Cuestiones acerca del origen
Nacemos y vivimos en un mundo del que no podemos ver mucho más de lo que tenemos al alcance de nuestros sentidos, pero tenemos la capacidad para hacernos todo tipo de preguntas acerca de lo que vemos y, también, de lo que no vemos.
Ahora bien, ¿cómo es posible que podamos preguntarnos por aquello que no podemos ver? ¿Acaso no es totalmente a-racional preguntarnos por lo que no existe ante nosotros?, ¿no deberíamos dar por hecho que, lo que no existe ante nosotros, tampoco existe más allá del alcance de nuestros sentidos?
No obstante, nos resulta casi imposible frenar nuestra curiosidad y mantenerla apartada de supuestos objetos que no podemos ver. Incluso, a menudo, aquello que no podemos ver, atrae nuestra curiosidad con mucha más intensidad que lo que sí vemos.
En este caso se encuentra la cuestión del origen de cuanto existe.
Mi origen, tu origen, nuestro origen y el origen de todo aquello que percibimos, constituye un misterio con el que cualquier ser humano debe llevar adelante su existencia.
Existir de ese modo no es fácil para todo aquel que se tome en serio el hecho insólito de que existe, sabiendo que esa existencia es prácticamente inexplicable.
Por otro lado, esta no es una cuestión que los seres humanos tendamos a vivirla de forma desapasionada, sino todo lo contrario.
Es posible que entre las mayores disputas que hayan ocurrido a lo largo de la historia humana se encuentren las que giran en torno a posturas divergentes o contrarias acerca del origen.
Ahora bien, dichas posturas no parecen circunscribirse a teorías distintas acerca del origen de lo que hay, sino que van mucho más allá. Sobrepasan la esfera del conocimiento humano y se introducen en el ámbito del propio papel que el hombre puede o debe tener en el universo.
Por ejemplo, si pensamos en la naturaleza, en general, tal como viene dada antes de que el ser humano haga cambios sobre ella, una parte de la humanidad juzga que debemos respetarla como es y conservarla en todo lo posible, mientras otra parte juzga lo contrario, es decir, que constituye una materia prima plástica con la que el hombre puede y debe hacer lo que considere oportuno, pensando en su propio beneficio.
A este respecto, aquellos que creen que el ser humano le debe respeto, estarían conformes con formar parte integrada en ella, como una especie más con las peculiaridades que la caractericen.
Por el contrario, quienes creen que la naturaleza debe ser utilizada por el hombre según una diversidad de intereses, se ven como una especie al margen de todas las demás, ejerciendo sus capacidades de dominio y transformación sobre ella.
Si, en el primer caso, la naturaleza podría seguir siendo conforme a su origen, sea el que sea, en el segundo, el hombre se constituye en el origen de lo que la naturaleza devenga a partir de las trasformaciones, el dominio o la extinción que efectúe sobre ella.
No obstante, dado que la especie humana también está formada como una entidad natural más, las actitudes de dominio sobre la naturaleza, no dejan al margen de sus propósitos, el control sobre la propia naturaleza humana.
Así tenemos a una parte de la humanidad que tiene entre sus actitudes la disposición a ejercer influencia, determinación y control sobre la propia naturaleza humana y su propio devenir como especie.
En este caso, aquella parte de la humanidad, que ejerciera las tareas propias de transformación de la naturaleza, en general, y de la propia naturaleza humana, se constituiría en el origen de lo que existiera o dejara de existir en el mundo a partir del inicio de sus operaciones.
Ahora bien, ¿acaso no emerge un serio conflicto cuando una parte de la humanidad está dispuesta a transformar la naturaleza, mientras la otra parte sostiene una actitud favorable a conservarla?
No solo es así, sino que, además, el conflicto se intensifica cuando el objeto en disputa es la propia naturaleza humana, pues, ¿con qué derecho un grupo de hombres va a cambiar la naturaleza de todos los demás que se oponen a ese cambio?
Por otro lado, no solo cabe plantear el asunto del origen en torno a estas cuestiones que afectan a la naturaleza, sino que está presente en múltiples ámbitos del propio hombre y del universo en torno a él.
Pensemos en la conducta humana. ¿Cuál es el origen de lo que cada uno de nosotros hace o no hace a lo largo de su vida?, ¿está dentro de cada uno o está fuera de nosotros?
Como en todos los casos en los que se debate algo al respecto del origen, las posturas suelen estar muy encontradas. En este caso, hay quienes dicen que nuestra actividad es simple respuesta a estímulos ambientales, otros dicen que es producto de nuestra fisiología, otros más, que está dentro de nosotros mismos pero de forma inconsciente, otros que está en lo que pensamos… Hay posturas para todos los gustos y, los debates, aunque estando más atenuados que hace algunas décadas, siguen y seguirán estando presentes.
Otro de los asuntos misteriosos que han dado mucho que pensar a lo largo de la historia se refiere a la existencia del mal en el mundo.
Ahora bien, dicho asunto unas veces se ha centrado en la propia naturaleza, desastres naturales, o ámbitos sin participación humana, mientras en otras, se ha abordado específicamente el problema de la maldad ejercida por el propio hombre.
En mi opinión, son dos tipos de «males» con significados muy diferentes. Mientras el primero es de tipo accidental, el segundo es de carácter intencional o moral.
Se echa de menos una sólida investigación del origen de este último, pues, lejos de estar fuera del alcance de nuestras facultades, se trata de un objeto de abultada presencia y con una variedad de hipótesis explicativas disponibles.
Mientras las disputas sobre todos estos asuntos sigan ocurriendo, parece que las cosas marcharán por el buen camino. El verdadero problema empezaría cuando tales asuntos dejaran de ser objeto de investigación y de debate.
La especie humana no tiene capacidad para parar su propia transformación, es decir, la transformacion es inevitable, ya sea por factores endógenos o exógenos.
Lo que si deberíamos tender es a elegir hacia que nos queremos transformar y a evaluar las consecuencias de la transformación antes de transformarnos, pero eso exigiría una sabiduria como especie que todavia no hemos alcanzado, asi que actualmente la especie humana se transforma según las posibilidades que tiene a su alcance, sin llegar a valorar si esa transformacion lleva o no a un fondo de saco.
Creo que la sabiduría habría que considerarla, no solo un medio, sino, también, uno de los fines de cualquier transformación, pero me temo que, cada vez más, nos alejamos de ella. El conocimiento lo es acerca de la verdad, mientras, la sabiduría, lo es del bien. Cualquier rumbo sensato debería tener como norte, ambos componentes, ya que el conocimiento sin sabiduría es irreal. No obstante, el problema es que la especie, en cuanto a tal, no se puede considerar como un sujeto que decida su futuro. Esas decisiones suelen estar en manos de minorías, que no parecen adoptar sus decisiones tomando en cuenta la sabiduría, sino sus propios intereses.