Blog de Carlos J. García

Acerca del poder de la mujer

Al tratar este tema hay un primer problema que atañe a la diferencia entre los términos la mujer y las mujeres asunto que hay que aclarar por la enorme confusión que se está generando en la actualidad.

A este respecto tendría cierta razón el enfoque nominalista al afirmar que las que existen son las mujeres, mientras que la mujer remite a un concepto abstracto elaborado por medio de la definición de lo que todas las mujeres tienen en común excluyendo todas las características individuales.

No obstante, cada mujer concreta tiene todas las cualidades con las que se forma el concepto mujer y, además, todas las cualidades individuales propias de ella misma, sin excluir las que compartiera con determinadas subcategorías de mujeres.

No solo eso, sino que las mujeres concretas, además de tener las cualidades comunes con todas las mujeres, también tienen las cualidades comunes a todos los seres humanos y, por lo tanto, todas las cualidades generales de los varones por razón de ser personas.

Mujeres y hombres somos personas, con muchas propiedades comunes pero diferenciadas en todas aquellas que dependen directa o indirectamente del género biológico y, además, cada uno de los individuos de ambos sexos con sus propias características personales.

El género se define, no solo por características anatómicas sino, también, por las características funcionales que aportan aquellas, que son de orden natural, y que, sobre todo, atañen al papel reproductivo y, tras el nacimiento, al reparto de las funciones de protección, alimentación, cuidado y estimulación entre los progenitores.

No obstante, prácticamente todas estas distinciones de origen natural están siendo sometidas actualmente a profundas transformaciones artificiales, orientadas tanto a cambios en la anatomía biológica como a características funcionales. De ahí que las distinciones apuntadas son cada vez más difusas.

Por otro lado, se está imponiendo la visión de las mujeres por su componente genérico y no por las características personales que cada una de ellas posea, lo cual, también afecta a los varones por lo que, en general,  los modos de ser de las personas concretas cada vez tienen menos prevalencia social que lo genérico de ellas.

Por tanto, parece que asistimos a una contradicción importante, aparte de otras muchas que emergen en las revoluciones, que consiste, por un lado, en un empeño en borrar características distintivas tradicionalmente vinculadas al género, conocidas como femeninas y masculinas, y, por otro, en definir fuertemente a ambos géneros de hombres y mujeres, borrando lo personal de los individuos y poniéndolos en una fuerte oposición de clases por medio del nuevo feminismo.

De hecho, parece que ese nuevo feminismo no designa correctamente al movimiento social al que pretende hacer referencia.

En primer lugar, el feminismo actual, entre otras muchas características, se opone al machismo en vez de oponerse al masculinismo, por lo que según eso una denominación mejor sería la de hembrismo.

Da la impresión de que la nueva mujer que pretende implantar el actual movimiento feminista tiene poco o nada de la feminidad tradicionalmente entendida y, más bien, incluye aspectos propios de una cierta concepción de la masculinidad atribuida tradicionalmente al varón. Se trataría, por lo tanto, de una suerte de masculinización  de la mujer por rechazo de la feminidad precedente que la caracterizaba.

También podría entenderse como un movimiento con una cierta tendencia a invertir los roles tradicionales, feminizando al varón y masculinizando a la mujer, lo cual desembocaría en una androginia universal, que diera por finalizada la distinción entre ambos géneros, para crear un nuevo ser humano carente de género por razón sexual, lo cual daría por finalizada la reproducción sexual humana y el final de la humanidad tal como era desde hace cientos de miles de años hasta la actualidad.

Ahora bien, por el momento, lo que podemos observar en muchas de las manifestaciones de esa revolución sexual es una aguerrida lucha por el poder de las mujeres frente a los hombres que se ha iniciado por medio de la malignación de la identidad del hombre y la benignación de la identidad de mujer.

Al movimiento actual ya le queda muy poco o casi nada de sus antiguas reivindicaciones por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, dado que, en ese sentido, ya triunfó plenamente con su reflejo explícito en todas las leyes vigentes desde hace décadas.

Y si hay igualdad de derechos, ¿qué reclama el movimiento feminista actual?

A esto solo se le puede dar una respuesta: que la mujer tenga más derechos y, por lo tanto, más poder que el hombre en todos los contextos interpersonales, sociales y familiares. En este caso se trataría de una lucha de clases por el supremacismo injustificado de la mujer sobre el hombre, igual que fueron luchas por el poder todas y cada una de las revoluciones políticas ocurridas en la historia occidental.

Lo más asombroso de todo esto es que parece haber un secreto muy bien guardado que oculta el enorme poder estructural que la mujer ha tenido y tiene a su alcance, sobre el conjunto de la humanidad por el hecho de disponer de forma exclusiva y debido a su naturaleza de la capacidad de ser madre.

Ese poder estructural parece estar compartido por todas las especies animales de mamíferos.

La capacidad de las hembras que son madres en todo lo que atañe a la constitución de sus descendientes, tanto en aspectos biológicos como psicológicos, es muy superior a la de los padres.

Una madre puede ejercer una influencia sobre sus hijos e hijas que, en la gran mayoría de los casos, es muchísimo mayor que la que pueden tener los padres, no solo sobre las acciones sino, sobre todo, en cuanto a su personalidad, modo de ser, identidad personal, sustantividad, actitudes fundamentales hacia ellos mismos y hacia los demás, gustos, preferencias, selección y establecimiento de relaciones interpersonales concretas, etc.

Obviamente, dependiendo de cómo sea la personalidad de cada madre, el tipo de influencia que ejerza sobre sus hijos será diferente, y, además, dando un mayor o menor peso a las diferentes áreas entre las que pueden elegir dentro de un abanico enorme.

Además, la influencia de la madre sobre sus hijos puede mantenerse de actualidad a lo largo de gran parte de las vidas de estos en función de si optan por dotarles de autonomía o, por el contrario, conservar su ascendencia por medio de vínculos sustantivos.

También es obvio que los padres pueden llegar a tener una influencia relevante en los modos de ser de los hijos, si bien, lo más frecuente es que eso dependa de lo que la madre permita o desee al respecto.

El peso de la madre operando como causa ejemplar en la formación de los hijos suele ser decisivo en la constitución de la identidad personal y, dentro de esta, de la identidad psicosexual que incluye la identidad de género, la masculinidad-feminidad y las preferencias sexuales, que, a menudo, incluye la producción de actitudes hacia la figura paterna.

En general, el poder del que disponen las madres para la conformación de la personalidad de los hijos y de sus actitudes fundamentales en la vida es, significativamente mayor, que aquel del que suelen disponer los padres, y son muchos los hombres y mujeres a lo largo de la historia cuyas acciones han estado sujetas a fuertes influencias maternas.

En conjunto se podría decir que el peso de las mujeres en la marcha de la historia de la humanidad ha sido y sigue siendo superior al de los varones, si bien, la investigación exhaustiva de este tipo de hipótesis requiere una profundización en la producción y sujeción de las acciones de los agentes que las efectúan.

Más recientemente a ese poder materno se ha sumado el derecho al aborto que deja a los padres fuera de juego en las decisiones de la mujer en materia de natalidad y, con él, el control absoluto sobre la futura existencia de la humanidad.

En una sociedad bien construida en la que los diferentes poderes han de estar en equilibrio para que reine una cierta armonía, como cuando se hace alusión a la diferenciación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, parece impertinente que la clase mujer posea más poder que la clase hombre, o viceversa, por simple razón del género.

Si al hombre se le deja fuera en todas las decisiones relevantes que afectan a la reproducción y a la formación, al tiempo que se establecen leyes discriminatorias que perjudican al hombre en beneficio de la mujer, y, además, se promueve, por medio de discriminaciones positivas, el incremento de poder social, político y económico en el ámbito público, de la mujer sobre el hombre, éste queda relegado a la irrelevancia, tanto en lo familiar o privado como en lo social, por lo que la clase mujer aglutina una inmensa mayoría de poder y la coloca en una posición de monopolio que amenaza con desestabilizar cualquier clase de orden social.

Por último, a subrayar la malignación social e institucional del varón, y por lo tanto de la personalidad de todos los varones, susceptible de generar serios problemas de odio hacia el varón con consecuencias imprevisibles, tanto en la reproducción y la formación de los hijos como en la conflictividad de las relaciones interpersonales entre hombres y mujeres.

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