Blog de Carlos J. García

Cada cual es alguien en sí mismo

En mi opinión, la dificultad principal con la que se encuentra cualquier teoría acerca del desarrollo de sistemas, que experimentan incrementos de su complejidad original a lo largo del tiempo, se encuentra en la procedencia de la información que es necesario aportar para la constitución de estructuras progresivamente más complejas.

En este caso, se encuentran, por ejemplo, los procesos de individuación que ha de seguir cualquier individuo para acceder a una existencia efectiva, así como las teorías de la evolución de las especies.

La lógica implicada en tales procesos, está lejos de ser algo evidente. En tal sentido, parece necesario partir de la diferencia que hay entre un concepto y el conjunto de los individuos definido por él.

El concepto se refiere a la información necesaria y suficiente para definir el conjunto o la categoría de los individuos incluidos en él. Si el concepto está bien definido, el conjunto de los individuos tendrá unos límites claros, de forma que elegido cualquier individuo al azar, podrá afirmarse sin dificultades, su pertenencia a dicho conjunto, o, por el contrario, su pertenencia a otro diferente.

Si, por ejemplo, examinamos qué es lo que tienen en común todos los seres humanos, y concluimos que son animales racionales, tal propiedad es una característica diferencial de todos ellos con respecto a cualquier otro ser vivo que conozcamos.

Ahora bien, el conjunto que forman todos ellos consta de miles de millones de individuos, necesariamente diferentes entre sí, y, tales diferencias, son  preteridas en la elaboración del concepto. No se diferencian en que son animales racionales, pero se diferencian entre sí, en otras muchas propiedades.

A este respecto, hay que decir que el nominalismo afirma que los conceptos no tienen una existencia efectiva, pues solo tienen existencia los entes particulares, lo cual, sin duda, es erróneo. Los particulares se componen de factores, como, por ejemplo, la racionalidad, que no son meros conceptos mentales, sino propiedades constitutivas de aquello que existe.

Ahora bien, al respecto del asunto principal que hemos planteado, hay que fijarse en que cada cosa que hay en el mundo es diferente a cualquier otra. Todos los individuos contienen diferencias que les distinguen de cualquier otro. Ya se trate de un ser humano, un grano de arena, una uva, o cualquier otro particular, resulta asombroso que todos presentan alguna diferencia con respecto a todos los demás, ya sea de su propia especie o de cualquier otra especie.

Además, en el caso de los seres humanos y de otras especies muy desarrolladas, tales diferencias no son meramente orgánicas, sino que incumben a la información que influye, o tiene un papel determinante, en la producción de sus actividades de relación con el entorno.

Si elegimos dos seres humanos cualesquiera al azar, veremos que ambos verifican todas las propiedades características de la especie, si bien, además de esas propiedades poseen otras, de índole individual, que son las que permiten diferenciarlos entre sí.

El asunto de fondo es que el proceso de formación de conceptos es relativamente sencillo, ya que consiste en abstraer, es decir, en retirar toda la información disponible del conjunto de los individuos que no sea común a todos ellos, mientras se selecciona aquella que tengan en común.

No obstante, es obvio que, del concepto así formado, no se puede deducir aquella información que diferencie entre sí a los individuos que componen tal conjunto.

Esto no solo es una obvia imposibilidad lógica, sino que, al considerarla en el orden de la generación efectiva de los individuos de una especie, nos encontramos con un salto teórico entre aquella información, definitoria de la especie en sí, y la que es necesario añadir para la generación efectiva de los individuos particulares.

En tal sentido, los individuos particulares son más complejos que la propia especie, pues ésta solo es constitutiva de la parte común de tales individuos, mientras el resto de la información necesaria, para que cada individuo esté configurado para poder existir de manera efectiva, debe proceder, no de la especie en sí, sino de otras fuentes diferentes.

Ahora bien, es obvio que dicha información adicional debe ser congruente o compatible con la definitoria de la especie, ya que, en caso contrario, los individuos, o no pertenecerían a dicha especie, o serían biológicamente inviables.

En cuanto al sistema orgánico del ser humano, las fuentes de las que pueda proceder dicha información adicional, necesaria para la constitución de individuos, parecen incluir, las combinaciones de los diferentes códigos genéticos de los ascendientes; los complejos procesos del desarrollo embrionario; las condiciones en las que se desarrolle el embrión en el útero materno; las vicisitudes del parto; una variedad de factores decisivos presentes en el entorno neonatal; la estimulación y la alimentación que reciba el niño hasta el umbral crítico de sus primeros dos años y medio, y algunos otros factores más, como puedan ser los accidentes genéticos, etc.

A su vez, la información que almacena el niño en su cerebro a lo largo de su crecimiento, procede de la amplia fuente medioambiental a la que está expuesto su desarrollo, al principio, especialmente, en el medio familiar, y, posteriormente, en el social.

Son tantas las fuentes de información constitutivas, tanto en la vertiente orgánica, como en la psicológica que, la posibilidad efectiva de que emerjan clones humanos de manera natural, es nula.

De hechos, nada parece más antinatural que los intentos para formar clones, tanto humanos, como de otras especies.

En este ámbito, los desarrollos que consisten en incrementos de la complejidad, son necesarios para que se generen individuos diferentes, ahora bien, ¿qué está en juego tras la condición real de que todos los individuos que existan han de ser diferentes entre sí?

Se puede encontrar una posible respuesta a tal pregunta, precisamente, en la noción de «ser en sí».

Decimos que todos los individuos han de ser diferentes entre sí, pero es que, si no lo fueran, no serían, cada uno de ellos, «algo en sí».

Tal noción es equivalente a la de substancia. Parece tratarse de que cada cosa que exista ha de ser algo en sí misma, aunque no siempre sea algo por sí misma.

Al menos, cada ser y cada cosa, han de ser algo en sí mismas, lo cual implica la posibilidad de que puedan ser diferenciadas, o más bien, identificadas. Tal requisito parece estar presente en todo aquello que es generado de manera natural.

El «sí mismo» es lo que subyace a cada ser o cosa, por ser algo en vez de nada, y se encuentra estrechamente relacionado con su correspondiente identidad.

Ahora bien, esa substancia, se encuentra en un plano básico de todo cuanto es «algo en sí», y no se debe confundir con la definición de dicho «algo». Tal definición, en sus aspectos más relevantes, se suele denominar esencia.

En el ser humano, podemos considerar que la esencia de la condición de ser algo en sí, no es otra que aquello de él a lo que nos referimos con la palabra «yo».

Tal esencia puede sufrir modificaciones a lo largo de todo su ciclo vital, mediante los propios procesos de desarrollo o de incremento de su complejidad. Sin embargo, lo que no cambia, es el factor substancial de ser algo en sí mismo.

De ahí, parece proceder la constante temporal de que el individuo se considere, a sí mismo, como siendo el mismo ser a lo largo de todo su ciclo vital, a pesar de los cambios o accidentes que experimente, lo cual aporta continuidad a su propia biografía.

No obstante, cuando en alguna fase de su vida, especialmente problemática, la persona experimenta una alteración de su sistema de creencias tan intenso, que resulta incongruente con el anterior, cabe la posibilidad de que la continuidad temporal de su propia identidad personal se rompa.

Cuando esto es así, emerge la necesidad imperiosa de conectar, biográficamente, el sistema de creencias vigente con el anterior, lo cual no suele ser fácil, por lo que puede dar lugar a la producción de nuevas creencias irreales, que tengan el papel funcional de cerrar la brecha entre ambas etapas de su vida.

2 Comments
  • Elena on 26/10/2015

    Hablas de ser algo en sí aunque eso no implica ser algo por sí
    ¿Un ser real es en sí y por sí?

    • Carlos J. García on 26/10/2015

      En mi opinión, sin ser experto en el tema, la definición más acertada de sustancia, o al menos, la que ofrece un significado tal como yo lo aplico, es la de Francisco Suárez: «Sustancia es la entidad que existe por sí misma, y no se ordena primariamente a la perfección de otra totalmente distinta».

      Por otro lado, Valverde Mucientes, la define de un modo muy parecido. Según dicho autor, substancia es: “aquel ser que no exige estar en otro como en un sujeto de inhesión” y que, por lo tanto, es un ser-en-sí.

      Hay que tener en cuenta la diferencia de ser-en-sí, por un lado, y existir-por sí, por otro.

      Ser en sí, significa que el ente se encuentra completo y no necesita adherirse a otro, para poder existir. Cuando algo necesita formar parte de un ser, que sea sustancial en sí mismo, para existir, no se considera sustancia, sino que, en general, se considera un accidente del sujeto que hace la inhesión.

      De ahí que «ser en sí» y poder «existir por sí», vienen a ser nociones muy parecidas, o, al menos, que los entes sustanciales poseen al mismo tiempo.

      Aparte su significado metafísico, estas nociones tienen un gran interés psicológico debido a que se pueden dar muchas condiciones, a las que denomino vínculos sustantivos, en las que las personas adultas carecen de la autonomía necesaria para existir por sí mismas. En estos casos, cabe decir que se dan alteraciones de irrealidad debido a un «yo» que presenta algún déficit significativo de sustantividad, precisamente por formar parte de un sujeto exterior del cual no se ha llegado a desvincular.

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