La voluntad de vivir y sus estados (I). Entre el abatimiento y la euforia
De modo general, puede entenderse la noción común de estado de ánimo como el nivel de vitalidad en que se encuentra una persona. En cuanto al concepto de vitalidad lo encontramos expresado en la segunda acepción que ofrece el DRAEL de dicho término[i]: «Actividad o eficacia de las facultades vitales».
Por otro lado, tenemos la noción de energía[ii], que, entre sus acepciones de aplicación al presente ámbito, encontramos las siguientes:
― Eficacia, poder, virtud para obrar.
― Fuerza de voluntad, vigor y tesón en la actividad.
En general, la energía se puede entender como la capacidad de trabajo disponible por alguna persona o algún sistema.
Entre ambos términos expuestos (vitalidad y energía), encontramos la disposición hacia la actividad en general, no particularizada en esta o aquella actividad, la cual puede oscilar, desde niveles mínimos o próximos a cero, hasta niveles máximos o extremadamente altos.
En el primer caso, se podrá decir que el ente se encuentra en un estado de poca vitalidad o energía, mientras, en el segundo, se encuentra en un estado de gran vitalidad o energía. Con el término depresión, se suele hacer referencia al primer tipo de estos estados, mientras que, los segundos, se suelen denominar con términos como euforia, manía, etc.
La disposición hacia la producción de actividad, es diferente de las carencias de energía derivadas de determinadas condiciones físicas, como pudieran ser la malnutrición, el agotamiento físico, etc.
Dicha disposición determina la energía disponible, dependiente de actitudes del propio ente hacia la actividad, que son de naturaleza informativa.
Asimismo, los estados de alta energía, también han de ser considerados dependientes de actitudes de la propia persona hacia su producción de actividad y no a que disponga de mayor o menor capacidad de gasto energético por razones orgánicas.
La previsión de la existencia del ser en el mundo, sin mermas graves, que reduzcan drásticamente, o eliminen su valoración, y sin esperanzas irreales, fundadas en fantasías imposibles de plenitud existencial, parece responsable de actitudes productoras de una vitalidad que capacite al ente para efectuar sus actividades dentro de los límites que su condición biológica le permita.
Así, la integración del ente en sus circunstancias, caracterizada por la armonía existencial, y la vitalidad producida por expectativas de existencia fundadas en su posibilidad, pueden considerarse dos patrones con los que contrastar las posibles alteraciones de las características más relevantes de tales estados existenciales.
Una existencia apacible o en peligro, esperanzada o desesperanzada, podría caracterizar en buena medida la condición, con impacto emocional y energético, en que se encuentre un ente en sus circunstancias concretas.
No obstante, las circunstancias no operan por igual, ni son valoradas ni percibidas del mismo modo por todas las personas, por cuanto la esencia de cada cual incide de modo significativo en la producción de los estados por los que atraviese.
Además, podemos encontrar actitudes con impacto directo o casi directo sobre la propia disposición hacia el gasto energético, que se podrían especificar bajo creencias presentes en la persona, como, por ejemplo:
- “No vale la pena vivir”.
- “Vivir es una experiencia intensamente positiva”.
- “No puedo existir”.
- “Mis circunstancias han cambiado tanto, que no podré seguir existiendo”
- “No merece la pena vivir como vivo”…
En general, parecen tratarse de creencias de juicios de valor sobre la propia vida o sobre la propia existencia, que, por su carácter universal, afectarán a todas las actividades que conciernan a la vida y a la existencia, sin discriminar entre diferentes tipos de actividades.
Tales creencias, conllevan determinaciones implícitas o explícitas hacia la propia actividad, en forma de actitudes completas, con efecto directo sobre la propia voluntad hacia la producción general de actividad.
De tales tipos de creencias, se pueden conceptuar múltiples efectos sobre todo el conjunto de actividades de relación: volición, pensamiento, sentimiento, emoción, acción, reacción, etc., que se ve afectado por la propia actitud de la persona hacia la vida o hacia su existencia.
Además, tales actitudes pueden presentar coherencia interna o, por el contrario, encontrarse en conflicto.
El propio ente puede presentar una actitud negativa hacia su propia vida, que le produzca un estado de simple falta de vitalidad, o, por el contrario, junto a dicha actitud negativa hacia su vida, disponer de otras determinaciones en conflicto con la misma.
Pensemos, por ejemplo, en la creencia «no merece la pena vivir como vivo». En este caso, el ente disminuirá su vitalidad a causa de la misma, si bien, es posible que esto no le haga disminuir su volumen general de actividad.
Esto es debido a que tal creencia no es incompatible con otra, como, por ejemplo, «tengo que seguir viviendo así debido a una razón que me obliga a seguir haciendo lo que hago». Además, las razones por las que un ente se ve obligado a seguir viviendo y haciendo lo que hace, a pesar de presentar una actitud negativa hacia su propia vida, pueden ser muy diversas.
De momento subrayemos que los estados de vitalidad reducida no van necesariamente acompañados de reducción del volumen de actividad. Ahora bien, si se establece la doble condición de vitalidad reducida junto a la actitud de sostener el mismo nivel de actividad, las acciones que el ente continúe haciendo las efectuará acompañadas de estados emocionales y sentimentales intensificados.
De tal modo, se tienden a compensar las tendencias derivadas de la reducción energética, es decir, se producirán elevaciones de los niveles de activación nerviosa para poder hacer lo mismo, con un nivel menor de energía disponible.
Así, quienes crean que no vale la pena vivir como viven, o prevén que vivirán, caerán en estados de pesimismo, tristeza y baja actividad. No obstante, si a dicha creencia se asocia la de tener la obligación de seguir haciendo lo que hacen, además, incrementarán, su agitación, nerviosismo, ansiedad y, a menudo, su irritabilidad.
[i] Diccionario de la Lengua Española; Real Academia Española, Madrid, vigésima primera edición, 1992 (DRAEL), entrada “vitalidad”.
[ii] DRAEL, op. cit., entrada “energía”.