Libertades, igualdades y fraternidades
De todos los eslóganes vertidos al gran público en el mundo contemporáneo, de los que han alcanzado sus objetivos en mayor número de personas y de los que más daño han ocasionado a nuestra civilización es el más coreado de la Revolución Francesa, el cual todavía sigue vigente.
«Libertad, igualdad, fraternidad»
¿Qué significan esas tres palabras separadas por comas?
Para empezar esos tres conceptos, tal como están, se emplean en términos absolutos y con significados únicos. Pero es que usados así son tres palabras vacías, huecas y absurdas.
Se trata de palabras polisémicas y, además, radicalmente relativas. Ni hay libertad que no sea relativa a algo, ni hay igualdad que no sea comparativa y relativa, ni hay fraternidad sin concretar la relación entre hermanos, amigos o camaradas a que se refiera.
La actividad de cualquier ser o cosa que exista está sujeta a leyes naturales, a sus propiedades intrínsecas, a las limitaciones que impongan las condiciones del contexto, a las leyes convencionales, y, en general, a una multiplicidad de límites y restricciones tan grande que es imposible precisar. El orden del universo hace posible la existencia de seres y de cosas según sus correspondientes y distintas naturalezas y según las reglas que rigen la coexistencia entre ellos.
Afirmar la libertad absoluta es negar ese orden universal, las condiciones contextuales de la existencia particular, y el orden intrínseco de cada ser o cosa que exista, lo cual equivale a negar la realidad.
En principio hablar de libertad absoluta no diferencia entre, por un lado, las condiciones internas propias de un ser que determinan en alto grado sus actividades y, por otro, las condiciones externas en las que se encuentra impuestas por el contexto natural o social que le rodea.
En el susodicho eslogan parece ser que los revolucionarios se referían, no a la liberación del ser con respecto a su propiedades y características, es decir, a su esencia, sino a liberarlo de imposiciones o restricciones, establecidas por el entorno social en el que vivía.
Supuesto que el antiguo régimen fuera una tiranía que encorsetaba a las personas del pueblo llano, limitando sus movimientos de forma irracional, el objetivo revolucionario se referiría a un cambio de régimen o de gobierno que ampliara el campo de acción de las personas sometidas.
Pero no parece que aquella revolución pretendiera implantar la liberación de las acciones de las personas con respecto a sus propiedades esenciales individuales, lo cual hubiera sido equivalente a su negación radical como sujetos de sus propias acciones.
Si eso hubiera sido así, su voluntad propia —emergente de sus creencias, de sus modos de ser, de sus afectos, de sus costumbres, de sus esperanzas, etc. —, se hubiera desgajado de todas esas causas internas y habría quedado expuesta a que esas voluntades fueran producto de las condiciones externas, sociales o de cualquier otro tipo, que influyeran en la gestación de esas voluntades, deseos o tendencias.
No habría una tercera opción. O la voluntad es la que emana de la propia persona, o es la que emana del entorno exterior.
Y eso es así, porque la libertad de cualquier ser o cosa no puede ser absoluta. O se libera la acción del propio sujeto o se libera de sujetos del entorno, pero ambas cosas a la vez es imposible.
Esa imposibilidad deviene directamente de que algo absolutamente libre no puede existir en el universo, dado que es un enorme sistema de coexistencias regido por multitud de leyes que lo hacen posible y que hacen posible la existencia de las cosas que coexisten.
Tanto es así que el afamado filósofo Jean Paul Sartre[i] afirmó que, siendo la condición humana, la libertad, el ser humano es nada.
Puesta en modo condicional esa tesis se puede redactar en términos de que Si el ser humano es libre, necesariamente es nada, o también, Dado que, el ser humano es nada, resulta que es libre.
Por lo tanto, para que algo sea absolutamente libre solo puede ser nada, o, también, solo es libre lo que no es.
Tampoco erró en un sentido muy próximo al de Sartre, el filósofo Gianni Vattimo[ii], sosteniendo que la verdad hace imposible la libertad.
Por otra parte, estos dos y otros muchos pensadores similares, al elevar el valor de la libertad por encima de cualquier otro, como serían el ser, el bien, la verdad o la belleza, se inclinan a favor de aquella sacrificando todos los demás. O dicho más sintéticamente, apuestan por la negación de la realidad.
Tan irreal es la libertad absoluta que requiere negar todo lo demás.
Pero el mantra de la libertad que está intrínsecamente adherido a los demás dogmas que imperan en el estado actual de nuestra civilización, como son “la democracia”, “la voluntad”, “los derechos”, “la tolerancia” y otros muchos que todo el mundo conoce, sigue igual de vigente y del mismo modo que en su inauguración revolucionaria de hace dos siglos.
De hecho, otro mantra que oímos continuamente es el del progresismo, cuyo significado no es el de la prosperidad, sino que se refiere al establecimiento de nuevos derechos con sus consiguientes nuevas libertades.
No obstante, como los derechos de alguien implican que algo sea garantizado obligatoriamente por el conjunto de personas que componen la sociedad, la libertad que adquiere alguien conlleva siempre una reducción mayor o menor de las libertades de todos los demás.
Por otro lado, dentro de esta nueva lógica, no cabe presumir de deberes propiamente dichos, por muchos que impongan las convenciones legales o las presiones sociales sobre las personas. Por lo tanto, de la propaganda de las nuevas libertades se excluyen un amplio conjunto de nuevos deberes que se imponen sobre toda la población.
Ahora bien, tenemos un problema cultural, social y antropológico mucho más grave de reciente adquisición.
La novedad consiste en que los avances ideológicos en materia de libertad van directos a promocionar su divorcio de la propia persona.
Si antes hemos definido la libertad interna, en el sentido de que una persona emita sus acciones conforme a sus propios determinantes internos, a su propio ser y a sus propias creencias, ahora se promueve la rotura de dicho vínculo, entre el propio ser, por un lado, y sus acciones, sus emociones, su voluntad, sus preferencias, y, en general sus funciones de relación con el entorno.
Esa novedad se traduce en conseguir que se materialicen las falacias de Sartre, Vattimo y los nuevos ideólogos, en el sentido de la negación del ser y su ideal de no ser, para acceder a la libertad del sujeto con respecto a eso que es él mismo y con respecto a la realidad.
Es obvio que por mucho que se liberalicen los entornos sociales para que cada cual emita un cierto conjunto de acciones que antes no estaban permitidas, aún queda esa limitación de libertad que se debe al vínculo «yo-existencia-acción».
Una tiranía absoluta necesita imperiosamente borrar los modos de ser y las personalidades de los diferentes individuos, para liberar las acciones que los tiranos quieren imponer sin ningún tipo de limitación. Se trata de borrar todas las creencias que determinaban sus acciones y abrir un campo de indeterminación funcional para convertir la actividad humana como una pura materia prima que puedan formalizar a su antojo.
Destacaré algunas de la infinidad de operaciones en marcha:
Promoción de la liberación de la identidad psicosexual: Con independencia de que un ser humano sea físicamente hombre, mujer o hermafrodita, cada cual podrá y deberá inventarse una identidad psicosexual a su antojo, o si no al suyo, al de algún poder cuya influencia sea significativa.
Promoción de la libertad de la orientación psicosexual: Con independencia de cuál sea o cuáles sean, sus preferencias sexuales originales, debidas a su naturaleza orgánica o, todavía más, a sus adquisiciones psicológicas educacionales a lo largo de la infancia, cada cual podrá emplear su libre albedrío para inventar una voluntad de que le guste esto, aquello, o cualquier opción imaginaria, para disfrutar de la sexualidad.
Promoción de la independencia entre sexualidad y reproducción humana.
Borrado de los roles sociales adscritos al género: Promoción de la androginia e igualación de los roles atribuidos de la masculinidad y la feminidad a hombres y mujeres, respectivamente, lo cual solo tiende a ocurrir de forma natural cuando ya han cesado las respectivas capacidades reproductivas.
Tendencia al borrado de la biografía desde su inicio: Con independencia de quienes sean sus padres o a quienes pertenezcan los óvulos, los espermatozoides y las responsabilidades educacionales de índole familiar, cada cual será libre de obviar la procedencia de su ser, y de su modo de serlo, e inventarse que ha salido de la nada o de cualquier origen que elija dentro de la gran familia que constituye la humanidad.
Promoción de la independencia cultural: Con independencia de cuál sea su nación de origen o su patria, cada cual entenderá que su verdadero acervo cultural es lo que de común tengan todas las culturas humanas, producidas, ya sea entre pequeñas tribus amazónicas, ya lo sean por enormes poblaciones, pero sin que se admita el predominio de ninguna, siendo así que la promoción de lo intercultural debe causar un borrado cultural completo. La incultura resultante de borrar toda cultura, permitirá inventar una cultura universal vacía.
Promoción de la independencia de la historia: Con independencia de la historia correspondiente que acompaña al desenvolvimiento temporal de cada región del mundo, de cada nación, de cada pueblo o de cada estado, y dado que eso ya ha dejado de existir en el presente, cada cual puede inventarse el relato fantástico que más le agrade y si hay algún libro que no encaje con ella, puede deshacerse del libro o preterir al historiador que le lleve la contraria.
Promoción de la inautenticidad: Con independencia del modo de ser de cada uno, cada cual puede convertirse en la imagen social exterior que más guste y con la que más valor reciba del juicio social que obtenga de ella, ya que cada cual solo es lo que parece ser.
Promoción de la inmoralidad: Con independencia de que, lo que haga cada cual, sea bueno o malo, todas las acciones son moralmente idénticas, puesto que el bien y el mal son exactamente lo mismo y lo único que importa es que el resultado tenga éxito o no lo tenga, lo cual solamente depende de la eficacia de la acción.
Promoción de la posverdad: Con independencia de que algo sea verdadero o falso, lo que opine subjetivamente cada cual es lo que vale (pero realmente nada de eso vale).
Promoción de la irracionalidad: Las contradicciones, lo que no tiene una razón de ser, lo que carece de identidad, son irrelevantes ya que el razonamiento es libre de su sujeción a los principios reales de razón.
El hombre no puede perder su libertad a causa de la realidad. Además, las creencias solo son verdaderas cuando cumplen el fin para el que se han diseñado.
Si ahora nos fijamos en el eslogan revolucionario de la igualdad nos encontramos con otro concepto que siendo absoluto resulta absurdo. Solo se puede hablar de la igualdad entre dos o más elementos por medio de su comparación. Tampoco se puede hablar de la igualdad sin hacer referencia a qué cualidad o aspecto se hace referencia: Igualdad entre qué y qué y al respecto de qué.
Si lo que se trata de decir es que todos los ser humanos somos iguales en todos los aspectos, la falsedad no puede ser más grave.
Pero si se dice que todos debemos ser iguales sin especificar en qué o al respecto de qué, o si se dice que hay que serlo en aspectos en los que es imposible serlo, nos encontramos con una tiranía que atenta contra nuestra libertad dependiente de factores exteriores.
Da la impresión de que la promoción de la igualdad se postuló para diseñar nuestra existencia en un mundo feliz, en vez de continuar permitiendo diferencias que serían perfectamente subsanables si nos pusiéramos todos de acuerdo en eliminarlas…
Sin contar con los genocidios cometidos en la Revolución Francesa, contra católicos, contrarrevolucionarios, etc., la eliminación de muchas de nuestras diferencias implicaría la destrucción de nuestra especie.
Tal vez esa eliminación de diferencias no sería tan letal si fuéramos una simple especie animal más.
En el mundo animal hay formas de acción que son instintivas, otras son aprendidas o imitativas y otras más que, siendo instintivas, no aparecen desde el nacimiento, sino más tarde en dependencia de la maduración del propio animal.
Ahora bien, toda actividad funcional aprendida de orden superior, necesita que el animal disponga de memoria, la cual solo se encuentra en especies que disponen de un sistema nervioso central.
En nuestra especie, la práctica totalidad de nuestra funcionalidad es aprendida y, por tanto, dependiente de la memoria acumulada a lo largo de la historia biográfica de cada individuo.
De la memoria humana, la que es determinante de nuestra funcionalidad, es la que almacena creencias —y no simples ideas—, las cuales conforman una estructura compleja y ordenada, que contiene información real (o juzgada como tal) de múltiples tipos.
Dicha información no solo se refiere al mundo, estados de cosas, situaciones, etc., sino que incluye información del propio ser, tanto de sus determinantes sustantivos que influyen en la mayor parte de su actividad, como aquella información, no directamente funcional, que forma parte de la identidad personal, como puedan ser las pertenencias o las adhesiones a grupos, sistemas de ideas, etc.
De ahí que la descripción funcionalmente más significativa de un ser humano, tanto del modo de ser, como de tipo operacional, requiere el conocimiento de su sistema de creencias, de la historia de su configuración y aprendizaje, y de los contextos familiares, sociales o interpersonales, en los cuales se formaron.
Tanto las creencias reales, como las irreales, presentes en el sistema de creencias de un ser humano, se explican inicial y originalmente por la atmósfera familiar y social experimentadas en las extensas etapas formativas que requieren su maduración y su desarrollo personal.
No obstante, el hecho de que el ser humano no posea la naturaleza instintiva de las especies animales, que funcionalmente explique el inventario de sus formas de comportamiento, no implica que el ser humano carezca de esencia, sino todo lo contrario.
La amplitud y riqueza, de los posibles factores definidores de los seres humanos (que podemos considerar como mentalidades individuales), da lugar a una diversidad de modos de ser y de identidades personales, muy superior a la de cualquier especie animal.
Esa variabilidad de los factores esenciales que se producen en nuestra especie remite a que la esencia de cada ser humano contenga menos características comunes de la especie y un mayor número de propiedades significativas de índole personal, al contrario de lo que ocurre con los individuos de especies animales.
Por lo tanto igualar a los seres humanos equivale a la eliminación de mucho más de la mitad de sus definidores ontológicos, destruir su diversidad y la esencia específica que tiene.
Es obvio que el eslogan de la libertad no se lleva nada bien con el de la igualdad.
En cuanto al eslogan de la fraternidad, tengo entendido que se puso en sustitución de otro anterior que, al parecer era el de la propiedad. Siendo como fue una revolución liberal, no me extrañaría nada que ese eslogan original fuera el de la propiedad material de cosas y dinero, pero no daría tan buen imagen como el de la fraternidad, heredado tal vez de Aristóteles o directamente promovido para la propaganda por un fraile católico apóstata como Fouché.
Si ese eslogan tuviera algo de verdad, lo cual conllevaría un factor de anti-belicismo, seguramente los genocidios causados por los revolucionarios no habrían tenido lugar, al igual que sus correspondientes de la Revolución Bolchevique de 1917.
Si la igualdad se consigue matando a todos los que no piensan como el grupo que asume el poder, no se trata de ningún refinamiento cultural, sino de que quienes se suman a dicho poder son los únicos diferentes que quedarán vivos.
Las diferencias que se formen entre quienes se eleven al poder y quienes quedan subordinados a él, serán mucho más censurables que las que hubiera antes del exterminio, pues su pretexto fue el de su supresión.
En la actualidad, en esta segunda o tercera fase de esa misma revolución, que está ocurriendo dos siglos después, la conversión de las poblaciones en simple masa o materia prima, se está produciendo de otro modo: la implantación de la tiranía de las nuevas creencias ideológicas por la propaganda de los medios de comunicación de masas, convertidos casi al cien por cien en una única fuente de propaganda para el adoctrinamiento de la población.
Cada vez más personas piensan y creen lo mismo, y quienes no lo creen son sometidos a sutiles marginaciones existenciales dentro del nuevo orden social, lo cual implica su total censura y la preterición de sus creencias.
A la vista de todo esto, se comprende la incomodidad de multitud de personas, generalmente con una cierta edad y no precisamente jóvenes, que van acercándose a condiciones de marginación, aislamiento, silencio y retiro, o, lo que es parecido, a su desaparición de la existencia social, mientras otros muchos, generalmente jóvenes, ignoran lo que se les viene encima, gracias sobre todo al narcisismo educacional que se les inyecta.
[i] SARTRE, JEAN-PAUL; El ser y la nada; trad. Juan Valmar; Ediciones Altaya S.A., Barcelona, 1993
[ii] VATTIMO, GIANNI ; Adiós a la verdad; trad. de María Teresa D´Meza; Editorial Gedisa, S.A., Barcelona, 2010
Enhorabuena por la publicación. Me ha parecido genial, muy ilustrativa. Ya va siendo hora, también, de DESMITIFICAR el genocidio que fue en realidad la REVOLUCIÖN FRANCESA…
A ver si algún día alguien se atreve a hacer una desmitificación en toda regla, como podría ser la de una superproducción cinematográfica fidedigna de esa etapa de la que tanto presumen los poderes contemporáneos que salieron de ella. Ya que, relativamente, tan pocas personas leen historia, no estaría de más ponerla en imágenes. Por ejemplo, la de Fouché atando a grupos de decenas de personas inocentes como un manojo de espárragos y matándolas a cañonazos en la rivera del Sena para que sus cadáveres se los llevara el río hasta perderse en el Mar del Norte. O la de Robespierre haciendo misas negras y apareciendo en un elevadísimo escenario artificial como si de un ángel descendiendo del cielo se tratara, o la de las cabezas rodando de los guillotinados (incluyendo tardíamente y de rebote la del propio Robespierre)… Y todo eso para culminar en el imperialismo napoleónico que exportó la muerte y la destrucción por toda Europa, y su devastadora ideología a todo Occidente, dañando especialmente a España.
Sin duda, la libertad, la igualdad y la fraternidad, solo eran privilegios relativos reservados a unos pocos.
Gracias Carlos por esta explicación sobre este mito tan falso.
Gracias a ti.
Hola de nuevo. Excelente artículo y estoy de acuerdo. Tan sólo discrepo en la “promoción de la independencia de la historia” y en la “promoción de la posverdad”. Estos casos son en mi opinión distintos. En ellos ya no se promueve la libertad total sobre lo que se puede creer, por motivos obvios, como demuestra el hecho de que, creencias distintas a las que promocione el régimen autoritario tiendan a estar penalizadas, “preterizadas”, ridiculizadas, desprestigiadas, por muy verdaderas que sean. Y en esto no se salva ni el pasado, ni el presente, como bien indicas, pero tampoco el futuro, como en este último caso podemos comprobar con pronósticos apocalípticos falsos de todo tipo.
Es decir, sí me parece también que se intenta borrar toda creencia y vinculación real previa, pero dejando paralelamente un contenido que lo sustituya. Finalmente, la promoción de un futuro apocalíptico disminuye aún más la tendencia a pensar por cuenta propia favoreciendo esa «indeterminación funcional» que tan brillantemente expones.
Muchas gracias! Un abrazo
En estos dos ámbitos, relatos pseudohistóricos y posverdades, fabricados para forjar creencias que determinen producciones individuales y sociales, efectivamente se trata de vincular la actividad a algo que se ha inculcado al ser, pero violando el principio de la verdad. Tienes razón en que esas maniobras no producen indeterminación sino que sirven para determinar actitudes fundadas en creencias irreales, sustitutivas de otras reales, que generen actividades congruentes con la ideología dominante, que ya, en sí misma, consiste en un ideario irreal impuesto a la población como una herramienta más del anti-realismo que explica esta tiranía.
Gracias a ti por tu aclaración y un fuerte abrazo.
Un placer leerte, gracias por este brillante artículo. Un abrazo amigo.
Bien como siempre. La verdad es que progreso es sinónimo de la destrucción de la realidad y de la esencia misma del ser humano.
Llevan siglos estudiando cómo destruir la realidad, y su actitud bélica les ha llevado al actual momento. Saben cómo dar la vuelta a cualquier argumento, aunque desde la perspectiva real es fácil desmontárselo. Inmerso en perspectiva irreal no es tan fácil.
Por otro lado también es cierto que comenten errores, fruto de su perspectiva egocéntrica en mucho casos.
Si la revolución francesa fue un momento histórico relevante , este que vivimos ahora lo es también.
Parece ser que el nuevo orden mundial en Europa ha empezado por España, y no dejo de tener la sensación de que si ésta cae, el camino hacia la destrucción será mucho más fácil.
Espero que el comunismo (que se basa en una sola manera de pensar para toda la población, dictada por un tirano), no llegue a implantarse aquí.
Estoy de acuerdo con tu comentario.
Solo agregar que no creo que el nuevo orden mundial vaya a implantar el comunismo clásico sin más, sino una tiranía que contenga lo peor del liberalismo (del capitalismo sin límites) y lo peor del marxismo cultural, pero no tal como ha llegado a gran parte de Centroamérica y Sudamérica, sino con una apariencia más amable. Todo ello manejado por el gigantesco poder del dinero acumulado en pocas manos. Se trata del modelo chino al que tanto admiran sus jefes.
Gracias por tu comentario.