¿Qué y a quiénes admiramos?
Una de las formas por las que las personas, las poblaciones, y, sobre todo, las culturas, se manifiestan, o, aún mejor, se retratan, se refiere a sus ídolos, sus dioses, sus líderes, y, en general, a quienes aparecen como figuras populares destacadas, por lo que son, por lo que aparentan, o por lo que representan.
Cabe la posibilidad teórica de que, las cosas o los individuos que sean designados para desempeñar los papeles de ídolos, sean elegidos por la población general de manera espontánea, aunque es más frecuente que sean producto de procesos de fabricación por grupos o empresas especializadas en marketing sociológico.
La característica fundamental de un ídolo reside en la admiración que suscita en una parte de la población. Ésta responde a la estimulación que produce su presencia con emociones y sentimientos que pueden oscilar, desde el asombro o el entusiasmo, hasta la pasión o el fanatismo.
En el terreno reducido de lo interpersonal, la admiración parece ser un ingrediente fundamental del enamoramiento en las relaciones de pareja, o, también, de la confianza, depositada sin restricciones, en otros tipos de relaciones como puedan ser, las de amistad, las académicas, profesionales, etc.
En algunas formas de admiración parece haber un componente de identificación entre el admirador y aquello que admira, si bien, más en el orden de lo que al admirador le gustaría ser, que en aquello que actualmente es.
En otros casos, como en las relaciones de pareja, en las que predomina el enamoramiento, la percepción puede incluir un componente de identificación, aunque, es más común, que se admire al otro de forma diferencial, por las cualidades o rasgos que se consideran sobresalientes en su género.
Ahora bien, ¿qué pone el admirado y qué el admirador, en la actitud de admiración?
Lo cierto es que, lo más común, es que el admirador ponga casi todo de sí en el hecho de admirar algo, mientras que, el admirado o aquello que admire, aporte bastante menos en la producción de tal actitud.
Dicho en otros términos, la admiración contiene muchos más componentes subjetivos que objetivos.
De ahí que, la tarea principal, de quienes se ponen a la tarea de generar ídolos, consista, en primer lugar, en sembrar la formación de actitudes predispuestas a admirar algún tipo de objeto, y, en segundo término, ofrecer un campo de posibles ídolos que encajen con las predisposiciones elaboradas.
Parece una norma general, que los datos que se expongan de los posibles ídolos, sean escasos, superficiales, casi caricaturescos, para que no haya lugar a elementos que puedan suscitar algún rechazo en la población destinataria. Es decir, se trata de que sirvan para que se identifiquen con ellos, el mayor número posible de admiradores.
En el ámbito interpersonal, la generación de actitudes de admiración no es demasiado diferente. En este caso, es más fácil que se produzca admiración al inicio de una relación, cuando se tienen menos datos de aquella persona, o de aquello que se admira, y que tienda a reducirse a medida que el admirador va conociendo más lo admirado.
Por otro lado, aun cuando tales actitudes suelen contener un elevado componente subjetivo, éste puede estar presente en el admirador de forma más o menos estable debido a su modo de ser, aunque, también, se le pueden agregar factores desde el exterior, generados ad hoc para su producción.
Igual que en la ingeniería sociológica pueden sembrarse actitudes para suscitarla, en el terreno interpersonal, aquellos que quieren ser admirados, pueden operar, sobre todo, con tácticas de seducción, para conseguirlo.
Ahora bien, todo lo dicho hasta aquí, debemos ponerlo en relación con la pregunta que sirve de título al presente artículo, ¿Qué y a quiénes admiramos?
En referencia a nuestra cultura actual, uno de los ídolos fundamentales que la caracteriza es el poder y aquellos que lo poseen.
No siempre ha sido así, e, incluso, en las culturas previas de esta misma civilización, ha habido otros ídolos muy diferentes.
Como he dicho en otro lugar, las dos actitudes fundamentales que se encuentran en oposición, son el poder y el amor. La proporción en la que se encuentren presentes dichas actitudes, en el conjunto de los sistemas de relaciones interpersonales y sociales de una concreta población, ofrecerá lo más característico de la misma.
Pensemos por un momento en personajes ficticios que se han ido introduciendo paulatinamente entre los relatos, cuentos, películas, etc., a los que tienen acceso los niños, y quienes se encuentran en la primera etapa de la adolescencia.
Personajes como Peter Pan, Superman, Mazinger-Z, Spider-Man, Marty McFly (Back to the future), Harry Potter…, o películas como, por ejemplo, Conan el Bárbaro, Terminator, Misión Imposible, etc., se fabrican en grandes cantidades desde hace décadas, y, cada vez con más frecuencia.
¿Qué tienen en común? Todos sus personajes disponen de poderes especiales. Son superiores porque son más poderosos que sus adversarios. Se les llama superhéroes.
No importa en absoluto que tales poderes sean inalcanzables por el público infantil que admira a tales personajes. Lo que importa es que los admiran porque son poderosos.
Es cierto que, en tales relatos, suele haber un contexto del bien contra el mal, y que los personajes buenos, ganan a los malos, pero les ganan porque tienen más poderes que éstos, no porque sean buenos.
Así, la asociación entre la bondad y el poder, ofrece una síntesis curiosa. El poder puede estar de cualquiera de los dos lados, el bien o el mal, pero, lo asombroso es que siempre tienen más poder los buenos que los malos. La moraleja es obvia, los más poderosos siempre son los buenos.
Los niños que admiran a tales personajes, ¿cómo no van a mirar con buenos ojos el poder, si los más poderosos son los buenos?
Rarísima vez se llega a ver que, la bondad sin poder, gane alguna batalla a la maldad con poder. Así, el poder garantiza el éxito en las batallas, y hace buenos a los ganadores.
No obstante, las armas del poder no se restringen a los artefactos, a la tecnología, las facultades excepcionales, etc. Esa es solo una de sus cuatro patas. Además, hay que incluir, la demagogia, la seducción, el dinero, el engaño y, con éste, una amplia gama de operaciones interpersonales de todo tipo.
En esta atmósfera generalizada, los buenos sin poder, se consideran, como gente insignificante, por lo que la bondad, en sí misma, o las actitudes de amor simple y llano, prácticamente, carecen de existencia social, o, directamente, no interesan.
Esto, en el supuesto de que no se crea, como Robert Greene [i], que no hay gente buena, pues juzga que la bondad no es más que una táctica más de consecución de poder.
Las relaciones de poder han sido puestas de moda en todos o casi todos los ámbitos sociales e interpersonales que podamos considerar. Es normal, por tanto, que los ídolos más admirados sean, el máximo poder que se pueda concebir, y quienes lo posean.
Es obvio que, los niños que perciben como los adultos admiran el poder, consideran que el poder es algo admirable, y que, en consecuencia, adopten a los adultos poderosos como causas ejemplares de su propia formación.
Lamentablemente, ya se detecta una elevada incidencia del establecimiento de relaciones de poder entre alumnos de colegio, que comienzan poco después de cumplir los diez años de edad.
Relaciones que incluyen la extorsión, el acoso, el chantaje, la humillación, el desprecio, etc., ya sea de forma individual, o establecidas por grupos organizados, empiezan a tener la incidencia suficiente, como para que nos sirvan de dato de lo que está ocurriendo actualmente en nuestra cultura, y del porvenir hacia el que se encamina.
Esa es la segunda parte de la historia que ya se anuncia mediante los relatos distópicos.
[i] GREENE, ROBERT; Las 48 Leyes del Poder; trad. Ana Bustelo; Editorial Espasa Calpe S.A., Madrid, 2002, obra que vino precedida en su publicación española de: Robert Greene; El Arte de la Seducción; trad. Carmen Martínez Gimeno; Editorial Espasa Calpe S.A., Madrid, 2001
Sí, por desgracia, las relaciones de poder empiezan cada vez más pronto. Parece ser que el hecho de controlar lo que hace otro es algo que les produce satisfacción a muchas personas. Y lo triste es que se ve como si fueran relaciones normales, como si lo normal es quedar por encima del otro, y no tener amor hacia el otro. El poder puede darse en actos cotidianos, como por ejemplo controlar las formas de pensar del otro.
Carlos: este artículo ha sido muy enriquecedor para mi pues es algo nuevo que además encaja con el resto de tu obra. Deseo citar una película en donde el protagonista es un héroe sin poderes especiales que es bueno y virtuoso. Recomiendo verla tras la lectura de este artículo porque creo que son complementarios.
El protagonista es como socrático-tomista fiel a los trascendentales del bien, la verdad y la belleza que proyecta en el curso de su existencia relaciones de ser en vez de relaciones de poder. El protagonista se ve sometido a dificultades violentas y el agarrarse a sus principios le hace triunfar sin tener «poderes especiales». La película se titula «EL AÑO MÁS VIOLENTO» (A Most Violent Year, 2014, http://www.imdb.com/title/tt2937898/?ref_=fn_al_tt_1 )