocracia que tenía antiguos vínculos religiosos, mientras que lo que hizo el comunismo fue instaurar la lucha de clases, que en esencia era entre los pobres y los ricos, por lo que su idea de fraternidad se circunscribía a la fraternidad entre los pobres, en guerra declarada contra los ricos.

De ahí que cabalgando sobre un ateísmo galopante con la consiguiente demolición moral vinculada a la irrealización de la idea de Dios, la fraternidad ya estaba disuelta en sus orígenes, dado que tanto en el capitalismo como en el comunismo subyacía la misma división de clases entre ricos y pobres.

Ahora bien, rebuscando en la historia de las ideas sociológicas de la Iglesia Católica encontramos una similitud mucho mayor con la sociología comunista que con la capitalista.

En diversos autores de los siglos XV y XVI, entre los que habría que incluir a humanistas católicos como Tomás Moro o Erasmo de Rotterdam, y en ciertos aspectos, a algunos protestantes como es el caso de Lutero, se puede detectar una tendencia al retorno a la ética cristiana primitiva e, incluso, a la que practicaba la rama judía de los esenios, de donde es posible que hubiera emergido el cristianismo.

La pobreza, la vida en comunidad, la verdadera fraternidad entre sus miembros, el ejercicio de la caridad, la pedagogía social y algunos otros aspectos de las primitivas comunidades cristianas, etc., parecen haber servido de inspiración a la moderna noción de fraternidad en el comunismo, sobre todo, como un modelo de sociedad igualitario en radical oposición a los tipos de sociedad derivados del capitalismo.

Además, la división francesa entre el calvinismo precursor del capitalismo, y el catolicismo como posible precursor del comunismo, se encontraba esbozada desde un siglo y medio antes de la Revolución Francesa.

En Francia se introdujo el calvinismo de manera temprana y fue adoptado, sobre todo, por los intelectuales y la nobleza, dando lugar a una división histórica extremadamente beligerante entre los calvinistas (hugonotes) y los católicos, lo cual dio lugar a una guerra civil que ocuparía casi toda la segunda mitad del siglo XVI.

¿Es el comunismo el resultado de un catolicismo que cayó en el ateísmo?

¿Se puede considerar la oposición entre el capitalismo y el comunismo una derivada revolucionaria de la guerra entablada entre protestantes y católicos en el siglo XVI?

Es obvio que uno de los aspectos más distintivos del comunismo es su ateísmo. Este aspecto es definitorio de dicha ideología, incluso de rango ideológico superior a sus presupuestos económicos y sociales.

Ahora bien, si nos fijamos en el modelo social del comunismo, sus afinidades con las doctrinas sociales profesadas por el cristianismo original y no tan original, son notables.

La mayor discrepancia en él la encontramos en su guerra declarada contra la creencia en Dios, contra la moral vinculada a dicha creencia y contra la desigualdad que tolera.

Además, los medios que propone para implantar su modelo de mundo igualitario son la antítesis de los que propone la Iglesia católica: el amor se sustituye por la violencia y el ansia de poder para controlar a los individuos.

La moral que es uno de los mayores desarrollos del catolicismo, en cuánto autonomía personal en la toma de decisiones, queda extinguida y sustituida por un formato ético de tipo colectivo y el nuevo modelo se convierte en una sociocraia que postula que el fin justifica los medios, lo cual incluye no solo el sacrificio del individuo al que se niega su existencia en cuanto a tal, sino el sacrificio de todo principio moral (al que tacha de burgués) y la negación de la realidad.

La ética inmoral del comunismo es la piedra angular que lo diferencia del catolicismo afectando todas las acciones de la vida del individuo. En dicha ética, vale todo para conseguir el fin, seguramente utópico, de un mundo en el que todos los seres humanos sean iguales y vivan en paz.

Ahora bien, el comunismo presenta ciertas similitudes con el catolicismo en otros dos aspectos trascendentales.

  • El catolicismo promete una vida futura en el más allá a la que se accede mediante ciertos auto-sacrificios de tipo moral, mientras el comunismo promete sacrificar todo cuanto sea necesario para transformar el mundo en una especie de paraíso terrenal en el que impere la igualdad, etc.
  • El catolicismo presenta una estructura social muy jerarquizada de tipo monárquico a la que los fieles obedecen en materiales doctrinales y sociales, mientras el comunismo adopta la forma de un único Partido político jerarquizado que gobierna a toda la población mediante una disciplina férrea, etc.

Marx tachó a la religión como opio del pueblo, sobre todo por hacer promesas relativas a que el sacrificio del cristiano sería recompensado en la vida del más allá, y lo hizo combinando la negación del carácter real de la idea de Dios con la negación del carácter atemporal del alma humana, esta última efectuada por Feuerbach (1804-1872).

En su primera obra importante[ii] de 1830 Feuerbach  sentencia la muerte verdadera como conclusión a toda vida individual. ¿Qué es el más allá? Nada o, simplemente una bella, pero falsa, esperanza. Pero, no hay que preocuparse, pues afirma que «Por consiguiente, el fin del individuo, puesto que no es para él mismo, tampoco tiene ninguna realidad para él, pues para el individuo sólo tiene realidad lo que es objeto de su sensación, lo que es para él.» (p. 229)

El pensamiento de Feuerbach, en lo relativo a su crítica de los sistemas filosóficos anteriores  consideró la Filosofía, incluyendo la de su maestro Hegel, como un reflejo algo modificado del pensamiento religioso. Toda Filosofía  —hasta él—  vendría a ser una traducción del misticismo religioso a términos aparentemente racionales. Sería puro y simple pensamiento apartado del mundo “real”, de la tierra, y del hombre (de la “miseria humana”). La obra de Feuerbach se puede considerar algo así como un intento de ruptura con toda la Filosofía precedente, acusada de hacerse de espaldas a la realidad del hombre y, también como una forma de materialismo (frente al idealismo de Hegel) que sirve de puente al materialismo dialéctico de Marx.

Ahora bien, el comunismo que tenía como fin y como promesa implantar una suerte de paraíso terrenal aquí, en la Tierra, por el que cualquier tipo de acción, por muy criminal que fuera, estaba justificada, ha demostrado ser utópico y, por lo tanto, fraudulento.

Esto nos conduce a la siguiente reflexión. Si su argumentación contra la religión se fundaba en efectuar una falsa promesa para justificar el sacrificio de los creyentes, ¿acaso no ha seguido el mismo esquema? Además, con el agravante de que mientras la inexistencia de Dios y la intrascendencia del alma humana resultan indemostrables, sus promesas de acceso a un mundo feliz en la tierra y la consiguiente justificación de todo sacrificio humano, se han demostrado fehacientemente absurdas.

La segunda similitud importante que se refiere a su propia estructura organizativa en las sociedades en las que se implantó o sigue implantado. Se trata de una estructura jerárquica piramidal y prácticamente eclesial, y por lo tanto de tipo monárquico, en la que el líder supremo del Partido Comunista tiene su equivalencia en el rol que juega el Papa en la Iglesia Católica. Es el jefe que ordena y manda, representando la encarnación de la propia ideología y la fe de su partido al que se supone la misma infalibilidad que a su equivalente religioso.

Su estructura en parroquias es similar y en las poblaciones que gobierna no se admite ninguna fe diferente a la del monopolio ideológico del propio comunismo, aplicando filtros de tipo inquisitorial con extrema dureza. Sin duda tiene mucho de monarquía absolutista y muy poco de lo que se suele entender por democracia.

Además, dada su aspiración a imponerse en todo el orbe, es tan proselitista o más que aquellas organizaciones religiosas a las que criticó tan duramente.

Las poblaciones tradicionales de religión católica y régimen monárquico presentaban unas estructuras (organizativa, sociológica, económica y política) fundadas en que todos sus integrantes, incluyendo al monarca, servían a Dios como un principio que estaba por encima de todos ellos y que les llevaba a comportarse bajo un criterio moral, no social sino autónomo, que daba buenos resultados para su convivencia.

Las personas estaban acostumbradas a ocuparse de sus propias vidas, de sus propias acciones y de sus familias, confiando en que de los asuntos públicos y sociales se ocupaban correctamente los servidores del estado empezando por el propio monarca.

En ese estado de cosas, la noción de democracia estaba fuera de lugar, salvo que hubiera una grave crisis que tambaleara a la propia nación como, por ejemplo, ocurrió en el caso del levantamiento popular del 2 de Mayo tras la invasión napoleónica de España.

De ahí que la demolición del Catolicismo y de la Monarquía, en el proceso llevado a cabo por los ilustrados sucesores de la revolución protestante y precedentes de la Revolución Francesa —de los que tanto presumió Augusto Comte—, que fue exportada e infiltrada en las naciones correspondientes, generó unas condiciones política y sociológicamente inviables para sus respectivas poblaciones.

El proceso empezó por las élites intelectuales, por integrantes de la propia jerarquía eclesiástica, por los aristócratas, etc., y se fue difundiendo a sectores de la población general dando lugar a fuertes divisiones y a graves conflictos sociales que aun hoy en día no han sido resueltos.

Así, una población general acostumbrada a desatender la gestión de los asuntos públicos y sociales que pierde, o a la que se sustrae, su propia estructura de vida por la pérdida de las creencias que la componían, pero conservando los ideales de trabajar lo necesario para poder vivir, la coexistencia pacífica entre personas, la caridad o solidaridad con los necesitados, etc., se convirtiera en el destino idóneo para el asentamiento del comunismo.

No obstante, el debilitamiento moral y la falta de costumbre de vivir bajo las prescripciones legales y las éticas sociales, acaba produciendo niveles de corrupción que pueden ser epidémicos por el efecto dominó derivado de las condiciones que imponen diversos poderes políticos, económicos y sociales al grueso de las interacciones interpersonales de la población.

La destrucción de la cultura cristiana dejó dos herederos envenenados, capitalismo y comunismo que, cada uno a su modo, hace uso de ideas de aquella para elevar su poder hasta niveles desconocidos, y, lo que todavía es más grave, para acabar fusionándose en un modelo único que adopta lo peor de cada uno para destruir al hombre tal como algunos lo recordamos.

Mientras el capitalismo campa a sus anchas en el ámbito privado con la implantación de empresas cada vez más poderosas, en el sector público impera un control social y la imposición de sacrificios económicos a la población que resultan asfixiantes. En ambos casos, cada uno tolera sin rechistar lo que hace el otro.

Además, el progresismo, que en última instancia significa el alejamiento de la cultura cristiana transformándola o invirtiéndola en todos sus contenidos por medio de la implantación de un catálogo ideológico, del que se excluye quirúrgicamente la moral, es promovido y aceptado sin distinción alguna por ambas facciones en consenso.

[i] BABEUF, GRACCHUS; El manifiesto de los plebeyos y otros escritos; trad. Victoria Pujolar; Ediciones Godot; Buenos Aires, 2014

[ii] FEUERBACH, LUDWIG; Pensamientos sobre muerte e inmortalidad; trad. y estudio preliminar de José Luis García Rúa; Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1993

4 Comments
  • Celia on 06/11/2018

    Interesantísimo como siempre. Mencionas al principio que la iglesia católica está irreconocible. Maria Elvira Roca, quien reconoce sin tapujos que no es católica, se sorprende igualmente de esta degradación y ensalza esta religión frente al protestantismo. ¿Podrías dedicarle un espacio en tu blog a analizar esta degradación?

    • Carlos J. García on 09/11/2018

      Como habrás podido ver en el libro de María Elvira Roca, “Imperiofobia y leyenda negra”, el episodio que más perjudicó al imperio español y al propio catolicismo en el siglo XVIII fue la decisión de Carlos III de expulsar a los jesuitas en 1767, la cual estuvo precedida por el motín de Esquilache ocurrido un año antes.
      Durante todo el siglo XVIII coincidió el primer siglo de la dinastía borbónica en España de fuerte influencia francesa, con la propia Ilustración, también procedente de Francia. El propio Carlos III, tras el motín, incluyó en su gobierno una mayoría de ilustrados entre los que destacó Campomanes que fue quien fabricó el dossier que contenía graves acusaciones falsas contra los jesuitas y determinó la primera medida que tomó dicho equipo de gobierno anticatólico que fue, precisamente, la expulsión de los jesuitas y un serio perjuicio para la cultura católica, tanto en España como en Hispanoamérica.
      Obviamente la Ilustración, cuyo antecedente fundamental fue el protestantismo, fue la corriente ideológica que también precedió a la Revolución Francesa y que penetró en España causando su desastroso siglo XIX.
      Por otra parte, el historiador Ricardo de la Cierva cuenta en su libro “La infiltración” el proceso por el cual el marxismo se va introduciendo en la Iglesia Católica durante el siglo XX y que acaba dividiendo a los jesuitas entre católicos y marxistas, lo cual resulta decisivo en el derrumbamiento de las creencias fundamentales de la religión católica.
      Muchas gracias por tu comentario.

  • Elena on 28/11/2018

    Cuando estudié la revolución francesa en la licenciatura de Historia, recuerdo que el profesor nos dijo que el lema original era “Libertad, Igualdad, Propiedad”. Creo que tengo bibliografía al respecto; la buscaré. No sé cómo encaja esto en artículo. Hace el lema aún más contradictorio, ¿no crees?

    • Carlos J. García on 29/11/2018

      Sería muy interesante saber con cierta exactitud el momento de la revolución en el que se sustituyó la propiedad por la fraternidad. Tal vez fuera a raíz de la etapa del terror que estableció Robespierre en la que los propios revolucionarios iban asesinándose unos a otros tras la criba poblacional efectuada sobre los contrarrevolucionarios del clero y la aristocracia. La sustitución de la propiedad por la fraternidad parece un leve giro a favor del comunismo en detrimento del liberalismo, mientras la libertad puede ser interpretada de forma diferente desde cada una de las dos ideologías en conflicto. La libertad de la burguesía podría referirse a libertad para la posesión y adquisición de propiedades, de comercio, de mercado, de implantación de salarios exiguos a los trabajadores, etc., mientras la libertad comunista se referiría a la libertad de los trabajadores frente a la de los explotadores, opresores, etc. De todas formas estas interpretaciones sobre conceptos tan abstractos y universales pueden se mersas simplificaciones.
      Si consigues encontrar la bibliografía en cuestión sería estupendo que nos la pasaras.
      Muchas gracias por tu comentario.

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