Blog de Carlos J. García

Las dificultades para percibir la maldad

Cualquier relación de dos seres humanos que observemos desde fuera, sin saber qué es, en qué consiste, qué hace cada uno de ellos, etc., carece de los significados indispensables para ser comprendida desde una perspectiva real.

Salvo contadísimas ocasiones, lo que se ve a simple vista, suele ser normal, aparentemente fácil de entender, a menudo, irrelevante, e, incluso, trivial.

No obstante todo ser humano es un sistema muy complejo, cargado de una biografía; un enorme sistema de creencias; generalmente, pertenece a uno o más grupos, familiares, sociales, económicos, o del tipo que sea; con un futuro, más o menos proyectado; que se encuentra en un determinado estado o bajo determinadas condiciones; y que tiene propósitos, fines, intenciones, que, a menudo, solo los conoce él mismo.

Teniendo en cuenta que cada ser humano presenta ese nivel de complejidad, imaginemos el que pueden llegar a tener las relaciones entre dos o más seres humanos, y, sus interacciones interpersonales y sociales, en las que, además, pueden darse diversas formas de vinculación por las que, los agentes que interactúen, dependen de sujetos exteriores que no suelen estar presentes en los contextos donde se desarrollan los hechos.

La conducta humana no es susceptible de simplificación, o superficialidad, algunas, si de lo que se trata es de entenderla, comprenderla o conocerla lo suficiente, como para que pueda preverse con una cierta fiabilidad.

Ahora bien, por otro lado, dicho conocimiento resulta imprescindible para todo ser humano que pretenda existir con una cierta estabilidad en el marco de sus relaciones personales, al menos en las que son más o menos próximas, y, sobre todo, en ámbitos familiares.

De hecho, los problemas personales derivan de experimentar ciertas relaciones interpersonales sin el conocimiento suficiente, de uno mismo, ni de aquellos otros, que llegarán a operar como factores determinantes de su producción.

En bastantes casos, se da la circunstancia de que, sin dicho conocimiento, las relaciones van más o menos bien, debido a que las personas con las que se mantiene o establece cada relación, resultan inofensivas o beneficiosas, lo cual habría que atribuirlo a la buena fortuna.

No obstante, no son pocas las relaciones interpersonales que acaban siendo extremadamente perjudiciales para uno de los miembros, y, en las que, una persona, o no acaba de conocer nunca al otro miembro, o le llega a conocer cuando ya es demasiado tarde para evitar caer en el problema.

Indudablemente, todas las costumbres del pasado se van extinguiendo, a pesar de que unas cuantas de ellas eran buenas. Una de las que más se echan en falta es la de conocer a los demás, antes de entrar en relaciones de dependencia con ellos, ya sea en el terreno de las parejas, los socios, la amistad, etc.

Así mismo, se echa de menos dicho conocimiento en las relaciones familiares, ya que, viniendo dadas de forma natural, se supone, erróneamente, que traen implícito el conocimiento de los miembros que componen las familias. De hecho, se trata de las relaciones en las que una persona es más vulnerable y a las que menos atención suele prestar para llegar a conocerlas.

Por otro lado, la formación que se debe adquirir para disponer de la capacidad necesaria para conocer a los seres humanos, con los que uno pueda llegar a relacionarse a lo largo de la vida, cada día es más deficitaria.

Se extiende, como una mancha de aceite, la creencia de que todos los seres humanos somos iguales, y, que, por lo tanto, todos los demás, son más o menos parecidos a uno mismo, por lo que, conocerles con cierta profundidad, requiere un tiempo que no merece perderse.

No obstante, aunque es cierto que, posiblemente, nunca llegue a conocerse del todo a un ser humano concreto, al menos habría que disponer de unas cuantas herramientas necesarias para tener la posibilidad de graduar la confianza que se deposite en cada cual.

En mi opinión, todo ser humano regido por principios reales, o con otros cualesquiera congruentes con ellos, debería abstenerse de caer en relaciones en las que, el otro, o los otros miembros, se encuentren regidos por el determinante del poder.

Da lo mismo, si la sustantividad de un individuo consiste en el propio poder, o si es fiel servidor de uno más individuos que viven por y para el poder, ya que, en ambos casos, el ser humano que caiga en la trama de una relación urdida por él, caerá en un problema personal.

Además, en este orden de cosas, los factores como la edad, o el género biológico, son irrelevantes. Da lo mismo que el sujeto de poder sea joven o viejo, o, también, si se trata de un varón o de una hembra.

Si se pretenden sortear dichas relaciones, la mayor dificultad reside en la difícil visibilidad del poder y de la maldad. Mucha gente cree que la maldad se manifiesta abiertamente y que es muy fácil detectarla, cuando, lo cierto, es que se trata de lo contrario.

La maldad y la falsedad, salvo contadas circunstancias, se encuentran fuertemente vinculadas, y, de hecho, a menudo se tratan de lo mismo, por lo que no cabe esperar que la maldad sea verdadera, ni que la falsedad sea buena.

De ahí que, cuando se trata de conocer a alguien, tal vez, lo más importante, sea llegar a saber si se trata de una persona falsa o verdadera.

En este orden de cosas, en el libro Las 48 leyes del poder[i] ―ya citado en algún otro artículo de este mismo blog― su autor deja meridianamente claro que, la principal arma del poder, es la falsedad, al tiempo que su primer requisito es conseguir y conservar una buena reputación.

Dado que, uno de los fines de la falsedad, consiste en contribuir a la buena reputación, nos encontramos con que su arma principal consiste en ganarse la confianza de sus víctimas, mediante la apariencia de que se trata de una buena persona, amigable, próxima, servicial, empática, etc.

Además, en las situaciones en las que se le descubre algo malo, una mentira grave, cualquier incongruencia con su papel principal, etc., su habilidad para manejarlas es extrema. Siempre tiene un relato disponible para que, aquello que haya hecho, se pueda reinterpretar de forma benigna, y un gran repertorio de excusas, atribuciones de culpa a terceros, etc., de tal forma que el personaje que interprete siga indemne.

Tal vez, uno de los apoyos más firmes, entre los que una persona pueda disponer para saber quién, y cómo, es el otro, consista en observarse a sí misma, más que en observar al otro, o en entrar a analizar sus discursos.

En sí misma, irá acumulando cambios, sentimientos, incongruencias, justificaciones…, y, sobre todo, cuando el otro, efectivamente, es perjudicial, acumulará los propios perjuicios derivados de la relación, que son efecto de la interacción entre las operaciones que recibe del otro, y su participación, a menudo, inconsciente, en el papel que asume o al que se adapta.

Además, el individuo falso que invierte trabajo en una relación concreta, rara vez pretende conseguir un único fin, como pueda ser el control de la otra persona. No hay que olvidar, el saqueo de todo aquello que le pueda arrebatar, el daño a su autoestima, las forma de abuso que pueda ejercer, según sea la situación, los perjuicios sobre su «yo» y su existencia, etc.

Es muy importante abrir los ojos ante cualquier persona con la que se tenga una relación, y más, cuanto más estrecha sea la misma, con independencia de si la relación es familiar, de pareja, académica, laboral o de cualquier otro tipo.

Además, la percepción no debe centrarse exclusivamente en el otro, sino, sobre todo, en uno mismo, ya que, en última instancia, si el otro es perjudicial, sus efectos estarán presentes y se irán notando, más pronto que tarde, en uno mismo.

 

[i] GREENE, ROBERT; Las 48 Leyes del Poder; trad. Ana Bustelo; Editorial Espasa Calpe S.A., Madrid, 2002, obra que vino precedida en su publicación española de: Robert Greene; El Arte de la Seducción; trad.  Carmen Martínez Gimeno; Editorial Espasa Calpe S.A., Madrid, 2001

1 Comment
  • Celia on 29/11/2015

    La maldad es dificilísima de percibir. El libro que mencionas contiene una relación casi exhaustiva de sus formas de ataque cuya lectura realmente desasosiega. Se ocultan bajo disfraces eficacísimos, como por ejemplo la protagonista de “Cuidado con el ciervo” de Vicky Baum, (que mencionas en el módulo 7 de “La naturaleza real del ser humano”), una mujer de apariencia cándida, débil, delicada, casi ingenua cuando lo que en realidad esconde es una posesiva esposa y una madre perversa que sólo pretende destruir a sus dos hijos. A pesar de ser excelentes actores/actrices en la interacción con ellos suelen aparecer las incoherencias: creo que esta es la única forma de detectarlos. Y si se contrastan y confirman y quedan revelados como lo que en realidad son, se produce un enorme alivio y una gran tranquilidad, lo que no quiere decir que no haya que salir corriendo del entorno donde se hayan conocido.

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